miércoles, 21 de noviembre de 2018

¿ Que extrañas vinculaciones Esotéricas tenian los Jerarcas Nazis (y III) ?


Algunos autores, como René Alleau, en Hitler y las sociedades secretas, han creído ver el origen de esta «mediumnidad» de Hitler en una iniciación del Führer por parte de su fiel discípulo Rudolf Hess. 

Para René Alleau, sería en Landsberg, con ocasión de su detención después del «putsch» fracasado de Múnich, donde Rudolf Hess, alemán de origen egipcio, habría impulsado a Hitler a la práctica de métodos ocultos.

Seguramente Hitler estaba ya familiarizado con semejantes prácticas debido a su formación mística anterior y a su afiliación al grupo Thule, y no debía desconocer la declaración gnóstica de 1908 de los teósofos, que se acerca a un punto de absoluta identidad con el credo nazi de Paul Ernst: «Hay uno de nuestros dogmas sobre el cual quiero insistir.

Se trata del dogma de la salvación femenina. La obra del Padre se ha cumplido, y la del Hijo, también. Queda la del Espíritu, que es la única que puede determinar la salvación definitiva de la Humanidad terrestre y preparar, por esta vía, la reconstitución del espíritu.

Ahora bien, el Espíritu, el Paráclito, como lo denominaban los cátaros, corresponde a lo que hay de femenino en la divinidad, y nuestras enseñanzas precisan que ésta es la única cara de Dios verdaderamente accesible a nuestra razón. ¿Cuál será exactamente la naturaleza de este nuevo y próximo mesías?». Este nuevo mesías imperial debía ser el señor del III Reich, adepto de esta magia negra a la que había sido iniciado, muy temprano, Adolf Hitler.




Poco importa saber si éste era el objetivo de los grupos teosóficos de entonces, o si su misión fue pervertida por la aparición del nazismo. La lección principal de este tipo de cosas es que la práctica del ocultismo y de la magia son cosas eminentemente peligrosas y que no deben estar al alcance de todos. Sobre este punto se puede afirmar que la primera víctima del nazismo fue Rudolf Steiner, quien se encontraba, podríamos decir, en la trayectoria de pensamiento de aquellos discípulos teósofos tan especiales que fueron los miembros del grupo Thule.

No sabemos si Rudolf Steiner representaba la verdadera corriente de la teosofía. Pero, al igual que para la francmasonería, existían en Alemania, a principios del siglo XX, dos corrientes opuestas en el seno de la teosofía: una corriente racista y dominadora, que se oponía a la Cábala hebraica, y una corriente humanitaria, de la que el antropósofo Rudolf Steiner era el dirigente.

 Esta corriente, que aún perdura en Europa, afirma que existe una forma blanca y una forma negra de investigación mágica. A la forma blanca de esta magia se incorporan los discípulos de Steiner. Estos últimos afirman que las sociedades neopaganas proceden del mundo subterráneo del mal, del polo maléfico, del que uno puede preguntarse quiénes son los jefes.

Parece que René Guénon, en 1921, en su célebre obra El teosofismo, historia de una seudorreligión, pensaba del mismo modo, ya que escribía: «Pero, ¿no habrá quizá, detrás de todos estos movimientos, alguna cosa, por lo demás espantosa, que sus jefes tal vez no conocen y de la que son, por tanto, solamente simples instrumentos?».

Esta lucha entre la magia negra de la teosofía neopagana nazi y la magia blanca de Rudolf Steiner, o antroposofía, nos viene relatada por un iniciado en la obra capital de este testigo preferente que fue Rauschning: «Cierto día que el Führer estaba de benévolo humor, una mujer de su séquito, que no carecía de presencia de ánimo, se arriesgó a darle un consejo:

 “Mi Führer —dijo—, no escojáis la magia negra. Tenéis, todavía hoy, la posibilidad de elegir entre la magia blanca y la magia negra. Pero en el instante en que os hayáis decidido por la magia negra, ésta no saldrá ya jamás de vuestro destino. No escojáis la vía mala del éxito rápido y fácil. Aún tenéis abierta para vos la vía que conduce al imperio de los espíritus puros.

No os dejéis apartar de este buen camino por criaturas ligadas al barro, que se aprovechan de vuestra fuerza creadora”». Y Rauschning, que no ha comprendido nada, prosigue: «Esta mujer inteligente expresaba, a su manera, las aprensiones que preocupaban a toda persona que estaba en contacto con Hitler: todos se daban cuenta de que el Führer se abandonaba a influencias maléficas de las cuales no era dueño». La guerra entre la magia blanca steineriana y la magia negra hitleriana se desarrolló mucho antes de la toma del poder por los nazis.

Ésta es, realmente, la prueba del peligro que representaba la antroposofía para sus adversarios. Hay que hacer notar que esta lucha pasó completamente inadvertida a los ojos de los europeos de entonces. Esto debería servir de advertencia para los que, incluso en nuestros días, rehúsan admitir la existencia de fuerzas ocultas que luchan en la sombra. Lo que sorprende a un observador de este fenómeno ideológico es que las primeras formaciones de las SA nazis dispersaron con gran violencia las conferencias de los teósofos steinerianos.

Las amenazas de muerte, que parece se llevaron a cabo después del acceso al poder por los hitlerianos, y los golpes de mano contra los locales de los discípulos de Steiner se multiplicaron, hasta culminar, en 1924, con el incendio de la sede de este grupo. Nos referimos al Goethaneum, erigido en Suiza por Steiner.

Este último, con sus miembros dispersos, sus archivos carbonizados, y no hallando ya apoyo frente al odio que se le testimoniaba, había de sucumbir, en 1925, a su pesadumbre. Sin embargo, la lucha de estas dos magias no debía detenerse aquí. Parece, efectivamente, que los discípulos de la «Rosa Blanca», organización de resistencia cuya red fue desmantelada por la Gestapo en plena guerra, habían sido una emanación de este movimiento.

La «Rosa», recordémoslo, era el símbolo del conocimiento: éste es el motivo por el que fue escogido por los gnósticos rosacrucianos.La Rosa Blanca (en alemán: Die weiße Rose) fue un grupo de resistencia organizado en la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial, que abogaba por la resistencia no violenta contra el régimen.

Fue fundado en junio de 1942 y existió hasta febrero de 1943. Los miembros de la Rosa Blanca, todos ellos cristianos militantes, redactaron, imprimieron y distribuyeron seis hojas en las que se animaba a la resistencia contra el nazismo.

Era una red de resistencia muy particular y cuyos jóvenes miembros fueron decapitados en la prisión de Moabitt. Este grupo, ejecutado junto con los organizadores del fracasado atentado contra Hitler del 20 de julio de 1944, incluía al joven hijo del principal iniciador de Hitler Karl, Haushofer. Albrecht Haushofer, antes de perecer bajo el hacha del verdugo, debía dejar un poema cuya belleza y profundidad podrían servir de punto final a esta lucha.

Entre las sociedades secretas que pululaban en Alemania recién terminada la Primera Guerra Mundial, algunas son típicamente representativas de lo que llegará a ser la gnosis nazi. Entre éstas, la sociedad del Vril y el grupo Thule, denominado también Thulegesellschaft, son las que realmente parecen haber dado origen al movimiento hitleriano. En los orígenes de la sociedad del Vril, o Logia Luminosa, se encuentra al escritor francés Louis Jacolliot (1837-1890).

Éste había nutrido su inspiración en los pensadores esotéricos, entre ellos en Swedenborg, el iluminado sueco, en Jacob Boehme, el alquimista del siglo XV y uno de los fundadores de la secta Rosacruz, así como en Saint-Martin, el Papa del iluminismo francés del siglo XIX. Jacolliot pasó gran parte de su vida en Asia, y más concretamente en la India, donde sirvió largos años como diplomático.

Entre las obras de este escritor citemos algunos títulos significativos: Krishna y Cristo, Las tradiciones indoasiáticas, Reyes, sacerdotes y castas. Jacolliot ve el principio de toda acción humana transcendente en el Vril, formidable reserva de energía de la que el hombre no utiliza más que una ínfima parte. Cosa curiosa, el Vril existe en la India en tanto que secta esotérica, y, hace algunos años todavía, contaba con unos dos millones de adeptos repartidos por el Estado de Maisur.

Estas sectas adoran el Sol, y, cada mañana, saludan el nacimiento del día. Sus templos muestran, en los ángulos, inscripciones con motivos de cruces gamadas. La sociedad del Vril, fundada en Alemania a comienzos de siglo, tenía en este país lazos estrechos con los círculos teosóficos, y, fuera de él, con la «Golden Dawn» británica, fundada por Samuel Liddell “MacGregor” Mathers, famoso mago y una de las figuras más influyentes en el Ocultismo moderno.

Entre los miembros berlineses de la sociedad de Vril destaca el nombre de Karl Haushofer. Nacido en 1869, este personaje dará mucho que hablar hasta su muerte en 1946. Efectuó numerosos viajes a Oriente, principalmente al Japón, donde estudió el budismo, y a la India. En 1918, Karl Haushofer se instaló en Múnich, refugio de todas las sociedades secretas racistas, y fue uno de los primeros en adherirse al partido obrero alemán, fundado el mismo año por el obrero cerrajero Antón Drexler, partido que se transformó en el NSDAP, bajo el impulso de Adolf Hitler.

Con todo, el papel de Karl Haushofer, fundador de la geopolítica, no fue tan importante como se ha querido dar a entender. Es en el grupo Thule donde hay que buscar la inspiración auténtica del nazismo. La Thulegesellschaft, para repetir su denominación alemana, fue creada en agosto de 1918 por iniciativa del barón Von Sebottendorf, extraño personaje.

El propio grupo Thule no era más que una emanación de una sociedad secreta mucho más importante titulada Orden de los Germanos (Germanenorden) fundada en 1912, y de la que Sebottendorf era uno de los dirigentes, puesto que desde enero de 1918 se le había confiado la dirección de la provincia bávara de la Orden. Nacido en Sajonia en 1875, Sebottendorf había realizado, antes de la guerra de 1914, numerosos viajes al Próximo Oriente.

 Durante la guerra de los Balcanes de 1912-1913, dirigió la organización de la Media Luna Roja y fue elevado a la jefatura de la Orden del Rosario (Rosenkranz). Sea lo que fuera, la influencia de este personaje era considerable, ya que, después de la derrota de 1918, podía amenazar impunemente al jefe de la policía muniquesa con desencadenar pogromos que derribarían al Gobierno en caso de que un miembro del grupo Thule fuera molestado.

Dentro de este caldo de cultivo de las sectas racistas y ocultistas, surgió el DAP (Partido Obrero Alemán), fundado por Antón Drexler, movimiento que debía hallar su expresión definitiva en el NSDAP y su gran inspirador, Adolf Hitler. La Thulegesellschaft amparaba una red de grupos que se inspiraban en la misma doctrina racista y antisemita de base ocultista.

 Entre estos grupos había la Unión del Martillo, la cual contaba entre sus miembros influyentes a Gottfried Feder, uno de los futuros jefes del partido nazi. Las reuniones tenían lugar en Múnich, eje de los movimientos secretos y contrarios a la República de Weimar, régimen político y periodo histórico que tuvo lugar en Alemania tras su derrota al término de la Primera Guerra Mundial, y que se extendió entre los años 1919 y 1933.

 En este círculo de iniciados, se descubre igualmente la presencia de Hans Frank, el abogado nazi futuro gobernador general de Polonia, de siniestra memoria, que en esta época gravitaba alrededor de una sociedad de heráldica e investigaciones genealógicas dirigida por el doctor W. Daumenlang, quien había encontrado de nuevo, en el blasón de los Hohenzollern, laHakenkreuz, o cruz gamada, bajo la forma de rueda solar.




Por lo que se refiere al Völkischer Beobachter, el órgano de Prensa que más tarde, bajo el impulso de Alfred Rosenberg, se convertida en el periódico oficial del partido nazi, acababa de ser adquirido por Sebottendorf en nombre de la Thulegesellschaft. Dietrich Eckart, que fue durante largo tiempo el mentor de Hitler, facilitó la operación de compra del periódico proporcionando una suma muy importante cuyo origen permanece en el misterio.

 En su obra Bevor Hitler kam (Antes de que Hitler venga), aparecida en Alemania en 1933, el fundador de la Thulegesellschaft recuerda cuál fue la fuente esotérica de su doctrina, que demuestra que los fundadores del partido nazi no desdeñaban extraer del Islam, religión en pleno movimiento, accesible al esoterismo procedente de Egipto, parte de su inspiración gnóstica.

Así, Sebottendorf no dudaba en escribir: «El Islam no es una religión petrificada. Por el contrario, su vitalidad es mayor que la del cristianismo. ¿De dónde puede venir su fuerza?

De su fuente oculta, de un agua viva que en los primeros tiempos de la Iglesia lo fecundaba todo, y que suscitó en la Edad Media las floraciones más maravillosas».

Sólo se puede comprender esta inmersión en las fuentes de las grandes religiones, zoroastrismo, maniqueísmo, budismo, islamismo, intentando situarse en el especialísimo enfoque de los nuevos señores de Alemania.

A sus ojos, era preciso encontrar por todos los medios «el hilo del conocimiento perdido», y para conseguirlo había que utilizar las corrientes esotéricas tradicionales, que son las únicas que permiten reconstituir, página tras página, el «Gran libro de la mitología aria». «Es necesario —señala Sebottendorf— demostrar que la francmasonería oriental aún conserva fielmente en nuestra época las antiguas enseñanzas de la sabiduría, olvidadas por la francmasonería moderna, cuya constitución en 1717 representó una separación de la vía justa».

 Según su propia visión, Sebottendorf se creía llamado a cumplir una misión: «Al revelar la fuente de estos misterios, no se me puede reprochar ninguna profanación ni sacrilegio. Éste es el camino que las órdenes de derviches acostumbran a utilizar, con objeto de adquirir fuerzas especiales mediante técnicas particulares.

 La mayoría de ellos son hombres que aspiran a la suprema iniciación, aquella de donde proceden los que se han formado y preparado en sus misiones de jefes espirituales del Islam… Esta suprema iniciación es la base práctica de la francmasonería y constituía la obra de los alquimistas y rosacrucianos.

Mas para responder a la acusación de una posible traición por mi parte, tengo que declarar que este texto ha sido escrito a petición de los jefes de la Orden. La razón de ello es la siguiente: una vasta organización de la incredulidad, de dimensiones monstruosas, quiere someter al mundo civilizado. Las instituciones religiosas están tan profundamente minadas que ni siquiera pueden rehacerse ni oponer una resistencia unificada. Si no aparecen jefes espirituales en Occidente, el caos puede arrastrar a todos al abismo.

En semejante peligro, los hermanos musulmanes se acordaron de que la tradición afirma que hubo un tiempo en que se conocía en Europa la ciencia suprema… La angustia del momento hizo desaparecer toda objeción a la publicación (de esta obra)». En esta iniciación, Sebottendorf reivindica como a su maestro al dirigente de la Unión del Martillo, Theodor Fritsch (1825- 1933), autor del Manual de la cuestión judía, que obtuvo en su tiempo cierto éxito. El libro de Fritsch evocaba los grandes mitos del pasado.

Fritsch ejerció una influencia notable sobre las teorías de la Orden de los Germanos, fundada en 1912, la cual agrupaba a ciertas logias de la francmasonería prusiana (racista), así como a asociaciones antisemitas declaradas. «En mayo de 1914, en Thale —relata Sebottendorf—, los militantes de la Germanenorden formaron una alianza secreta, la primera logia antisemita, destinada a combatir, en tanto que sociedad consciente, a la alianza secreta judía». La Orden de los Germanos se titulaba igualmente «Alianza para el deber del arte original alemán y para el conocimiento», lo que dice mucho acerca de sus objetivos secretos.

El grupo Thule se convirtió en una filial particularmente activa de la sociedad nativa, ya que los principales intelectuales nazis debían surgir de él, apropiándosele numerosos ritos, principalmente el del saludo «Sieg Heil», según los testimonios del propio Sebottendorf. Lo que hace suponer que decía la verdad es la prohibición de su libro, decretado por el Gobierno nazi en 1934. Se supone que decía demasiadas cosas. He aquí, según Ray Petitfrére, en su obra La mística de la cruz gamada, cuáles eran las reglas de la Germanenorden animada por el barón alemán: «1° La Orden sólo aceptaba como miembro a todo alemán capaz de demostrar la pureza de su sangre hasta la tercera generación.

 Las mujeres (como en los Iluminados de Baviera) sólo eran admitidas en el grado de amistad, y no debían tener relaciones conyugales más que con un alemán de sangre pura. 2° Debía concederse una importancia especial a la propaganda racista. Era preciso aplicar al hombre las experiencias que se habían realizado en el reino vegetal y animal, y había que demostrar que la causa fundamental de toda miseria consistía en la mezcla de las razas».

En vísperas de la guerra de 1914, un centenar de logias se habían formado ya en todas partes a través de Alemania, agrupando a varios millares de miembros. Naturalmente, toda la organización era secreta.

En diciembre de 1917, bajo el impulso de Von Sebottendorf, se decidió la publicación de las Noticias generales de la Orden, destinada solamente a los iniciados, y de lasRunas, accesibles a los titulares del grado de amistad. En esta ocasión, Von Sebottendorf asumió la dirección del importante cargo de jefe para Baviera; y el mismo Sebottendorf escribe estas líneas reveladoras: «Esta elección fue importante, ya que Baviera se convertía así en la cuna del movimiento nacionalsocialista».

En las publicaciones de la Orden figuraba en lugar preeminente la cruz gamada, acompañada del símbolo del dios Wotan. En cuanto a la denominación «Thule», que sucedió a la «Orden de los Germanos» hasta el punto de absorberla por completo, resulta muy evocador el mito del continente hiperbóreo.

Este nombre forzosamente tenía que atraer a Sebottendorf, siempre a la búsqueda de símbolos mágicos. Por lo demás, el hombre era muy versado en astrología, ya que hizo numerosos horóscopos para altas personalidades. Por su iniciativa, a partir de 1918 las logias se reunían todos los sábados, que es el día de Saturno, astro ligado al destino de Adolf Hitler, nacido bajo el signo de Aries, que transcribió el signo astrológico en su firma.

Añadamos que el signo oficial de la Thulegesellschaft, el que decoraba las logias, representaba la cruz gamada atravesada por dos lanzas. La derrota de 1918 favoreció a los grupos esotéricos racistas, que se aprovecharon de la desesperación de numerosos alemanes.

Así ocurre que el 9 de noviembre de 1918, es decir, dos días antes del armisticio, Sebottendorf pronuncia el discurso siguiente, que es muy significativo: «Tengo la intención de comprometer a laThulegesellschaft en este combate —dijo— durante todo el tiempo que conserve el Martillo de Hierro…

Hago juramento de ello sobre esta cruz gamada, sobre este signo que para nosotros es sagrado, con objeto de que tú lo oigas. ¡Oh, Sol triunfante!, y mantendré mi fidelidad ante ti. Tened confianza en mí, como yo la tengo en vosotros… Nuestro Dios es el padre del combate, y su runa es la del águila…, que es el símbolo de los arios. Igualmente, para indicar la facultad de combustión espontánea del águila, se la representará en rojo…

Éste es nuestro símbolo, el águila roja, que nos recuerda que es preciso pasar por la muerte para poder revivir». Fijémonos en la adhesión al simbolismo del águila, que será recogida por los nazis, juntamente con la cruz gamada, así como la creencia neognóstica en la encarnación de las almas, en medio de este delirio esotérico destinado a impresionar a los oyentes. En su libro Bevor Hitler kam, Sebottendorf publicó la lista completa de todos los miembros del partido nazi que hablan pertenecido al grupo Thule.




 Entre los jefes del movimiento hitleriano, se destacan los nombres siguientes: Adolf Hitler; que formaba parte del grupo como hermano visitador; RudolfHess, nacido el 26 de abril de 1894 en Alejandría (Egipto). Frecuenta las Universidades suizas, donde hasta 1914, aprende lenguas extranjeras. Enrolado voluntariamente por toda la duración de la guerra, termina su campaña como oficial de aviación.

Uno de los primeros adeptos al partido nazi, participa en el «putsch» de Múnich y comparte la cautividad de Hitler en la prisión de Landsberg. Ministro de Estado en 1933, y delfín designado por el Führer a partir de 1937, hasta su huida a Inglaterra en 1941; Alfred Rosenberg, nacido el 12 de enero de 1893.

 Colaborador de D. Eckart y redactor jefe del Völkischer Beobachter en 1924. Reichsleiter del partido nazi, ideólogo oficial, ministro y jefe de los Servicios Exteriores del NSDAP. Autor, entre otras obras, de la famosa El mito del siglo XX; Rudolf vonSebottendorf, de verdadero nombre, Glauer. Fue adoptado en 1911 por el barón Von Sebottendorf, del que tomó su nombre tras su muerte. Expulsado de Alemania como indeseable, ya que era súbdito turco desde 1911, regresó a Turquía en 1924, De 1929 a 1931, recorrió México y América.

Falleció, ahogado, en 1945; Max Aman, que se convertirá en el director de las ediciones del partido nazi; Anton Drexler, fundador y presidente del partido obrero alemán, que se transformará en partido nacionalsocialista obrero alemán; DietrichEckart, redactor jefe del Völkischer Beobachter y consejero de Hitler. Muerto en 1923; Hans Frank, Doctor en Derecho, abogado y consejero jurídico del NSDAP, más tarde gobernador general de la Polonia ocupada (1940);

Todos estos nombres nos ilustran sobre el sustrato del grupo Thule y los verdaderos orígenes del nazismo. Veremos ahora cómo nació el partido nacionalsocialista, o nazi, después de los prometedores inicios del grupo esotérico.

 Cuando fue desmovilizado, tras cuatro años de guerra en el barro de las trincheras, Hitler sintió la derrota de Alemania como una injusticia y una traición, que inmediatamente imputó a los socialistas y a los judíos. Decidido, según sus propias palabras, «a entrar en la política», a partir de setiembre de 1919 se entregó a la búsqueda de un movimiento político nuevo capaz de conciliar el nacionalismo y las aspiraciones sociales de las capas populares.

Con motivo de una reunión en una cervecería de Múnich, Hitler descubrió el pequeño partido fundado por Antón Drexler. La Thulegesellschaft había intervenido ya en este núcleo político que constituía el partido obrero alemán, introduciendo en él a uno de sus agentes en la persona de Karl Harrer, miembro influyente del grupo esotérico, en el mes de marzo de 1919. Este periodista había realizado entonces la fusión del círculo político de trabajadores con el nuevo partido.

 Cuando Hitler penetró en la sala de reunión de la cerveceria «Sterneckbräu», Gottfried Feder, miembro eminente de la Thulegesellschaft, estaba hablando. Feder, que había de convertirse en el responsable de economía del NSDAP, se percató al instante de la presencia de Hitler, no sólo por lo que este personaje tenía de insólito, sino, sobre todo, porque aquella cara no le era desconocida.

Feder había dado, algún tiempo antes, cursos de política destinados al Ejército, cursos que Hitler había seguido regularmente antes de ser desmovilizado. En realidad, el joven Adolf Hitler tenía ya sus partidarios desde hacía algún tiempo. Pero su virulenta intervención, en el curso de la reunión, contra el discurso de un autonomista bávaro, atrajo la atención sobre él. Antón Drexler invitó a Hitler a participar, a partir de entonces, en las sesiones de su comité.

Hitler aceptó la invitación y se inscribió unos días más tarde en el DAP en calidad de miembro n.° 7, número sagrado. Pero fue Dietrich Eckart, escritor y periodista de nombradía, ya inscrito en el partido de Drexler y miembro de laThulegesellschaft, quien «lanzó» realmente a Hitler, proporcionándole los fondos necesarios para sostener una primera campaña de propaganda. Eckart tomó a Hitler bajo su protección e hizo de él su pupilo político.

Le presentó, así, al capitán Roehm, oficial político de la Reichswehr y que disponía de numerosos apoyos en las esferas dirigentes del Ejército, principalmente por medio de su jefe jerárquico, el general Von Epp. Roehm aportaba de este modo a Hitler la benévola tolerancia de los medios militares y del Gobierno bávaro, sumamente valiosa en tales comienzos políticos. Toda la operación estaba muy bien planeada.

No faltan más que dos personajes para reconstituir el «puzzle» original de la empresa. Rudolf Hess y Alfred Rosenberg aportaron al naciente movimiento el refuerzo de sus conocimientos «secretos».

 Estos dos personajes tuvieron, desde 1920 a 1925, una enorme influencia sobre Hitler, a quien predicaron el evangelio del grupo Thule. Hess y Rosenberg fueron presentados a Hitler por Dietrich Eckart, el cual aparece así decididamente como el eje de la primera aventura hitleriana. Rudolf Hess había nacido en Egipto en 1896.

Hess recibió una sólida educación escolar y universitaria en Suiza, antes de alistarse en el Ejército, en 1914, para terminar la guerra como oficial de aviación. Nacionalista ardiente y atraído por el placer de lo insólito, Hess se inscribió en el grupo Thule, Fue él quien presentó a Hitler al célebre político Karl Haushofer, antiguo general y profesor en la Universidad de Múnich.

Si añadimos a esta lista a Max Amann, el antiguo sargento mayor de Hitler en el frente y miembro también de la Thulegesellschaft, que se convertirá en el editor y hombre de negocios del partido, tenemos ya a los principales protagonistas en el origen de la primera aventura hitleriana. Todas estas personas pertenecían a sociedades secretas, grupo Thule o sociedad del Vril. No resulta, por tanto, sorprendente encontrarlas a cada paso mezcladas con la ejecución de los ritos de la nueva religión de la cruz gamada.

Disponiendo a partir de aquel momento de una base política, de unos apoyos financieros importantes y de un aparato secreto, que podía guiar Hitler, el partido nazi iba a convertirse en la máquina de guerra de estos nuevos gnósticos, máquina que tenía en su cabeza un formidable detonador, Adolf Hitler, único hombre que poseía las cualidades suficientes para despertar otra vez a Alemania de su sueño letárgico y hacer de ella el instrumento dócil de sus proyectos mágicos. En su lecho de muerte, en 1923, Dietrich Eckart aconsejó a sus íntimos:

«Seguid a Hitler. Él bailará, pero soy yo quien ha escrito la música. Le hemos dado los medios para comunicarse con ellos. No sintáis mi muerte: yo habré influido sobre la Historia más que ningún otro alemán». La personalidad de Hitler fue siempre un enigma, incluso a los ojos de sus más próximos colaboradores. Con mayor motivo, los historiadores que quieren bosquejar un retrato fidedigno del jefe del III Reich se enfrentan a una situación embarazosa. Se ha descrito, alternativamente, a Hitler como un loco, un genio, un criminal, un poseso, o incluso un pequeño burgués.

Como toda personalidad excepcional, Hitler tenía un alma compleja, inasequible, que escapaba a cualquier juicio tajante. Las nociones del bien y del mal no tienen ya ningún sentido cuando se aplican a semejante personaje, cuya extraña singularidad atrae siempre a las multitudes ávidas de misterio. Lo que es cierto es el aspecto profético, místico y visionario de este moderno mago negro, que puede, asimismo, presentar al mundo la faz repelente de un cínico, de un ser duro e insensible, capaz de enviar a la muerte sin el menor escrúpulo a todos cuantos pudieran estorbarle.

Sabidos son sus dones prodigiosos como orador que predicaba el nuevo evangelio de los arios, resucitando con una intuición inquietante la elocuencia medieval de los profetas místicos y de los iluminados. Él mismo, en Mein Kampf, habla del poder mágico del verbo.

 Cuando se dirigía a las multitudes, Hitler entraba verdaderamente en trance, estableciendo una comunicación mediúmnica con su auditorio, proyectando su fluido hacia la masa, de la cual, en reciprocidad, recogía su impulso, como un acumulador recoge la corriente eléctrica. Era realmente elTrommel, el tambor de Alemania, como le gustaba titularse a sí mismo.

«Este hombre —escribe Otto Strasser, en su obra Hitler y yo—, que, como una membrana sensible, registra las vibraciones del corazón humano, ha sabido, con una intuición que ningún don consciente podría remplazar, convertirse en el portavoz de los deseos más secretos, de los instintos a menudo menos confesables, de los sufrimientos y de las íntimas rebeliones de su pueblo».

Si Hitler pudo desempeñar este papel de magnetizador del pueblo alemán, sin duda lo debe a sus orígenes bávaros. Alemania meridional es un semillero de médiums: Stockhamer, los hermanos Schneider, ocultistas conocidos en el mundo entero, nacieron, como Adolf Hitler, en la pequeña ciudad deBraunau del Inn. En las conversaciones privadas que sostuvo con las celebridades de su tiempo, Hitler conservaba también este mismo poder de fascinación.

 Uno de sus secretarios (Doce años junto a Hitler) ha relatado el hecho: «Cuando Hitler hablaba, bien fuera con un solo interlocutor o ante una multitud, este don se manifestaba con la misma intensidad. Literalmente, fascinaba e imponía su voluntad. (…) Emanaba de él este fluido magnético que nos acerca a las personas o, por el contrario, nos separa de ellas. (…)

Este extraordinario poder sugestivo explica el que hombres desesperados que acudían a verle volvieran a partir llenos de confianza». En el proceso de Nuremberg, el mariscal Von Blomberg confirmó, gracias a su testimonio, estas afirmaciones que podrían parecer exageradas:

«Era casi imposible contradecir a Hitler, no sólo porque hablaba siempre con una extrema volubilidad y una gran violencia, sino también porque tenía, de hombre a hombre, una influencia tan grande que uno se sentía más o menos forzado a seguirle y a participar de sus ideas. Era indiferente que se dirigiera a un solo hombre o a un millón.

 Os arrastraba y os convencía a pesar vuestro. Su magnetismo personal era formidable. Tenía un enorme poder de sugestión». Wilhelm Keitel,Mariscal de Campo alemán y destacado líder nazi durante la Segunda Guerra Mundial, afirmó: «Hitler era un motor formidable».

¿Cómo ejercía Hitler este poder?

El historiador Benoist-Méchin, que en 1941 tuvo una estrecha relación con Hitler, quedó impresionado por esta mirada extraña: «Sus ojos —dos ojos tan extraños que no me han permitido ver otra cosa que ellos— eran de un azul claro y transparente, estriados en gris. Se habría dicho que estaban vacíos y como privados de vida.

Pero rápidamente uno se veía obligado a rectificar este juicio. Lo que daba esta sensación de vacío era su fijeza. Se podría decir que las pupilas de Hitler, en lugar de observar al mundo, estaban vueltas hacia dentro y contemplaban un espectáculo que se desarrollaba en el interior de sí mismo.

A diferencia de la mayoría de las personas, cuya mirada se dirige a vosotros —o que incluso puede llegar a transparentaros—, la del Canciller parecía que os aspiraba y os arrastraba a su mundo interior. Se experimentaba como una especie de vértigo, al que uno no podía sustraerse más que por un esfuerzo de voluntad».

A partir de estas observaciones y del testimonio de algunos hombres que le habían conocido, ciertas personas creyeron poder afirmar que Hitler estaba manipulado por poderes invisibles, estos «superiores desconocidos» evocados por Herman Rauschning. Dotado de una fuerza mental extraordinaria, el Führer se habría escapado de las manos de sus iniciadores y, al igual que el «golem» de la Edad Media, se habría vuelto contra sus creadores.

Al decir de Rauschning (en Hitler me ha dicho), el hombre habría entrado en contacto con seres misteriosos que le aterrorizaban: «Una persona de su entorno me dijo que se despertaba por la noche profiriendo gritos convulsivos. Pide ayuda. Sentado en el borde de la cama, parece paralizado. Está sobrecogido por un pánico que le hace temblar hasta el punto de sacudir la cama. Lanza vociferaciones confusas e incomprensibles. Jadea como si estuviera a punto de ahogarse.

 La misma persona me contó una de estas crisis, con detalles que me negaría a creer si mi informador no me mereciera absoluto crédito. Hitler estaba de pie, en su habitación, vacilante, mirando alrededor de sí con la mirada extraviada. “¡Es él! iEs él! ¡Ha venido aquí!”, gemía. Sus labios estaban azulados y le caían gruesas gotas de sudor.




De pronto, dijo unas cifras sin ningún sentido, luego pronunció unas palabras, fragmentos de frases. Era espantoso. Empleaba términos ligados de un modo raro, totalmente extraños. Después, se había vuelto otra vez silencioso, aunque continuaba moviendo los labios. Entonces, le hicieron unas fricciones y le obligaron a tomar una bebida. Luego, súbitamente, rugió: “iAllí! ¡En el rincón! ¿Quién está allí?”

Golpeaba el lo con el pie y gritaba. Le tranquilizaron diciéndole que no ocurría nada de extraordinario, y entonces, poco a poco, se fue calmando». Es cierto, aunque se ponga en duda el testimonio precedente, que el personaje de Hitler presenta un aspecto bastante desconcertante. Goebbels, ministro de Propaganda, que era uno de sus íntimos, confió un día a su ayudante de campo, el príncipe de Schaumburg-Lippe:

 «Trabajo con él desde hace años, le veo casi cada día, y, no obstante, hay momentos en que se me escapa por completo. ¿Quién puede vanagloriarse de conocerle tal como realmente es? En el mundo de la fatalidad absoluta, donde él se mueve, nada tiene ya sentido, ni el bien, ni el mal, ni el tiempo, ni el espacio, y lo que los hombres llaman el éxito no puede servir de criterio.

Me tomará usted por un loco, pero escuche lo que voy a decirle: es probable que Hitler desemboque en una catástrofe. Pero sus ideas, transformadas, obtendrán de ella una nueva fuerza. Hitler tiene enemigos en el mundo que barruntan cuál puede ser su verdadera personalidad. Pero dudo que, aparte de mí, tenga un solo amigo que lo sepa. Y, a pesar de esto, lo que hay en última instancia lo ignoro. ¿Es realmente un hombre? No podría jurarlo. Hay momentos en que me produce escalofríos».

Las afirmaciones de Hitler: «Sigo, con la seguridad de un sonámbulo, el camino que me indica la Providencia», apoyan la hipótesis de los poderes supranormales. Pero, ¿de dónde habría obtenido Hitler tales poderes? ¿Del grupo Thule que le había iniciado en el esoterismo oriental? ¿Del misterioso monje de los guantes verdes enviado por los sabios del Tíbet? ¿O bien de una revelación más antigua?

No olvidemos la infancia de Hitler, así como tampoco la famosa abadía de Lambach, donde fue educado a partir de la edad de diez años. Ya en esta época el destino le reveló el emblema que había de hacer su fortuna y su desgracia: la cruz gamada. El anciano prior de la abadía de Lambach del Traun (Alta Austria) guardaba, todavía en 1930, el recuerdo del joven Adolf Hitler: «Hitler no podía pasar inadvertido.

El hijo del aduanero jubilado era, a los ojos de los habitantes, un mal muchacho que no prometía nada bueno. Ciertamente, era susceptible, indisciplinado, y gustaba de hacer novillos y correr por el bosque. Leía con frecuencia las novelas populares del Far West del escritor Karl May. Pero Hitler era muy dotado.

Conservamos de él el recuerdo de un niño singularmente voluntarioso y atormentado, que sentía con arrebato el encanto de los oficios divinos, que se dejaba ganar por la poesía de nuestros claustros tranquilos, de los patios sonoros, de las tumbas. Había llamado nuestra atención (y, no obstante, no tenía por aquel entonces más que diez años) por sus maneras de jefe y la autoridad de su porte. Era él quien conducía a sus camaradas a través del claustro, quien les indicaba sus puestos en los bancos de la clase.

Era él quien llevaba la voz cantante». De la abadía de Lambach, Hitler conservará una precoz experiencia mística que se desarrollará más tarde en tendencias neognósticas catarizantes y, sobre todo, el signo de la cruz gamada grabada treinta años antes en todo el monasterio por el padre abad, Theodorich Hagen.

 Eclesiástico muy erudito, el padre Hagen estaba más o menos versado en astrología. Era igualmente un especialista del Apocalipsis según san Juan, Evangelio que sabemos constituía la base de la religión cátara, y de Joachim de Fiore, el célebre autor visionario, profeta del Tercer Imperio y del Espíritu Santo, acusado por los teólogos de simpatía hacia la herejía albigense. En 1856, el padre Hagen efectuó un largo viaje al Próximo Oriente, residiendo, entre otros lugares, en Jerusalén, y luego en la isla de Patmos, donde san Juan había tenido sus visiones celestes.

También visitó Persia, Arabia, Turquía y el Cáucaso, estudiando allí, sin duda, el sufismo islámico, a la búsqueda de la unidad transcendente de las religiones. Al regresar a Lambach, en 1868, este curioso benedictino se puso en seguida a contratar obreros y ebanistas, a los que ordenó esculpir en todos los rincones de la abadía, sobre la piedra, la madera e incluso sobre los objetos del culto, un signo desconocido para todos: la svástica, o cruz gamada. Este ejemplo es único en los anales de la Iglesia.

Pero, ¿acaso el padre Hagen era todavía católico cuando hizo trazar el signo venerado en Occidente por los neognósticos cátaros y templarios?

Mientras el joven Adolf Hitler aún era alumno en la célebre abadía, un monje cisterciense, que respondía al nombre de Adolf Joseph Lanz, y cuyo físico era el tipo mismo del ario rubio de ojos azules, se detuvo para una estancia en Lambach.

 Este hombre, atraído por la austeridad de la vida monástica, permaneció durante varias semanas encerrado en la biblioteca del monasterio, donde realizaba misteriosas investigaciones. ¿Descubrió allí lo que buscaba?

 Lo cierto es que, abandonando su hábito, el monje cisterciense partió para Viena, donde al año siguiente (1900) fundó la Orden del Nuevo Temple, inspirada, como su nombre indica, en los célebres monjes-soldados, y de la cual se proclama el nuevo Gran Maestre.

El mismo, Adolf Lanz, habría sido iniciado, según sus palabras, por un sucesor de Jacques de Molay. Según Wilfried Daim, Hitler leía asiduamente Ostara, el periódico publicado desde 1905 por Georg Lan von Liebenfels, el alias de Adolf Joseph Lanz, que, hecho significativo, utilizaba la cruz gamada como signo de reconocimiento.

 Para Lanz, las razas inferiores de cabellos oscuros eran los monos de Sodoma representados por la Biblia, los demonios, por oposición a los arios de ojos azules, obra maestra de los dioses, dotados de «emisores de fuerza» y de «órganos eléctricos» que les aseguraban una absoluta supremacía sobre todas las otras criaturas. Lanz pretendía despertar a los dioses que dormitaban en el hombre, a fin de dotar nuevamente a éste con la fuerza divina que le restituiría el poder original.

Lanz pretendía de este modo haber formado a varios grandes hombres políticos, entre ellos a Adolf Hitler y Lord Kitchener. Adolf Hitler, reconocido desde la más tierna infancia, pudo muy bien beneficiarse de una iniciación, lo cual explicaría su odio a la Iglesia romana, cuya «intolerancia» fustigaba, y sus invocaciones constantes a una religión que él llamaba personal, pero que no era, en realidad, más que un tardío resurgimiento del catarismo templario. Joseph Greiner, que conoció a Hitler en Viena y en Múnich, nos señala, entre sus lecturas preferidas, La mitología germánica.

 Según el mismo testimonio, Hitler «guardaba en su memoria, mucho mejor que la mayoría de los profesores, la sustancia de los 25.000 versos deParsifal. Martín Lutero y toda la historia de la Reforma le placían mucho y manifestaba un vivo interés por el dominico Savonarola.

Estaba muy instruido acerca de las actividades de Zuinglio en Zúrich y de Calvino en Ginebra, y había leído las enseñanzas de Confucio, así como las de Buda y su época. Leyó un enorme número de obras sobre Moisés, Jesús, y los orígenes del cristianismo, y en este sentido estudió las obras de Renan y de Rosaltis. Entre los clásicos, leyó aShakespeare, Goethe, Schiller, Herder, Wieland, Ruckert y Dante, y, entre los modernos, a Scheffel, Stifter, Hammerling, Hebbel, Rosegger, Hauptmann, Sudermann, Ibsen y Zola».

Al enumerar los autores preferidos de Hitler, nos damos cuenta, de que su elección estaba orientada por consideraciones muy particulares. El estudio de la sabiduría oriental y tibetana, del nacimiento del cristianismo que vio florecer a los autores gnósticos, y luego de la Reforma anticatólica, se completa con la lectura de autores cuya obra está fuertemente teñida de esoterismo: Dante, Goethe, y, mucho más recientemente, Gerhart Hauptmann, dramaturgo, novelista, poeta alemán del Naturalismo y premio Nobel de literatura.

Estas tendencias a cultivar lo extraño se irán afirmando con una fuerza progresivamente mayor, y la vida privada de Adolf Hitler nos muestra a un hombre víctima del vértigo de una mística religiosa, que con frecuencia será interpretada en un sentido contrario. Hitler era vegetariano.

Pero, ¿cuáles son las verdaderas razones de semejante ascesis, que llegaba hasta proscribir por completo toda bebida que contuviera alcohol? Nadie se ha percatado del hecho de que el vegetarianismo hitleriano concordaba admirablemente con la doctrina cátara, al igual que el rechazo de los placeres sensuales se corresponde con la ética de los perfectos. Ante algunos íntimos, Hitler gustaba de explicarse sobre los motivos de su régimen alimenticio, sin aclarar, no obstante, las razones profundas de semejante disciplina.

 Le agradaba confiar a Otto Dietrich, o a Hermann Rauschning, que se abstenía de carne y de cigarrillos no sólo por razones higiénicas, sino por «convicción razonada» y para lograr «una purificación generalizada» de todo su ser. En sus conversaciones de sobremesa, Hitler con el fin de provocar en sus invitados una repugnancia hacia los manjares carnosos, no duda en describir, con los detalles más horribles, el trabajo de los matarifes en los mataderos.

Estas muertes de animales le repugnan profundamente. Curiosamante, este hombre, que ordena las ejecuciones de seres humanos con la mayor tranquilidad, llora por la muerte de sus canarios. Adora los animales y no encuentra palabras bastante duras para condenar a los cazadores, a los que detesta.

En verdad, Hitler creía en la reencarnación de las almas en los cuerpos de los animales, como los budistas y los cátaros, los cuales creían en la metempsícosis. «Soy un amigo de los animales —confesaba Hitler—, y estimo particularmente a los perros». Con auténtica ternura, describe a su perro Foxl, al que adoptó durante la Primera Guerra Mundial:

«Fue en enero de 1915 cuando di con Foxl; estaba persiguiendo un ratón que había saltado dentro de nuestra trinchera. Se debatió, intentando morderme, pero yo no aflojé la presa. Por fin, lo atraje hacia mí. Intentaba constantemente escaparse. Con una paciencia ejemplar (el animal no comprendía una palabra de alemán), lo habitué poco a poco a mi persona.

Al principio, no le daba más que bizcochos y chocolate: había adquirido estas costumbres de los ingleses, que estaban mejor alimentados que nosotros. Luego, me dediqué a educarle. No me dejaba ni a sol ni a sombra… (…) No sólo simpatizaba con este animal, sino que me interesaba también estudiar sus reacciones.

Por último, terminé por enseñárselo todo: saltar obstáculos, subir por una escalera, volver a bajarla… Lo esencial es que un perro duerma siempre al lado de su dueño. Cuando tenía que salir de la trinchera, lo dejaba atado en ella. Mis camaradas me decían que durante mi ausencia no se interesaba por nadie. Y ya de lejos me reconocía. ¡Qué derroche de entusiasmo en mi honor!»

Más adelante, Hitler tendrá varios perros, entre ellos Rudi, un perro policía que le seguía por todas partes, tanto en Prusia Oriental como en el bunker de la Cancillería. Otro rasgo del personaje era su afecto por los niños.

 Las fotografías que muestran el Führer abrazando a niños y niñas pequeños que se acercaban a él para llevarle regalos o flores no son sólo producto de la propaganda. En su vida privada, Hitler actuaba del mismo modo.

Así, los cinco hijitos de Goebbels venían con frecuencia a la Cancillería o a Berghof para visitar a aquel a quien familiarmente llamaban «tío Adolf» y al que adoraban.

 Por su parte, Hitler, que para los demás tenía un carácter irascible, mostraba con ellos una paciencia angélica distribuyéndoles golosinas o contándoles divertidas historietas. Al no tener él mismo descendencia, el Canciller se titulaba «el padre de todos los niños alemanes». También la vida sexual de Hitler es un misterio, incluso a los ojos de los historiadores.

A pesar de lo que se ha podido afirmar, se cree que Hitler practicaba la castidad por convicción razonada, con un espíritu de disciplina y purificación que recuerda al de los gnósticos y los cátaros. En la óptica hitleriana, el abandono de la continencia sexual debía entrañar la pérdida de estos poderes supranormales conferidos a título excepcional a un hombre político. Por este motivo, Hitler mantuvo siempre con las mujeres relaciones únicamente platónicas.




 Esto no le impedía gustar de la compañía de mujeres jóvenes, con las que mostraba una cortesía vienesa. Sus maneras galantes estaban impregnadas de un acento de la vieja Austria que sabía seducir. En cierto sentido imitaba a los trovadores cantados por Wagner y que loaban el amor cortesano. Uno de sus secretarios nos revela: «A Hitler le gustaban las mujeres que se adornaban con flores naturales. Llegaba hasta el punto de coger las que decoraban la mesa y lanzarlas, con una mirada incitante, a sus invitadas.

Cuando las mujeres a las que así había manifestado su interés las habían prendido en sus cabellos o en su blusa, Hitler les dirigía siempre un cumplido encantador. Cuando una mujer llegaba a la mesa adornada con unas flores cuyo color no le gustaba, al instante escogía otras de un jarrón y se las tendía con la sugerencia de que se combinaban mejor con la blancura de su piel o con el color de su vestido». Pocas mujeres se encuentran en la vida de Hitler, aunque en sus tiempos de esplendor se le hayan atribuido numerosas aventuras.

Tres figuras femeninas se destacan en su vida sentimental, tres nombres que él rodeó de un amor idealizado: Estefanía, Geli Raubal y, finalmente, Eva Braun. Hitler tenía dieciséis años cuando se enamoró por primera vez. La muchacha se llamaba Estefanía. «Todas las noches —dice el nazi Léon Degrelle—, él (Hitler) se instalaba en el puente de Linz para verla pasar».

Durante los seis meses que duró el flirteo, no se atrevió a decirle una palabra. A esta edad, Hitler era muy tímido, y el adolescente se consumió durante diez años, lo que puede parecer increíble, en el amor de esta aparición lejana, imitando a los poetas de finales de la Edad Media, Dante y Petrarca, a los que admiraba. «En toda la juventud de Hitler —afirma Degrelle— no hay más que un solo amor».
En el curso de su agitada vida política, Hitler conocerá varios idilios, pero todos terminarán trágicamente.

 Un primer amor culminó con el suicidio de una muchacha en una habitación de hotel. Los amores del pintor austríaco están marcados por un signo trágico revelador de una pasión imposible. Geli Raubal, su propia sobrina, a la que amó hasta el punto de perder la cabeza por ella, se suicidó de un disparo de revólver. Los celos patológicos de Hitler la habían vuelto loca. La última unión de Hitler fue la joven y rubia Eva Braun, que le fue presentada por su fotógrafo, Hoffmann, y con la que se casó «in extremis», antes de arrastrarla consigo a la muerte el 29 de abril de 1945. Ya en 1935, Eva había intentado poner fin a sus días por medio de un pequeño revólver que siempre llevaba en su bolso.

Hitler no comprendía a las mujeres que se enamoraban apasionadamente de él. Vivía en un mundo inaccesible en el que la embriaguez de los sentidos no tenía ninguna significación, y el amor era antes que nada, amistad. En esta ola de suicidios, hay que citar también el nombre de una joven bella y inglesa, Unity Mitford.

 «Parecía —relata un testigo de la época— una diosa griega, esbelta, rubia, el tipo germánico perfectos La muchacha creía conseguir, mediante su amor, reconciliar a Hitler con Inglaterra. Unity seguía al Führer en todos sus desplazamientos, y éste, a veces, la invitaba. La belleza de sus rasgos despertaba la admiración de Hitler, pero el idilio no fue nunca más allá. Tras la declaración de guerra del 3 de setiembre de 1939, Unity, desesperada, se disparó un tiro en la sien bajo las ventanas de la Cancillería.

Gravemente herida, fue confiada a las manos de los más expertos cirujanos del Reich. Cada día Hitler le mandaba rosas. Se organizó un tren especial para conducirla hasta Suiza. Desde allí, pudo regresar a Inglaterra, donde murió de pesadumbre algún tiempo después de la desaparición de su ídolo». Algunas alusiones al catarismo pueden descubrirse, por ejemplo, en la obra de Hermann Rauschning Hitler me ha dicho.

Hitler recibió con grandes honores al escritor Gerhart Hauptmann, ilustre autor de Los tejedores de Silesia, obra teatral cuya acción se sitúa en el siglo XIX, pero que contiene un considerable número de símbolos relativos a los tejedores en la Edad Media, es decir, a los cátaros. «Gerhart Hauptmann fue introducido en la sala.

 El Führer le estrechó la mano y le miró a los ojos. Era la famosa mirada de la que todo el mundo habla, esta mirada que produce escalofríos y acerca de la cual un jurista bien relacionado y ya de edad madura me dijo un día, que, habiéndola soportado, no tenía más que un deseo, el de retirarse a su casa para recogerse y asimilar este recuerdo único. Hitler sacudió otra vez la mano de Hauptmann.

En este momento, pensaban las personas presentes, saldrán las palabras inmortales que entrarán en la Historia. Ahora, pensaba también Hauptmann. Y el Führer del Reich, por tercera vez, sacudió la mano del gran poeta, y luego pasó a los visitantes siguientes. Lo que no impidió a Gerhart Hauptmann decir a sus amigos, algo más tarde, que esta entrevista había sido la cumbre y la recompensa de toda su vida».

Hitler había estrechado por tres veces las manos de Hauptmann. Ahora bien, la cifra tres es un signo de reconocimiento entre los iniciados de algunas Órdenes, principalmente, los masones… y los cátaros. Mediante este gesto, Hitler reconocía al iniciado y le transmitía su fluido, lo que aclara con una nueva luz la interpretación del propio Hauptmann a propósito de este encuentro.

Todo el viejo fondo gnóstico, dualista y càtaro se disimulaba en el nazismo, como en toda sociedad de naturaleza ambigua, abierta hacia el exterior y hacia el interior. A los ojos del observador superficial, el hitlerismo debió de pasar por una manifestación exacerbada del sempiterno pangermanismo, y nada más.

 El resto era cuenta de los iniciados de la secta. Sin embargo, algunos entrevieron la verdad. Por ejemplo, el célebre astrólogo Kerneiz, especialista del budismo tibetano, que, haciendo el horóscopo de Hitler, señaló la posición de la Luna a 6º 37′ de Capricornio; posición que corresponde en el zodíaco hindú al asterismo Sravana. Éste tiene una significación muy especial, ya que su influencia determina los jefes de escuelas filosóficas y políticas, los fundadores de sectas religiosas.

Ante el temor de ser descubierto, Hitler despreciaba abiertamente la astrología que desvelaba el fondo de su secreta cosmogonía, lo que no le impedía acudir, discretamente, a los astrólogos más reputados cuando había de tomar una decisión importante.

Es, sin duda, su deseo de acercarse a los astros lo que impulsó a Hitler a construir, en la cima del monte Kehlstein, en los Alpes bávaros, su famoso Nido del Águila, donde se retiraba para meditar sus desmesurados proyectos y donde recibía a los huéspedes notables con el fin de impresionarles.

En este lugar romántico «acude a la memoria la figura del rey Luis II de Baviera, este rey de leyenda con sus palacios wagnerianos, su soledad y su locura. Disimulado en una garganta rocosa, oculto a todos los ojos, un ascensor escala varios centenares de metros y desemboca en una casa de cristal, invisible en medio de las rocas, frente a la montaña de Watzmann.

Aquí, cerniéndose por encima del mundo, innaccesible, lanza sus truenos el Führer alemán. Es su aguilera. Aquí afronta la eternidad, lanzando un desafío a los siglos». Refugiándose en las cimas donde únicamente sobrevuela el águila real, Hitler pretendía seguir la huella de Zoroastro, el profeta de los arios, y suceder en la realeza espiritual a los albigenses que hicieron de Montségur un templo fortaleza consagrado al culto solar.Berchtesgaden era un lugar sagrado a semejanza del Tabor pirenaico.

Estos pensamientos mágicos debían de obsesionar al Führer de la Gran Alemania cuando, a través de los amplios ventanales de Kehlsteinhaus, contemplaba el espectáculo grandioso de las cumbres alpinas perfilando sus crestas nevadas sobre el horizonte.

 De vez en cuando, Hitler salía de su sueño interior para desarrollar ante sus comensales los temas de la Weltanschauung nazi, tales como la admiración por el mundo antiguo, impregnado de sabiduría y de conocimientos esotéricos, el desprecio hacia el cristianismo, tal como es enseñado, el odio hacia la Iglesia católica, con una simpatía inconfesada por todos los herejes y los buscadores de dioses.

En la gran sala del Berghof, ante la alta chimenea de mármol donde quemaban troncos enteros de árboles, Hitler permanecía silencioso durante largos momentos, fascinado por el espectáculo de las llamas, interrogando a las brasas crepitantes. Súbitamente, salía de su reflexión, y, ante sus estupefactos invitados, se lanzaba a largos monólogos tratando de explicar a los profanos sus propios conceptos del mundo.

A sus ojos, todo el mal había comenzado con la aparición del cristianismo, destructor del sacerdocio antiguo y de la ciencia iniciática. Así, para él: «Cristo era un ario, y san Pablo se había servido de su doctrina para movilizar el hampa y organizar de este modo un prebolchevismo. Esta intrusión en el mundo señala el fin de un largo reinado, el del claro genio grecolatino». Por otra parte, Hitler no hacía ningún misterio de su admiración por Grecia:

«Si consideramos por un momento a los griegos antiguos (que eran germanos), encontramos en ellos una belleza muy superior a la belleza hoy día propalada, y con esto me refiero tanto al terreno del pensamiento como al de las formas. Si uno se remonta más lejos en el pasado, se puede encontrar nuevamente en los egipcios a seres humanos con la calidad de los griegos.

Desde el nacimiento de Cristo, sólo unas cuarenta generaciones se han sucedido en la Tierra, y nuestro saber se remonta tan sólo a unos pocos milenios antes de la Era cristiana». Estas últimas palabras proyectan un débil resplandor sobre las ideas que podían bullir en el cerebro de Hitler. Los custodios de la ciencia sagrada nacida de la tradición atlante, a saber, los grandes sacerdotes de Egipto, eran considerados, tanto en el pensamiento de Hitler como en el de los gnósticos y los filósofos neoplatónicos de Alejandría, como maestros del conocimiento integral, aspiración secreta del nazismo, que de este modo pretendía apurar en su última manifestación abierta, el catarismo, los tesoros de cierta sabiduría perdida.

«Los sacerdotes de la Antigüedad (habla Hitler) estaban más cerca de la Naturaleza y buscaban modestamente la significación de las cosas. Frente a esto, el cristianismo promulga sus inconsistentes dogmas y los impone por la fuerza. Semejante religión lleva en si misma la intolerancia y la persecución.

No hay nada más sangriento». Esta denuncia de los excesos cometidos por la Iglesia parecía, cuando menos, desaforada en boca de un hombre que hizo ejecutar fríamente a millones de seres humanos, pero encuentra su lógica en la línea fanática seguida por el amo del III Reich.

Los que habían encendido las hogueras de antaño debían ver recaer sobre sí mismos las persecuciones. Semejante concepción, que, invirtiendo los signos de la Historia, confunde a judíos y cristianos en una misma execración, arrastró a las ejecuciones sangrientas del reinado nazi, como quedo demostrado en los siniestros crematorios de Auschwitz.

Se reconstituía el Infierno de Dante, pero sobre la Tierra, y Hitler podía dejar que se manifestara su admiración por el autor de la Divina Comedia, obra que consagra la unión del catarismo templario: «Merece la pena poner de manifiesto las semejanzas existentes entre la evolución de Alemania y la de Italia.




 Los creadores de la lengua, Dante y Lutero, se levantaron contra el deseo de ecumenismo del Papado». Anticristiano, lo era ciertamente el autor de Mein Kampf, en la medida que la Iglesia y la cristiandad se habían confundido durante largo tiempo, dando la jerarquía eclesiástica su aspecto definitivo a la doctrina.

No obstante, Hitler declaraba a sus íntimos que Jesús luchó contra el materialismo corruptor de su época; así, pues, contra los judíos. Todo su odio se dirige, por tanto, a los hijos de Israel, y en primer lugar a San Pablo, quien fundó las primeras comunidades cristianas de Europa: Pablo de Tarso, que al principio fue uno de los más encarnizados adversarios de los cristianos, se dio cuenta de pronto de la posibilidad de utilizar inteligentemente, y para otros fines, una idea que ejercía semejante poder de fascinación… (…) Fue entonces que el futuro san Pablo desnaturalizó con un diabólico refinamiento la idea cristiana.».

Se encuentra de nuevo aquí el tema gnóstico de la doctrina alterada; incluso el odio contra Pablo es una de las constantes de la religión maniquea, antepasada lejana de los cátaros… «Esta idea, que contenía una declaración de guerra al Becerro de Oro, al egoísmo y al materialismo judíos, la convirtió en el grito de libertad de los esclavos de todo tipo contra la minoría, contra los señores, contra los dominadores».

Por el contrario, el médium de Braunau, cuando no encontraba palabras lo bastante hirvientes para denunciar «la impostura del Antiguo Testamento», reservaba sus alabanzas para las filosofías tradicionales orientales, impregnadas de esoterismo, que dieron nacimiento a la gnosis y, más tarde, a la fe albigense.

«En ocasiones, uno siente —confiaba Hitler a sus comensales— un violento sentimiento de cólera ante el pensamiento de que algunos alemanes hayan podido deslizarse hacia estas doctrinas teológicas desprovistas de toda profundidad, mientras existen otras, como la de Confucio, Buda y Mahoma, que ofrecen a la inquietud religiosa un alimento más preciado».

 Habiendo fracasado, después de las persecuciones, todas las tentativas para sustituir la tutela de la Iglesia por una verdadera libertad religiosa, el odio hacia el clero católico sigue siendo una constante de las afirmaciones hitlerianas. «La Iglesia se plegó a la necesidad de imponer brutalmente su código moral. Incluso no retrocedió ante la hoguera, entregando a las llamas, por millares, a hombres de gran valor». Esta alusión al drama de los albigenses no puede sorprendernos. El tema, sin embargo, seguía siendo tabú, y Hitler no podía revelar los secretos de la secta.

 ¿Por qué, si no hubiera creído en estas ideas, habría conservado como un talismán, en su despacho de la Cancillería, la lanza de Longinus que, según se dice, había atravesado el costado de Cristo?. Es sabido, que, juntamente con el Graal, este emblema era uno de los dos signos del esoterismo càtaro.

Lo que ha confundido a los biógrafos de Hitler es el doble aspecto del personaje: uno, frío, casi positivista, razona como un librepensador; el otro, misterioso, filósofo, desarrolla una mística delirante que contradice sus afirmaciones precedentes. Éste es el motivo por el que se impone un ensayo metafísico del nazismo. A la luz de esta comparación podemos comprender la profunda afinidad que ligaba al nacionalsocialismo hitleriano con cierta concepción del neomaniqueísmo cátaro.

Nikolaus Lenau, pseudónimo de Nikolaus Franz Niembsch Edler von Strehlenau (Schadat, cerca de Temesvár, 25 de agosto de 1802 – Oberdöbling, cerca de Viena, 22 de agosto de 1850), fue un poeta austríaco. Sus primeros poemas fueron publicados en 1827 en Aurora de Johann Gabriel Seidl. Al recibir la herencia de su abuela, tras la muerte de su madre en 1829, optó por dedicarse a la poesía y escribió versos románticos, inspirados por los sentimientos melancólicos heredados de ella y estimulados por sus desilusiones amorosas.

En 1831 se estableció en Stuttgart, donde publicó, en 1832, Gedichte (“Poema“), obra dedicada al poeta Gustav Schwab. Allí también se relacionó con Ludwig Uhland, Justinus Kerner, Karl Mayerl y otros escritores. Pero deseoso de buscar un ambiente de libertad y paz, viajó a Estados Unidos. En octubre de 1832 se estableció en Baltimore, luego fue a vivir en Ohio. También residió seis meses en New Harmony, Indiana, con un grupo teosófico, llamado Harmony Society.

Pero la realidad de la vida en el bosque le pareció lejana al ideal que él se había dibujado; mostró desagrado por el “continuo balbuceo inglés de dólares” (englisches Talergelispel) y en 1833 regresó a Alemania, donde la publicación de su primer volumen de poemas revivió su espíritu. Su excelente poema, Herbst (“Otoño“), expresa la tristeza y melancolía en que cayó después de su viaje a Estados Unidos y el extenuante regreso a través del Atlántico. Lamenta la pérdida de la juventud y el paso vano del tiempo.

Este poema es típico del estilo de Lenau y culmina hablando del sueño de la muerte como escape final de la vida vacía. Vivía parte del tiempo en Stuttgart y parte en Viena. En 1836 apareció su Fausto, en el cual pone al descubierto su propia alma ante el mundo; en 1837 escribió Savonarola, un poema épico, que sostiene que la libertad, frente a la tiranía política e intelectual, es esencial para el cristianismo.

En 1838 suNeuere Gedichte siguió a la exaltación pasajera de su Savonarola. Algunos de los más finos entre estos “Nuevos poemas” fueron inspirados por su apasionado amor imposible por Sophie von Löwenthal, la esposa de un amigo. En 1842 apareció Die Albigenser (Los Albigenses) y en 1844 escribió su Don Juan, un fragmento del cual fue publicado después de su muerte. El poema Los albigenses, de inspiración cátara, podría ser igualmente firmado por un gnóstico o por un intelectual nazi.

Se encuentra de nuevo en él los dos temas, el de un Cristo fantasmal y una especie de panteísmo que hace del hombre el revelador divino dentro de una resurrección del mito racista. En todo caso, lo que sorprende en las minorías del nazismo es este horror gnóstico por la materia, fuente de corrupción, que parece contradecir el racismo elevado a la altura de un principio.

Alphonse de Chateaubriant que era profundamente creyente, fue testigo de este fenómeno. Intelectual brillante, el autor de La Gerbe des forces se dejó hechizar por los fastos de Nuremberg, la Roma nazi y el falso romanticismo de una nueva Alemania, que se le aparecía como la ciudadela de una espiritualidad renovada:

«Contra el envilecimiento del hombre materializado se ha levantado, después de Hitler, el hombre alemán, para arrancar al hombre mundial de este envilecimiento que millares de hombres vienen a estudiar y a formarse en losOrdensburg germánicos.

 Si comprendemos mejor el orden de los grandes movimientos que se han sucedido desde la invasión de la Roma semítica por los bárbaros, pasando por la coronación de Carlomagno y la erección de la catedral de Reims, para desembocar en la Revolución Francesa, comprenderemos mejor el sentido profundo, histórico, de estas grandes margaritas que adornan cada lugar de los jóvenes creyentes del nuevo mundo, jóvenes aspirantes a regenerarse, en el gran comedor de Vogelsang».

Chateaubriant sintió que en sus interlocutores había una referencia a una tradición continua transmitida por grupos u órdenes consideradas como los antepasados de los nazis:

«Hablaba como si yo hubiera sido un templario de Francia, uno de estos últimos templarios de Francia, una especie de último superviviente de las matanzas y de las hogueras de la ciudad, llegado para escuchar y recoger los pensamientos serios de cualquier rudo caballero de la Orden teutónica». La referencia a los templarios es clásica, dado que los monjes-caballeros recogieron de los albigenses, tras la desaparición de éstos, la antorcha de la tradición gnóstica.

 A este respecto, hemos relatado la aventura del intelectual nazi Otto Rahn, a la búsqueda del Graal pirenaico. En esta busca, el racismo aparece claramente como un mito que sostiene el culto idealizado de la sangre pura elevado a la altura de una mística.

 Rahn invoca también la Orden del Temple y reivindica dicha filiación que él pretendía imponer en los círculos más cerrados de las SS y del partido nazi. Es oportuno recordar que, en el prólogo de su libro, Otto Rahn, autor de La cruzada contra el Graal, cita el nombre del escritor francés Maurice Magre, del que alardea ser su amigo. El escritor francés, conocido como vulgarizador del budismo, fue un ferviente partidario del catarismo, fenómeno religioso al que dedicó dos obras notables: La sangre de Toulouse y El tesoro de los albigenses.

En esta última obra, publicada en 1938, es decir, en plena efervescencia hitleriana, aparecía la glorificación del signo elegido por Hitler: la cruz gamada, que describe de la siguiente manera: «Y aquella piedra, pregunté otra vez, que está tallada como los mojones indicadores que pueden verse en la encrucijada de los caminos, ¿qué significa?

Yo señalaba una piedra que tenía en uno de sus lados dos líneas cortadas en tres partes y que formaban una especie de rueda. Se parecía a la que tanto me había intrigado en el bosque de Cabrioules.Indica claramente un camino a seguir, pero se trata de un camino que no lleva a ninguna dirección conocida.

Este signo fue grabado en otro tiempo, un poco por todas partes, por hombres que venían de Oriente. Bastaba para resumir una inmensa sabiduría. Pero el sentido de esta escritura se ha perdido. El Santo Graal es una palabra viviente del mismo lenguaje».En la misma obra aparce una frase que parece anunciar a Hitler: «Verás tal vez un nuevo Graal erigido por un caballero demente en las montañas cada vez más lejanas».

Sin embargo, cuando los trovadores cátaros, tras la caída de Montségur, cantaban este verso de cariz profético, estaban lejos de suponer que un día, transcurridos los siete siglos, una secta política invocaría su nombre bajo secreto para rodearse de una aureola espiritual. Éste es el motivo por el cual Hitler afirmaba, en 1944, en el séptimo centenario de la hoguera de Montségur, que la Humanidad conocía cada 700 años una renovación del Espíritu. ¿Qué significan estas palabras?

 En todo caso, no existen dudas de que, en el clima gnóstico y neocátaro en que se complacían los pontífices nazis, desde Rosenberg a Himmler, todos estaban persuadidos de haber restablecido los lazos con las profecías trovadorescas del siglo XIII. Es cierto que el maniqueísmo es el fundamento de la doctrina hitleriana, en que el ario representaba el príncipe bueno, y el semita, la encarnación del mal.

Partiendo de esta idea-fuerza, se cometieron los peores excesos sin el menor remordimiento, habiendo quedado vacíos de sentido los principios de la moral. Los nazis olvidaban que no se aplasta una idea considerada como enemiga, sino que se la combate con las armas del espíritu, pues está escrito en el Evangelio de Juan:

 «Quien a hierro mata, a hierro muere». La matanza de los judíos rodeó para siempre a Israel de la aureola del martirio, mientras que el pensamiento judeocristiano no fue en absoluto aniquilado, sino al contrario.

Habiendo llevado el razonamiento dualista hasta consecuencias monstruosas, el nazismo cayó en el caos que prometía para sus enemigos. Utilizador de la violencia, pereció, a su vez, vencido por las fuerzas coaligadas de la violencia, de las cuales se hallaba en primer término la Rusia comunista y atea.

Fuentes:


  • Jean-Michel Angebert – Hitler y la Tradicion Catara
  • Lynn Picknett y Clive Prince – La revelación de los templarios
  • Otto Rahn – Cruzada contra el Grial
  • Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln – El enigma sagrado
  • Gérard de Sède – Les Templiers sont parmi nous
  • Michael J Thornton – El Nazismo
  • Louis Pauwels & Jacques Bergier – La Rebelion De Los Brujos
  • Débora Goldstern – Claves Ocultas Del Nazismo

¿ Que extrañas vinculaciones Esotéricas tenian los Jerarcas Nazis (II) ?

Este último, neoplatónico por excelencia, recogió en las Enéadas la tradición del paganismo. Su hijo espiritual, Jámblico, sucesor de Plotino, que vivió en el siglo IV, intentó establecer un nuevo lazo, en los Misterios de Egipto, con la tradición esotérica de los sacerdotes de Amón.

Pero sus esfuerzos fueron ahogados por el cristianismo triunfante. 

Esto explica que, para combatir la influencia de la Iglesia, los gnósticos tuvieron que buscar refugio en el seno de ésta, generando la gnosis cristiana. Por ello se comprenden los esfuerzos doctrinales que, a partir del siglo II, hizo la Iglesia para desembarazarse de esta invasión que atraía hacia si a todos los espíritus elevados de la comunidad cristiana. La gnosis de los primeros siglos es mal conocida, ya que la Iglesia se apresuró a borrar las pistas. Los especialistas de la gnosis cristiana distinguen en ella dos ramas principales.

Dentro de la primera, los principales representantes fueron Simón el Mago, Saturnino, y los ofitas. En la segunda, encontramos a Basílides, a Valentín y sus discípulos, a Carpócrates, a los Docetos, etc. Está fuera de toda duda que este movimiento representó un gran peligro para la Iglesia, porque existía la amenaza de dividirla en múltiples sectas que escaparían al control del sacerdocio.

No obstante, los gnósticos eran suministraban lo que la experiencia debía aportar a la Iglesia, y que le faltaba a ésta por completo: una cosmogonía, una filosofía del cristianismo, así como la fijación de sus relaciones con el paganismo y el judaísmo.




 Pero esta sofisticación del movimiento eclesiástico debía llevarle a la perdición. La Iglesia, en efecto, buscó el pretexto de que esta filosofía sustituía a la Revelación para condenar esta tentativa del paganismo de vivir al amparo de la Iglesia.

 Con relación al cristianismo, la gnosis trata de situarse en un estado de superioridad. Igualmente, los gnósticos no intentan negar el valor ejemplar de Cristo; ven en Él, ora una criatura divina, desprovista de existencia carnal, que podríamos denominar perfecta, ora, simplemente, un hombre dotado de una gran fuerza anímica y de la intuición de la sabiduría.

El gnosticismo del siglo II, que conocemos gracias a Simón el Mago y que se desarrolló en Siria, parece estar fuertemente marcado por influencias hebraicas y orientales, en tanto que la gnosis alejandrina arranca de la filosofía griega, hija de las luces, y de la ciencia sagrada del antiguo Egipto. Ciertas actitudes atestiguan, no obstante, una fuente común a ambas corrientes de pensamiento. Se trata, ante todo, del rechazo del Antiguo Testamento, de la Ley de Moisés y de su Decálogo. En esta ética, la moral no prevalecería sobre la sabiduría surgida del conocimiento

Tal como hemos dado a entender, existe cierta continuidad entre los místicos paganos y los gnósticos cristianos, puesta de manifiesto por la utilización común de ciertos símbolos sumamente característicos, los principales de los cuales son la copa y el libro que transmiten la revelación.

No obstante, la gnosis cristiana, y singularmente la siria, sigue estando llena de los orientalismos propios a la tradición hebraica o, más ampliamente, a los cultos semitas, en sus manifestaciones que recurren al culto de la Gran Madre o principio femenino.

El Evangelio de Eva y la Pistis Sofíaprincipalmente, el único texto gnóstico que ha llegado íntegro hasta hoy, están marcados por la influencia hebraica y multiplican las entidades secundarias, antepasados de los múltiples demonios de la Cábala. La actitud ante la sexualidad es, no obstante, opuesta a la ética judía y cristiana, e impone la concepción gnóstica.

Casi todos, al ejemplo de Marción, condenan toda relación sexual que desemboque en la procreación, es decir, en el aprisionamiento de nuevas almas dentro de la materia. De hecho, semejante actitud exige un juicio ponderado.

Si los gnósticos rechazan estrictamente el acto camal en lo que concierne a los iniciados, admiten el matrimonio de los simples laicos que pueden someterse al principio sin dejarse dominar por la materia. Esta posición sólo es comprensible dentro de una determinada visión del mundo.

Si se piensa que, para los gnósticos, la Humanidad ha perdido la llave del saber y se ha hundido de este modo en el caos, el objetivo de la continencia será, evidentemente, impedir la perpetuación del reino tenebroso, mientras el hombre no haya encontrado la esencia de su ser y la pureza original que glorificaba a sus luminosos antepasados.

Del mismo modo, en la gnosis luciferina, en particular en los ofitas y los peratas, se encuentra una reminiscencia delconocimiento primordial, en que la serpiente de la Biblia no es considerada ya como el símbolo del mal, sino como un mensajero del Dios de luz, o incluso como este último, a saber, el Logos. En tanto que el demiurgo había encerrado a Adán y Eva en un mundo miserable, Lucifer les aportó la ciencia del bien y del mal, es decir, la gnosis salvadora o divinizadora.

El pensamiento gnóstico, imitando la forma de la serpiente, no es rectilíneo, sino circular; va de Dios a Dios, a través del mundo nacido de Él; del espíritu al espíritu, pasando por la materia; de la vida a la vida, a través de la muerte. El Uno produce el Todo, y el Todo regresa al Uno. Éste es el sentido del símbolo antiguo de la serpiente que se muerde la cola.

 Éste es «el río que desemboca en sí mismo», del místico alemán Eckhart. Eckhart de Hochheim (1260 – 1328), más conocido como Maestro Eckhart, fue un dominico alemán, conocido por su obra como teólogo y filósofo y por sus escritos que dieron forma a una especie de misticismo especulativo, que más tarde sería conocido como mística renana.

 Es llamado Meister en reconocimiento a los títulos académicos obtenidos durante su estancia en la Universidad de París. Fue maestro de teología en París en diversos períodos y ocupó varios cargos de gobierno en su Orden, mostrándose especialmente eficiente en su asistencia espiritual a la rama femenina dominica.

El gnóstico está persuadido de que el hombre puede descubrir el secreto íntimo de la unidad del mundo. Para la gnosis, la fe no es suficiente, e incluso no se le reconoce valor intrínseco.

A través de la complejidad de los mitos, voluntariamente enrevesados, se percibe así una línea de pensamiento continuo que se precisa con una fuerza mucho mayor en la manifestación más elaborada de la gnosis, la filosofía basilidiana.

 En efecto, nos daremos cuenta de que el punto de vista basilidiano ha sido recogido por la filosofía alemana moderna, y singularmente por el grupo Thule, que contaba entre sus miembros a Rosenberg y a Dietrich Eckhart (no confundir con el Maestro Eckhart), principal iniciador de Adolf Hitler. Esto justifica el interés en la filosofía basilidiana. Para Basílides, el caos es la obra del demiurgo, criatura que pretende imitar a Dios. Pero Dios, mediante su acción, anima la materia. De ahí la mezcla íntima de los dos principios, la luz y las tinieblas, en el seno del mundo material.

El hombre, gracias al espíritu que ilumina su alma, es poseedor de la luz y puede llegar al conocimiento, a condición de no ceder al mundo de las tinieblas, que está también en él y alrededor de él por el reino de la degeneración material y del retomo al caos. En la escala de la creación, el hombre es lo más alejado del caos y de la desorganización.

Igualmente, entre los hombres, algunas razas formadas por elegidosestán más cerca que otras del espíritu divino. Ahí vemos una clara referencia racista, que fue recogida por los nazis. Entre estas razas, y en la cúspide, considera que se encuentra situada la raza blanca, que es la culminación del pensamiento creador.

 A ella, considera la filosofía basilidiana, le será dada dominar la materia y el Cosmos, manteniéndose fiel al principio de pureza que encierra. Para los gnósticos, y en particular Basílides, «toda evolución viva consiste en una diferenciación y una separación, en un desglose de materias originalmente mezcladas».

Para los gnósticos, el mundo espiritual es un arquetipo que tiene su origen en el mundo material, para alejarse cada vez más hacia lo infinito y lo inmaterial, según la expresión, de otro modo incomprensible: «Lo que está arriba es igual a lo que está abajo».

Así, Basílides ve el mundo como un todo organizado y jerarquizado, donde la materia no está separada radicalmente del espíritu. En lo alto reina el espíritu, que es el Logos, el pensamiento divino, que es consciente de sí mismo. Por debajo, se extiende el «neuma», que es un pensamiento inconsciente de sí mismo, pero de esencia puramente espiritual. Luego está el éter, una parte diferente, sólo en grado, del alma del mundo material. El neuma es representado como el alma del mundo que circunda el universo terrestre. El cristianismo le da el nombre de Espíritu Santo.

Según el pensamiento de la filosofía griega y según la terminología de Empédocles, «el nacimiento no existe para ningún ser mortal, como tampoco existe un fin que sería la muerte. Todo es simplemente mezcla y cambio de elementos.

Nacimiento es el nombre que han inventado los hombres. Cuando los elementos se mezclan y surgen a la luz del día, tanto en los hombres como en las bestias salvajes y en las plantas y los pájaros, a esto se llama nacimiento; cuando los elementos se separan, se habla entonces de muerte infortunada».

De este modo, las sustancias comienzan a organizarse siguiendo las leyes puramente mecánicas de su respectiva gravedad. El espíritu, que para Basílides es material y compuesto de átomos muy finos, se eleva y se apresura a retornar a su principio. El neuma, que es ya una materia más opaca, se extiende alrededor del mundo como una envoltura exterior. El éter se eleva y se extiende sobre el neuma. Viene a continuación el aire, que llena la región siguiente. Hasta aquí, nada más que un proceso puramente físico.

 Pero, debido a que cada uno de estos elementos contiene un espíritu elemental, la cosmología científica va a transmutarse en una cosmología místico-religiosa. Así, la gnosis reconcilia, en una visión que no carece de grandeza, lo que la ciencia moderna ha querido separar. Pero la evolución del mundo no ha concluido.

La última parte del Espíritu Cósmico debe elevarse hacia el espíritu universal. Sólo entonces se restablecerá la armonía y el mundo habrá encontrado su terminación gracias a la instauración de un escalonamiento entre espíritu, alma y cuerpo. Se trata de una compenetración recíproca, al igual que el cuerpo, el alma y el espíritu del hombre concurren en una unidad orgánica.

 La obra de la salvación consiste en instruir a las criaturas sobre su verdadera naturaleza, acerca de toda la creación tal como ha sido deseada por Dios, pero que no ha podido llegar a término. Una vez más, es el conocimiento, la «gnosis», lo que debe salvar al hombre, y no una fe ciega. Todo el pecado del hombre reside en su deseo, que le lleva a querer transgredir su naturaleza.

Toda aspiración contra natura, tanto si se trata de la ascesis pura, como del deseo de franquear los límites fijados al hombre por la Naturaleza y la voluntad concordante de Dios, toda aspiración de este tipo arroja de nuevo al hombre a un sufrimiento siempre renovado.

Todo deseo irrealizable debe, por tanto, ser yugulado por la razón, y, ante todo, los deseos sexuales, al menos para la minoría, ya que el instinto genésico representa la función central del hombre. Basílides, y luego san Isidoro, ve en el amor un deseo no normal, natural, pero no necesario, que aparta al hombre de su destino más noble. Para ellos, la naturaleza y, por tanto, la moralidad consisten en satisfacer el instinto genésico al margen de todo amor. En esto, Basílides encuentra apoyo en Platón. A propósito de la transmigración, el Timeo cita, entre los impulsos racionales que el hombre debe vencer para escapar al ciclo de los nacimientos, el amor mezclado de placer y de pena.

El punto de vista basilidiano se une, en este sentido, con el del poeta y filósofo alemán Richard Dehmel (1863 – 1920), así como con el místico maestro Eckhart.

Para Basílides, tuvo lugar una caída en descenso del germen, seguida de una evolución ascendente. Esta filosofía, en efecto, se entronca en muchos puntos con el paganismo, del cual los gnósticos no rechazan su fondo de sabiduría.

El nombre de este Dios es parecido al Mitra de los paganos. En efecto, el nombre de Abraxas, que significa dios, al sumar los valores numéricos de cada letra de esa palabra proporciona el número de días del año, es decir, el tiempo de evolución de la Tierra alrededor del Sol. Ahora bien, el término Mitra totaliza el mismo valor numérico.




El Sol es Helios y Mitra-Abraxas contiene el conjunto del círculo solar. Mitra y Helios están en una relación de padre a hijo. Mitra es el gran dios; Helios es su logos, gracias al cual se desarrolla, crea el mundo y desempeña en él un papel de mediador entre el hombre y Dios, como atestiguan la liturgia de Mitra y el discurso del emperador Juliano. Finalmente, la metafísica de Basílides es un elaborado panteísmo, doctrina filosófica según la cual el Universo, la naturaleza y Dios son equivalentes, así como heredero de la filosofía griega, que desemboca en un sistema completamente original.

Estos principios fueron recogidos más tarde, y Goethe, que era un iniciado, se sirvió de la imagen gnóstica, desarrollada por Basílides, de los mundos intermediarios que separan al hombre de su principio, que es Dios. Según Goethe, en su obra Fausto: «Es la legión, muy conocida, que se extiende como la tempestad en torno a la vasta atmósfera, y que en todas partes prepara al hombre a una infinidad de peligros.

La banda de los espíritus venidos del Norte aguza contra vosotros lenguas de triple punta. La que viene del Este deseca nuestros pulmones y se alimenta de ellos. Si son los desiertos del Mediodía quienes los envían, amontonan alrededor de vuestra cabeza llama sobre llama, y el Oeste vomita un enjambre de ellas que primero os hiela y termina por devorar, en tomo a vosotros, vuestros campos y vuestras cosechas.

Dispuestos a causar el mal, escucharán de buen grado vuestra llamada, e incluso os obedecerán, porque les gusta engañaros; se anuncian como enviados del cielo, y, cuando mienten, lo hacen con voz angélica». Goethe se basa en una fuente común: la Weltanschauung gnóstica, en la cual todas las entidades que existen entre Dios y el hombre, tales como ángeles malos, espíritus de las esferas y de los astros, vientos, etc., ocupan un lugar muy importante. Dios sólo puede intervenir en el Cosmos desde el exterior, enviando el pensamiento de Dios, el Logos, que aportará el conocimiento a los hombres.

El hombre sólo puede conseguir encontrar la vía si encierra en él mismo el mundo entero: es un microcosmos en el seno del macrocosmos. ·Está compuesto de materia, pero contiene también el Logos, el espíritu divino que reina sobre las regiones superiores del Cosmos. Desde la Tierna, el hombre se eleva, por sus esfuerzos, hasta la Luna, atravesando el reino hostil de los demonios: la capa ionosférica que envía nuevamente las ondas hacia la Tierra. Así la epopeya moderna de los cosmonautas incorpora, gracias a la ciencia, la visión gnóstica de la evolución.

Ante el peligro que representaba el resurgimiento, especialmente con Basílides, del neopaganismo, la Iglesia reaccionó y, en el Concilio de Nicea, en el año 325, la gnosis, con sus diversas escuelas, fue condenada. Nacidos de la filosofía helénica, los gnósticos renegaban de su origen, revistiendo su doctrina de un ropaje oriental, según un uso practicado en todo tiempo.

La ciencia moderna ha invertido esta relación, investigando los principales motivos del gnosticismo en las religiones orientales. El abate Barbier, especialista en el estudio de las sociedades secretas y de su influencia en el seno de la Iglesia, comprendió bien el fenómeno gnóstico al escribir: «El papel de la Iglesia gnóstica es el de predicar una doctrina de la raza humana superior, que no ha sido corrompida por las razas semito-cushitas, y que se conforma con la máxima fidelidad a la enseñanza del Cristo Salvador».

 La gnosis cristiana fue prohibida al mismo tiempo que las escuelas neoplatónicas, pero encontró de nuevo su expresión en el catarismo, en los siglos XII y XIII. El neognosticismo debía «renacer» a finales del siglo XIX bajo la capa de la ciencia, pero en reacción contra «el progreso científico». El vínculo entre esa renovación y el nazismo es indudable.

 Si la gnosis ha podido desarrollarse y perpetuarse como un río subterráneo, es que existían, y existen todavía templos donde el saber es conservado y desde los cuales se transmiten las órdenes.

Desde la más lejana antigüedad, los hombres que deseaban adquirir el conocimiento tuvieron que sufrir las pruebas de la iniciación. Pero éstas no podían tener lugar en cualquier parte. Eran necesarios templos donde impartir esta enseñanza.

Ésta es la razón de ser de los centros de iniciación, lugares privilegiados donde la esencia del saber se concentraba en manos de los sacerdotes, representados por pontífices, druidas, brahmanes o lamas. En la antigüedad de Egipto, el centro iniciático más antiguo conocido, existían diversos centros iniciáticos entre los numerosos santuarios, tanto en el Alto como en el Bajo Egipto.

Hasta la invasión de los persas, mandados por Cambises, Tebas, la ciudad sagrada, encerraba en sus templos los secretos de la elevada ciencia sacerdotal. El santuario de Ptah, consagrado a Osiris, dios de los Muertos, era dirigido por un clero particularmente sabio. En esteSanto de los Santos, los sacerdotes tenían el poder de evocar el Sol de los muertos, el Sol de Osiris, que guía a los difuntos hacia su última morada y puede arrastrar a los vivos al reino de la muerte.

Cambises, en su ignorancia, quiso ser iniciado en estos misterios, y, como los sacerdotes de Tebas, temiendo ofender a los dioses, rehusaron evocar a Osiris al gran rey, éste les hizo asesinar en el mismo lugar. Cambises se dirigió entonces a Menfis, donde Platón habla estudiado la sabiduría, al templo de Sais, único lugar donde el soberano también podía ser iniciado en la visión de Osiris.

Sumido en un sueño letárgico gracias a un licor extraído de la flor de nepente, Cambises, yaciendo en un sarcófago, no salió de allá más que para morir loco en el desierto de Siria, donde, abrumado por la insoportable visión, buscó refugio.

En efecto, no se puede llegar a la fase suprema del conocimiento sin una larga preparación, so pena de caer «al otro lado del espejo», perdiendo la razón o la vida. En la prueba, cada neófito ponía en juego su vida y su alma, ya que en el zócalo de las estatuas de Isis estaba escrito: «Ningún mortal ha levantado mi velo».

Raros eran los que triunfaban de las siete pruebas previstas en la iniciación. Moisés fue iniciado en los misterios de Egipto, pero sucumbió, según la versión de Gérard de Nerval, a la última prueba, que era la de la castidad. Este es el motivo por el cual, como había pecado, se vio privado de los honores que tanto deseaba. Herido en su amor propio, Moisés se levantó en guerra abierta contra los sacerdotes egipcios, luchó contra ellos en el terreno de la ciencia y de los prodigios y terminó por liberar a su pueblo. Orfeo y Pitágoras tuvieron que pasar por las mismas pruebas, pero este último salió victorioso de ellas.

Los sacerdotes le acogieron en su colegio sagrado. Convertido desde entonces en gran iniciado, Pitágoras, tras haber visitado la India, donde recogió las enseñanzas de los brahmanes, y también la Galia, regresó a Grecia, donde fundó los santuarios de Delfos y Eleusis, con objeto de perpetuar el conocimiento esotérico.

Apolonio de Tiana, en el siglo I, y Manes recorrieron también Occidente y Oriente, visitando todos los lugares donde podían instruirse. Las sectas alemanas neognósticas recogieron la idea de que Moisés y los hebreos, al desvelar los secretos de Egipto, se habían convertido en adeptos de la magia negra, en tanto que los griegos, continuadores de los sacerdotes de Amón, habrían poseído la magia blanca.

Es sabido que el jerarca nazi Rudolf Hess, que vivió toda su juventud en Egipto, se convirtió más tarde en el delfín de Hitler. Ahora bien, este hombre formaba parte del movimiento esotérico Thule, inspirador secreto del nazismo. La sabiduría no era solamente patrimonio de Egipto, aunque este país hubiera aportado grandes secretos.

Vivieron también sabios en la Galia, como los druidas, conocidos por una imagen deformada que nos han dejado los manuales de Historia. Para Maurice Magre, «sin duda, los druidas de la Galia debieron de representar una de las más altas cimas de la espiritualidad que los hombres son capaces de alcanzar». El propio Pitágoras se dirigió a los celtas para recibir la enseñanza de los «hombres sabios».

Según Maurice Magre, en su obra La llave de las cosas ocultas: «Puesto que, cualquiera que fuera el salvajismo de los pueblos, y aunque no tuviera más que su capa y su bastón, aquel que había nacido bajo la estrella del conocimiento encontraba, desde la India a Irlanda, lugares de sabiduría y de instrucción donde se le daba una contraseña que le permitía avanzar un poco más.

 Los druidas partieron verosímilmente, de un centro situado en Irlanda, centro que, en su origen, debía de haberse nutrido en Asia, como lo demuestra la gran similitud existente en la organización de los druidas y la de los lamas».

Respetando los dioses galos, Tautates, Esus, y Terania, los druidas se hicieron médicos, jueces y maestros, a la vez que se imponían por su elevada espiritualidad. Estos hombres vivían ascéticamente como lamas tibetanos o cenobitas cristianos, lejos de la agitación de las ciudades, aposentados en lo más profundo de los bosques que, desde el mar del Norte hasta el Mediterráneo, cubrían entonces Francia. Formando colegios de instrucción, verdaderos «oasis del pensamiento» en medio de la ignorancia general, los druidas se transmitían religiosamente sus conocimientos.

Despreciando las construcciones humanas, sus templos eran los bosques de grandes robles, y sus columnatas, los troncos de los árboles centenarios. Respetaban la vida en todas sus formas y creían en la metempsícosis, doctrina filosófica griega basada en la idea tradicional de la constitución triple del ser humano (espíritu, alma y cuerpo) que afirma el traspaso de ciertos elementos psíquicos de un cuerpo a otro después de la muerte.

No cazaban ningún animal y construían chozas ligeras por el temor de herir el alma de los árboles. Conocían también el lenguaje de los animales y de los pájaros, que nosotros hemos olvidado, y estaban en comunicación con la Naturaleza.

Despreciaban, asimismo, el oro, símbolo de la envidia y de la codicia de los hombres, y lo proclamaron maldito, prohibiendo durante largo tiempo su circulación en la Galia. Cuando los tolosates, después de su victoria en Oriente, trajeron el oro procedente de sus pillajes, recibieron la orden de arrojarlo a un lago. Sobre el emplazamiento de este lago fue erigida la iglesia de Saint-Sernin. Los druidas enseñaban también el escaso valor de la vida terrestre frente al más allá, y el desprecio a la muerte.

El suicidio sagrado era lícito y estaba reglamentado, lo cual hizo pensar en los sacrificios humanos. En definitiva, poco se sabe de ellos, excepto algunas verdades, ya que su enseñanza era oral y está definitivamente perdida. Pero si un Pitágoras y un Apolonio de Tiana se dignaron visitarles, esto significa el elevado renombre que habían adquirido en la antigüedad.

Los druidas desaparecieron misteriosamente, tal como habían venido, en el siglo I después de Jesucristo, ahuyentados poco a poco por las legiones romanas. Con sus largas vestiduras blancas dejaron quizás en los bosques las huellas de su antiguo saber.

Paralelamente a la tradición egipcia en la antigüedad, existe otra corriente, no menos antigua e importante, donde encontramos también numerosas huellas de una fuente común. Se trata de los santuarios del Asia central y del Tíbet, este techo del mundo que algunos consideran también como el corazón y centro del mundo.

 La tradición tibetana es conocida hoy por numerosas obras difundidas entre el público. Algunos occidentales, en número muy reducido, han sido iniciados en los monasterios del Tíbet.

Con frecuencia, relatan la misma historia legendaria contada por los lamas. Una tradición afirma que, después de la gran catástrofe cósmica en la que la Atlántida se hundió, hubo algunos hombres que escaparon a ella y se dedicaron a la tarea de perpetuar el patrimonio moral humano. Se habían refugiado en las alturas del Himalaya.

Allí ocultaron las tablas astronómicas, los documentos grabados sobre hojas de metal, y todo lo que representaba los elementos del saber. Y, a partir de ahí, se expandieron a través del mundo bárbaro. El escritor francés Jean Marqués-Riviére, que no ha dejado de denunciar la francmasonería, es también conocido como un especialista del budismo. A este respecto, señala que las bibliotecas de los monasterios contenían documentos extremadamente importantes para la Historia de la Humanidad.

Estos rollos de papel, ocultos en grutas, fueron sustraídos posteriormente al vandalismo de los invasores chinos. La reconstrucción de toda la Historia de nuestra Tierra se habría sacado, según otros autores, de los famosos Anales akkáshicos. Bastaría que los iniciados se sumieran en éxtasis para rehacer el viaje en el tiempo y reconstituir el pasado de la Humanidad.

El Asia central, tierra de elección de los primitivos arios, ha podido albergar y conservar parte de la tradición y la ciencia de nuestros lejanos antepasados. La historia del Tíbet se remontaría a millares de años, 12000, según el coronel Churchward, investigador del antiguo continente de Mu. Antes de esta época, el Tíbet se encontraba, según esta tradición, al nivel del mar. Según T. Lobsang Rampa, en su obra Eltercer ojo, la tierra de los alrededores de Lasa contiene fósiles de peces y conchas que prueban este pasado marino.

Así, por causas ignoradas, tras la desaparición del continente hiperbóreo, engullido en un cataclismo volcánico, algunos miembros de la iniciación suprema se habrían refugiado en el ahora desierto de Gobi, que era entonces fértil y próspero, desarrollando allí una civilización muy avanzada. Aproximadamente unos veinte siglos más tarde, una nueva catástrofe, desencadenada esta vez por la mano del hombre, habría convertido este territorio en un vasto desierto.

Los supervivientes de Hiperbórea se habrían refugiado entonces en el actual Tíbet, que se encontraba casi al nivel del mar. A continuación, deseando ocultarse a los ojos de los profanos, se habrían enterrado en una red de subterráneos y cavernas del macizo del Himalaya.

La leyenda debe de tener un fondo de verdad, ya que Lobsang Rampa informa, en la obra ya citada, hechos sorprendentes que pueden no ser ajenos a nuestra historia legendaria. Después de la última fase de la iniciación, el joven lama fue conducido por el padre abad a un subterráneo profundo.

Tras haber relatado su descenso al corazón de la tierra, Rampa describe estas profundidades secretas: «En el centro de la caverna se hallaba una mansión negra de tal brillantez que me pareció como construida en ébano. Extraños símbolos y diagramas, parecidos a los que yo había visto en las paredes del lago subterráneo, recubrían sus muros.

Entramos en la casa por una puerta alta y ancha. En el interior, vi tres féretros en piedra negra decorados con grabados y curiosas inscripciones. No estaban cerrados. AI observar su interior, se me cortó la respiración y me sentí, de pronto, muy débil.—Observa, hijo mío —me dijo el más anciano de los monjes—.

Vivían como dioses en nuestro país en la época en que aún no había montañas. Recorrían nuestro suelo cuando los mares bañaban nuestras riberas y cuando otras estrellas brillaban en nuestros cielos. Observa bien, ya que sólo los iniciados lo han visto. Obedecí; estaba, al mismo tiempo, fascinado y aterrorizado.

 Tres cuerpos desnudos, recubiertos de oro, estaban extendidos ante mis ojos. Dos hombres y una mujer. Cada uno de sus rasgos era fielmente reproducido por el oro. Pero, ¡eran enormes! La mujer medía más de tres metros, y el mayor de los hombres superaba los cinco». Siempre según Lobsang Rampa, la Tierra se encontraba, mucho antes de la época histórica e incluso prehistórica, mucho más cerca del Sol. Los días eran más cortos y más cálidos.

 Se crearon civilizaciones grandiosas. Pero un cuerpo planetario sin control, al interactuar con la Tierra, modificó su órbita. La Tierra se puso a dar vueltas en sentido contrario, causando catástrofes sin nombre, levantado los mares, hundiendo las tierras y provocando la elevación del Tíbet, que fue súbitamente proyectado a 4 000 metros por encima del nivel del mar.

El mito de una civilización maravillosa y de un continente perdido es una constante que encontramos en el núcleo de la tradición tibetana. A este respecto es significativo lo que se explica sobre misteriosas ciudades subterráneas que forman Agartha o centro del mundo




 René Guénon, filósofo del esoterismo, en su libro El rey del Mundo (1927), cree en la existencia de un centro espiritual oculto de donde partirían las órdenes superiores destinadas a los grandes iniciados de este mundo. Los adeptos de la sociedad del Vrill y del grupo Thule se basaban en esta creencia, que transmitieron a Adolf Hitler, Rudolf Hess y Rosenberg.

Precisamente para volver a establecer conexión con aquellas centrales espirituales, Hitler encargó a la «Ahnenerbe», organización deicada a la investigación de los antepasados y dirigida por Himmler y las SS, que organizara una expedición al Tíbet, dirigida por el etnólogo Standartenführer SS doctor Scheffer, a quien se confió la misión de descubrir los orígenes de la raza «nórdica», que era, según los teóricos nazis, de origen indogermánico. El informe de esta expedición no se ha perdido por completo.

Existen extractos de ella en los archivos microfilmados del Departamento de Estado en Washington. Por su parte, Jean Marqués-Riviére, que efectuó numerosos viajes a la India y fue iniciado al tantrismo lamaico, relata en su libro A la sombra de los monasterios tibetanos lo que los lamas de los grados superiores le revelaron. Según la Tradición Primordial, se perpetúa la existencia del rey del Mundo:

 «Así, pues, sobre toda la Tierra, e incluso más allá, reina el lama de los Lamas, aquél delante del cual el propio Tashi-Lama inclina la cabeza, aquél a quien llamamos Maestro de los tres mundos. Su reino terrestre es oculto, y nosotros, los de la “tierra de las nieves”, somos su pueblo.

Su reino es para nosotros la tierra prometida, Napamaku, y llevamos en nuestro corazón la nostalgia de esta región de paz y de luz. Ahí un día terminaremos todos y en tiempos no lejanos, ya que nuestros oráculos son formales.

Pero, un día, para salvar la tradición eterna de la posible profanación, huiremos ante los invasores del Norte y del Sur y ocultaremos otra vez nuestros escritos y nuestra doctrina [alusión a la invasión china] (…). Inmutable, este monarca reina sobre el corazón y el alma de todos los hombres. Conoce sus pensamientos secretos y ayuda a los defensores de la paz y de la justicia.

No siempre ha estado en Napamaku. La tradición dice que, antes de la gloriosa dinastía de Lasa, antes del sabio Pasepa, antes de Tugkapa, el maestro omnipotente reinaba en Occidente sobre una montaña rodeada de grandes bosques, en el país que habitan hoy día los extranjeros. Por medio de sus hijos espirituales, reinaba sobre las cuatro direcciones del mundo.

En aquel tiempo existía la flor sobre la svástica… Pero los ciclos negros persiguieron al Maestro del Occidente, el cual vino a Oriente, a nuestro pueblo. Entonces, quitó la flor, y sólo queda la svástica, símbolo del poder central de la joya del Cielo».

Señalemos que en este pasaje la cruz gamada o svástica es situada en el centro del mito de Agartha. Efectivamente, la rueda es un símbolo del mundo que efectúa su rotación alrededor de un punto fijo, símbolo que es transcrito por la svástica. Pero en ésta la circunferencia del círculo que representa no está trazada, de modo que es el mismo centro lo que se designa directamente. La svástica no es una figura del mundo, sino más bien de la acción del principio respecto al mundo.

René Guénon ha expuesto muy bien el pensamiento nazi en lo que se refiere a la Agartha, aunque no haya hecho alusión a ello. Pero existen muchas coincidencias curiosas. Así, tanto para dicho autor como para los nazis, la Thule hiperbórea representa el centro primero y supremo de nuestro ciclo actual o Manvantara.

Todas las otras islas sagradas sólo son imágenes de Thule, que aún es llamada la Isla Blanca. En la India, la Isla Blanca es considerada como la sede de los bienaventurados, lo que la identifica claramente con la tierra de los vivos. René Guénon no fue el primero en explicarlo, ya que el francés Saint-Yves D’Alveydre, en una obra póstuma titulada Misión de la India, publicada en 1910, describe un centro iniciático misterioso designado ya con el nombre de Agartha.

 El escritor ruso Ferdynand Ossendowski relata en su obra Bestias, hombres y dioses, aparecida en 1924, la tradición del rey del Mundo, que sigue estando viva entre las poblaciones mongoles.

Según esta leyenda, el rey del Mundo se encontraría en la Mongolia meridional. He aquí lo que un príncipe budista declara a Ossendowski: «Este reino es Agartha. Se extiende a través de todos los pasos subterráneos de todo el mundo. Yo he oído a un sabio lama chino decir a Bogdo Khan que todas las cavernas subterráneas de América están habitadas por el antiguo pueblo que desapareció bajo la tierra. Todavía se encuentran sus huellas en la superficie del país.

Estos pueblos y estos espacios subterráneos reconocían la soberanía del rey del Mundo. Nada maravilloso hay en esto. Sabéis que en los dos mayores océanos del Este y del Oeste existían en otro tiempo dos continentes. Desaparecieron bajo las aguas, pero sus habitantes pasaron al reino subterráneo».

 El autor informa que numerosos lamas le confesaron haber visto al rey del Mundo, aunque él no lo había jamás visto por sí mismo. Esto viene confirmado por Jean Marqués-Riviére, quien asegura haber visto a un enviado de Agartha. Este último le dijo: «Yo soy, hijo mío, un enviado del Reino de la Vida; nuestro monasterio es el inmenso Universo de las siete puertas de oro; nuestro reino está en los tres mundos de este ciclo…».

Realidad o ficción mística, la Agartha sigue siendo un enigma para el hombre de Occidente. Haya lo que haya de verdad, el mito de las centrales espirituales corresponde en Europa a la aparición de los grupos ocultistas alemanes en el siglo XIX. Nada asombroso resulta, por tanto, que el nazismo haya recogido esta tradición.

No obstante, la referencia a las regiones del Asia central, representadas como la fuente de toda sabiduría no es, en sí misma, nueva. La leyenda se ha ido concretando poco a poco, pero su origen es antiguo, ya que Emanuel Swedenborg (1688 – 1772), científico, teólogo y filósofo sueco, da constancia de ello cuando declara:

 «Es entre los sabios del Tíbet y de la Tartaria donde hay que buscar la palabra perdida» Por su parte, Ana Catalina Emmerich, la santa visionaria del siglo XIX, hace de Jesús un iniciado del Tíbet.

Después de la decadencia del mundo antiguo, la tradición esotérica se perdió en Occidente. Una parte del conocimiento, salvada del desastre, sobrevivió a través del maniqueísmo y de la gnosis. En cuanto a la otra parte, se perdió con la ruina de los santuarios y regresó a Oriente, de donde, el cabo de algunos decenios, resurgió con nueva fuerza.

Es ésta la que nos proporciona la abundante literatura sobre la India y el Tíbet. Tras el fin del catarismo, hay que adentrarse en el Temple, la Rosacruz e, incluso, la francmasonería, para intentar volver a encontrar el hilo de Ariadna que nos conducirá hasta el neognosticismo de los siglos XIX y XX. Los templarios soñaban con una Europa teocrática sometida a un mesías imperial. Pero la fe de los cruzados en la superioridad del cristianismo debió de tambalearse notablemente a causa de los fracasos militares y por el conocimiento de la mística de los sufíes musulmanes.

Después de los fracasos habidos en la conquista de Tierra Santa, se llegó rápidamente a proyectar un acuerdo con los sarracenos. En su obra Los iluminados, Gérard de Nerval escribe: «Fueron los templarios, entre los cruzados, quienes intentaron realizar la alianza más amplia entre las ideas orientales y las del cristianismo romano». Se ha afirmado que Palestina era un polo místico, un eje ideal entre dos mundos: Oriente y Occidente.

El mismo nombre de los templarios había sido escogido para evocar, no sólo el Santo Sepulcro de los cristianos, sino también, con vistas a los judíos, el Templo de Salomón, receptáculo sagrado de la sabiduría y del conocimiento. El gran historiador francés Jules Michelet subrayó claramente este hecho cuando, en el siglo XIX, escribía:

 «La idea del Temple, más elevada y más general incluso que la de la Iglesia, estaba, en cierto sentido, por encima de toda religión. La Iglesia ponía fechas; el Temple, no. Contemporáneo de todas las edades, era como un símbolo de la perpetuidad religiosa. La Iglesia es la casa de Cristo; el Temple, la del Espíritu Santo».

Un gran especialista de la historia templaría, John Charpentier, dice que «la conciliación o la reconciliación del pasado con el presente y con el futuro, en el gran pensamiento de la unidad divina», era la tarea que los templarios se habían asignado a sí mismos. A partir de aquí, no hay, pues, nada asombroso en el hecho de que la enseñanza religiosa de los soldados del Temple estuviera acompañada por una iniciación secreta que pretendía restablecer los lazos con la Gran Tradición.

Hay que esperar hasta 1818 para que un arqueólogo austríaco, Hammer-Purgstall, publique una obra titulada El misterio de los templarios, revelado. En este libro, el historiador demostraba que la Orden del Temple había adoptado la doctrina gnóstica y practicado sus ritos. En apoyo de su tesis, Hammer-Purgstall invocaba cuatro estatuas, que se conservaban en el Museo Imperial de Viena, las cuales se afirma que fueron encontradas en casas de los templarios de esta ciudad.

Ahora bien, se trata, en efecto, de ídolos gnósticos, el más imponente de los cuales es un personaje faraónico que lleva barba y que presenta, como las otras tres estatuas, todas las características del hermafroditismo. Las inscripciones descubiertas sobre las figurillas hacen alusión al fuego y a la bisexualidad de los personajes, lo cual es un rasgo gnóstico.

 Se trata aquí de representaciones de emanaciones divinas, intermediarias entre el Creador y la materia, según la neumatología gnóstica. Jean Marqués- Riviére supone que «en el seno de los templarios existía un grupo con objetivos secretos de poder y que se apoyaban en riguroso esoterismo». Para sostener estas teorías, tales historiadores recuerdan que para hablar del gnosticismo de los templarios habría sido necesario que existiera una gnosis militante en el tiempo en que vivieron.

Ahora bien, en 1945, un labrador egipcio de Luksor descubrió, al cultivar su parcela de tierra, un ánfora que esparció, al romperse, pergaminos sumamente reveladores. Estos documentos, escritos en lengua copta, proceden del siglo III de nuestra Era; se trata de libros sagrados de los gnósticos, en los cuales se pueden ver las «Revelaciones de Hermes-Thot», juntamente con los «Evangelios secretos de Tomás y Felipe». De este modo, aparece la prueba de que la vieja religión egipcia se incorporó, a través de los gnósticos, al cristianismo naciente, como se había incorporado ya al helenismo con Pitágoras y Platón.

A partir de aquí, nada se opone a que los templarios aparezcan como neognósticos que quieren restablecer un vínculo con la Gran Tradición. El escritor francés Anatole France sólo reconocía a los Iluminados de Baviera, en el siglo XVIII, como a los sucesores auténticos de vieja religión egipcia. Y la «Iluminaten Orden» y sus elementos racistas fueron los precursores del nazismo. Pero el punto de partida primordial que representa la gnosis y sus característicos resurgimientos están representados por la Orden del Temple y el catarismo.

Hay complejas imbricaciones entre el catarismo y el templarismo, así como la unión sagrada de las dos «herejías», para utilizar un término tan caro a la Iglesia. Hubo un intento de alianza con los sarracenos que se ofreció a los templarios hacia el año 1180.

 En esta fecha, los musulmanes empiezan a alcanzar las victorias militares que conducirán a su jefe Saladino a efectuar, en el año 1187, su entrada en Jerusalén. Se presenta el siguiente dilema:

 «Hay que llegar a concluir unmodus vivendi, o proseguir la guerra a ultranza.» Naturalmente, el clero romano se inclina por la última solución, y momentáneamente consigue su propósito.

Pero, frente a ella, el rey de Inglaterra Enrique II Plantagenet, y su hijo Ricardo Corazón de León, sueñan compartir con Saladino la Tierra Santa. Es curioso constatar que es el capellán de Enrique II, Map, quien debía escribir, en Gran Bretaña, Lancelot, el romance de los caballeros de la Tabla Redonda, es decir, la historia del Santo Graal de los cátaros.

Bástenos con indicar que Map era un templario, partidario, como todos los templarios, de la unión con el catarismo contra la omnipotencia pontificia. Hay que subrayar que el proyecto de Enrique II encontró gran apoyo en la persona del conde de Toulouse, Ramon V, el «rey» de los cátaros.

Para Ramon V existen buenas razones en favor de esta elección. En primer lugar, el rey de Francia acaba de emprender una cruzada contra sus súbditos heréticos, los cátaros. Esta «cruzada» había de durar muchos años. Ahora bien, Ramon V controla todos los puertos del litoral mediterráneo, desde Marsella a Narbona. El comercio con la Tripolitania, colonia románica en aquella época, le sirve de derivativo para los mercados de la economía occitana.

A estas razones de orden táctico y colonial, se añaden motivos culturales y sentimentales, ya que la hermana de Ramon V se ha convertido en esposa de Saladino, y todos los trovadores se embarcarán con sus señores, Ricardo Corazón de León y Ramon, ambos príncipes mecenas. Estos proyectos británicos y occitanos no desagradan a los templarios, quienes observan una neutralidad muy benévola hacia el Midi en el conflicto que opone esta región al rey de Francia y al trono de San Pedro. A partir de entonces, su política se desarrollará sin cesar en este sentido. Ante todo, la elección del trovador Roberto de Sablé para el título de Gran Maestre de la Orden Templaría.

Este último será seguido de numerosos occitanos a la cabeza de la Orden, hasta la caída del Temple en tanto que organización religiosa. Pero al proseguir con esta política, los monjes-soldados toparon en su camino con el rey de Francia y el Papa, lo que les fue fatal.

Se olvida demasiado fácilmente que su «sede social» se encontraba en Francia y que el país de la flor de lis era la hija primogénita y obediente de la Iglesia. Al hacerse la orden político-religiosa extremadamente poderosa, la búsqueda de nuevas alianzas contra el rey de Francia debía tener un efecto de bumerang, en la medida en que el Papa abandonaría a la Orden, lo que se produjo con Clemente V. En este momento, la Orden se hunde.

Los numerosos historiadores del Templeno comprenden por qué Clemente V, inteligente y valeroso, no se opuso a la verdadera negación de la justicia que fueron el arresto y la condenación de los templarios por Felipe el Hermoso, rey de Francia. Clemente V, de origen occitano, era lo que se podría llamar un colaborador avant la lettre. Instruido por sus orígenes meridionales, había percibido al instante la alianza de sus compatriotas, los cátaros, con la orden del Temple.

Clemente V debía de estar ligado a Felipe el Hermoso, quien le había hecho regalo del trono pontificio y que, por el acuerdo de Saint-Jean-d’Angély, se había reservado, como contrapartida, el derecho de apoderarse de los considerables bienes del Temple. Entonces, con ocasión del Concilio de Viena, en 1311, ocurrió un hecho asombroso. Mientras todos los participantes esperaban que se hiciera la luz sobre esta misteriosa Orden del Temple, se discutió, por el contrario, entre otras cosas, acerca de cuestiones del Vaticano y del nombramiento de un arzobispo en Pekín.

 La disolución de la Orden del Temple, al año siguiente, no estuvo acompañada de ninguna explicación. El mismo año (1314) en que, fíeles al destino gnóstico, los templarios subían a la hoguera maldiciendo a sus verdugos, el Papa Clemente V y el rey Felipe el Hermoso morían, con algunos meses de intervalo, víctimas de un mal misterioso. Algún tiempo después, unos desconocidos cortarían la mano derecha de la estatua de Clemente V que se levanta sobre el atrio de la catedral de Burdeos.

En el antiguo Derecho Canónico, la mutilación de la mano era la pena infligida a los parricidas. A los lectores ávidos de misterio, bástenos recordarles que la maldición lanzada por el último Gran Maestre del Temple, Jacques de Molay, contra la casta de los Capeto había de encontrar su aplicación final el día en que la cabeza del desgraciado rey Luis XVI rodó sobre el serrín del cadalso.

Un espectador, que se había abalanzado hacia la guillotina, mojó sus dedos en la sangre del monarca, y recogiendo algunos coágulos los lanzó sobre la muchedumbre, gritando: «¡Yo te bautizo, pueblo, en nombre de la libertad y de Jacques de Molay!»




Por lo que se refiere a la maldición concerniente a los Papas, los francmasones se encargaron de ejecutarla, proclamándose, con razón o sin ella, descendientes espirituales de la Orden perseguida. Pero probablemente el relevo hasta la francmasonería se operó mediante la Rosacruz, otro movimiento esotérico.

El neotemplario Cadet-Gassicourt escribió en La tumba de Molay (1797): «Al día siguiente de la ejecución de Molay, el caballero Aumont y siete templarios, disfrazados de albañiles, acudieron a recoger las cenizas de la hoguera.

Entonces, las cuatro logias (Nápoles, Edimburgo, París y Estocolmo) prestan juramento de exterminar a todos los reyes y a la raza de los Capeto, de destruir el poder de los Papas, de predicar la libertad de los pueblos y fundar una religión universal».

Pero se trataba aquí sólo de neotemplarios de obediencia masónica que reconocían a Pierre de Aumont como el auténtico sucesor de Jacques de Molay. Los rosacrucianos actuales estiman por su parte, que son una de las tres ramas de una «Fraternidad universal» histórica, la cual comprende también a los templarios, en un plano mágico, y a los cátaros.

Se asegura que subsistieron cátaros auténticos en el norte de Nuremberg, en Franconia, hasta fines del siglo XVI. Éstos fueron los Hermanos de Bohemia, cuyo último obispo, Cominius, estuvo en contacto con Andrés y Jacobo Boehme, místico y teósofo luterano.

Por otra parte, algunos autores muy versados en la materia, entre ellos René Guénon, admitían que el legítimo sucesor de Molay fue Larmenius.

Este último habría sido seguido por Bertrand du Guesclin, Henri de Montmorency, Charles de Valéis, Régent, el príncipe de Condé, y, finalmente, por Fabré-Palaprat, quien debía hacer reaparecer el Temple a plena luz, en 1808, con la bendición de Napoleón.

Para aquel que conociera los proyectos políticos del Emperador de los franceses, parece como si éste hubiera querido jugarle una mala pasada al Vaticano, al mismo tiempo que desposeía a la francmasonería de su prestigio de sociedad secreta de tendencia monopolista.

 No podemos hallar una filiación directa que vincule la Gran Tradición con este tardío resurgimiento templario. Por el contrario, parece que la orden de la Rosacruz que surgió en el siglo XV, después que el Temple había sucumbido, fue la supuesta sucesora del movimiento templario.

En efecto, Christian Rosenkreuz, el fundador de la orden, vivió en el siglo XV, y, según Cadet-Gassicourt, si el famoso conde de Saint-Germain pretendía ser más viejo de lo que en realidad parecía, es simplemente porque los iniciados rosacrucianos cuentan los años de un modo muy particular, fechando su nacimiento el día en que pereció Jacques de Molay, es decir, el 18 de marzo de 1314. Además, parece que los sucesores de los templarios se habían reagrupado alrededor de la naciente Rosacruz por la vía de la alquimia.

El hecho es que los rosacrucianos, tanto antiguos como modernos, han creído poder anexionarse a Nicolás Flamel, célebre alquimista, de quien se sabe que su objetivo supremo, la transmutación de los metales y la fabricación de oro, no era totalmente desinteresado.

 La realización de la «gran obra» y del «huevo filosofal» podía encubrir empresas mucho más prosaicas. De hecho, la tradición alquímica, inspirada en gran parte por la Cábala judía, aparecía, aunque hubiera atraído a espíritus elevados, como una desviación de las fuerzas espirituales hacia un objetivo material, con vistas a procurarse riqueza y poder.

 No obstante, hay que señalar que Flamel conocía el simbolismo de la rosa, tan caro a los rosacrucianos, y se sirvió frecuentemente de él. La rosa mística no era ignorada por los templarios, y su sentido es conocido por toda la tradición esotérica. Durante largo tiempo secreta, la orden Rosacruz empezó a concretar sus objetivos durante el Renacimiento, que se mostraba más tolerante que la Edad Media hacia las «brujas».

En esta nueva Edad, la Rosacruz ve el fin de un ciclo, el de la época medieval, que se había de acompañar de trastornos cósmicos. Sus miembros quisieron ser así los anunciadores y fundadores de este nuevo mundo purificado por el fuego, y restablecer una especie de Paraíso Terrestre. La sigla INRI tenía para los iniciados una significación no cristiana que autentifica este mito: Igne Nature Renovatur Integra (La Naturaleza es renovada completamente por el fuego). Este fuego, que obtiene su poder del Sol, tiene un triple significado.

Sin embargo, para los rosacrucianos, la alquimia era una obra secundaria, en tanto que la obra por excelencia era el «ergón», que aporta al conocimiento. Esta idea era traducida por la siguiente fórmula: «Vosotros mismos sois la piedra filosofal, vuestro propio corazón es la primera materia que debe ser transmutada en oro puro».

La orden Rosacruz ha hecho correr mucha tinta, y algunos han puesto en duda su existencia. Según Héron Lepper: «Esta sociedad famosa, admitiendo que haya existido alguna vez, ha de ser considerada como la cadena que vincula las asociaciones esotéricas de la Edad Media con las de los tiempos modernos».

Hoy día tenemos suficientes documentos y pruebas, para no dudar de la realidad de esta sociedad secreta. Es en Alemania, convertida en tierra de elección del ocultismo, y que debía seguir siéndolo, donde se desarrolló la flor mística de la Rosacruz.

Un pastor luterano, Juan Valentín Andreae, reveló su existencia por vez primera en 1614, en un libro titulado Las bodas químicas de Cristián Rosenkreuz, en el que desvela algunos secretos de la secta.

El grupo oculto existía ya desde hacía tiempo, pues Agrippa de Nettesheim (1486-1533), el célebre médico Paracelso (1493-1541) y Heinrich Khunrath (muerto en 1690) parecen haber formado parte de él. En esta época tiene lugar la expansión espiritual de la secta y se adopta el símbolo definitivo de la Rosacruz: una rosa roja, fijada en el centro de una cruz también de color rojo, «ya que fue salpicada por la sangre mística y divina de Cristo».

 Las comunidades de magos creadas en toda Europa por Nettesheim habrían dado origen en 1570, en Alemania, a los hermanos de la Rosacruz de oro. Pero es Khunrath, el fundador de la pansofía, quien creó la mística del rosacrucianismo integral, que promete «materializar los espíritus y espiritualizar los cuerpos».

 Los «rosae crucis» de tendencia mística perdieron su influencia en el siglo XVIII a manos de los «aureae crucis», rama secundaria de tendencias más pragmáticas. Este programa gnóstico no debe hacernos olvidar los objetivos de la Rosacruz, que siguen siendo invariables. En el mes de julio de 1785, un rayo alcanzó al doctor Lange. Se encontraron en su casa documentos que demostraban que, en el Congreso rosacruciano de Wilhelmsbad, él había decidido la muerte de Luis XVI.

El jefe del complot, que no era otro que el fundador de los Iluminados de Baviera, el profesor Weishaupt, tuvo el tiempo justo de ocultarse en casa de uno de sus discípulos y alumno, el duque de Sajonia-Gotha, que le dio asilo.

La Corte de Baviera hizo imprimir los archivos de los conjurados. No obstante, ningún historiador ha tenido la idea de formularse esta pregunta: ¿Por qué haber elegido a Luis XVI? Todo se ordena, no obstante, alrededor de un encadenamiento lógico. El pivote central de la organización, evitando en este sentido el error templario, se había refugiado en Baviera.

La creación de la francmasonería, a partir de la rama de los «rosae crucis aureae», sirvió de pantalla protectora a la verdadera Rosacruz, que desapareció detrás de esta organización para no reaparecer más a la luz del día. Los Iluminados de Baviera nos proporcionan una huella irrefutable de este complot, del que el propio La Fayette percibió sus ecos.

El 24 de julio de 1789, el marqués escribía: «Una mano invisible dirige el populacho». Con el transcurso del tiempo, uno está cada vez más persuadido de la existencia de una conjura, ya que se encuentra un rosacruciano  en el origen del asunto del collar que causó la deshonra de la reina María Antonieta y, simultáneamente, del clero a través del cardenal de Rohan; nos referimos al italiano Cagliostro.

El asunto del collar fue una estafa que tuvo por víctima, en 1785, al cardenal de Rohan, obispo de Estrasburgo, y en el que se vio implicada la reina María Antonieta. La relevancia pública del asunto, que redundó en un gran escándalo político y social, contribuyó a hundir la imagen pública de la reina María Antonieta, que se ganó definitivamente la enemistad de la vieja nobleza francesa y perdió el apoyo del pueblo de Francia. Las consecuencias de esto espolearon el descontento popular contra el gobierno de Luis XVI, muy influenciado por la camarilla de la reina.

El torpe manejo que la monarquía francesa hizo del asunto llevó a que comenzara a ser abiertamente desprestigiada por la propia nobleza, socavando de manera fundamental la imagen pública de la monarquía en unos momentos de crisis económica y social; igualmente, puso de manifiesto ante el pueblo la corrupción de la corte y la precariedad de las finanzas públicas, hasta el punto de que el Asunto del Collar suele considerarse como un claro antecedente a la Revolución francesa.

Por su parte, el carácter profundamente novelesco del asunto, calificado como “una de las farsas más descaradas de la Historia” por Stefan Zweig, ha servido como tema de numerosas obras literarias, entre ellas, “El Gran Copto“, poema de Goethe, o la novela “L’Affaire du collier de la reine” de Alejandro Dumas, tema más tarde tomado por Hollywood para dar lugar a una película.Por aquél entonces, los joyeros de la corte Charles Boehmer y Marc Bassenge, se ven en un gran aprieto económico.

 Luis XV había encargado para su amante Madame du Barry un soberbio collar de diamantes a estos dos joyeros.

Sin embargo, la muerte de Luis XV frustró la operación, y los joyeros tuvieron que quedarse con el costosísimo collar. Desesperados, lo habían ofrecido a la corte de España, y, ante la negativa de Carlos III a pagar los dos millones de libras que pedían por él, de nuevo a Versalles, en donde el collar había despertado la admiración de María Antonieta ya en 1782, quien, por lo demás, tampoco se hallaba en condiciones de desembolsar el millón setecientas mil libras que habían pedido los joyeros.

 Incapaces de vender el collar pese a rebajar fabulosamente el precio, los joyeros estaban a punto de deshacer el collar cuando su existencia llegó a oídos de la condesa Jeanne de Valois de la Motte.

Usando su nombre y supuesta amistad con la reina, la condesa consigue que el 29 de diciembre de 1784 los dos joyeros le muestren el collar. Ensimismada ante tal magnificencia, la condesa decide hacerse con el collar por medio del cardenal.

 Le hace saber que la reina, antes de la pública reconciliación, necesita un último favor del cardenal: desea comprar un lujoso collar, pero carece de efectivo para ello; propone al cardenal de Rohan que lo compre en su nombre, y que posteriormente ella le abonará el coste del collar conforme lleguen los plazos; esto es, plantea al cardenal de Rohan que actúe como su avalista y testaferro en la compra del collar.

El cardenal, aunque contento por la muestra de confianza que cree que le hace la reina, se muestra receloso: pese a ser fabulosamente rico, el precio del collar, rebajado hasta un millón seiscientas mil libras, no deja de parecerle desorbitado. No obstante, acaba por acceder: con la complicidad oportuna de Cagliostro, el místico masón amigo del cardenal, la condesa logra convencer al prelado de que un oráculo confirma la conveniencia del asunto.

El 29 de enero de 1785, el cardenal, totalmente convencido, compra el collar por un millón seiscientas mil libras pagaderas a dos años en cuatro plazos semestrales, y se lo entrega a la de la Motte el 1 de febrero de 1785 quien, a su vez, se lo da en presencia del cardenal, y en medio de un gran secreto, a un supuesto lacayo de la reina, en realidad su cómplice Rétaux de Villette.

Por haber favorecido esta negociación el joyero le regalará a la estafadora varias joyas.Conforme se acerca el día del primer pago, no obstante, la condesa se va dando cuenta de que el joyero va a exigir el pago.




Desesperada, decide destaparles a los joyeros el fraude: les envía una carta en la que reconoce que la garantía de pago que el cardenal posee en nombre de la reina es falsa, pero que el cardenal, siendo rico, puede pagarles él mismo el collar. Sin embargo, los joyeros desconfían del cardenal, que siempre anda endeudado, y desesperados como están, se presentan ante la reina, creyendo que es ella la que posee el collar.

Boehmer se presenta en Versalles el 13 de agosto, María Antonieta lo recibe, y en menos de un minuto descubre el joyero que la reina ni tiene el collar, ni ha sabido nunca nada del asunto. Al interrogar a Boehmer, descubre que el collar fue comprado por el cardenal de Rohan en su nombre; María Antonieta, que, por influencia de su madre María Teresa, desprecia profundamente a de Rohan, se siente ultrajada por esa estratagema, en la que cree ver una venganza del propio cardenal, a quien considera su enemigo.

No se muestra dispuesta a pasar por alto cómo de Rohan ha usado, supuestamente, su nombre en su propio provecho, mezclándola en una estafa.

Así, la reina María Antonieta informa de manera casi inmediata a su marido Luis XVI, y el 14 de agosto le exige que actúe inmediatamente contra el cardenal de Rohan, a quien acusa de haber usurpado su buen nombre.

Al día siguiente, el 15 de agosto, cuando el cardenal –que es capellán del rey- se prepara para celebrar con gran ceremonia la fiesta de la Asunción, el rey lo llama a su despacho privado y, en presencia de María Antonieta, se ve obligado a dar explicaciones acerca del expediente presentado contra él.

De Rohan se muestra confundido, pues todavía creía contar con el favor de la reina; poco a poco se va dando cuenta de la estafa de la que ha sido objeto, y confiesa al rey la novelesca implicación de la condesa de Valois de la Motte, de quien ni el rey ni la reina han oído nunca hablar.

La ira de María Antonieta, que cree que el cardenal la insulta aún más con esa historia, crece hasta el punto de que urge a su marido a que detenga inmediatamente al cardenal; Luis XVI cede, y, ante toda la corte reunida para la Asunción, el cardenal de Rohan es arrestado públicamente y encarcelado en la Bastilla. Parece que la nueva francmasonería, sobre todo la francesa, no estaba al corriente de nada. Se refuerza esta idea con la asombrada reacción de La Fayette ante los primeros tumultos.

La Fayette era un masón notorio. Podemos añadir a Jean Sylvain Bailly, presidente de la Asamblea Nacional Francesa, quien, antes de caer, como muchos otros, bajo la cuchilla de la guillotina, escribía con bastante lucidez en sus Memorias: «Es necesario un espíritu profundo y mucho dinero para calificar este plan abominable».

Sin duda, la Historia jamás llegará a encontrar las huellas materiales de este complot internacional, pero hay muchas probabilidades de que fuera de Alemania, más concretamente de Baviera, y de Gran Bretaña, de donde partieran las consignas que concordaban en la política del momento; y, como por casualidad, fueron estos Estados los que acogieron favorablemente a los templarios en su huida y no tomaron ninguna medida contra la Orden, permitiéndoles efectuar lo que hoy día se denominaría una reconversión.

 La búsqueda del conocimiento a través de la investigación de la Gran Tradición no se extinguió, por tanto, con los templarios y los cátaros. Como ejemplo vemos que el rosacruciano y primer filósofo de su tiempo, Francis Bacon, trató, en su obra Nova Atlantis, el tema de la Tierra Santa, tan caro a Cristián Rosenkreuz.

 Con el tema de la nueva Atlántida y del continente perdido, que fue también la Tierra Santa, tenemos un resumen prodigioso y significativo de todos los sueños de los gnósticos y de los maniqueos, de los sacerdotes de Amón y de los cátaros, de los pitagóricos a los templarios. Pero ya la búsqueda de la Gran Tradición se ha alejado de Francia para situarse en su periferia. Es en Alemania y en Austria donde, a partir de entonces, encontraremos sus huellas.

La tradición profètica, del simple oráculo que era en la antigüedad, como puede verse con las pitonisas de Delfos, se ha convertido en cósmica con la revelación cristiana de las visiones de san Juan en la isla de Patmos, que formaron parte integrante del libro del Apocalipsis, en la Biblia. Desde el alba del cristianismo se han encontrado hombres ignorantes o eruditos, que intentaron percibir este simbolismo anunciador del fin de los tiempos y trataron de fijar un plazo a este hundimiento del mundo.

Según las épocas fueran buenas o malas, iluminados, filósofos y sabios han anunciado el Paraíso Terrestre, o vaticinado el retorno al caos y la destrucción de la civilización terrestre, verdadero reino de Satanás. En la época medieval, vino a añadirse a estos mitos el del Gran Monarca o Mesías imperial, soberano que debía reinar sobre toda la cristiandad e imponer la paz final, precediendo sobre la Tierra la venida de Cristo Rey.

En Francia, pero sobre todo en Alemania, hubo monarcas poderosos dispuestos a acoger favorablemente tales predicciones, que sólo podían favorecer las tentativas de restauración imperial. Por el contrario, el Papado siempre ha visto con malos ojos a estos profetas de la desgracia, que fustigaban los excesos de la Iglesia y anunciaban el cisma como algo inminente. En el mejor de los casos, las profecías hacían escaso favor al trono pontificio.

Los gobernantes con afición de ser también líderes religiosos, fueron siempre considerado en Roma como el peor enemigo de la Iglesia, campeona de la teocracia. Federico Barbarroja, Federico II (Hohenstaufen), Enrique VIII de Inglaterra, y, mucho más próximo a nosotros, Napoleón, están ahí para testimoniarlo. La Iglesia no soporta que una autoridad al margen de ella intente desempeñar un papel en la dirección espiritual; y esto es lo que conducirá a la Reforma.

La unión del sacerdocio y el Imperio parece, sin embargo, necesaria con objeto de realizar esta Jerusalén nueva de la que habla el Evangelio y que debería ser el ideal de la cristiandad. Aunque hoy día esta lucha parece claramente superada, el profetismo no ha cesado de añadir a lo largo de los siglos nuevas páginas a su leyenda. Muy próxima a nosotros, Fátima nos proporciona el ejemplo de ello.

 Si en Francia la fuente se agotó con Nostradamus, en Alemania el Apocalipsis siempre despierta ecos en el alma germánica. ¿Acaso Hitler no se presentó a sí mismo como un mesías de los tiempos nuevos, recogiendo el mito del Sacro Imperio, un Reich que debía durar mil años? Pero, ¿cuáles eran estas profecías que son los signos de los tiempos? ¿Cómo se expresaron? ¿Cuáles fueron sus intérpretes?

 Si queremos remontarnos hasta la fuente profunda, es preciso acudir a los primeros tiempos de la Era cristiana. Según el apóstol Mateo: «En verdad os digo que hay algunos entre los presentes que no gustarán la muerte antes de haber visto el Hijo del Hombre venir en su reino». Estas palabras de Jesús tienen un sonido profètico, al anunciar la Era del Espíritu Santo o del Paráclito.

El Apocalipsis de san Juan traduce claramente la efervescencia que provoca la espera del fin del mundo, después de la venida del Cristo, exacerbada por las desgracias de aquel tiempo. San Pablo reaccionó violentamente contra esta tendencia, aconsejando la moderación.

Pero, paralelamente, Pablo, el Apóstol de los Helenos, organizará la espera de la ciudad celeste. Según la enseñanza del Evangelio, proclama: «Pero nuestra ciudad está en los cielos». Al principio de la predicación cristiana, el Imperio Romano se halla en su apogeo, y el reino de los césares parece anunciar la edad de oro.

Con el reinado de Nerón, las perspectivas cambian, y a partir de entonces se sucederán los trastornos políticos. En el siglo II aparecen teólogos como Tertuliano que se lanzan con ardor a la interpretación apocalíptica, en que el fin del mundo es inminente, y por ello tanto más mediocre aparece el valor de las cosas terrestres.

 Por el contrario, Orígenes se opone vigorosamente al milenarismo, distinguiendo las dos ciudades: la ciudad terrestre y la ciudad celeste. San Agustín, obispo de Hipona (354-430), fue al principio maniqueo. Convertido al cristianismo, trata, en La Ciudad de Dios, de superar el antagonismo entre el poder espiritual y el poder temporal, sometiendo el emperador a la Iglesia. Se erige en campeón del sacerdotalismo. Agustín abandonó toda perspectiva milenarista: «las dos ciudades no han dejado de existir una junto a otra desde el origen de los tiempos; una tiene a Caín, y la otra a Abel, por fundadores.

Una es la ciudad terrestre con sus poderes políticos, su moral, su Historia y sus exigencias; la otra, la ciudad celeste, que, antes de la venida de Cristo, fue simbolizada por Jerusalén, es ahora la comunidad de cristianos que participan de un ideal divino: esta ciudad sólo está aquí en peregrinaje o en exilio, como los judíos lo estaban en Babilonia; las dos ciudades seguirán existiendo una junto a otra hasta el fin de los tiempos; pero, después, sólo la ciudad celeste subsistirá para participar en la eternidad de los santos». No obstante, la lucha que está teniendo lugar es realmente la del sacerdocio y el imperio en el marco milenario de los tiempos proféticos.

El emperador y el Papa lucharán por la dirección espiritual de los hombres, y en este combate el primero será vencido, ya que a la muerte de Teodosio (395) el Imperio es dividido, en tanto que la cristiandad permanece unida.

Así, pues, es en Occidente donde las tentativas de restauración imperial se sucederán, tras las grandes invasiones, desde Carlomagno a Hitler, pasando por Federico I (Barbarroja) y Napoleón, con idéntico fracaso. La Iglesia vela para impedir toda restauración del Mesías imperial, del orden romano o germánico que destruirá su omnipotencia.

A partir de esta época la guerra entre los dos poderes está siempre lista para estallar. Tras la ruina del mundo antiguo y el fracaso de la restauración justinianea, el reinado de Carlomagno, emperador de Occidente, aparece, en medio del caos de los pueblos, como una nueva edad de oro para los partidarios del Imperio, y el recuerdo, embellecido por la leyenda, del emperador de la barba florida, seguirá estando vivo en el pueblo junto con la nostalgia de la Pax romana. Esto es lo que explica la leyenda del emperador dormido:

«El emperador Otón III (983-1002) había sido advertido en sueños que debía exhumar el cuerpo del emperador Carlomagno. Se sabía que reposaba en Aquisgrán, sin que se pudiera precisar exactamente dónde.

Después de tres días de ayuno, los buscadores iniciaron su tarea. Descubrieron el cuerpo de Carlomagno, como Otón lo había soñado, en una cripta abovedada bajo la basílica de Santa María. El cuerpo, perfectamente conservado, estaba revestido con la gran túnica imperial y se mantenía sentado sobre un rico trono. En este estado fue mostrado a la vista del público y vuelto a inhumar en la misma basílica, detrás del altar de san Juan Bautista.

La exhumación de Carlomagno por Otón III enfebreció las imaginaciones. Se decía que Carlomagno había sido descubierto con el cetro en la mano y los Evangelios sobre las rodillas, que sólo estaba dormido y que despertaría un día para reinar sobre Europa, como lo habían enunciado los profetas. Tras la muerte de Federico II (1250), la leyenda se transfirió en su beneficio. Luego, en el siglo XVI, nuevamente recayó en Federico Barbarroja, muerto en 1190. Desde entonces, para todos los alemanes, el emperador prometido duerme en las profundidades de una gruta de Turingia.

Está sentado ante una mesa de piedra, y, dado que duerme, su barba rodea ya varias veces el contorno de la mesa. En ocasiones, se despierta para preguntar al pastor que le vela: “¿Vuelan todavía los cuervos alrededor de la montaña?”, y el pastor responde tristemente: “Sí”.

El emperador reemprende entonces su sueño secular, esperando el día en que conducirá a Alemania a la cabeza de todos los otros pueblos. Entonces, el Reich que durará mil años abarcará toda Europa».

Como subraya Eric Muraise, «la leyenda del emperador dormido adquirirá una nueva magnitud cuando se apoye en la transposición poética de la leyenda del Graal, copa santa, cuya revelación purificará y unirá a la cristiandad desmembrada. Sin embargo, la vía de transmisión será diferente. El mito del Graal nace en la Galia, y de aquí pasa a Germania».

Paralelamente, tiene lugar el terror de la gente ante las proximidades del año 1000, y las profecías de Rémy y de San Cesáreo anuncian el cisma final de la Iglesia, sin dar ninguna fecha. Más tarde, las profecías sagradas se apoyarán mutuamente para adquirir un nuevo impulso.

Podemos citar al monje Glaber, pero, sobre todo, a Joachim de Flore (1145-1202), figura que merece gran interés. Este abad del monasterio cisterciense de Corace (Sicilia) era un espíritu místico y un alma atormentada por el mal que veía penetrar en la Iglesia, y comparaba ésta a una cueva de bandidos.

Este espíritu elevado debe ser incluido cerca de los cátaros por su esfuerzo en retornar a la pureza. Joachim anuncia el juicio de Dios que herirá a la Iglesia por el poder de los nuevos caldeos, es decir, Alemania. Además, el monje anuncia el Anticristo, y predecía a Ricardo Corazón de León que este Anticristo ocuparía el trono pontificio.

El Evangelio eterno de Joachim de Flore tuvo un gran éxito en el seno del movimiento antirromano. Según esta obra, la Humanidad se divide en tres edades: el reino del Padre, el del Hijo, que se acababa en 1260, y el del Espíritu Santo, que coincide con el fin de los tiempos.

Este espíritu místico, anunciador de los tiempos imperiales y precursor de la Reforma, halló crédito en Alemania e Italia, ya que Dante, afiliado a la secta de emanación templaría de los Fideli d’Amore, sitúa al Papa en uno de los siete círculos del Infierno y se adhiere al partido imperial de los gibelinos.

En la gigantesca lucha que opone al emperador y el Papa, dos clanes, en los que encontramos otra vez mezclados a cátaros, valdenses, gibelinos y templarios, se enfrentan en el curso de los cuatro siglos que van desde el año 1000 al 1400. Federico I Barbarroja tuvo grandes dificultades con el Papa, pero no supo, como sus predecesores, transponer la lucha al plano de las ideas. Federico II, emperador desde 1220 a 1250, adoptó la vía más sutil del esoterismo.

Emperador de Alemania, rey de los romanos, rey de Sicilia, rey de Jerusalén, Federico II de Hohenstaufen fue un soberano prestigioso. Esta gran inteligencia, este enemigo irreductible de los Papas fue iniciado en el sufismo islámico; hablaba varias lenguas, entre ellas el árabe y el griego.

Por el esoterismo, el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico buscaba, él también, la llave de las cosas ocultas por la búsqueda del conocimiento a través de la historia de Merlín el Mago y del Graal. También hacia 1228, Federico II fue iniciado, en San Juan de Acre, en los misterios templarios. fue elegido por los templarios y los caballeros teutónicos, ligados por un pacto, para ser el emperador del mundo.

El plan fracasó, porque la Iglesia supo atacar a sus enemigos en frentes y momentos diferentes. Pero el hecho subsiste, y un vestigio singular de esta época es el castillo octogonal de Castel del Monte, en Sicilia. Esta construcción servía para reuniones misteriosas, y debía ser la sede del Nuevo Imperio. Federico II supervisó por sí mismo la construcción, que pone de manifiesto un plan secreto de arquitectura templaría imbuido del simbolismo sagrado de las cifras.

 Este castillo hace recordar a cierto burgo nazi donde se reunía el Capítulo de una Orden que pretendía suceder a los templarios y a los caballeros teutónicos. El Gran Maestro era Heinrich Himmler, gran admirador de la Edad Media y del Sacro Imperio.

En estos círculos se invocaba continuamente el esoterismo medieval y el movimiento antipapal. Para prueba, basta el libro de H. S. Chamberlain, libro de cabecera de Hitler, donde el autor de La génesis del siglo XIX exalta a Dante, el hereje, y el movimiento «los von Rom». Savonarola también es llevado al pináculo, él, que fue quemado por orden del Papa.”Sin Judea, sin Roma construyamos la Catedral alemana“.

 Así sostenía el movimiento del caballero Georg von Schönerer la separación de la Iglesia de Roma, “Los von Rom“, nacido a caballo entre los siglos XIX y XX en Austria. Se fundaba sobre ideas pangermánicas, anticlericales y antisemitas.

En este depósito ideológico se basaron también, posteriormente, los nazis. De hecho, en esa época, la intensa propaganda, apoyada por la asociación protestante alemana “Gustaf Adolf Verein“, consiguió alejar de la Iglesia a casi cien mil católicos austriacos en el arco de casi un decenio.

Girolamo Maria Francesco Matteo Savonarola (1452 – 1498) fue un religioso dominico, predicador italiano, confesor del gobernador de Florencia, Lorenzo de Médici, organizador de las célebres hogueras de vanidad (o “quema de vanidades“) donde los florentinos estaban invitados a arrojar sus objetos de lujo y sus cosméticos, además de libros que él consideraba licenciosos, como los de Giovanni Boccaccio.

Predicó contra el lujo, el lucro, la depravación de los poderosos y la corrupción de la Iglesia Católica, contra la búsqueda de la gloria y contra la sodomía, que él sospechaba que estaba en toda la sociedad de Florencia, donde él vivió. Predijo que un nuevo rey Ciro atravesaría el país para poner orden en las costumbres de los sacerdotes y del pueblo. La entrada del ejército francés de Carlos VIII, en 1494, en la Toscana, región donde estaba Florencia, confirmó su profecía.

Sus críticas violentas contra la familia que gobernaba Florencia en esos años, los Médici, acusándoles de corruptos, contribuyeron a la expulsión del Gobernador Piero de Médici por los florentinos en 1495. Sus ataques contra el Papa Alejandro VI le valieron, primeramente, la excomunión y la prisión, y más tarde, tras haber sido liberado y conducido a Roma por los grandes comerciantes florentinos, la condena a la hoguera por un tribunal de la Inquisición y la inclusión de su obra en el índice de libros prohibidos.

Nacido en Alemania, el movimiento contra el Papado encontró su expresión final con Lutero, quien se opuso definitivamente al dominio de Roma. Así, a pesar de su fracaso, estas luchas imperiales no debían resultar vanas, ya que anunciaron y prepararon el camino de la Reforma.

Ahí empezó todo. La Reforma dio nacimiento, más allá del Rin, a una libertad intelectual desconocida en los países católicos. De esta libertad debían brotar el genio romántico del siglo XIX y las figuras prodigiosas de estos nuevos profetas que fueron Wagner y Nietzsche.

N las declaraciones de Adolf Hitler publicadas por Hermann Rauschning con el título Hitler me ha dicho, y que obtuvieron gran éxito en los años inmediatos a la anteguerra, se puede descubrir nuevamente el importante papel de modelo que desempeñó la francmasonería alemana en la organización esotérica del partido nazi.

Rauschning se asombraba de que Hitler hubiera podido utilizar alguna cosa de la francmasonería: «Lo que hay de peligroso en estas gentes es el secreto de su secta, y éste es precisamente el que he adoptado. Forman una especie de aristocracia eclesiástica. Se reconocen entre ellos por signos especiales.

Han desarrollado una doctrina esotérica que no está formulada en términos lógicos, sino en símbolos que se revelan, gradualmente, a los iniciados. ¿No ve usted que nuestro partido tiene que ser constituido exactamente como esa secta?».

Pero no hay que confundir las logias de los Iluminados de Baviera con la verdadera francmasonería. En 1942 el mariscal Goering firma la orden de lucha «contra los judíos, los francmasones y otros poderes ideológicos», adversarios del III Reich. Por lo demás, esta orden fue seguida por la creación de Estados Mayores especiales (Einsatzstabe), cuya misión era la de confiscar y transferir los bienes masónicos.

 Este pillaje debía permitir a los servicios del profesor Rosenberg organizar las numerosas Exposiciones Masónicas que Europa ha conocido. Hay que señalar que el «Rotary-Club» no pudo escapar a este pillaje, así como los numerosos archivos y bibliotecas con cuya ayuda los escritores nazis esperaban poder «reinventar» la historia de las ideas políticas en Europa.

 Ya en 1798, por medio de un edicto, Federico Guillermo II de Prusia había prohibido las sociedades secretas, con excepción de las logias antiguas prusianas. Hitler actuaría más tarde del mismo modo. En efecto, la prohibición que acabamos de mencionar no se dirigía a estas logias prusianas, cuyo ideal, desde principios del siglo XX, se parecía bastante al pensamiento nazi.

 La ruptura entre estas logias racistas y las otras cofradías masónicas era tal, que un miembro de estas logias no podía adherirse a masonerías humanitarias. Así, el orden prusiano juaniano, que tenía como ideal espiritual la constitución de un Estado ultranacionalista y racista, no admitía, por tanto, a judíos entre sus miembros.

Este carácter tan germánico de la francmasonería alemana sorprenderá a aquellos que conciben a este movimiento filosófico internacional que es la francmasonería como un bloque sin grietas. Cabe subrayar que en este movimiento la diversidad ha existido siempre, ya desde su origen.

 Lo que hace apasionante el estudio de la francmasonería en Alemania es que esta última se aleja considerablemente de las ideas democráticas y religiosas del movimiento masón en general. No satisfecho con ser antidemócrata, el orden juaniano, por ejemplo, predicaba un cristianismo dogmático, es decir, gnóstico.

Esta búsqueda de un cristianismo dogmático parecía próxima a cumplirse con el advenimiento al poder de los señores de la Alemania del III Reich. Esta confirmación nos viene proporcionada por una obra del escritor alemán Paul Ernst, aparecida en Múnich en 1935, con el título de Eine Credo, obra que es significativa, por más de un concepto, de esta gnosis racista:

«La doctrina cristiana comporta el dogma del Espíritu Santo. En todos los tiempos y en todos los pueblos de la cristiandad se ha visto reaparecer esta idea de un tercer imperio, aquél que debe suceder al del Hijo: El imperio del Espíritu Santo.

También hoy día se capta confusamente, en la nostalgia del dios alemán, el término del Tercer Reich», y Ernst termina: «¿Será posible que la Humanidad encuentre una religión puramente espiritual, que no tenga necesidad de cuerpo, de expresión o de forma, que no sea más que sentimiento?».

 Así, contrariamente a las explicaciones seudohistóricas, que consideraban al Tercer Reich como continuador del Reich de Bismarck y de Guillermo II, la Alemania de Adolf Hitler aparecía claramente, a los ojos de sus fundadores y de sus iniciados, como la tercera época del género humano. Este análisis, que ha escapado a todos los escritores del Reich nazi, lo encontramos de nuevo en las afirmaciones del propio Hitlerr:

«Hubo los tiempos antiguos. Hay nuestro movimiento. Entre ambos, la edad media de la Humanidad, la Edad Media, que ha durado hasta nosotros y que nosotros vamos a clausurar».

 Prosiguiendo el estudio de los grupos esotéricos en Alemania, nos damos cuenta de que la lucha entre las dos formas de francmasonería fue acompañada en aquel país de una lucha entre la magia blanca y la magia negra.

Esta magia negra se basaba en la teosofía, que había estado en parte ligada con el grupo Thule, donde hemos encontrado a Haushoffer, Hess y Adolf Hitler. La teosofía añadía a esta magia neopagana toda una tramoya oriental. Mediante ésta, esperaba presentarse como una síntesis entre Oriente y Occidente.

Las doctrinas de la teosofía buscan la clave de su enseñanza en los Vedas sánscritos, en lugar de hacerlo en los libros hebraicos.. H.P. Blavatsky, emparentada por parte de madre con las mejores familias de la aristocracia rusa, es quien debía fundar, el 17 de noviembre de 1875, en Nueva York, la primera sociedad teosòfica.

En materia teológica, la teosofía es panteista. Dios es todo, y todo es Dios. Si hay que prestar crédito al coronel Olcott, uno de los primeros teósofos, los dirigentes de la teosofía estaban dotados de poderes supranormales, un carácter mediúmnico que aparecerá otra vez en Adolf Hitler. Todos estos fenómenos son destacados en las obras teosóficas y consisten, sobre todo, en comunicaciones efectuadas a distancia por los iniciados. 
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