Desde 1933 a 1945, con Hitler en el poder, una siniestra sombra cubrió Europa de terror, crueldad y muerte, causando la astronómica cifra de 121 millones de víctimas.
Pero sobre el Tercer Reich Alemán y el Nazismo, ¿se ha contado toda la verdad?
Pero sobre el Tercer Reich Alemán y el Nazismo, ¿se ha contado toda la verdad?
?¿Podemos resumir la Segunda Guerra Mundial sólo como un enfrentamiento entre el Tercer Reich y los Aliados Occidentales? ¿O, entre Fascismo y Democracia?
La Historia oficial responde que sí, pero en este artículo intentamos mostrar una serie de evidencias que nosindican que hay otros factores a tener en cuenta. Y un hecho que aparece con meridiana claridad es una extraña conexión esotérica en el desarrollo del Tercer Reich, que se decía que tenía que durar mil años.
Uno de los primeros escritos que informaron sobre esta casi desconocida conexión esotérica la facilitaron los escritores/filósofos franceses Louis Pauwels y Jacques Bergier, en su obra “El Retorno de los Brujos”, que en uno de sus capítulos escribieron esta enigmática frase: “…No somos tan locos como para querer explicar la Historia por las sociedades secretas. Pero sí que veremos, cosa curiosa, que existe una relación y que, con el nazismo, “otro mundo” reinó sobre nosotros durante algunos años.
Ha sido vencido, pero no ha muerto, ni al otro lado del río Rin ni en el resto del mundo. Y no es eso lo temible, sino nuestra ignorancia …“. En efecto, parece que una fuerza oscura y poderosa operaba en aquella Alemania. Y esta fuerza era alimentada por sociedades ocultas de raíces milenarias. Pero, ¿qué entendemos por esoterismo?
Esoterismo es un término genérico usado para referirse al conjunto de conocimientos, doctrinas, enseñanzas, prácticas, ritos, técnicas o tradiciones de una corriente filosófica o religiosa, que son secretos, incomprensibles o de difícil acceso y que se transmiten únicamente a una minoría selecta denominada iniciados, por lo que no son conocidos por los profanos. Por extensión, el esoterismo se refiere a toda doctrina que requiere un cierto grado de iniciación para estudiarla en su total profundidad.
En contraste, el conocimiento exotérico es fácilmente accesible para el público común y es transmitido libremente. Como ejemplo del concepto que los nazis tenían del esoterismo, pondré un ejemplo: La energía nuclear puede utilizarse para hacer el bien, como la producción de electricidad o los rayos X, o para hacer el mal, como la bomba atómica. Algo similar sucede con el esoterismo.
Joseph Goebbels, ministro de propaganda de la Alemania nazi, ante la derrota final de la Alemania de Hitler, proclamaba: «Ésta no es solamente la derrota militar del III Reich; es toda una concepción del mundo lo que se desploma». Hoy nos podríamos preguntar: ¿cuál era esta nueva concepción del mundo que la Alemania nazi quería expandir por toda la Tierra?
Probablemente habría que buscar los indicios de esta concepción del mundo hitleriana en una cierta Logia del Vril y en la personalidad de Karl Haushoffer,.
De todos modos, si nos guiamos por lo que la historia nos muestra, podemos deducir claramente que esta concepción del mundo hubiese sido lo más parecido a una terrible pesadilla. Se atribuye la búsqueda Nazi de apoyo ocultista en el Tibet a las creencias de Karl Haushofer y de la Sociedad Thule. Seguramente estas vinculaciones esotéricas expliquen, pero no justifiquen, algunos de los extraños y horribles comportamientos nazis. Haushofer fue el fundador de la Sociedad Vril, relacionada con la Sociedad Thule y fue una influencia importante en el pensamiento ocultista de Hitler. Las sociedades Thule y Vril combinaban creencias de varias fuentes.
Los antiguos Griegos escribieron no sólo acerca de la isla hundida de Atlantis, sino también sobre Hiperbórea, una tierra en zonas árticas, cuando tenían un clima tropical, cuyo pueblo migró al sur antes de que el hielo la destruyera. El autor sueco de finales del siglo XVII Olaf Rudbeck la situó en el actual Polo Norte y varios otros autores afirmaban que antes de su destrucción, se fragmentó en las islas de Thule y Ultima Thule. El astrónomo británico, Sir Edmund Halley, también a finales del siglo XVII, lanzó la teoría de que la tierra es hueca.
El novelista francés Julio Verne popularizó la idea en Viaje al Centro de la Tierra (1864). En 1871, el novelista británico Edward Bulwer-Lytton, en su libro The Coming Race or Vril: The Power of the Coming Race, describió una raza superior, la Vril-ya, que vivía bajo tierra y planeaba conquistar el mundo utilizando el vril, una energía psico-quinética.
En efecto, en 1871 se publicó una extraña novela titulada “The Coming Race“. En ella el narrador es conducido por un ingeniero de minas a un mundo subterráneo poblado por una extraña raza. Ese pueblo posee un poder misterioso que le ha permitido vivir sin maquinas y sin todos los aspectos de la civilización moderna. Ese poder es el llamado Vril.
Probablemente habría que buscar los indicios de esta concepción del mundo hitleriana en una cierta Logia del Vril y en la personalidad de Karl Haushoffer,.
De todos modos, si nos guiamos por lo que la historia nos muestra, podemos deducir claramente que esta concepción del mundo hubiese sido lo más parecido a una terrible pesadilla. Se atribuye la búsqueda Nazi de apoyo ocultista en el Tibet a las creencias de Karl Haushofer y de la Sociedad Thule. Seguramente estas vinculaciones esotéricas expliquen, pero no justifiquen, algunos de los extraños y horribles comportamientos nazis. Haushofer fue el fundador de la Sociedad Vril, relacionada con la Sociedad Thule y fue una influencia importante en el pensamiento ocultista de Hitler. Las sociedades Thule y Vril combinaban creencias de varias fuentes.
Los antiguos Griegos escribieron no sólo acerca de la isla hundida de Atlantis, sino también sobre Hiperbórea, una tierra en zonas árticas, cuando tenían un clima tropical, cuyo pueblo migró al sur antes de que el hielo la destruyera. El autor sueco de finales del siglo XVII Olaf Rudbeck la situó en el actual Polo Norte y varios otros autores afirmaban que antes de su destrucción, se fragmentó en las islas de Thule y Ultima Thule. El astrónomo británico, Sir Edmund Halley, también a finales del siglo XVII, lanzó la teoría de que la tierra es hueca.
El novelista francés Julio Verne popularizó la idea en Viaje al Centro de la Tierra (1864). En 1871, el novelista británico Edward Bulwer-Lytton, en su libro The Coming Race or Vril: The Power of the Coming Race, describió una raza superior, la Vril-ya, que vivía bajo tierra y planeaba conquistar el mundo utilizando el vril, una energía psico-quinética.
En efecto, en 1871 se publicó una extraña novela titulada “The Coming Race“. En ella el narrador es conducido por un ingeniero de minas a un mundo subterráneo poblado por una extraña raza. Ese pueblo posee un poder misterioso que le ha permitido vivir sin maquinas y sin todos los aspectos de la civilización moderna. Ese poder es el llamado Vril.
Autores como Louis Pauwels y Jacques Bergier en su obra El retorno de los brujos intentaron analizar el nazismo. Hay otras obras, como Cruzada contra el Graal, de Otto Rahn, escritor alemán aficionado al esoterismo, miembro del Partido Nazi y Obersturmführer de las SS, que dan algunas pistas sobre los orígenes secretos de la cosmogonía hitleriana.
Otra obra del mismo autor, titulada La Corte de Lucifer en Europa, explica que existía realmente un vínculo entre el nazismo y la búsqueda del Graal cátaro. Es realmente sorprendente esta relación entre el nazismo y el antiguo mundo cátaro, ya que nos parecen dos visiones del mundo radicalmente distintas. Otto Rahn nació y se crió en el seno de una familia de clase media.
Por influencia de su padre, juez en la ciudad de Maguncia, inició estudios de Derecho, aunque también le agradaba la música y era un buen pianista. Durante 4 años (de 1922 a 1926) estuvo matriculado en las facultades de Derecho de Giessen, Friburgo y Heidelberg. Asistía también a clases de filología germánica e historia, disciplinas que interpretaba desde una visión esotérica y völkisch, acorde con la filosofía nazi imperante en la Alemania de la época.
Sentía un interés especial por el catarismo, transmitido por su profesor de religión en el Instituto de Giessen, el barón de Gail. También le fascinaban las leyendas medievales de Parsifal, el ciclo artúrico y el Santo Grial. Su atracción por la cultura cátara le llevó a desarrollar su tesis doctoral en torno a la herejía cátaro-albigense y a viajar por Francia, Italia, España y Suiza entre 1928 y 1932.
Se instaló en la aldea de Lavelanet (Languedoc, Francia) en 1929 para explorar las ruinas de Montsegur y las grutas próximas a la montaña. Entonces escribió las dos obras antes mencionadas e inspiradas en su viaje, “Cruzada contra el Grial” y “La Corte de Lucifer“.
Estos libros influyeron en autores posteriores inspirados en el esoterismo medieval, como Trevor Ravenscroftl, Peter Berling o Jean-Michel Angebert, con su obra Hitler y la Tradición Catara, en que he basado este artículo, así como en defensores del misticismo nazi y/o germánico, como Nigel Pennick. Detrás del investigador francés Jean-Michel Angebert se esconden realmente dos personas cuyos verdaderos nombres son Michel Bertrand y Jean-Victor Angelini.
Michel Bertrand, alias Michel Angebert, nace el 16 de enero de 1944 en Carcasona, una comuna francesa totalmente occitana. Pasa su niñez en Beziers, antigua ciudad cátara. Cursa sus estudios superiores en Aix-en-Provence, perteneciendo también a varias sociedades iniciáticas tradicionalistas. Bertrand se convierte en escritor, periodista y conocedor de la guerra marítima. Ya sea escribiendo como Michel Bertrand o Michel Angebert, sus temas recurrentes son el grial, los cátaros, el tradicionalismo y la marina francesa.
Otra obra del mismo autor, titulada La Corte de Lucifer en Europa, explica que existía realmente un vínculo entre el nazismo y la búsqueda del Graal cátaro. Es realmente sorprendente esta relación entre el nazismo y el antiguo mundo cátaro, ya que nos parecen dos visiones del mundo radicalmente distintas. Otto Rahn nació y se crió en el seno de una familia de clase media.
Por influencia de su padre, juez en la ciudad de Maguncia, inició estudios de Derecho, aunque también le agradaba la música y era un buen pianista. Durante 4 años (de 1922 a 1926) estuvo matriculado en las facultades de Derecho de Giessen, Friburgo y Heidelberg. Asistía también a clases de filología germánica e historia, disciplinas que interpretaba desde una visión esotérica y völkisch, acorde con la filosofía nazi imperante en la Alemania de la época.
Sentía un interés especial por el catarismo, transmitido por su profesor de religión en el Instituto de Giessen, el barón de Gail. También le fascinaban las leyendas medievales de Parsifal, el ciclo artúrico y el Santo Grial. Su atracción por la cultura cátara le llevó a desarrollar su tesis doctoral en torno a la herejía cátaro-albigense y a viajar por Francia, Italia, España y Suiza entre 1928 y 1932.
Se instaló en la aldea de Lavelanet (Languedoc, Francia) en 1929 para explorar las ruinas de Montsegur y las grutas próximas a la montaña. Entonces escribió las dos obras antes mencionadas e inspiradas en su viaje, “Cruzada contra el Grial” y “La Corte de Lucifer“.
Estos libros influyeron en autores posteriores inspirados en el esoterismo medieval, como Trevor Ravenscroftl, Peter Berling o Jean-Michel Angebert, con su obra Hitler y la Tradición Catara, en que he basado este artículo, así como en defensores del misticismo nazi y/o germánico, como Nigel Pennick. Detrás del investigador francés Jean-Michel Angebert se esconden realmente dos personas cuyos verdaderos nombres son Michel Bertrand y Jean-Victor Angelini.
Michel Bertrand, alias Michel Angebert, nace el 16 de enero de 1944 en Carcasona, una comuna francesa totalmente occitana. Pasa su niñez en Beziers, antigua ciudad cátara. Cursa sus estudios superiores en Aix-en-Provence, perteneciendo también a varias sociedades iniciáticas tradicionalistas. Bertrand se convierte en escritor, periodista y conocedor de la guerra marítima. Ya sea escribiendo como Michel Bertrand o Michel Angebert, sus temas recurrentes son el grial, los cátaros, el tradicionalismo y la marina francesa.
Jean-Victor Angelini, alias Jean Angebert, nace el 21 de octubre de 1943 en Dakar la capital de Senegal, de ascendencia provenzal, pasa su niñez en Bastia (Francia) y cursa sus estudios superiores en Aix-en-Provence.
Se interesa por el simbolismo y el estudio del tradicionalismo. A diferencia de Bertrand, cambio de Angelini solo conocemos sus aportes de escritor en colaboración con Bertrand, bajo el pseudónimo de Jean Angebert, sin destacar mayormente con escritos en solitario.
De la unión de Angelini y Bertrand obtenemos Angerbert y los nombres Jean y Michel completan tan curioso personaje que nos ha dado 4 libros: Hitler y la tradición cátara, Los místicos del sol, Le livre de la tradition y Las ciudades mágicas. Otto Rahn falleció el 13 de marzo de 1939, congelado en la cima del Wilden Kaiser (Austria), probablemente en un suicidio ritual. Heinrich Himmler acudió a Montserrat tras la muerte de Rahn, el 23 de octubre de 1940, buscando allí un pretendido Grial y llevando consigo la obra de Rahn “La corte de Lucifer“, libro que ordenó distribuir gratuitamente entre los oficiales de alta graduación del cuerpo.
La filosofía cátara trata de dos mundos opuestos, representados por la luz y las tinieblas. En la cosmología nazi, el Sol ha desempeñado, como en los cátaros, un papel esencial, en tanto que símbolo sagrado de los arios, frente al simbolismo femenino y mágico de la Luna, por parte de los pueblos semitas. Así, pues, se comprende mejor el odio, con tendencia a la locura obsesiva, que Hitler manifestaba frente a los judíos. Pero, ¿quiénes son los cátaros? Un personaje legendario de Languedoc es Meridiana.
Su aparición más famosa aconteció cuando Gerberto de Aurillac (940-1003), el futuro papa Silvestre II, viajó a España para aprender los secretos de la alquimia. Silvestre, propietario además de una cabeza parlante que le anunciaba el porvenir, recibió su sabiduría de esta Meridiana, que le regaló «su cuerpo, sus riquezas y sus saberes mágicos», lo cual describe algún tipo de conocimiento alquímico y esotérico. Según la escritora norteamericana Barbara G. Walker, el nombre de Meridiana es un compuesto de «María-Diana», es decir, que vincula a esa compleja divinidad pagana con las leyendas acerca de María Magdalena corrientes en el sur de Francia.
El Languedoc tuvo también la máxima densidad de caballeros templarios en Europa hasta la supresión de la Orden, a comienzos del siglo XIV, y todavía abundan allí las evocadoras ruinas de sus castillos. Béziers se encuentra en el actual departamento de Hérault, del Languedoc-Rosellón, y es una activa ciudad a escasos diez kilómetros del golfo de Lyon, en la costa mediterránea.
Se interesa por el simbolismo y el estudio del tradicionalismo. A diferencia de Bertrand, cambio de Angelini solo conocemos sus aportes de escritor en colaboración con Bertrand, bajo el pseudónimo de Jean Angebert, sin destacar mayormente con escritos en solitario.
De la unión de Angelini y Bertrand obtenemos Angerbert y los nombres Jean y Michel completan tan curioso personaje que nos ha dado 4 libros: Hitler y la tradición cátara, Los místicos del sol, Le livre de la tradition y Las ciudades mágicas. Otto Rahn falleció el 13 de marzo de 1939, congelado en la cima del Wilden Kaiser (Austria), probablemente en un suicidio ritual. Heinrich Himmler acudió a Montserrat tras la muerte de Rahn, el 23 de octubre de 1940, buscando allí un pretendido Grial y llevando consigo la obra de Rahn “La corte de Lucifer“, libro que ordenó distribuir gratuitamente entre los oficiales de alta graduación del cuerpo.
La filosofía cátara trata de dos mundos opuestos, representados por la luz y las tinieblas. En la cosmología nazi, el Sol ha desempeñado, como en los cátaros, un papel esencial, en tanto que símbolo sagrado de los arios, frente al simbolismo femenino y mágico de la Luna, por parte de los pueblos semitas. Así, pues, se comprende mejor el odio, con tendencia a la locura obsesiva, que Hitler manifestaba frente a los judíos. Pero, ¿quiénes son los cátaros? Un personaje legendario de Languedoc es Meridiana.
Su aparición más famosa aconteció cuando Gerberto de Aurillac (940-1003), el futuro papa Silvestre II, viajó a España para aprender los secretos de la alquimia. Silvestre, propietario además de una cabeza parlante que le anunciaba el porvenir, recibió su sabiduría de esta Meridiana, que le regaló «su cuerpo, sus riquezas y sus saberes mágicos», lo cual describe algún tipo de conocimiento alquímico y esotérico. Según la escritora norteamericana Barbara G. Walker, el nombre de Meridiana es un compuesto de «María-Diana», es decir, que vincula a esa compleja divinidad pagana con las leyendas acerca de María Magdalena corrientes en el sur de Francia.
El Languedoc tuvo también la máxima densidad de caballeros templarios en Europa hasta la supresión de la Orden, a comienzos del siglo XIV, y todavía abundan allí las evocadoras ruinas de sus castillos. Béziers se encuentra en el actual departamento de Hérault, del Languedoc-Rosellón, y es una activa ciudad a escasos diez kilómetros del golfo de Lyon, en la costa mediterránea.
En 1209 todos y cada uno de sus habitantes fueron perseguidos y muertos sin contemplaciones durante la cruzada contra los albigenses. Pierre des Vaux-de-Cernat, un monje cisterciense, escribió en 1213, basándose en los relatos de cruzados que estuvieron allí. Béziers se había convertido en una especie de refugio para heréticos y por eso, cuando los cruzados la atacaron, existía allí un enclave de 222 cátaros que vivían en la ciudad sin que nadie los molestase.
Aunque no se sabe si el conde de Béziers era también cátaro, o sólo un simpatizante, el caso es que no hizo nada por perseguirlos o expulsarlos, y esto enfureció sobremanera a los cruzados. Éstos exigieron que los habitantes católicos entregaran a los cátaros o salieran de la ciudad, dejando intramuros a los cátaros para que fuese más fácil exterminarlos. Aunque estas exigencias se plantearon bajo amenaza de excomunión y la alternativa concedía a los católicos la oportunidad de salvarse de la inminente matanza, sucedió algo asombroso: los ciudadanos no quisieron cumplir ninguna de las dos condiciones.
Como escribió Vaux-de-Cernat, prefirieron «morir como heréticos que vivir como cristianos». Y de acuerdo con el informe que el Papa recibió de sus enviados, los habitantes de la población juraron además defender a sus herejes. En julio de 1209 los cruzados entraron en Béziers. Después de ocuparla sin dificultad mataron a todo el mundo, hombres, mujeres, niños y clérigos, tras lo cual incendiaron la ciudad.
Debieron de morir entre 15.000 y 20.000 personas, mientras que los heréticos eran poco más de doscientos. «No encontraron refugio ni bajo la cruz, ni ante el altar, ni junto al crucifijo». Así fue que los cruzados preguntaron a los delegados del Papa cómo distinguirían a los heréticos de los demás ciudadanos y recibieron la célebre contestación: «Matadlos a todos, que Dios conocerá a los suyos».
¿Qué ocurrió allí en realidad?
En primer lugar hay que tener en cuenta la fecha exacta de la matanza, que fue el 22 de julio, fiesta de María Magdalena, detalle cuya singular importancia destacaron todos los autores contemporáneos. Y fue en la iglesia de la Magdalena de Béziers donde cuarenta años antes murió asesinado el señor local, Raymond Trencavel, por motivos que no han quedado claros. En Béziers al menos, la relación entre la Magdalena y la herejía no era casual, y además proporciona algunos atisbos sobre el trasfondo de la cruzada albigense en su conjunto.
Como escribió Pierre des Vaux-de-Cernat: “Béziers fue tomada el día de santa María Magdalena, ¡oh justicia suprema de la Providencia! [...] los heréticos afirmaban que santa María Magdalena había sido la concubina de Jesucristo [...] era justo, por tanto, que esos perros repugnantes fuesen vencidos y exterminados en la festividad de aquella a quien habían agraviado [...]“.
Aunque no se sabe si el conde de Béziers era también cátaro, o sólo un simpatizante, el caso es que no hizo nada por perseguirlos o expulsarlos, y esto enfureció sobremanera a los cruzados. Éstos exigieron que los habitantes católicos entregaran a los cátaros o salieran de la ciudad, dejando intramuros a los cátaros para que fuese más fácil exterminarlos. Aunque estas exigencias se plantearon bajo amenaza de excomunión y la alternativa concedía a los católicos la oportunidad de salvarse de la inminente matanza, sucedió algo asombroso: los ciudadanos no quisieron cumplir ninguna de las dos condiciones.
Como escribió Vaux-de-Cernat, prefirieron «morir como heréticos que vivir como cristianos». Y de acuerdo con el informe que el Papa recibió de sus enviados, los habitantes de la población juraron además defender a sus herejes. En julio de 1209 los cruzados entraron en Béziers. Después de ocuparla sin dificultad mataron a todo el mundo, hombres, mujeres, niños y clérigos, tras lo cual incendiaron la ciudad.
Debieron de morir entre 15.000 y 20.000 personas, mientras que los heréticos eran poco más de doscientos. «No encontraron refugio ni bajo la cruz, ni ante el altar, ni junto al crucifijo». Así fue que los cruzados preguntaron a los delegados del Papa cómo distinguirían a los heréticos de los demás ciudadanos y recibieron la célebre contestación: «Matadlos a todos, que Dios conocerá a los suyos».
¿Qué ocurrió allí en realidad?
En primer lugar hay que tener en cuenta la fecha exacta de la matanza, que fue el 22 de julio, fiesta de María Magdalena, detalle cuya singular importancia destacaron todos los autores contemporáneos. Y fue en la iglesia de la Magdalena de Béziers donde cuarenta años antes murió asesinado el señor local, Raymond Trencavel, por motivos que no han quedado claros. En Béziers al menos, la relación entre la Magdalena y la herejía no era casual, y además proporciona algunos atisbos sobre el trasfondo de la cruzada albigense en su conjunto.
Como escribió Pierre des Vaux-de-Cernat: “Béziers fue tomada el día de santa María Magdalena, ¡oh justicia suprema de la Providencia! [...] los heréticos afirmaban que santa María Magdalena había sido la concubina de Jesucristo [...] era justo, por tanto, que esos perros repugnantes fuesen vencidos y exterminados en la festividad de aquella a quien habían agraviado [...]“.
Por más que la idea pareciese repugnante al monje y a los cruzados, es obvio que no escandalizaba a la gran mayoría de los ciudadanos que se pusieron activamente a favor de los herejes.
Lo cual indica que la creencia o tradición local en cuestión ejercía un gran ascendiente en aquellas gentes. Los evangelios gnósticos y otros textos primitivos describen sin muchos eufemismos como unión sexual la relación entre María Magdalena y Jesús. Pero los evangelios gnósticos ni siquiera habían sido descubiertos.
Así pues, ¿de dónde provenía la tradición?
El episodio vino a ser como el preludio de la cruzada albigense, cuyos estragos en el Languedoc aún habrían de durar cuarenta años más y dejaron grandes cicatrices en la conciencia colectiva de la población. Pero, ¿quiénes fueron esos cátaros cuyas creencias justificaron que se montase toda una cruzada? ¿Qué motivos tenía el poder establecido para temerlos tanto?
En el Languedoc el movimiento se convirtió rápidamente en una fuerza no desdeñable durante el siglo XI. Llegaron a ser la religión dominante del país y siempre fueron tratados allí con el mayor respeto. Los miembros de todas las familias aristocráticas eran cátaros notorios, o simpatizantes que los ayudaban activamente. Se puede afirmar que el catarismo era la virtual religión de estado en el Languedoc.
Los llamaban les Bonhommes o les Bons Chrétiens, es decir buenos hombres o buenos cristianos, lo cual da a entender que no escandalizaban a nadie. Aunque asimilaron otras muchas ideas y sus doctrinas no estuvieron exentas de confusión, propugnaron un ideal de vida conforme a las enseñanzas de Jesús. Acusaban a la Iglesia católica de haberse alejado en exceso de los postulados originarios, en especial el de la pobreza apostólica.
Por tanto, anatemizaban la riqueza y los fastos de la Iglesia, que juzgaban opuestos a lo que Jesús exigió de sus seguidores. Algunos estudiosos tienden a presentarlos como precursores de la Reforma protestante, lo que no es el caso, pese a algunas semejanzas. Los cátaros vivían sencillamente.
Preferían congregarse al aire libre o en casa de un vecino mejor que en las iglesias, y aunque tuvieron una jerarquía con sus obispos, todos los miembros bautizados eran iguales en lo espiritual. También postulaban la igualdad entre los sexos, y esto puede sorprender más teniendo en cuenta la época. Se abstenían de comer carne, eran pacifistas y creían en una especie de reencarnación. También practicaban la predicación itinerante, para lo cual viajaban por parejas que vivían en la mayor pobreza y sencillez y se detenían dondequiera que hiciese falta ayudar y sanar.
Lo cual indica que la creencia o tradición local en cuestión ejercía un gran ascendiente en aquellas gentes. Los evangelios gnósticos y otros textos primitivos describen sin muchos eufemismos como unión sexual la relación entre María Magdalena y Jesús. Pero los evangelios gnósticos ni siquiera habían sido descubiertos.
Así pues, ¿de dónde provenía la tradición?
El episodio vino a ser como el preludio de la cruzada albigense, cuyos estragos en el Languedoc aún habrían de durar cuarenta años más y dejaron grandes cicatrices en la conciencia colectiva de la población. Pero, ¿quiénes fueron esos cátaros cuyas creencias justificaron que se montase toda una cruzada? ¿Qué motivos tenía el poder establecido para temerlos tanto?
En el Languedoc el movimiento se convirtió rápidamente en una fuerza no desdeñable durante el siglo XI. Llegaron a ser la religión dominante del país y siempre fueron tratados allí con el mayor respeto. Los miembros de todas las familias aristocráticas eran cátaros notorios, o simpatizantes que los ayudaban activamente. Se puede afirmar que el catarismo era la virtual religión de estado en el Languedoc.
Los llamaban les Bonhommes o les Bons Chrétiens, es decir buenos hombres o buenos cristianos, lo cual da a entender que no escandalizaban a nadie. Aunque asimilaron otras muchas ideas y sus doctrinas no estuvieron exentas de confusión, propugnaron un ideal de vida conforme a las enseñanzas de Jesús. Acusaban a la Iglesia católica de haberse alejado en exceso de los postulados originarios, en especial el de la pobreza apostólica.
Por tanto, anatemizaban la riqueza y los fastos de la Iglesia, que juzgaban opuestos a lo que Jesús exigió de sus seguidores. Algunos estudiosos tienden a presentarlos como precursores de la Reforma protestante, lo que no es el caso, pese a algunas semejanzas. Los cátaros vivían sencillamente.
Preferían congregarse al aire libre o en casa de un vecino mejor que en las iglesias, y aunque tuvieron una jerarquía con sus obispos, todos los miembros bautizados eran iguales en lo espiritual. También postulaban la igualdad entre los sexos, y esto puede sorprender más teniendo en cuenta la época. Se abstenían de comer carne, eran pacifistas y creían en una especie de reencarnación. También practicaban la predicación itinerante, para lo cual viajaban por parejas que vivían en la mayor pobreza y sencillez y se detenían dondequiera que hiciese falta ayudar y sanar.
En muchos sentidos cabe decir que los Hombres Buenos no eran un peligro para nadie, excepto para la Iglesia. Dicha institución sí tenía numerosos motivos para perseguir a los cátaros, ya que éstos se declaraban adversarios del símbolo de la cruz, en tanto que morboso recordatorio del instrumento de suplicio en que Jesús halló la muerte.
Aborrecían asimismo el culto de los difuntos y el consiguiente tráfico de reliquias, recurso principal con que la Iglesia de la época llenaba sus arcas. Pero el primer motivo de la enemistad eclesiástica fue que los cátaros no reconocían la autoridad del Papa. Durante el siglo XII varios concilios condenaron a los cátaros, pero fue en 1179 cuando ellos y sus protectores quedaron definitivamente anatemizados.
Hasta esa fecha la Iglesia envió a misioneros, elegidos entre los mejores predicadores con que contaba, para tratar de obtener el «regreso al redil» de los cátaros. Incluso el gran santo Bernardo de Claraval (1090-1153) fue enviado a la región, pero regresó exasperado por la contumacia de aquéllos. Sin embargo, en su informe al Papa tuvo buen cuidado de señalar que, si bien los cátaros estaban sumidos en el error desde el punto de vista de la doctrina, «si examinamos su modo de vida no encontraremos ninguno más irreprochable».
En toda la cruzada éste fue un rasgo invariable. Incluso los enemigos de los cátaros tenían que admitir que la regla de vida de éstos era ejemplar. Otra táctica de la Iglesia fue la de vencer a los heréticos con sus propias armas, haciendo que sus misioneros actuaran como predicadores itinerantes. Entre los primeros, allá por 1205, estuvo Domingo de Guzmán, monje español y futuro fundador de la Orden de los Predicadores, luego conocida como dominicos o frailes negros, que suministraron la mayor parte del personal de la Santa Inquisición.
Los dos bandos se reunieron para una serie de disputas públicas, que no solucionaron el problema. Por último, en 1207, el papa Inocencio III perdió la paciencia y excomulgó a Raymond VI, conde de Tolosa, por no haber procedido contra los herejes. La medida fue muy impopular, por lo el legado papal que traía la noticia fue muerto por uno de los soldados de Raymond.
Y ésa fue la gota que colmó el vaso. El Papa convocó la cruzada contra los cátaros y contra quienes los ayudasen o simpatizasen con ellos. Esta proclamación se realizó el 24 de junio de 1209, curiosamente la fiesta de San Juan Bautista. Hasta entonces se solía llamar a la cruzada contra los musulmanes, unos «infieles» extranjeros que vivían en países tan lejanos, que apenas se tenía una noción de ellos.
Aborrecían asimismo el culto de los difuntos y el consiguiente tráfico de reliquias, recurso principal con que la Iglesia de la época llenaba sus arcas. Pero el primer motivo de la enemistad eclesiástica fue que los cátaros no reconocían la autoridad del Papa. Durante el siglo XII varios concilios condenaron a los cátaros, pero fue en 1179 cuando ellos y sus protectores quedaron definitivamente anatemizados.
Hasta esa fecha la Iglesia envió a misioneros, elegidos entre los mejores predicadores con que contaba, para tratar de obtener el «regreso al redil» de los cátaros. Incluso el gran santo Bernardo de Claraval (1090-1153) fue enviado a la región, pero regresó exasperado por la contumacia de aquéllos. Sin embargo, en su informe al Papa tuvo buen cuidado de señalar que, si bien los cátaros estaban sumidos en el error desde el punto de vista de la doctrina, «si examinamos su modo de vida no encontraremos ninguno más irreprochable».
En toda la cruzada éste fue un rasgo invariable. Incluso los enemigos de los cátaros tenían que admitir que la regla de vida de éstos era ejemplar. Otra táctica de la Iglesia fue la de vencer a los heréticos con sus propias armas, haciendo que sus misioneros actuaran como predicadores itinerantes. Entre los primeros, allá por 1205, estuvo Domingo de Guzmán, monje español y futuro fundador de la Orden de los Predicadores, luego conocida como dominicos o frailes negros, que suministraron la mayor parte del personal de la Santa Inquisición.
Los dos bandos se reunieron para una serie de disputas públicas, que no solucionaron el problema. Por último, en 1207, el papa Inocencio III perdió la paciencia y excomulgó a Raymond VI, conde de Tolosa, por no haber procedido contra los herejes. La medida fue muy impopular, por lo el legado papal que traía la noticia fue muerto por uno de los soldados de Raymond.
Y ésa fue la gota que colmó el vaso. El Papa convocó la cruzada contra los cátaros y contra quienes los ayudasen o simpatizasen con ellos. Esta proclamación se realizó el 24 de junio de 1209, curiosamente la fiesta de San Juan Bautista. Hasta entonces se solía llamar a la cruzada contra los musulmanes, unos «infieles» extranjeros que vivían en países tan lejanos, que apenas se tenía una noción de ellos.
Pero esta cruzada iba a ser de cristianos contra cristianos. Era muy posible que algunos cruzados conociesen personalmente a algunos de los heréticos que juraron exterminar.
La cruzada albigense, comenzada en 1209 con el asalto a Béziers, continuó con la mayor brutalidad, a medida que una ciudad tras otra iba cayendo en manos de los soldados bajo el mando de Simón de Montfort.
La campaña duró hasta 1244. Todavía hoy, en algunos lugares del Languedoc el nombre de Simón de Montfort suscita una reacción mezcla de temor y odio.
Pero pronto a las razones religiosas se añadieron razones económicas y políticas. La mayoría de los cruzados eran oriundos del norte de Francia y las atractivas riquezas y el poderío del Languedoc eran aspectos que nadie ignoraba. Antes del comienzo de la cruzada la región disfrutaba de una notable independencia.
Este episodio de la Historia europea, además de ser el primer genocidio conocido perpetrado en Europa, proporcionó un impulso definitivo a la unificación de Francia y a la creación de la Inquisición. Los cátaros eran pacifistas, y además desdeñaban tanto la «vil envoltura carnal», que no tenían inconveniente en desprenderse de ella, aunque fuese por medio de un martirio tan horrible como la muerte en la hoguera.
Durante la campaña, incontables millares de cátaros hallaron la muerte en las piras, pero muchos de ellos no dieron ninguna muestra de temor. A lo que parece, algunos ni siquiera sufrieron, como se evidenció singularmente cuando terminó el asedio a Montségur, su último reducto.
Poco después de 1240 y conforme sus enemigos iban arrinconando a los cátaros sobrevivientes en sus reductos pirenaicos, ellos hicieron de Montségur su cuartel general. En tanto que refugio de unos 300 cátaros y más particularmente de sus cabecillas, para los hombres del Papa era el objetivo principal, tal como escribió Blanca de Castilla, la reina de Francia, refiriéndose a la importancia de Montségur, «[hay que] cortar la cabeza del dragón».
Durante los meses que duró el sitio se produjo un curioso fenómeno. Varios de los soldados sitiadores se pasaron al bando de los cátaros, aun sabiendo cómo acabaría la aventura para ellos. Se ha sugerido que los impresionó tanto el ejemplar comportamiento de los cátaros, que sufrieron una profunda conversión interior.
Los cátaros se enfrentaron a la muerte en el suplicio con absoluta tranquilidad, incluso mientras las llamas crecían a su alrededor. Pero la caída de Montségur creó muchos misterios que fascinaron a muchas generaciones, incluidos los nazis y los buscadores del Santo Grial.
La cruzada albigense, comenzada en 1209 con el asalto a Béziers, continuó con la mayor brutalidad, a medida que una ciudad tras otra iba cayendo en manos de los soldados bajo el mando de Simón de Montfort.
La campaña duró hasta 1244. Todavía hoy, en algunos lugares del Languedoc el nombre de Simón de Montfort suscita una reacción mezcla de temor y odio.
Pero pronto a las razones religiosas se añadieron razones económicas y políticas. La mayoría de los cruzados eran oriundos del norte de Francia y las atractivas riquezas y el poderío del Languedoc eran aspectos que nadie ignoraba. Antes del comienzo de la cruzada la región disfrutaba de una notable independencia.
Este episodio de la Historia europea, además de ser el primer genocidio conocido perpetrado en Europa, proporcionó un impulso definitivo a la unificación de Francia y a la creación de la Inquisición. Los cátaros eran pacifistas, y además desdeñaban tanto la «vil envoltura carnal», que no tenían inconveniente en desprenderse de ella, aunque fuese por medio de un martirio tan horrible como la muerte en la hoguera.
Durante la campaña, incontables millares de cátaros hallaron la muerte en las piras, pero muchos de ellos no dieron ninguna muestra de temor. A lo que parece, algunos ni siquiera sufrieron, como se evidenció singularmente cuando terminó el asedio a Montségur, su último reducto.
Poco después de 1240 y conforme sus enemigos iban arrinconando a los cátaros sobrevivientes en sus reductos pirenaicos, ellos hicieron de Montségur su cuartel general. En tanto que refugio de unos 300 cátaros y más particularmente de sus cabecillas, para los hombres del Papa era el objetivo principal, tal como escribió Blanca de Castilla, la reina de Francia, refiriéndose a la importancia de Montségur, «[hay que] cortar la cabeza del dragón».
Durante los meses que duró el sitio se produjo un curioso fenómeno. Varios de los soldados sitiadores se pasaron al bando de los cátaros, aun sabiendo cómo acabaría la aventura para ellos. Se ha sugerido que los impresionó tanto el ejemplar comportamiento de los cátaros, que sufrieron una profunda conversión interior.
Los cátaros se enfrentaron a la muerte en el suplicio con absoluta tranquilidad, incluso mientras las llamas crecían a su alrededor. Pero la caída de Montségur creó muchos misterios que fascinaron a muchas generaciones, incluidos los nazis y los buscadores del Santo Grial.
El misterio más duradero de todos es el relacionado con el supuesto Tesoro de los Cátaros, que cuatro de éstos lograron sacar la noche antes de la matanza. Esos intrépidos herejes consiguieron escapar de algún modo, se dice que descolgándose con ayuda de sogas por el despeñadero más escarpado, a favor de la oscuridad nocturna.
Aunque se habían rendido formalmente el 2 de marzo de 1244, por razones nunca explicadas se les permitió quedarse en la ciudadela quince días más, tras lo cual se entregaron para ser quemados. Algunos relatos van todavía más lejos y pretenden que bajaron y se metieron por su propio pie en las hogueras que los enemigos habían preparado en el llano, al pie de la fortaleza. Se ha especulado si solicitaron ese plazo adicional de gracia para realizar alguna ceremonia. En este punto no es fácil que llegue a saberse nunca la verdad.
La naturaleza exacta del tesoro cátaro ha sido objeto de muchas especulaciones. Algunos postulan que debió de ser el Santo Grial u otro objeto ritual parecido, de mucho significado. Otros dicen que pudieron ser documentos con conocimientos secretos, o que lo importante eran las propias personas de los cuatro cátaros que escaparon. Los cátaros fueron sucesores de los bogomiles, movimiento herético que floreció en los Balcanes hacia mediados del siglo X y seguía activo en esa región cuando los cátaros se encaminaban hacia su destino fatal.
El bogomilismo tuvo mucha extensión, alcanzando hasta Constantinopla, y por momentos constituyó un serio peligro para la ortodoxia. A su vez los bogomiles de Bulgaria eran los herederos de una larga sucesión de «herejías» y habían alcanzado una reputación peculiar entre sus oponentes. Los bogomiles y sus variantes, como los cátaros, eran dualistas y gnósticos.
Para ellos el mundo era inherentemente malo, el alma sufría la prisión de una envoltura indigna, y la única vía de liberación era la gnosis, la revelación personal gracias a la cual el alma accede a la perfección y al conocimiento de Dios. En cuanto a su idea de la reencarnación, se basaba en el concepto de la «buena muerte», lo que significaba más comúnmente recibir el martirio por la fe.
Si uno tenía la suerte de merecer ese final, no hacía falta que siguiera reencarnándose en este despreciable valle de lágrimas. Caso contrario, tendría que regresar. Una aportación original de los cátaros fue la creencia de que María Magdalena había sido la esposa de Jesús, o tal vez su concubina. Aunque este conocimiento no se juzgaba adecuado para todos los cátaros, sino sólo para los admitidos al círculo más sublime, el de los «perfectos».
Aunque se habían rendido formalmente el 2 de marzo de 1244, por razones nunca explicadas se les permitió quedarse en la ciudadela quince días más, tras lo cual se entregaron para ser quemados. Algunos relatos van todavía más lejos y pretenden que bajaron y se metieron por su propio pie en las hogueras que los enemigos habían preparado en el llano, al pie de la fortaleza. Se ha especulado si solicitaron ese plazo adicional de gracia para realizar alguna ceremonia. En este punto no es fácil que llegue a saberse nunca la verdad.
La naturaleza exacta del tesoro cátaro ha sido objeto de muchas especulaciones. Algunos postulan que debió de ser el Santo Grial u otro objeto ritual parecido, de mucho significado. Otros dicen que pudieron ser documentos con conocimientos secretos, o que lo importante eran las propias personas de los cuatro cátaros que escaparon. Los cátaros fueron sucesores de los bogomiles, movimiento herético que floreció en los Balcanes hacia mediados del siglo X y seguía activo en esa región cuando los cátaros se encaminaban hacia su destino fatal.
El bogomilismo tuvo mucha extensión, alcanzando hasta Constantinopla, y por momentos constituyó un serio peligro para la ortodoxia. A su vez los bogomiles de Bulgaria eran los herederos de una larga sucesión de «herejías» y habían alcanzado una reputación peculiar entre sus oponentes. Los bogomiles y sus variantes, como los cátaros, eran dualistas y gnósticos.
Para ellos el mundo era inherentemente malo, el alma sufría la prisión de una envoltura indigna, y la única vía de liberación era la gnosis, la revelación personal gracias a la cual el alma accede a la perfección y al conocimiento de Dios. En cuanto a su idea de la reencarnación, se basaba en el concepto de la «buena muerte», lo que significaba más comúnmente recibir el martirio por la fe.
Si uno tenía la suerte de merecer ese final, no hacía falta que siguiera reencarnándose en este despreciable valle de lágrimas. Caso contrario, tendría que regresar. Una aportación original de los cátaros fue la creencia de que María Magdalena había sido la esposa de Jesús, o tal vez su concubina. Aunque este conocimiento no se juzgaba adecuado para todos los cátaros, sino sólo para los admitidos al círculo más sublime, el de los «perfectos».
Pero la noción de que Jesús y María Magdalena hubiesen sido pareja no tenía, a primera vista, nada susceptible de agradar especialmente a los cátaros. Aunque la Magdalena fuese una santa popular en la Provenza, donde se cree que vivió, fue en el Languedoc donde hicieron de ella foco de creencias abiertamente heréticas.
La idea de que Jesús y María Magdalena fueron amantes también se encuentra en los evangelios de Nag Hammadi, ocultos en Egipto desde el siglo IV. Algunos estudiosos han especulado sobre si el culto de la Magdalena en el sur de Francia conservó esas primitivas ideas gnósticas. No faltan indicios de que así fue.
Hacia 1330 aparecía en Estrasburgo un notable tratado titulado Schwester Katrei o «Hermana Catalina», atribuido al místico alemán Meister Eckhart. Expone una serie de diálogos entre la «hermana Catalina» y su confesor sobre la experiencia religiosa de la mujer. Y, aunque incorpora muchas ideas ortodoxas, tiene ciertos rasgos que no lo son tanto. Por ejemplo, declara expresamente que «Dios es la Madre Universal…» y revela con claridad una fuerte inspiración cátara así como la influencia de la tradición de los trovadores.
Esta obra relaciona a la Magdalena con la Minne u homenaje amoroso a la mujer. Y ha dado mucho que pensar a los investigadores porque contiene ideas acerca de María Magdalena que no se encuentran en ningún otro lugar, excepto los evangelios de Nag Hammadi. La describe como superior a Pedro porque supo entender mejor a Jesús, y aparece la misma rivalidad entre ambos.
El tratado de la hermana Catalina incluso describe incidentes concretos que también figuran en los textos de Nag Hammadi. La profesora Barbara Newman ha escrito: «El hecho de que Hermana Catalina utilice estos motivos plantea un espinoso problema de transmisión histórica», y confiesa que es «un problema real, pero sorprendente».
El autor de Hermana Catalina manejó en el siglo XIV unos textos que no fueron descubiertos hasta el siglo XX. No puede ser coincidencia que el tratado refleje la influencia de los cátaros y los trovadores del Languedoc.
Y la conclusión obvia es que éstos transmitieron el conocimiento de los evangelios gnósticos en relación con María Magdalena. Es posible que estos secretos no estuvieran sólo en los textos que hoy conocemos como los de Nag Hammadi, sino asimismo en otros que aún no hayan sido redescubiertos.
Llama la atención que en el sur de Francia exista una arraigada creencia en la naturaleza sexual de la relación entre la Magdalena y Jesús. Una investigación de John Saul ha recopilado gran número de alusiones a tal relación en la literatura del Midi, hasta el siglo XVII inclusive. Aparecen en las obras de gentes vinculadas al Priorato de Sión, como Cesar, el hijo de Nostradamus.
La idea de que Jesús y María Magdalena fueron amantes también se encuentra en los evangelios de Nag Hammadi, ocultos en Egipto desde el siglo IV. Algunos estudiosos han especulado sobre si el culto de la Magdalena en el sur de Francia conservó esas primitivas ideas gnósticas. No faltan indicios de que así fue.
Hacia 1330 aparecía en Estrasburgo un notable tratado titulado Schwester Katrei o «Hermana Catalina», atribuido al místico alemán Meister Eckhart. Expone una serie de diálogos entre la «hermana Catalina» y su confesor sobre la experiencia religiosa de la mujer. Y, aunque incorpora muchas ideas ortodoxas, tiene ciertos rasgos que no lo son tanto. Por ejemplo, declara expresamente que «Dios es la Madre Universal…» y revela con claridad una fuerte inspiración cátara así como la influencia de la tradición de los trovadores.
Esta obra relaciona a la Magdalena con la Minne u homenaje amoroso a la mujer. Y ha dado mucho que pensar a los investigadores porque contiene ideas acerca de María Magdalena que no se encuentran en ningún otro lugar, excepto los evangelios de Nag Hammadi. La describe como superior a Pedro porque supo entender mejor a Jesús, y aparece la misma rivalidad entre ambos.
El tratado de la hermana Catalina incluso describe incidentes concretos que también figuran en los textos de Nag Hammadi. La profesora Barbara Newman ha escrito: «El hecho de que Hermana Catalina utilice estos motivos plantea un espinoso problema de transmisión histórica», y confiesa que es «un problema real, pero sorprendente».
El autor de Hermana Catalina manejó en el siglo XIV unos textos que no fueron descubiertos hasta el siglo XX. No puede ser coincidencia que el tratado refleje la influencia de los cátaros y los trovadores del Languedoc.
Y la conclusión obvia es que éstos transmitieron el conocimiento de los evangelios gnósticos en relación con María Magdalena. Es posible que estos secretos no estuvieran sólo en los textos que hoy conocemos como los de Nag Hammadi, sino asimismo en otros que aún no hayan sido redescubiertos.
Llama la atención que en el sur de Francia exista una arraigada creencia en la naturaleza sexual de la relación entre la Magdalena y Jesús. Una investigación de John Saul ha recopilado gran número de alusiones a tal relación en la literatura del Midi, hasta el siglo XVII inclusive. Aparecen en las obras de gentes vinculadas al Priorato de Sión, como Cesar, el hijo de Nostradamus.
Hemos visto en la Provenza que dondequiera que hubiese santuarios de la Magdalena también se descubría algún emplazamiento relacionado con Juan el Bautista. En vista de que los cátaros la tenían en tan alta consideración, nos figurábamos que tal vez veneraron también al Bautista. Pero, sorprendentemente, sucede lo contrario. Les desagradaba hasta el punto de describirlo como «un demonio». Ésa es otra herencia directa de los bogomiles, algunos de los cuales aludieron al Bautista, no sin cierta confusión, como «precursor del Anticristo».
Una de las pocas escrituras sagradas que nos han quedado de los cátaros es el Libro de Juan, llamado tambiénLiber Secretum. Se trata de una versión gnóstica del evangelio de otro Juan muy diferente. En buena parte es idéntico al evangelio canónico, pero contiene varias «revelaciones» añadidas que supuestamente recibió en privado el «discípulo predilecto del Señor». Éstas contienen ideas dualistas y gnósticas, en correspondencia con la teología de los cátaros. En este libro Jesús enseña a sus discípulos que Juan el Bautista era en realidad un emisario de Satán, el Amo del mundo material, enviado para adelantarse a la misión salvadora.
Esta idea era debida en principio a los bogomiles, pero no era aceptada por todos ellos, ni por todos los cátaros. Muchas sectas cátaras tuvieron acerca de Juan el Bautista ideas bastante más ortodoxas, y de hecho se tienen incluso indicios de que los bogomiles de los Balcanes celebraban ritos en el día de su festividad, 24 de junio.
Lo cierto es que los cátaros tenían en especial consideración el evangelio de Juan, que según el parecer de los entendidos es el más gnóstico del Nuevo Testamento. En los círculos ocultistas circula un rumor de que los cátaros tenían otra versión del evangelio de Juan, hoy perdida.
Ciertamente los cátaros tuvieron ideas no ortodoxas acerca de Juan el Bautista, pero ¿podemos tomarnos en serio sus afirmaciones sobre un Juan malo y un Jesús bueno? Tal como ocurre con la relación entre la Magdalena y Jesús, parece que se tuvo de la que hubiese entre Juan y Jesús una idea radicalmente distinta de la que enseña la Iglesia. Pero para los caballeros templarios Juan el Bautista fue objeto de especial veneración.
Y tal como la cruzada contra los cátaros ha dejado una marca visible en los paisajes del Languedoc, también los castillos de aquellos enigmáticos caballeros se alzan todavía en los rincones más remotos de dicha comarca.
Una de las pocas escrituras sagradas que nos han quedado de los cátaros es el Libro de Juan, llamado tambiénLiber Secretum. Se trata de una versión gnóstica del evangelio de otro Juan muy diferente. En buena parte es idéntico al evangelio canónico, pero contiene varias «revelaciones» añadidas que supuestamente recibió en privado el «discípulo predilecto del Señor». Éstas contienen ideas dualistas y gnósticas, en correspondencia con la teología de los cátaros. En este libro Jesús enseña a sus discípulos que Juan el Bautista era en realidad un emisario de Satán, el Amo del mundo material, enviado para adelantarse a la misión salvadora.
Esta idea era debida en principio a los bogomiles, pero no era aceptada por todos ellos, ni por todos los cátaros. Muchas sectas cátaras tuvieron acerca de Juan el Bautista ideas bastante más ortodoxas, y de hecho se tienen incluso indicios de que los bogomiles de los Balcanes celebraban ritos en el día de su festividad, 24 de junio.
Lo cierto es que los cátaros tenían en especial consideración el evangelio de Juan, que según el parecer de los entendidos es el más gnóstico del Nuevo Testamento. En los círculos ocultistas circula un rumor de que los cátaros tenían otra versión del evangelio de Juan, hoy perdida.
Ciertamente los cátaros tuvieron ideas no ortodoxas acerca de Juan el Bautista, pero ¿podemos tomarnos en serio sus afirmaciones sobre un Juan malo y un Jesús bueno? Tal como ocurre con la relación entre la Magdalena y Jesús, parece que se tuvo de la que hubiese entre Juan y Jesús una idea radicalmente distinta de la que enseña la Iglesia. Pero para los caballeros templarios Juan el Bautista fue objeto de especial veneración.
Y tal como la cruzada contra los cátaros ha dejado una marca visible en los paisajes del Languedoc, también los castillos de aquellos enigmáticos caballeros se alzan todavía en los rincones más remotos de dicha comarca.
Cualquier misterio relacionado con el Priorato de Sión implica asimismo a los monjes- soldados templarios. La tercera parte de todas las posesiones europeas de los templarios estuvo en el Languedoc.
Una de las leyendas locales más pintorescas es la que dice que cuando el 13 de octubre cae en viernes, fecha y día de la brutal supresión de la Orden, pueden verse en las ruinas resplandores extraños, y movimientos de misteriosos bultos.
La Orden de los caballeros templarios, oficialmente llamada de los pobres conmilitones de Jesucristo y del Templo de Salomón, fue fundada en 1118 por el noble francés Hugo de Payens con el fin de dar escolta a los peregrinos que iban a Tierra Santa.
En principio y durante nueve años fueron nueve caballeros, pero luego la orden creció y no tardó en constituir una fuerza considerable, no sólo en el Oriente Próximo sino también en toda Europa. Una vez obtenido el reconocimiento de la orden, el mismo Hugo de Payens emprendió una gira por Europa a fin de solicitar tierras y dinero a la realeza y los nobles. Visitó Inglaterra en 1129 y fundó allí el primer establecimiento templario, sito en lo que hoy es la estación Holborn del metro de Londres.
Como todos los monjes, los caballeros hacían votos de pobreza, castidad y obediencia, pero vivían en el mundo y del mundo, y se comprometían a usar la espada contra los enemigos de Cristo cuando fuese necesario. La imagen de los templarios ha quedado indisolublemente unida a las cruzadas que se organizaron para expulsar a los infieles de Jerusalén y mantener los Santos Lugares en manos de la cristiandad. Fue en 1128 cuando el Concilio de Troyes reconoció oficialmente a los templarios como Orden religiosa y militar. El protagonista principal de la decisión fue Bernardo de Claraval, superior de la orden cisterciense y más tarde canonizado. Fue el mismo Bernardo quien escribió la Regla de los templarios, basada en la de los monjes del Císter.
Y un pupilo de aquél, tras coronarse papa como Inocencio II, estableció en 1139 que en adelante los templarios sólo obedecerían a la autoridad del Sumo Pontífice. Se ha sugerido que los templarios y los cistercienses actuaban de común acuerdo y con arreglo a un plan preconcebido para apoderarse de la cristiandad, aunque eso nunca se consiguió.
Apenas cabe exagerar el prestigio y la potencia financiera de los templarios en el momento culminante de su influencia en Europa, y apenas existió un centro importante de civilización donde ellos no hubiesen establecido una de sus capitanías.
Una de las leyendas locales más pintorescas es la que dice que cuando el 13 de octubre cae en viernes, fecha y día de la brutal supresión de la Orden, pueden verse en las ruinas resplandores extraños, y movimientos de misteriosos bultos.
La Orden de los caballeros templarios, oficialmente llamada de los pobres conmilitones de Jesucristo y del Templo de Salomón, fue fundada en 1118 por el noble francés Hugo de Payens con el fin de dar escolta a los peregrinos que iban a Tierra Santa.
En principio y durante nueve años fueron nueve caballeros, pero luego la orden creció y no tardó en constituir una fuerza considerable, no sólo en el Oriente Próximo sino también en toda Europa. Una vez obtenido el reconocimiento de la orden, el mismo Hugo de Payens emprendió una gira por Europa a fin de solicitar tierras y dinero a la realeza y los nobles. Visitó Inglaterra en 1129 y fundó allí el primer establecimiento templario, sito en lo que hoy es la estación Holborn del metro de Londres.
Como todos los monjes, los caballeros hacían votos de pobreza, castidad y obediencia, pero vivían en el mundo y del mundo, y se comprometían a usar la espada contra los enemigos de Cristo cuando fuese necesario. La imagen de los templarios ha quedado indisolublemente unida a las cruzadas que se organizaron para expulsar a los infieles de Jerusalén y mantener los Santos Lugares en manos de la cristiandad. Fue en 1128 cuando el Concilio de Troyes reconoció oficialmente a los templarios como Orden religiosa y militar. El protagonista principal de la decisión fue Bernardo de Claraval, superior de la orden cisterciense y más tarde canonizado. Fue el mismo Bernardo quien escribió la Regla de los templarios, basada en la de los monjes del Císter.
Y un pupilo de aquél, tras coronarse papa como Inocencio II, estableció en 1139 que en adelante los templarios sólo obedecerían a la autoridad del Sumo Pontífice. Se ha sugerido que los templarios y los cistercienses actuaban de común acuerdo y con arreglo a un plan preconcebido para apoderarse de la cristiandad, aunque eso nunca se consiguió.
Apenas cabe exagerar el prestigio y la potencia financiera de los templarios en el momento culminante de su influencia en Europa, y apenas existió un centro importante de civilización donde ellos no hubiesen establecido una de sus capitanías.
En parte la riqueza de los templarios fue una consecuencia de su regla. Al ingresar, el nuevo adepto donaba a la orden todas las propiedades que tuviese. Por otra parte, amasaron una importante fortuna gracias a las grandes donaciones de tierras y dinero por parte de muchos reyes y nobles.
No tardaron en ver repletas sus arcas, porque además llegaron a acumular una notable experiencia financiera que hizo de ellos los primeros banqueros internacionales del mundo, de cuyo juicio dependía, por ejemplo, la calificación de riesgo asignada a otros poderes. Aparte su asombrosa riqueza los templarios contaron con el prestigio de su experiencia militar y valentía en la batalla, en la que llegaban muchas veces hasta la temeridad.
Tenían reglas que dictaban su comportamiento como soldados. Por ejemplo, se les prohibía rendirse a menos que se viesen ante una fuerza superior en proporción de más de tres contra uno, y aun entonces no sin el permiso de su comendador. Eran unos combatientes de elite que tenían a su favor la razón de Dios y la de su dinero. Pese a su valiente defensa, los Santos Lugares fueron retornando a los sarracenos hasta 1291 en que cayó el último territorio cristiano, San Juan de Acre.
Nada les restaba que hacer a los templarios excepto regresar a Europa y trazar planes para una futura reconquista. Pero el impulso capaz de iniciar semejante campaña se había desvanecido entre los reyes que habrían estado en condiciones de financiarla.
Faltos de empleo, pero todavía ricos y arrogantes, suscitaban amplios resentimientos porque no pagaban impuestos y sólo respondían ante el Papa. Así que en 1307 se produjo su inevitable caída en desgracia. El todopoderoso rey francés Felipe el Hermoso inició la destrucción de la orden templaria con la connivencia del Papa. Obedeciendo a órdenes secretas del rey, el viernes 13 de octubre de 1307 los templarios fueron cercados en un súbito golpe de mano, encarcelados, torturados y finalmente quemados en la hoguera.
No tardaron en ver repletas sus arcas, porque además llegaron a acumular una notable experiencia financiera que hizo de ellos los primeros banqueros internacionales del mundo, de cuyo juicio dependía, por ejemplo, la calificación de riesgo asignada a otros poderes. Aparte su asombrosa riqueza los templarios contaron con el prestigio de su experiencia militar y valentía en la batalla, en la que llegaban muchas veces hasta la temeridad.
Tenían reglas que dictaban su comportamiento como soldados. Por ejemplo, se les prohibía rendirse a menos que se viesen ante una fuerza superior en proporción de más de tres contra uno, y aun entonces no sin el permiso de su comendador. Eran unos combatientes de elite que tenían a su favor la razón de Dios y la de su dinero. Pese a su valiente defensa, los Santos Lugares fueron retornando a los sarracenos hasta 1291 en que cayó el último territorio cristiano, San Juan de Acre.
Nada les restaba que hacer a los templarios excepto regresar a Europa y trazar planes para una futura reconquista. Pero el impulso capaz de iniciar semejante campaña se había desvanecido entre los reyes que habrían estado en condiciones de financiarla.
Faltos de empleo, pero todavía ricos y arrogantes, suscitaban amplios resentimientos porque no pagaban impuestos y sólo respondían ante el Papa. Así que en 1307 se produjo su inevitable caída en desgracia. El todopoderoso rey francés Felipe el Hermoso inició la destrucción de la orden templaria con la connivencia del Papa. Obedeciendo a órdenes secretas del rey, el viernes 13 de octubre de 1307 los templarios fueron cercados en un súbito golpe de mano, encarcelados, torturados y finalmente quemados en la hoguera.
Los templarios, en el seno del cristianismo, recogieron la llama cátara. Mientras tanto, los libros secretos, dispersados, perdidos o mutilados, no fueron comprendidos más que parcialmente, y la Rosacruz, secta nacida después de la destrucción de la Orden del Temple, derivó en la francmasonería.
No obstante, es preciso ver con claridad que, después del cisma protestante que sacudió a la Iglesia hasta el siglo XVII, las tradiciones gnósticas se encontraron mezcladas de elementos extraños, lo que acarreó la confusión actual de todas las sectas que, desde el Renacimiento, pretendían cada una poseer la verdad, proclamándose portadores de la tradición esotérica.
Entre éstas se destaca un grupo que contiene un poder de atracción que hacen de él un centro iniciático del más alto interés. Se trata de la secta de los Iluminados de Baviera, fundada en el siglo XVIII por Adam Weishaupt, profesor de Derecho Canónico en la Universidad de Ingolstadt.
Los Iluminados de Baviera («Iluminaten Orden») tenían como base el Evangelio de Juan, por oposición a las otras logias masónicas que aceptaban a judíos entre sus miembros. Así, estos iluminados prefiguraban claramente el racismo. Como ocurre en toda sociedad secreta, el código de obligaciones era severo y no daba lugar a ningún individualismo para el iniciado que pertenecía a la Orden.
El signo de reconocimiento de estos adeptos consistía en colocar la mano en forma de visera, como si estuvieran deslumbrados por la luz del Sol. Este signo estaba en estrecha correlación con la luz y, en consecuencia, con su adjetivo de iluminados.
La adoración solar, de origen pagano, distingue a los iluminados de las otras formas de la masonería, que tienen como base el cristianismo. En las logias iluministas se daban cursos de retórica aplicada o de acción psicológica, con objeto de persuadir a los espíritus hostiles o poco receptivos. Se sitúa hacia 1790 el declive aparente de los Iluminados de Baviera, aunque no su desaparición, ya que numerosas resurrecciones tienen lugar, incluida una conocida en 1912, y se desarrollan en Austria.
Señalemos, por lo demás, que el iluminismo se expandió siempre con más vigor en este país, ya que Austria representaba, a los ojos de los adeptos de la secta, una barrera contra las influencias judías, muy fuertes en esta región de Europa.
De este modo, el iluminismo preparó de un modo natural el camino hacia el pangermanismo, debido a que formaba una rama autónoma de la francmasonería, cuyos objetivos fueron transferidos y pervertidos. El internacionalismo dio lugar al nacionalismo, y el humanismo cristiano se transformó en racismo, de suerte que aparece el término «raza semítica», pudiéndose hablar con propiedad de gnosis racista.
No obstante, es preciso ver con claridad que, después del cisma protestante que sacudió a la Iglesia hasta el siglo XVII, las tradiciones gnósticas se encontraron mezcladas de elementos extraños, lo que acarreó la confusión actual de todas las sectas que, desde el Renacimiento, pretendían cada una poseer la verdad, proclamándose portadores de la tradición esotérica.
Entre éstas se destaca un grupo que contiene un poder de atracción que hacen de él un centro iniciático del más alto interés. Se trata de la secta de los Iluminados de Baviera, fundada en el siglo XVIII por Adam Weishaupt, profesor de Derecho Canónico en la Universidad de Ingolstadt.
Los Iluminados de Baviera («Iluminaten Orden») tenían como base el Evangelio de Juan, por oposición a las otras logias masónicas que aceptaban a judíos entre sus miembros. Así, estos iluminados prefiguraban claramente el racismo. Como ocurre en toda sociedad secreta, el código de obligaciones era severo y no daba lugar a ningún individualismo para el iniciado que pertenecía a la Orden.
El signo de reconocimiento de estos adeptos consistía en colocar la mano en forma de visera, como si estuvieran deslumbrados por la luz del Sol. Este signo estaba en estrecha correlación con la luz y, en consecuencia, con su adjetivo de iluminados.
La adoración solar, de origen pagano, distingue a los iluminados de las otras formas de la masonería, que tienen como base el cristianismo. En las logias iluministas se daban cursos de retórica aplicada o de acción psicológica, con objeto de persuadir a los espíritus hostiles o poco receptivos. Se sitúa hacia 1790 el declive aparente de los Iluminados de Baviera, aunque no su desaparición, ya que numerosas resurrecciones tienen lugar, incluida una conocida en 1912, y se desarrollan en Austria.
Señalemos, por lo demás, que el iluminismo se expandió siempre con más vigor en este país, ya que Austria representaba, a los ojos de los adeptos de la secta, una barrera contra las influencias judías, muy fuertes en esta región de Europa.
De este modo, el iluminismo preparó de un modo natural el camino hacia el pangermanismo, debido a que formaba una rama autónoma de la francmasonería, cuyos objetivos fueron transferidos y pervertidos. El internacionalismo dio lugar al nacionalismo, y el humanismo cristiano se transformó en racismo, de suerte que aparece el término «raza semítica», pudiéndose hablar con propiedad de gnosis racista.
Todas estas corrientes debían encontrar su plena expansión, después de 1914, en el grupo Thule, gran proveedor de los dirigentes racistas neognósticos, que creían que el bien correspondía al ario y el mal al semita. Sobre la base de esta filosofía neomaniquea, servida por el gran sacerdote que fue Dietrich Eckardt se apoyaron todas las sociedades nacidas de la rama iluminista, de las cuales las más conocidas son la Unión del Martillo, en honoral martillo de Thor, Dios de la mitología nórdica, y los Compañeros de Viaje, y de las cuales la más secreta es laSociedad de los Buscadores del Graal.
El programa del grupo Thule era casi idéntico al delPartido Nacionalsocialista Obrero Alemán ( NSDAP), o partido nazi, creado por Hitler. El mentor del grupo Thule, Dietrich Eckart participó en la marcha de Hitler sobre Munich, con ocasión del «putsch» fracasado del 9 de noviembre de 1923.
También encontramos en este grupo esotérico a Antón Drexler, fundador del partido obrero alemán y el primer protegido político de Dietrich Eckardt, antes de que su atención se dirigiera hacia Hitler. Por supuesto, Hitler también formó parte de la secta, así como Alfred Rosenberg, responsable nazi de los territorios ocupados por Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, y muchos otros. El grupo Thule constituía un centro de reunión para todas las otras sociedades ocultistas de la misma tendencia y se reinsertaba, de este modo, con la gran tradición germánica.
Por lo que se refiere a la leyenda de Thule, de donde la secta tomó su nombre, lo que ha sobrevivido hasta nosotros, a través del romancero germánico, es el culto de la Copa de oro. El uso de la copa sagrada en las libaciones fue patrimonio de los pueblos celtonórdicos. Por su parte, la mitología nos enseña que Iris sacaba en una copa de oro el agua de la Estigia necesaria para los juramentos de los dioses. En la mitología griega, Iris es hija de Taumante y de la oceánide Electra y hermana de las Harpías.
En la Ilíada, se la describe como mensajera de los dioses; sin embargo, en la Odisea este papel está reservado a Hermes. Iris es la personificación del arco iris que anuncia el pacto de los humanos y los dioses y el fin de la tormenta. Al igual que Hermes, es la encargada de hacer llegar los mensajes de los dioses a los seres humanos. Está casada con Céfiro, dios del viento del oeste.
El programa del grupo Thule era casi idéntico al delPartido Nacionalsocialista Obrero Alemán ( NSDAP), o partido nazi, creado por Hitler. El mentor del grupo Thule, Dietrich Eckart participó en la marcha de Hitler sobre Munich, con ocasión del «putsch» fracasado del 9 de noviembre de 1923.
También encontramos en este grupo esotérico a Antón Drexler, fundador del partido obrero alemán y el primer protegido político de Dietrich Eckardt, antes de que su atención se dirigiera hacia Hitler. Por supuesto, Hitler también formó parte de la secta, así como Alfred Rosenberg, responsable nazi de los territorios ocupados por Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, y muchos otros. El grupo Thule constituía un centro de reunión para todas las otras sociedades ocultistas de la misma tendencia y se reinsertaba, de este modo, con la gran tradición germánica.
Por lo que se refiere a la leyenda de Thule, de donde la secta tomó su nombre, lo que ha sobrevivido hasta nosotros, a través del romancero germánico, es el culto de la Copa de oro. El uso de la copa sagrada en las libaciones fue patrimonio de los pueblos celtonórdicos. Por su parte, la mitología nos enseña que Iris sacaba en una copa de oro el agua de la Estigia necesaria para los juramentos de los dioses. En la mitología griega, Iris es hija de Taumante y de la oceánide Electra y hermana de las Harpías.
En la Ilíada, se la describe como mensajera de los dioses; sin embargo, en la Odisea este papel está reservado a Hermes. Iris es la personificación del arco iris que anuncia el pacto de los humanos y los dioses y el fin de la tormenta. Al igual que Hermes, es la encargada de hacer llegar los mensajes de los dioses a los seres humanos. Está casada con Céfiro, dios del viento del oeste.
Se representa a Iris como una joven virgen con alas doradas, apresurándose con la velocidad del viento de un extremo a otro del mundo, a las profundidades del mar y al inframundo.
Es la mensajera especialmente de Hera, y está relacionada con Hermes, cuyo caduceo o vara lleva a menudo. Por orden de Zeus, lleva un jarro con agua del Estigia, con la que hace dormir a todos los que perjuran.
Sus atributos son el caduceo y un jarrón. También es representada suministrando a las nubes el agua que necesitan para inundar el mundo. Ahora bien, los Antiguos habían considerado siempre la raza del Arco, nacida del arco iris —es decir, la raza nórdica o ártica—, como la primera raza humana. El origen del carácter sagrado de la copa utilizada en las libaciones religiosas está explicado en el Timeo de Platón, relativo a la Atlántida. Platón relata que los diez reyes de este Imperio comenzaban sus reuniones con el sacrificio de un toro, del que recogían la sangre en una copa.
El brotar de la sangre, símbolo de vida y de renovación, entraña el carácter sagrado del recipiente que la contiene. Hay que ver aquí el origen lejano del Graal, que estaría, por tanto, ligado a la tradición indoeuropea. Pero esto no es más que una hipótesis; hay otras que conceden un lugar importante al budismo, sin, no obstante, contradecir a la primera.
Sea la que fuere, este concepto, surgido de Occidente, habría seguido una larga peregrinación en Oriente para finalmente regresar entre las manos de los celtas representados por los druidas, en el curso del viaje de José de Arimatea.
Esta copa, verdadero testigo del relevo, según la leyenda occidental, debía llegar hasta los cátaros. Su simbolismo era doble: por una parte, representaba el Vaso del Conocimiento, y, por otra, laCopa de la Sangre Pura.
Al haberla utilizado los cátaros con fines místico-religiosos, no sin haberla ocultado, con ocasión de las persecuciones del siglo XIII, a la codicia de los no iniciados, todas las investigaciones ulteriores referentes al Graal debían girar sobre el último refugio de la herejía albigense, Montségur. Esto nos explica el prodigioso interés que representaba, para los investigadores nazis alemanes del grupo Thule, este monte languedociano, tanto más cuanto que entre las sectas afiliadas figuraba la Sociedad de Buscadores del Graal, de la que Otto Rahn debía ser el personaje central.
Es la mensajera especialmente de Hera, y está relacionada con Hermes, cuyo caduceo o vara lleva a menudo. Por orden de Zeus, lleva un jarro con agua del Estigia, con la que hace dormir a todos los que perjuran.
Sus atributos son el caduceo y un jarrón. También es representada suministrando a las nubes el agua que necesitan para inundar el mundo. Ahora bien, los Antiguos habían considerado siempre la raza del Arco, nacida del arco iris —es decir, la raza nórdica o ártica—, como la primera raza humana. El origen del carácter sagrado de la copa utilizada en las libaciones religiosas está explicado en el Timeo de Platón, relativo a la Atlántida. Platón relata que los diez reyes de este Imperio comenzaban sus reuniones con el sacrificio de un toro, del que recogían la sangre en una copa.
El brotar de la sangre, símbolo de vida y de renovación, entraña el carácter sagrado del recipiente que la contiene. Hay que ver aquí el origen lejano del Graal, que estaría, por tanto, ligado a la tradición indoeuropea. Pero esto no es más que una hipótesis; hay otras que conceden un lugar importante al budismo, sin, no obstante, contradecir a la primera.
Sea la que fuere, este concepto, surgido de Occidente, habría seguido una larga peregrinación en Oriente para finalmente regresar entre las manos de los celtas representados por los druidas, en el curso del viaje de José de Arimatea.
Esta copa, verdadero testigo del relevo, según la leyenda occidental, debía llegar hasta los cátaros. Su simbolismo era doble: por una parte, representaba el Vaso del Conocimiento, y, por otra, laCopa de la Sangre Pura.
Al haberla utilizado los cátaros con fines místico-religiosos, no sin haberla ocultado, con ocasión de las persecuciones del siglo XIII, a la codicia de los no iniciados, todas las investigaciones ulteriores referentes al Graal debían girar sobre el último refugio de la herejía albigense, Montségur. Esto nos explica el prodigioso interés que representaba, para los investigadores nazis alemanes del grupo Thule, este monte languedociano, tanto más cuanto que entre las sectas afiliadas figuraba la Sociedad de Buscadores del Graal, de la que Otto Rahn debía ser el personaje central.
Montségur, último refugio cátaros de Occitania y de la herejía albigense, es uno de estos lugares elevados donde mora el espíritu. Desde tiempos inmemoriales, el Pog, o espolón rocoso sobre el cual se alza el castillo, fue considerado un lugar sagrado.
Ya en la época protohistórica los iberos se daban cita, hacia el equinoccio de otoño, sobre el Tabor pirenaico. Se destaca, así, sobre las pendientes del Soularac, uno de los dos picos del macizo del Tabe, un cromlech muy raro formado por dos círculos de piedra erguidos y tangentes.
Este monumento fue objeto de culto desde la época neolítica, y desde entonces no ha dejado de ser frecuentado, ya que los católicos edificaron más tarde sobre los mismos lugares una capilla dedicada a san Bartolomé, cuya fiesta se celebra el 24 de agosto, alejando de este modo el contenido de las viejas costumbres paganas. Se conoce igualmente la tradición según la cual los dos lagos que contiene el macizo de San Bartolomé, el de las Truchas y el del Diablo, son lugares encantados. No se puede, dice la costumbre, tirar allí una piedra sin desencadenar al punto las furias celestes.
De hecho, en esta región montañosa las tempestades son muy frecuentes y de una rara violencia. Para los amantes del misterio, digamos que los druidas, muy numerosos en los Pirineos cuando los celtas ocupaban estas regiones, trazaron en este lugar un círculo mágico que al profano le está prohibido franquear; de ahí el nombre de lago de las Truchas, deformación de la palabra druida.
Al margen de su situación inexpugnable, en la cima de un espolón rocoso casi inabordable, el castillo de Montségur presenta extrañas disposiciones. Las murallas de la fortaleza están, en efecto, desprovistas de almenas, salvo sobre el muro oriental, que cae sobre una cortadura vertiginosa.
Una puerta de entrada monumental, la ausencia de torres de franqueo, el abandono de gran parte de la zona rocosa, dejada sin protección, y la misma forma de la construcción, hacen de Montségur un monumento único. Tal como está construido, el castillo parece un largo cofre de piedra de forma pentagonal, al cual está adosado un torreón rectangular.
Todas estas observaciones dan lugar a suponer que el monumento fue construido no en función de imperativos militares, sino según un plan de arquitectura sagrada. A partir de aquí, uno puede pensar, y toda la epopeya albigense lo confirma, que Montségur fue, sin lugar a dudas, un templo dedicado a un culto, lugar elevado llamado a ofrecer, en caso de invasión, una enconada resistencia.
Ya en la época protohistórica los iberos se daban cita, hacia el equinoccio de otoño, sobre el Tabor pirenaico. Se destaca, así, sobre las pendientes del Soularac, uno de los dos picos del macizo del Tabe, un cromlech muy raro formado por dos círculos de piedra erguidos y tangentes.
Este monumento fue objeto de culto desde la época neolítica, y desde entonces no ha dejado de ser frecuentado, ya que los católicos edificaron más tarde sobre los mismos lugares una capilla dedicada a san Bartolomé, cuya fiesta se celebra el 24 de agosto, alejando de este modo el contenido de las viejas costumbres paganas. Se conoce igualmente la tradición según la cual los dos lagos que contiene el macizo de San Bartolomé, el de las Truchas y el del Diablo, son lugares encantados. No se puede, dice la costumbre, tirar allí una piedra sin desencadenar al punto las furias celestes.
De hecho, en esta región montañosa las tempestades son muy frecuentes y de una rara violencia. Para los amantes del misterio, digamos que los druidas, muy numerosos en los Pirineos cuando los celtas ocupaban estas regiones, trazaron en este lugar un círculo mágico que al profano le está prohibido franquear; de ahí el nombre de lago de las Truchas, deformación de la palabra druida.
Al margen de su situación inexpugnable, en la cima de un espolón rocoso casi inabordable, el castillo de Montségur presenta extrañas disposiciones. Las murallas de la fortaleza están, en efecto, desprovistas de almenas, salvo sobre el muro oriental, que cae sobre una cortadura vertiginosa.
Una puerta de entrada monumental, la ausencia de torres de franqueo, el abandono de gran parte de la zona rocosa, dejada sin protección, y la misma forma de la construcción, hacen de Montségur un monumento único. Tal como está construido, el castillo parece un largo cofre de piedra de forma pentagonal, al cual está adosado un torreón rectangular.
Todas estas observaciones dan lugar a suponer que el monumento fue construido no en función de imperativos militares, sino según un plan de arquitectura sagrada. A partir de aquí, uno puede pensar, y toda la epopeya albigense lo confirma, que Montségur fue, sin lugar a dudas, un templo dedicado a un culto, lugar elevado llamado a ofrecer, en caso de invasión, una enconada resistencia.
Las observaciones, sumamente interesantes, de Femand Niel en su libro Montségur, la montagne inspirée, demuestran que el plan de construcción del edificio permitía señalar con asombrosa exactitud las principales posiciones del sol en su salida. Montségur, el antiguo templo maniqueo dedicado al culto solar, se convirtió en el Monte Sagrado de los cátaros.
Resulta interesante notar que otros castillos occitanos, como el de Quéribus, en las Corbiéres, que también sirvió de refugio a los albigenses, o el de Puivert, donde la madre de Trencavel, vizconde de Carcasona, fue cortejada, presentan, en cierto grado, disposiciones parecidas.
Henri Coltel, que hace algunos años realizó investigaciones en el sudoeste de Francia, aporta un refuerzo a la tesis de Femand Niel. Descubrió unos cuarenta subterráneos de los siglos XI y XIII, y pudo constatar, tras un profundo estudio de estas construcciones, de que no eran única ni esencialmente refugios, sino, sobre todo, lugares cultuales, donde los cátaros, desde antes de las persecuciones, celebraban ceremonias iniciáticas.
En 1931, el investigador nazi Otto Rahn sabía o presentía todo esto. Por ello, pasó tres meses en la región de Montségur, antes de regresar, en 1937, para una segunda estancia después de la aparición de su obra La Cruzada contra el Graal, aparecida en Alemania en 1933. El hecho es que Otto Rahn había sido encargado por Alfred Rosenberg, autor de la obra El mito del siglo XX, de verificar la exactitud de la hipótesis siguiente:
¿Era realmente Montségur el Montsalvat o Monte de la Salvación de las leyendas arturianas, en donde se ocultaba el Santo Graal?
Para resumir la importancia de esta búsqueda, es preciso señalar que Otto Rahn era un especialista en el estudio de la Romania. Se sabe que los cátaros expandieron su proselitismo (en los siglos XI y XII) hasta Alemania y, sobre todo, en Franconia, lo que explica el interés de los alemanes por esta corriente de pensamiento de base religiosa.
Recordemos que el rector de la catedral de Colonia (Eckbert) consiente a los cátaros de Renania la celebración de una fiesta en honor de su gran iniciador Manes, prueba de que la secta de los cátaros estaba entonces sólidamente implantada en territorio germánico.
Hay que creer que las investigaciones de Otto Rahn estaban respaldadas por mejores recursos que sus predecesores, ya que su obra tuvo una gran resonancia en Alemania y en el Mediodía languedociano. En su libro, el joven escritor situaba el Graal en Montségur, y hacia de los cátaros los últimos depositarios del objeto sagrado. Más aún, emitía la hipótesis de que el Graal no podría ser otra cosa que la copa de esmeraldas de la leyenda cristiana.
Resulta interesante notar que otros castillos occitanos, como el de Quéribus, en las Corbiéres, que también sirvió de refugio a los albigenses, o el de Puivert, donde la madre de Trencavel, vizconde de Carcasona, fue cortejada, presentan, en cierto grado, disposiciones parecidas.
Henri Coltel, que hace algunos años realizó investigaciones en el sudoeste de Francia, aporta un refuerzo a la tesis de Femand Niel. Descubrió unos cuarenta subterráneos de los siglos XI y XIII, y pudo constatar, tras un profundo estudio de estas construcciones, de que no eran única ni esencialmente refugios, sino, sobre todo, lugares cultuales, donde los cátaros, desde antes de las persecuciones, celebraban ceremonias iniciáticas.
En 1931, el investigador nazi Otto Rahn sabía o presentía todo esto. Por ello, pasó tres meses en la región de Montségur, antes de regresar, en 1937, para una segunda estancia después de la aparición de su obra La Cruzada contra el Graal, aparecida en Alemania en 1933. El hecho es que Otto Rahn había sido encargado por Alfred Rosenberg, autor de la obra El mito del siglo XX, de verificar la exactitud de la hipótesis siguiente:
¿Era realmente Montségur el Montsalvat o Monte de la Salvación de las leyendas arturianas, en donde se ocultaba el Santo Graal?
Para resumir la importancia de esta búsqueda, es preciso señalar que Otto Rahn era un especialista en el estudio de la Romania. Se sabe que los cátaros expandieron su proselitismo (en los siglos XI y XII) hasta Alemania y, sobre todo, en Franconia, lo que explica el interés de los alemanes por esta corriente de pensamiento de base religiosa.
Recordemos que el rector de la catedral de Colonia (Eckbert) consiente a los cátaros de Renania la celebración de una fiesta en honor de su gran iniciador Manes, prueba de que la secta de los cátaros estaba entonces sólidamente implantada en territorio germánico.
Hay que creer que las investigaciones de Otto Rahn estaban respaldadas por mejores recursos que sus predecesores, ya que su obra tuvo una gran resonancia en Alemania y en el Mediodía languedociano. En su libro, el joven escritor situaba el Graal en Montségur, y hacia de los cátaros los últimos depositarios del objeto sagrado. Más aún, emitía la hipótesis de que el Graal no podría ser otra cosa que la copa de esmeraldas de la leyenda cristiana.
La segunda estancia de Rahn en Montségur fue mucho más larga. Enviado por el régimen hitleriano, parece, no obstante, que Rahn no habría dado fin a sus investigaciones, ya que posteriormente fue organizada una tercera misión. En 1936, apareció en Alemania una segunda obra de Otto Rahn,
La corte de Lucifer en Europa, donde el autor desarrolla sus tesis catarizantes apoyándose en argumentos políticos. Después de su corta estancia, en 1937, Otto Rahn, de nuevo en Alemania, no debía ya reaparecer jamás en el Languedoc, y en 1945, corrió el rumor de que había sido decapitado por los nazis en un campo de concentración.
Parece que esta hipótesis, acreditada por Gérard de Sède en su obra El tesoro cátaro, es un poco aventurada. Según la explicación dada por el escritor Saint-Loup en su último libro, Nouveaux Cathares pour Montségur, parece que Rahn desempeñó un alto cargo en las SS de Himmler. Por otra parte, los papeles dejados por el ministro Rosenberg permitieron a Saint-Loup saber el verdadero fin del investigador nazi:
«En marzo de 1939 Rahn se suicidó absorbiendo una dosis de cianuro en la cima de la montaña de Kufstein, por razones político-místicas y también por razones íntimas».
La explicación que nos ofrece Saint-Loup parece corresponder a que Rhan se oponía a la política seguida por los dirigentes nazis a partir de una cierta época, que no le dejó otra alternativa que seguir la política oficial del partido o suicidarse.
Habiendo, sin duda, perdido toda esperanza de residir en el Languedoc, no le quedaba otra solución que utilizar el veneno. Y a la manera del suicidio cátaro (el Endura) Rahn abandonó un mundo que él ya no comprendía, y que iba a reavivar, mediante los hornos crematorios y las bombas, la hoguera de Montségur a escala planetaria.
La corte de Lucifer en Europa, donde el autor desarrolla sus tesis catarizantes apoyándose en argumentos políticos. Después de su corta estancia, en 1937, Otto Rahn, de nuevo en Alemania, no debía ya reaparecer jamás en el Languedoc, y en 1945, corrió el rumor de que había sido decapitado por los nazis en un campo de concentración.
Parece que esta hipótesis, acreditada por Gérard de Sède en su obra El tesoro cátaro, es un poco aventurada. Según la explicación dada por el escritor Saint-Loup en su último libro, Nouveaux Cathares pour Montségur, parece que Rahn desempeñó un alto cargo en las SS de Himmler. Por otra parte, los papeles dejados por el ministro Rosenberg permitieron a Saint-Loup saber el verdadero fin del investigador nazi:
«En marzo de 1939 Rahn se suicidó absorbiendo una dosis de cianuro en la cima de la montaña de Kufstein, por razones político-místicas y también por razones íntimas».
La explicación que nos ofrece Saint-Loup parece corresponder a que Rhan se oponía a la política seguida por los dirigentes nazis a partir de una cierta época, que no le dejó otra alternativa que seguir la política oficial del partido o suicidarse.
Habiendo, sin duda, perdido toda esperanza de residir en el Languedoc, no le quedaba otra solución que utilizar el veneno. Y a la manera del suicidio cátaro (el Endura) Rahn abandonó un mundo que él ya no comprendía, y que iba a reavivar, mediante los hornos crematorios y las bombas, la hoguera de Montségur a escala planetaria.
En muchas leyendas se hace mención de un objeto de virtudes extraordinarias que, a partir de cierta época, habría desaparecido misteriosamente. La interpretación simbólica del Graal más comúnmente admitida es aquella que consiste en asimilarla a la copa de que se sirvió Jesús en la última Cena, y en la cual José de Arimatea recogió la sangre del Salvador procedente de la herida del costado, producida por el lanzazo del centurión Longinos.
Esto nos permite hacer notar que la copa está con frecuencia asociada a la lanza. La pérdida del Graal o vaso sagrado del conocimiento, puede ser asimilada a la pérdida de la Tradición, con todo lo que esto implica de empobrecimiento espiritual.
Para los adeptos de la unidad de la Gran Tradición, es decir, de la unidad fundamental y trascendente de todas las religiones, leyendas y mitologías diversas, se considera que los cristianos se han anexionado el mito del Graal para hacer de él la copa de esmeraldas que contenía la sangre de Cristo, separando por este motivo el símbolo de su sentido primigenio. Así, para los tradicionalistas, el mito del Graal es el reflejo de una enseñanza perdida. Ésta fue la interpretación de los nazis, que desarrollaron su pensamiento viendo en el Graal una ley de vida solamente válida para ciertas razas.
En su magnífica obra El Rey del Mundo, René Guénon declara: «Según lo que acabamos de decir, el Graal representa al mismo tiempo dos cosas que están estrechamente ligadas y son solidarias una de otra: aquel que posee integralmente la “Tradición Primordial”, que ha llegado al grado de conocimiento efectivo que implica esencialmente esta posesión, es, en efecto, por esto mismo, reintegrado a la plenitud del “Estado Primordial’.
A estas dos cosas, “Estado Primordial” y “Tradición Primordial”, se relaciona el doble sentido que hay inherente en la palabra “Graal”, ya que, por una de estas asimilaciones verbales que con frecuencia desempeñan en el simbolismo un papel no despreciable y que tienen, por lo demás, razones mucho más profundas de las que podría imaginarse a primera vista, el Graal es al mismo tiempo un vaso (del occitano “grasale”) y un libro (gradal o gradual); este último aspecto designa manifiestamente la tradición, en tanto que el otro se refiere más directamente al estado en sí mismo».
Toda la discusión sobre el Graal parece resumirse en si es un vaso sagrado, símbolo de la fe, o bien un libro secreto, símbolo del conocimiento perdido. Este problema, planteado por René Guénon, no alertó a ningún espíritu curioso de antes de la guerra, y fue preciso aguardar al libro El retomo de los brujos para que Louis Pauwels se extienda en su prefacio sobre los orígenes de la obra y escriba esta frase: «El nacionalsocialismo (nazismo) es el guenonismo más las Divisiones Panzer.»
Esto nos permite hacer notar que la copa está con frecuencia asociada a la lanza. La pérdida del Graal o vaso sagrado del conocimiento, puede ser asimilada a la pérdida de la Tradición, con todo lo que esto implica de empobrecimiento espiritual.
Para los adeptos de la unidad de la Gran Tradición, es decir, de la unidad fundamental y trascendente de todas las religiones, leyendas y mitologías diversas, se considera que los cristianos se han anexionado el mito del Graal para hacer de él la copa de esmeraldas que contenía la sangre de Cristo, separando por este motivo el símbolo de su sentido primigenio. Así, para los tradicionalistas, el mito del Graal es el reflejo de una enseñanza perdida. Ésta fue la interpretación de los nazis, que desarrollaron su pensamiento viendo en el Graal una ley de vida solamente válida para ciertas razas.
En su magnífica obra El Rey del Mundo, René Guénon declara: «Según lo que acabamos de decir, el Graal representa al mismo tiempo dos cosas que están estrechamente ligadas y son solidarias una de otra: aquel que posee integralmente la “Tradición Primordial”, que ha llegado al grado de conocimiento efectivo que implica esencialmente esta posesión, es, en efecto, por esto mismo, reintegrado a la plenitud del “Estado Primordial’.
A estas dos cosas, “Estado Primordial” y “Tradición Primordial”, se relaciona el doble sentido que hay inherente en la palabra “Graal”, ya que, por una de estas asimilaciones verbales que con frecuencia desempeñan en el simbolismo un papel no despreciable y que tienen, por lo demás, razones mucho más profundas de las que podría imaginarse a primera vista, el Graal es al mismo tiempo un vaso (del occitano “grasale”) y un libro (gradal o gradual); este último aspecto designa manifiestamente la tradición, en tanto que el otro se refiere más directamente al estado en sí mismo».
Toda la discusión sobre el Graal parece resumirse en si es un vaso sagrado, símbolo de la fe, o bien un libro secreto, símbolo del conocimiento perdido. Este problema, planteado por René Guénon, no alertó a ningún espíritu curioso de antes de la guerra, y fue preciso aguardar al libro El retomo de los brujos para que Louis Pauwels se extienda en su prefacio sobre los orígenes de la obra y escriba esta frase: «El nacionalsocialismo (nazismo) es el guenonismo más las Divisiones Panzer.»
El nazismo reclamaba que el Graal era el libro sagrado de los arios, perdido y vuelto a encontrar, y oculto finalmente en Montségur por los cátaros, que resultaron incapaces de descifrarlo correctamente. A partir de aquí, correspondía a los investigadores de la enrevesada escritura pagana volver a descubrir la piedra Graal y traducirla a un lenguaje claro, a fin de que la tradición aria no se perdiera, y de este modo, al llegar el secreto de la génesis del mundo a conocimiento de los amos del III Reich, viniera a justificar sus teorías políticas gracias al aval de una escritura milenaria. Con este motivo, Otto Rahn, el gran especialista del catarismo, fue enviado por los dirigentes del nazismo al país de los albigenses, con objeto de descubrir ahí esta famosa piedra-Graal evocada en sus poesías por Wolfram de Eschenbach, autor de Parzival, quien habla de una «piedra preciosa».
Ahora bien, los maniqueos, originarios de Persia (por lo tanto, arios), asociaban el término «Gorr» (piedra preciosa) a la palabra «Al» (fragmento), lo que, por contracción, daría Graál, en el sentido de «piedra preciosa grabada», y sería, por tanto, la noción históricamente más fundamentada en virtud de su origen etimológico. Todo esto permite comprender el interés que los dirigentes hitlerianos, y en primer término Rosenberg, por esta búsqueda.
Este último declaraba con énfasis: «Hoy en día, aparece una nueva fe, el mito de la sangre, la fe de defender con la sangre la esencia divina del hombre en general». Las apreciaciones entusiastas de Adolf Hitler sobre El mito del siglo XX adquieren entonces toda su significación:
«Cuando vosotros leáis el nuevo libro de Rosenberg comprenderéis estas cosas, ya que es la obra más poderosa del género, más grande que la de H. S. Chamberlain». Houston Stewart Chamberlain (1855 – 1927) fue un pensador británico, nacionalizado alemán, conocido por sus teorías racistas y germanistas (Los fundamentos del siglo XIX), que le configuraron como uno de los precursores ideológicos del nazismo. Su abuelo materno fue el capitán Basil Hall. Fue criado por una abuela en Francia, pues su madre había fallecido cuando él tenía un año. Se casó con Eva Wagner, la hija más joven del compositor Richard Wagner.
En su obra Los fundamentos del siglo XIX, publicada en 1899, ya expuso el principio del pangermanismo. Propugnaba la conservación de la pura sangre germánica gracias a la lucha para mantener orillados todos los elementos extraños, y sobre todo al judaísmo y al catolicismo romano. Tan obsesionado estaba con la victoria que habían de obtener los ejércitos del Káiser en la Primera Guerra Mundial, que llegó al extremo de nacionalizarse alemán. En 1923 conoció personalmente a Adolf Hitler, en el Festival de Bayreuth en honor a las óperas de su suegro Richard Wagner.
Ahora bien, los maniqueos, originarios de Persia (por lo tanto, arios), asociaban el término «Gorr» (piedra preciosa) a la palabra «Al» (fragmento), lo que, por contracción, daría Graál, en el sentido de «piedra preciosa grabada», y sería, por tanto, la noción históricamente más fundamentada en virtud de su origen etimológico. Todo esto permite comprender el interés que los dirigentes hitlerianos, y en primer término Rosenberg, por esta búsqueda.
Este último declaraba con énfasis: «Hoy en día, aparece una nueva fe, el mito de la sangre, la fe de defender con la sangre la esencia divina del hombre en general». Las apreciaciones entusiastas de Adolf Hitler sobre El mito del siglo XX adquieren entonces toda su significación:
«Cuando vosotros leáis el nuevo libro de Rosenberg comprenderéis estas cosas, ya que es la obra más poderosa del género, más grande que la de H. S. Chamberlain». Houston Stewart Chamberlain (1855 – 1927) fue un pensador británico, nacionalizado alemán, conocido por sus teorías racistas y germanistas (Los fundamentos del siglo XIX), que le configuraron como uno de los precursores ideológicos del nazismo. Su abuelo materno fue el capitán Basil Hall. Fue criado por una abuela en Francia, pues su madre había fallecido cuando él tenía un año. Se casó con Eva Wagner, la hija más joven del compositor Richard Wagner.
En su obra Los fundamentos del siglo XIX, publicada en 1899, ya expuso el principio del pangermanismo. Propugnaba la conservación de la pura sangre germánica gracias a la lucha para mantener orillados todos los elementos extraños, y sobre todo al judaísmo y al catolicismo romano. Tan obsesionado estaba con la victoria que habían de obtener los ejércitos del Káiser en la Primera Guerra Mundial, que llegó al extremo de nacionalizarse alemán. En 1923 conoció personalmente a Adolf Hitler, en el Festival de Bayreuth en honor a las óperas de su suegro Richard Wagner.
Según Chamberlain, el caos se encarnaba en el siglo XVI y concretamente afirmaba que en «Ignacio de Loyola, le presentó al lector al tipo de antigermano». En tono apocalíptico sentenciaba:
«Si no se produce pronto entre nosotros un renacimiento vigoroso, si no conseguimos librar nuestro cristianismo de los oropeles extranjeros que arrastran consigo, si no logramos crear una religión tan exactamente adaptada a la esencia particular de nuestro tipo germánico, entonces preparémonos a ver surgir de las sombras del futuro un segundo Inocencio III, con un nuevo Concilio de Letrán, preparémonos a ver cómo se reavivan las hogueras de la Inquisición». Y escribió frases como ésta: «La corrupción de la sangre y la influencia desmoralizadora del judaísmo, he aquí las causas principales de nuestros fracasos». Murió en 1927 y Adolf Hitler asistió a sus exequias.
Alfred Baeumler, filósofo alemán y gran autoridad sobre Nietzsche., había escrito sobre el nazismo en relación al mito del Graal: «El mito de la sangre no es una mitología frente a otras mitologías, no plantea una nueva religión al lado de religiones antiguas. Su contenido es el trasfondo misterioso de la formación mitificadora en sí misma. Todas las mitologías proceden de su principio estructural; el conocimiento de este principio estructural no es, a su vez, una mitología, sino que es el mito en sí mismo, en tanto que vida contemplada con veneración. La revelación de su realidad oculta es el viraje decisivo de nuestro tiempo».
A la luz de tales explicaciones, podemos penetrar el neognosticismo de los dirigentes y de los intelectuales nazis que se apoyaban en una gnosis racista. La adaptación de todos estos mitos al pensamiento del siglo XX debía ser la gran preocupación de los nazis. Casi todos los autores que tratan del nazismo han presentido estas aspiraciones, pero no las han expresado en términos claros.
Así, René Alleau, especialista del esoterismo, emplea, en su última obra Hitler y las sociedades secretas, los términos de «neomaniqueísmo» y de «gnosis racista», sin llevar más lejos el análisis. En la cosmología hitleriana se vuelve a encontrar la clasificación en tres órdenes, tan querida a los grupos gnósticos: los puros, los iniciados y la masa, que parece revivir a los cátaros.
En la cúspide se encuentra la casta de los señores; mientras que, debajo, están los miembros del partido. En el último estadio, finalmente, figura el gran pueblo de los anónimos. La fundación de una Orden a la vez militar y doctrinal, similar a la de los templarios de la Edad Media, era la gran idea de Hitler antes de 1939.
Las SS serán un esbozo de esta Orden Negra, el mismo color que los puros y de los revestidos cátaros: «He aquí el primer grado de la juventud heroica. De ahí saldrá el segundo grado, el del hombre libre, el hombre que es la medida y el centro del mundo, el hombre creador, el hombre-dios».
«Si no se produce pronto entre nosotros un renacimiento vigoroso, si no conseguimos librar nuestro cristianismo de los oropeles extranjeros que arrastran consigo, si no logramos crear una religión tan exactamente adaptada a la esencia particular de nuestro tipo germánico, entonces preparémonos a ver surgir de las sombras del futuro un segundo Inocencio III, con un nuevo Concilio de Letrán, preparémonos a ver cómo se reavivan las hogueras de la Inquisición». Y escribió frases como ésta: «La corrupción de la sangre y la influencia desmoralizadora del judaísmo, he aquí las causas principales de nuestros fracasos». Murió en 1927 y Adolf Hitler asistió a sus exequias.
Alfred Baeumler, filósofo alemán y gran autoridad sobre Nietzsche., había escrito sobre el nazismo en relación al mito del Graal: «El mito de la sangre no es una mitología frente a otras mitologías, no plantea una nueva religión al lado de religiones antiguas. Su contenido es el trasfondo misterioso de la formación mitificadora en sí misma. Todas las mitologías proceden de su principio estructural; el conocimiento de este principio estructural no es, a su vez, una mitología, sino que es el mito en sí mismo, en tanto que vida contemplada con veneración. La revelación de su realidad oculta es el viraje decisivo de nuestro tiempo».
A la luz de tales explicaciones, podemos penetrar el neognosticismo de los dirigentes y de los intelectuales nazis que se apoyaban en una gnosis racista. La adaptación de todos estos mitos al pensamiento del siglo XX debía ser la gran preocupación de los nazis. Casi todos los autores que tratan del nazismo han presentido estas aspiraciones, pero no las han expresado en términos claros.
Así, René Alleau, especialista del esoterismo, emplea, en su última obra Hitler y las sociedades secretas, los términos de «neomaniqueísmo» y de «gnosis racista», sin llevar más lejos el análisis. En la cosmología hitleriana se vuelve a encontrar la clasificación en tres órdenes, tan querida a los grupos gnósticos: los puros, los iniciados y la masa, que parece revivir a los cátaros.
En la cúspide se encuentra la casta de los señores; mientras que, debajo, están los miembros del partido. En el último estadio, finalmente, figura el gran pueblo de los anónimos. La fundación de una Orden a la vez militar y doctrinal, similar a la de los templarios de la Edad Media, era la gran idea de Hitler antes de 1939.
Las SS serán un esbozo de esta Orden Negra, el mismo color que los puros y de los revestidos cátaros: «He aquí el primer grado de la juventud heroica. De ahí saldrá el segundo grado, el del hombre libre, el hombre que es la medida y el centro del mundo, el hombre creador, el hombre-dios».
Esta nueva gnosis nazi, basada en el conocimiento del pasado del hombre ario, quería oponerse a la fe de los cristianos y de los marxistas. Admirador de Wagner, que Hitler situaba en el pináculo, hacía del gigante de Bayreuth la figura señera del ideal nazi, con su exaltación mística del Graal en Parsifal y Lohengrin. El emblema escogido por Hitler, la svástica o cruz gamada, revela, en esta misma mitología, una significación esotérica.
A este respecto, el fundador del partido nazi quería restablecer un lazo con todas las religiones y todas las magias que descansan sobre el simbolismo. Igualmente, las órdenes de caballería, como la del Temple, estaban en el origen de las sociedades iniciáticas, siendo escogidas las divisas feudales por los jefes que poseían los necesarios conocimientos ocultos.
Siguiendo esta corriente, Hitler se afirmaba como el continuador de cierta tradición, concretada antes que él por el grupo Thule. Por lo que se refiere al Graal, presenta una estrecha relación con la svástica. Montsalvat, la montaña del Graal, puede ser asimilada al «Paradeshá» sánscrito, que significa «Lugar supremo» o «Centro espiritual» por excelencia.
Puede verse que la montaña Polar, que se menciona bajo nombres diversos en casi todas las tradiciones, es la famosa civilizaación Hiperbórea. René Guénon se muestra muy rotundo sobre este aspecto, contrariamente a lo que ha escrito a propósito del Graal, ya que, según él, «se trata, en todo caso, de una región que, como el Paraíso Terrenal, se ha hecho inaccesible a la humanidad ordinaria y está situada fuera del alcance de todos los cataclismos que trastornarán el mundo humano al final de ciertos períodos cíclicos».
Nada faltaba ya a la nueva religión nazi, amenizado por la música litúrgica de Wagner. Louis Bertrand, académico francés, adicto al nazismo, ha descrito en su libro, Adolf Hitler, una de las manifestaciones religiosas del III Reich en Nuremberg: «En el centro de esta enorme explanada, completamente cubierta por tropas armadas, una avenida larga como el lecho de un río que se pierde en las lejanías del horizonte…
De pronto, una orquesta wagneriana, invisible, llena el espacio de triunfales sonoridades: es la marcha de los Nibelungos… Y he aquí que, desde el fondo de la pradera, a lo largo de la avenida que conduce a la tribuna del Führer, se levanta una franja de púrpura como aquella que anuncia el Sol en un cielo matinal. Veinte mil estandartes se elevan. Acompasado por la música triunfal, el río sube, afluye, se esparce en una vasta capa roja y se detiene bruscamente con un solo movimiento.
Y, con un solo movimiento, los veinte mil estandartes se yerguen, como grandes flores de púrpura, y se inclinan en una salutación unánime ante la minúscula silueta con camisa parda apenas discernible allá arriba, en la cumbre de la tribuna, y que representa el maestro de la Tercera Alemania… Y yo me pregunto qué soberano, qué héroe nacional ha sido aclamado, adulado, querido e idolatrado tanto como este hombre, este hombrecillo de camisa parda, que, seguido de su cortejo como un soberano, tiene siempre el aire de un obrero. Se trata de algo muy distinto a la popularidad; se trata de la religión. Hitler, a los ojos de sus admiradores, es un profeta, participa de la divinidad».
A este respecto, el fundador del partido nazi quería restablecer un lazo con todas las religiones y todas las magias que descansan sobre el simbolismo. Igualmente, las órdenes de caballería, como la del Temple, estaban en el origen de las sociedades iniciáticas, siendo escogidas las divisas feudales por los jefes que poseían los necesarios conocimientos ocultos.
Siguiendo esta corriente, Hitler se afirmaba como el continuador de cierta tradición, concretada antes que él por el grupo Thule. Por lo que se refiere al Graal, presenta una estrecha relación con la svástica. Montsalvat, la montaña del Graal, puede ser asimilada al «Paradeshá» sánscrito, que significa «Lugar supremo» o «Centro espiritual» por excelencia.
Puede verse que la montaña Polar, que se menciona bajo nombres diversos en casi todas las tradiciones, es la famosa civilizaación Hiperbórea. René Guénon se muestra muy rotundo sobre este aspecto, contrariamente a lo que ha escrito a propósito del Graal, ya que, según él, «se trata, en todo caso, de una región que, como el Paraíso Terrenal, se ha hecho inaccesible a la humanidad ordinaria y está situada fuera del alcance de todos los cataclismos que trastornarán el mundo humano al final de ciertos períodos cíclicos».
Nada faltaba ya a la nueva religión nazi, amenizado por la música litúrgica de Wagner. Louis Bertrand, académico francés, adicto al nazismo, ha descrito en su libro, Adolf Hitler, una de las manifestaciones religiosas del III Reich en Nuremberg: «En el centro de esta enorme explanada, completamente cubierta por tropas armadas, una avenida larga como el lecho de un río que se pierde en las lejanías del horizonte…
De pronto, una orquesta wagneriana, invisible, llena el espacio de triunfales sonoridades: es la marcha de los Nibelungos… Y he aquí que, desde el fondo de la pradera, a lo largo de la avenida que conduce a la tribuna del Führer, se levanta una franja de púrpura como aquella que anuncia el Sol en un cielo matinal. Veinte mil estandartes se elevan. Acompasado por la música triunfal, el río sube, afluye, se esparce en una vasta capa roja y se detiene bruscamente con un solo movimiento.
Y, con un solo movimiento, los veinte mil estandartes se yerguen, como grandes flores de púrpura, y se inclinan en una salutación unánime ante la minúscula silueta con camisa parda apenas discernible allá arriba, en la cumbre de la tribuna, y que representa el maestro de la Tercera Alemania… Y yo me pregunto qué soberano, qué héroe nacional ha sido aclamado, adulado, querido e idolatrado tanto como este hombre, este hombrecillo de camisa parda, que, seguido de su cortejo como un soberano, tiene siempre el aire de un obrero. Se trata de algo muy distinto a la popularidad; se trata de la religión. Hitler, a los ojos de sus admiradores, es un profeta, participa de la divinidad».
Hitler había hecho suya la leyenda germánica que, desde Carlomagno a Federico Barbarroja, enfebrecía las imaginaciones alemanas. Nos referimos a la leyenda del emperador dormido en el seno de una gruta de Turingia y que sólo despertará para proclamar el Reich de los mil años implantados sobre toda Europa y la superioridad alemana sobre todos los otros pueblos del mundo, por la voluntad de Dios.
Pero el amo del III Reich estaba lo suficientemente versado en las cuestiones esotéricas para olvidar que la leyenda del emperador dormido se apoya en la transposición germánica del mito del Graal y la explotación que de ella hizo Wolfram von Eschenbach a finales del siglo XII.
Probablemente con ocasión de la coronación de Enrique VI, hijo de Federico Barbarroja, en 1190, en Maguncia, Guyot de Provenza, trovador cátaro, y templario por añadidura, debía reencontrar al alemán Wolfram von Eschenbach, haciendo éste del Perceval occitano el Parsifal germánico magnificado por Ricardo Wagner. Desde tiempos inmemorables, los germanos habían tomado conciencia de la destrucción de sus antiguas divinidades, y El crepúsculo de los dioses, de Wagner, respondía como un eco a El crepúsculo de los ídolos de Nietzsche.
Además, en Alemania, y mucho más en Baviera, la leyenda del Graal había sido transportada, transmitida de siglo en siglo, hasta los Iluminados de Baviera. El culto solar transmitido a los cátaros por los maniqueos fue recogido por los Rosacruces y los Iluminados, hasta la svástica del III Reich. Los alemanes de 1933 no eran tan incultos como para ignorar que la leyenda del Graal procedía del Mediodía cátaro que les fascinaba.
La elección de Otto Rahn para ejecutar esta misión indica el deseo de contar con las mejores garantías, ya que este último sumaba a un profundo conocimiento de la Romania, ya que hablaba con fluidez la lengua de oc, un perfecto dominio de la lengua francesa y poseía, además, dones de espeleólogo y deportista. Antes de partir para una nueva cruzada, Otto Rahn había estudiado extensamente la historia y la doctrina de los cátaros, donde él esperaba encontrar la «llave de las cosas ocultas», título de una obra de Maurice Magre, célebre escritor languedociano.
Pero el amo del III Reich estaba lo suficientemente versado en las cuestiones esotéricas para olvidar que la leyenda del emperador dormido se apoya en la transposición germánica del mito del Graal y la explotación que de ella hizo Wolfram von Eschenbach a finales del siglo XII.
Probablemente con ocasión de la coronación de Enrique VI, hijo de Federico Barbarroja, en 1190, en Maguncia, Guyot de Provenza, trovador cátaro, y templario por añadidura, debía reencontrar al alemán Wolfram von Eschenbach, haciendo éste del Perceval occitano el Parsifal germánico magnificado por Ricardo Wagner. Desde tiempos inmemorables, los germanos habían tomado conciencia de la destrucción de sus antiguas divinidades, y El crepúsculo de los dioses, de Wagner, respondía como un eco a El crepúsculo de los ídolos de Nietzsche.
Además, en Alemania, y mucho más en Baviera, la leyenda del Graal había sido transportada, transmitida de siglo en siglo, hasta los Iluminados de Baviera. El culto solar transmitido a los cátaros por los maniqueos fue recogido por los Rosacruces y los Iluminados, hasta la svástica del III Reich. Los alemanes de 1933 no eran tan incultos como para ignorar que la leyenda del Graal procedía del Mediodía cátaro que les fascinaba.
La elección de Otto Rahn para ejecutar esta misión indica el deseo de contar con las mejores garantías, ya que este último sumaba a un profundo conocimiento de la Romania, ya que hablaba con fluidez la lengua de oc, un perfecto dominio de la lengua francesa y poseía, además, dones de espeleólogo y deportista. Antes de partir para una nueva cruzada, Otto Rahn había estudiado extensamente la historia y la doctrina de los cátaros, donde él esperaba encontrar la «llave de las cosas ocultas», título de una obra de Maurice Magre, célebre escritor languedociano.
El fenómeno cátaro apareció en Occidente en los alrededores del siglo X. En esta época, las herejías son denunciadas por todas partes en Europa. La mayoría de las veces se las califica como maniqueas. El término càtaro, que significa puro, apareció más tarde. Hablando de los cátaros de Renania, el benedictino Eckbert, rector de la catedral de Colonia, dice que celebraban una fiesta en honor de Manes.
Y el obispo de Chalón, Roger, escribió al obispo de Lieja para comunicarle que los cátaros de su diócesis pretendían recibir, por la imposición de las manos, el Espíritu Santo, que no era otro que el propio Manes. Mani o Manes (en latínManichaeus) (aproximadamente el 25 de abril de 215-276 d.C.) fue un líder religioso iraní, fundador del maniqueísmo, una antigua religión gnóstica que llegó a alcanzar una gran difusión, aunque se encuentra extinta en la actualidad.
Si bien sus escritos se han perdido, sus enseñanzas se han conservado parcialmente en manuscritos coptos, procedentes de Egipto, y en textos más tardíos del maniqueísmo que se desarrolló posteriormente en China, principalmente en la región de Turfán y en el Turquestán. En 1017 se encuentra cátaros en Orleáns. Después de un juicio emitido por un concilio de obispos, son quemados vivos. En 1022, el hecho se repite en Toulouse.
En 1030, en Italia, en la región de Asti, es descubierta una colonia de herejes, a los que se designa ya con el nombre de cátaros. Todos los miembros de la secta son asesinados. No obstante, a pesar de las hogueras, el movimiento se había extendido como una mancha de aceite, de forma que, en el siglo XII, se los encuentra más al Norte, en Soissons, en Lieja, en Reims, y hasta en las orillas del Rin, en Colonia y en Bonn, donde muchos herejes también son víctimas de las llamas.
El norte de Italia atravesada por viajeros búlgaros, fue uno de los países más afectados, y Milán pasó largo tiempo por un foco activo de la herejía. Inocencio III consiguió, aunque con gran dificultad, contener este flujo ascendente. Pero es en el Mediodía occitano, en los territorios languedocianos y provenzales del conde de Toulouse donde el catarismo había de alcanzar sus mayores éxitos.
Desde finales del siglo XII a principios del siglo XIII, el neomaniqueísmo se expandió como un reguero de pólvora y conquistó el derecho de ciudadanía en las tierras visigóticas, desde el Garona hasta el Mediterráneo, de suerte que la doctrina de los albigenses parecía que debía triunfar, a corto plazo, sobre el catolicismo.
Y el obispo de Chalón, Roger, escribió al obispo de Lieja para comunicarle que los cátaros de su diócesis pretendían recibir, por la imposición de las manos, el Espíritu Santo, que no era otro que el propio Manes. Mani o Manes (en latínManichaeus) (aproximadamente el 25 de abril de 215-276 d.C.) fue un líder religioso iraní, fundador del maniqueísmo, una antigua religión gnóstica que llegó a alcanzar una gran difusión, aunque se encuentra extinta en la actualidad.
Si bien sus escritos se han perdido, sus enseñanzas se han conservado parcialmente en manuscritos coptos, procedentes de Egipto, y en textos más tardíos del maniqueísmo que se desarrolló posteriormente en China, principalmente en la región de Turfán y en el Turquestán. En 1017 se encuentra cátaros en Orleáns. Después de un juicio emitido por un concilio de obispos, son quemados vivos. En 1022, el hecho se repite en Toulouse.
En 1030, en Italia, en la región de Asti, es descubierta una colonia de herejes, a los que se designa ya con el nombre de cátaros. Todos los miembros de la secta son asesinados. No obstante, a pesar de las hogueras, el movimiento se había extendido como una mancha de aceite, de forma que, en el siglo XII, se los encuentra más al Norte, en Soissons, en Lieja, en Reims, y hasta en las orillas del Rin, en Colonia y en Bonn, donde muchos herejes también son víctimas de las llamas.
El norte de Italia atravesada por viajeros búlgaros, fue uno de los países más afectados, y Milán pasó largo tiempo por un foco activo de la herejía. Inocencio III consiguió, aunque con gran dificultad, contener este flujo ascendente. Pero es en el Mediodía occitano, en los territorios languedocianos y provenzales del conde de Toulouse donde el catarismo había de alcanzar sus mayores éxitos.
Desde finales del siglo XII a principios del siglo XIII, el neomaniqueísmo se expandió como un reguero de pólvora y conquistó el derecho de ciudadanía en las tierras visigóticas, desde el Garona hasta el Mediterráneo, de suerte que la doctrina de los albigenses parecía que debía triunfar, a corto plazo, sobre el catolicismo.
En el Mediodía languedociano, el catarismo es el punto de convergencia de dos fuerzas: la primera hace proceder el catarismo del maniqueísmo, religión que se basa en la oposición de dos fuerzas, iguales en este mundo, la luz y las tinieblas, o el bien y el mal, el espíritu y la materia. El maniqueísmo, por su parte, arrancaba del culto esenio, del que Cristo procedía por parte de madre.
Se considera que los esenios constituían el vínculo y punto de coincidencia entre los platónicos o pitagóricos, por una parte, y el budismo, por la otra, lo que nos lleva a hablar de la segunda fuerza de atracción del catarismo. El escritor Maurice Magre hace de la iniciación budista la principal fuente espiritual de los albigenses, ya que cabe señalar que los esenios, como los budistas, profesaban el dualismo del mundo.
Tenían tres órdenes de afiliados, con tres grados de iniciación. Practicaban el baño sagrado, como los brahmanes y los budistas. Condenaban los sacrificios sangrientos, se abstenían de carne y de vino y practicaban una moral ejemplar, dice el historiador Flavio Josefo.
Fue mediante el canal de los esenios como las ideas indopersas pasaron al cristianismo. No olvidemos, por otra parte, que la región del Garona es una vieja tierra druídica. Ahora bien, los druidas, hombres muy sabios, a pesar de lo que se haya dicho, tenían una filosofía muy elevada. Creían principalmente en la migración de las almas y en su reencarnación después de la muerte.
Sobre este viejo fondo pagano vino a injertarse la herejía arriana del siglo VII, a la cual se convirtieron los reyes visigodos. Ahora bien, los condes de Toulouse, de muy antigua nobleza germánica, eran los descendientes directos de tales familias. No es asombroso, por tanto, que el catarismo hubiera encontrado, en esta tierra románica, un lugar privilegiado en el que podía expansionarse.
Por lo que sabemos de ellos, la doctrina cátara es algo más que una simple herejía. En muchos puntos se separa del cristianismo tradicional y rechaza todos los dogmas de la Iglesia católica. La inspiración gnóstica, que atribuye al hombre tres naturalezas: el cuerpo, el alma y el espíritu, siendo el cuerpo la residencia del alma y ésta la morada del espíritu, fue recogida por los albigenses.
Frente a la Iglesia Romana, los cátaros continúan y amplifican la tradición maniquea, rechazando los sacramentos, la cruz, símbolo de muerte, y las ceremonias del culto. Al mismo tiempo, desprecian el Antiguo Testamento, obra de los judíos, y consideran a Jesús como un ser puramente espiritual. Conocemos, sobre todo, la herejía por sus detractores, ya que todos los escritos cátaros fueron quemados, que nos dan de ella un informe alterado, y por los cronistas de la época.
Se considera que los esenios constituían el vínculo y punto de coincidencia entre los platónicos o pitagóricos, por una parte, y el budismo, por la otra, lo que nos lleva a hablar de la segunda fuerza de atracción del catarismo. El escritor Maurice Magre hace de la iniciación budista la principal fuente espiritual de los albigenses, ya que cabe señalar que los esenios, como los budistas, profesaban el dualismo del mundo.
Tenían tres órdenes de afiliados, con tres grados de iniciación. Practicaban el baño sagrado, como los brahmanes y los budistas. Condenaban los sacrificios sangrientos, se abstenían de carne y de vino y practicaban una moral ejemplar, dice el historiador Flavio Josefo.
Fue mediante el canal de los esenios como las ideas indopersas pasaron al cristianismo. No olvidemos, por otra parte, que la región del Garona es una vieja tierra druídica. Ahora bien, los druidas, hombres muy sabios, a pesar de lo que se haya dicho, tenían una filosofía muy elevada. Creían principalmente en la migración de las almas y en su reencarnación después de la muerte.
Sobre este viejo fondo pagano vino a injertarse la herejía arriana del siglo VII, a la cual se convirtieron los reyes visigodos. Ahora bien, los condes de Toulouse, de muy antigua nobleza germánica, eran los descendientes directos de tales familias. No es asombroso, por tanto, que el catarismo hubiera encontrado, en esta tierra románica, un lugar privilegiado en el que podía expansionarse.
Por lo que sabemos de ellos, la doctrina cátara es algo más que una simple herejía. En muchos puntos se separa del cristianismo tradicional y rechaza todos los dogmas de la Iglesia católica. La inspiración gnóstica, que atribuye al hombre tres naturalezas: el cuerpo, el alma y el espíritu, siendo el cuerpo la residencia del alma y ésta la morada del espíritu, fue recogida por los albigenses.
Frente a la Iglesia Romana, los cátaros continúan y amplifican la tradición maniquea, rechazando los sacramentos, la cruz, símbolo de muerte, y las ceremonias del culto. Al mismo tiempo, desprecian el Antiguo Testamento, obra de los judíos, y consideran a Jesús como un ser puramente espiritual. Conocemos, sobre todo, la herejía por sus detractores, ya que todos los escritos cátaros fueron quemados, que nos dan de ella un informe alterado, y por los cronistas de la época.
No obstante, podemos extraer sus grandes principios. Su base la constituye el dualismo, que toma como texto de referencia el Evangelio de Juan, considerado como el único auténtico, que destaca la oposición eterna entre dos principios: el bien y el mal. Así, en este mundo, hay un antagonismo entre la materia, que es debida al diablo, y el espíritu, que procede de Dios.
Los albigenses atribuían a Lucifer, el arcángel caído, el Príncipe de este mundo, la posesión del reino terrestre. Éste es el motivo por el cual, al fin de los tiempos, este mundo material será destruido, como está anunciado en el Apocalipsis de San Juan, y se instaurará el reino del Espíritu Santo o del Cristo Cósmico, el Paráclito.
El inicio cátaro hay que verlo en Pitágoras, adepto de la metempsícosis o reencarnación de las almas impuras en nuevos cuerpos de hombres, de animales, e incluso en el reino vegetal. Hemos dicho ya que los cátaros rechazaban los dogmas, a saber, la eucaristía, la remisión de los pecados, y los sacramentos que les parecían sacrílegos, como el bautismo, la comunión y el matrimonio.
Hostiles a toda materia impura, condenaban el matrimonio para los iniciados, institución que multiplica los cuerpos a expensas de la continencia. Según Cristina Thouzelier, en su obra Catarismo y valdeísmo en el Languedoc:
«La aversión por la “creación perversa” conduce a los dualistas a proscribir de su alimentación los manjares a base de carne, ya que Dios había maldecido la Tierra. Nacida gracias a la lujuria de la inseminación “inmunda”, la carne incita la concupiscencia».
Esta creencia implica que el alma, para alcanzar la perfección, debe ser purificada de la suciedad material y del contacto de la carne. El ideal es, por tanto, la castidad que conduce a la salvación. No obstante, como semejante doctrina comporta una disciplina extremadamente dura, la masa de los creyentes no estará obligada a practicarla estrictamente.
El ascetismo era cosa de los hombres buenos o perfectos, pequeña minoría de sabios, únicos capaces de recibir la iluminación del conocimiento. Absteniéndose de matar a ningún animal, respetando a la Naturaleza en todas sus manifestaciones, los perfectos, siempre vestidos de negro, según Otto Rahn, en La cruzada contra el Graal: «con una tiara persa sobre la cabeza, parecían brahmanes o acólitos de Zoroastro.
Cuando habían terminado (sus ceremonias), sacaban un rollo de cuero que llevaban sobre el pecho, el Evangelio según San Juan, y lo leían en voz alta». Los investidos se abstenían de carne, de huevos y de productos lácteos, todos ellos productos de origen animal, practicando una alimentación puramente vegetariana. Profesaban una castidad absoluta y evitaban, por tanto, todo comercio sexual.
Los albigenses atribuían a Lucifer, el arcángel caído, el Príncipe de este mundo, la posesión del reino terrestre. Éste es el motivo por el cual, al fin de los tiempos, este mundo material será destruido, como está anunciado en el Apocalipsis de San Juan, y se instaurará el reino del Espíritu Santo o del Cristo Cósmico, el Paráclito.
El inicio cátaro hay que verlo en Pitágoras, adepto de la metempsícosis o reencarnación de las almas impuras en nuevos cuerpos de hombres, de animales, e incluso en el reino vegetal. Hemos dicho ya que los cátaros rechazaban los dogmas, a saber, la eucaristía, la remisión de los pecados, y los sacramentos que les parecían sacrílegos, como el bautismo, la comunión y el matrimonio.
Hostiles a toda materia impura, condenaban el matrimonio para los iniciados, institución que multiplica los cuerpos a expensas de la continencia. Según Cristina Thouzelier, en su obra Catarismo y valdeísmo en el Languedoc:
«La aversión por la “creación perversa” conduce a los dualistas a proscribir de su alimentación los manjares a base de carne, ya que Dios había maldecido la Tierra. Nacida gracias a la lujuria de la inseminación “inmunda”, la carne incita la concupiscencia».
Esta creencia implica que el alma, para alcanzar la perfección, debe ser purificada de la suciedad material y del contacto de la carne. El ideal es, por tanto, la castidad que conduce a la salvación. No obstante, como semejante doctrina comporta una disciplina extremadamente dura, la masa de los creyentes no estará obligada a practicarla estrictamente.
El ascetismo era cosa de los hombres buenos o perfectos, pequeña minoría de sabios, únicos capaces de recibir la iluminación del conocimiento. Absteniéndose de matar a ningún animal, respetando a la Naturaleza en todas sus manifestaciones, los perfectos, siempre vestidos de negro, según Otto Rahn, en La cruzada contra el Graal: «con una tiara persa sobre la cabeza, parecían brahmanes o acólitos de Zoroastro.
Cuando habían terminado (sus ceremonias), sacaban un rollo de cuero que llevaban sobre el pecho, el Evangelio según San Juan, y lo leían en voz alta». Los investidos se abstenían de carne, de huevos y de productos lácteos, todos ellos productos de origen animal, practicando una alimentación puramente vegetariana. Profesaban una castidad absoluta y evitaban, por tanto, todo comercio sexual.
Por lo que se refiere a los ritos, éstos eran muy simples, por reacción contra la Iglesia Católica, que se cubría de oro y púrpura, y estaban liberados de todo espíritu de superstición. Los constituían, sobre todo, plegarias en común, cantos y sermones, inspirándose en los libros de Manes y en los gnósticos.
No teniendo los cátaros lugar de predilección para practicar su culto, la Naturaleza les ofrecía sus bosques y sus prados; los señores, sus castillos, y los burgueses, sus casas.
Se ha dicho que querían destruir la familia, lo que es falso, ya que aprobaban el matrimonio «civil» para los simples creyentes. Según Femand Niel, los albigenses practicaban una fórmula de confesión pública que llamaban «Apparellamentun», pero su principal rito era el célebre «Consolamentum». Éste se daba, tanto a un creyente que deseaba ingresar en la comunidad de los perfectos, como a los moribundos que querían alcanzar una buena muerte.
Esta ceremonia, muy simple, consistía en que el perfecto imponía las manos sobre la cabeza del consolado, pronunciando ciertas palabras cuyo contenido ignoramos. Se puede suponer que, en el trasfondo de este ceremonial, existía un secreto procedente de los gnósticos y de los primeros cristianos, que tenía como base la transmisión de una fuerza vivificante e inmensa, fuerza que los perfectos podían procurar por medio del «bautismo del espíritu», del signo de la pureza hecho a los moribundos. Esta ayuda invisible permitía escapar a la cadena de renacimientos y permitía el acceso al reino de lo espiritual.
El «Consolamentum» no era más que un símbolo exterior. Detrás de él se ocultaba el don del alma, mediante el cual esta última podía atravesar, resplandeciente, el estrecho pórtico de la muerte, escapar de la sombra e identificarse con la luz. Y los cátaros tenían, para la ayuda a los moribundos, procedimientos que la ciencia ha perdido para siempre.
No temiendo a la muerte, había ocasiones en que ciertos perfectos llegaban a dejarse morir mediante el Endura: «Su doctrina —afirma Otto Rahn— permitía, como la de los druidas, el suicidio; no obstante, exigía que uno pusiera fin a su vida no por cansancio de vivir, por miedo o por dolor, sino en un estado de perfecto desapego de la materia».
Siempre, según Otto Rahn, los cátaros efectuaban el Endura por parejas: «Ese hermano, al lado del que el cátaro había pasado, en la amistad más ideal, años de esfuerzos continuados y espiritualización intensiva, quería, de acuerdo con él en la otra vida también, la verdadera vida, gustar las bellezas parcialmente entrevistas del más allá y la revelación de las leyes divinas que mueven los mundos».
No teniendo los cátaros lugar de predilección para practicar su culto, la Naturaleza les ofrecía sus bosques y sus prados; los señores, sus castillos, y los burgueses, sus casas.
Se ha dicho que querían destruir la familia, lo que es falso, ya que aprobaban el matrimonio «civil» para los simples creyentes. Según Femand Niel, los albigenses practicaban una fórmula de confesión pública que llamaban «Apparellamentun», pero su principal rito era el célebre «Consolamentum». Éste se daba, tanto a un creyente que deseaba ingresar en la comunidad de los perfectos, como a los moribundos que querían alcanzar una buena muerte.
Esta ceremonia, muy simple, consistía en que el perfecto imponía las manos sobre la cabeza del consolado, pronunciando ciertas palabras cuyo contenido ignoramos. Se puede suponer que, en el trasfondo de este ceremonial, existía un secreto procedente de los gnósticos y de los primeros cristianos, que tenía como base la transmisión de una fuerza vivificante e inmensa, fuerza que los perfectos podían procurar por medio del «bautismo del espíritu», del signo de la pureza hecho a los moribundos. Esta ayuda invisible permitía escapar a la cadena de renacimientos y permitía el acceso al reino de lo espiritual.
El «Consolamentum» no era más que un símbolo exterior. Detrás de él se ocultaba el don del alma, mediante el cual esta última podía atravesar, resplandeciente, el estrecho pórtico de la muerte, escapar de la sombra e identificarse con la luz. Y los cátaros tenían, para la ayuda a los moribundos, procedimientos que la ciencia ha perdido para siempre.
No temiendo a la muerte, había ocasiones en que ciertos perfectos llegaban a dejarse morir mediante el Endura: «Su doctrina —afirma Otto Rahn— permitía, como la de los druidas, el suicidio; no obstante, exigía que uno pusiera fin a su vida no por cansancio de vivir, por miedo o por dolor, sino en un estado de perfecto desapego de la materia».
Siempre, según Otto Rahn, los cátaros efectuaban el Endura por parejas: «Ese hermano, al lado del que el cátaro había pasado, en la amistad más ideal, años de esfuerzos continuados y espiritualización intensiva, quería, de acuerdo con él en la otra vida también, la verdadera vida, gustar las bellezas parcialmente entrevistas del más allá y la revelación de las leyes divinas que mueven los mundos».
Para poner fin a sus días, elegían entre cinco tipos de muerte: envenenándose, dejándose morir de hambre, abriéndose las venas, lanzándose a un precipicio o zambulléndose en el agua helada después de un baño ardiente, lo que provocaba una congestión pulmonar que los mataba. Algunos indicios permitían suponer también que los albigenses escogían a veces la muerte en grupo. En una cripta de la montaña Negra, no lejos de Carcasona, se han encontrado esqueletos que datan de aquella época.
Estaban acostados formando un círculo, las cabezas en el centro y los pies en la circunferencia, como los rayos de una rueda perfecta. «Los que se tendieron para morir en una soledad secreta, y dibujaron con sus cuerpos la figura geométrica de una rueda, persiguieron este fin tan extraño e inusitado en el momento de la muerte sólo porque se trataba de un rito de una importancia excepcional y del que esperaban un resultado sublime».
Maurice Magre piensa que esta forma de morir, que era ya conocida en Bretaña, en la isla de Tiviec, hace más de 5 000 años, era poseída por pueblos descendientes de los antiguos atlantes.
Sin embargo, la práctica del Endura no conducía fatalmente a la muerte. En la mayor parte de los casos se trataba de un prolongado ayuno de purificación, de una duración de dos meses, interrumpido por pausas durante las cuales los ascetas tomaban pan y agua.
Como hemos dicho, sobre todo en la época de las persecuciones, ocurría que los cátaros, después de la recepción del «Consolamentum», se diesen voluntariamente la muerte. Con todo, y aunque sabemos muy poco de las ceremonias de su culto, las excavaciones han permitido sacar a la luz objetos simbólicos utilizados por los albigenses, que han permitido recoger algunas de sus creencias hasta entonces ignoradas.
Así, algunos no habían dudado en afirmar que el joven Otto Rahn, para confirmar sus tesis, había dibujado algunas inscripciones halladas en las grutas del Sabarthez, notoria colonia cátara. Ahora bien, se ha encontrado una paloma esculpida en el propio Montségur, en una de las grutas del Ornolac. La paloma es el símbolo del Espíritu Santo, de la luz divina descendida entre los hombres, lo que demuestra claramente que el catarismo es una religión de luz, y no mágica.
En este sentido apuntan los descubrimientos, hechos recientemente, de cruces solares, cruces célticas y objetos en forma de pentágono, encontrados en el Pog y en algunas grutas. Todos estos símbolos tienen relación con el culto del Sol, glorificado por los albigenses como el astro celeste que emana de la creación divina. Los trabajos de Fernand Niel, que demuestran que el castillo de Montségur era un templo solar, y de otros, han confirmado la filiación maniquea y zoroástrica del albigenismo.
De la misma manera, y aunque se haya hecho de ello un silencio voluntario, los meridionales hicieron, desde la Edad Media hasta el siglo XX, un uso constante de la svástica, volviendo a unir así las grandes corrientes del simbolismo universal.
Estaban acostados formando un círculo, las cabezas en el centro y los pies en la circunferencia, como los rayos de una rueda perfecta. «Los que se tendieron para morir en una soledad secreta, y dibujaron con sus cuerpos la figura geométrica de una rueda, persiguieron este fin tan extraño e inusitado en el momento de la muerte sólo porque se trataba de un rito de una importancia excepcional y del que esperaban un resultado sublime».
Maurice Magre piensa que esta forma de morir, que era ya conocida en Bretaña, en la isla de Tiviec, hace más de 5 000 años, era poseída por pueblos descendientes de los antiguos atlantes.
Sin embargo, la práctica del Endura no conducía fatalmente a la muerte. En la mayor parte de los casos se trataba de un prolongado ayuno de purificación, de una duración de dos meses, interrumpido por pausas durante las cuales los ascetas tomaban pan y agua.
Como hemos dicho, sobre todo en la época de las persecuciones, ocurría que los cátaros, después de la recepción del «Consolamentum», se diesen voluntariamente la muerte. Con todo, y aunque sabemos muy poco de las ceremonias de su culto, las excavaciones han permitido sacar a la luz objetos simbólicos utilizados por los albigenses, que han permitido recoger algunas de sus creencias hasta entonces ignoradas.
Así, algunos no habían dudado en afirmar que el joven Otto Rahn, para confirmar sus tesis, había dibujado algunas inscripciones halladas en las grutas del Sabarthez, notoria colonia cátara. Ahora bien, se ha encontrado una paloma esculpida en el propio Montségur, en una de las grutas del Ornolac. La paloma es el símbolo del Espíritu Santo, de la luz divina descendida entre los hombres, lo que demuestra claramente que el catarismo es una religión de luz, y no mágica.
En este sentido apuntan los descubrimientos, hechos recientemente, de cruces solares, cruces célticas y objetos en forma de pentágono, encontrados en el Pog y en algunas grutas. Todos estos símbolos tienen relación con el culto del Sol, glorificado por los albigenses como el astro celeste que emana de la creación divina. Los trabajos de Fernand Niel, que demuestran que el castillo de Montségur era un templo solar, y de otros, han confirmado la filiación maniquea y zoroástrica del albigenismo.
De la misma manera, y aunque se haya hecho de ello un silencio voluntario, los meridionales hicieron, desde la Edad Media hasta el siglo XX, un uso constante de la svástica, volviendo a unir así las grandes corrientes del simbolismo universal.
Los cátaros llevaban una vida ejemplar. Antes de las persecuciones, recorrían el Mediodía en todos los sentidos enseñando a las masas, predicando un Evangelio de purificación y sencillez, fustigando las costumbres corrompidas de la clerecía católica, que practicaba, entre otros pecados, el nicolaísmo, o matrimonio de los sacerdotes, y la simonía, o tráfico de las misas.
El pueblo seguía a estos hombres vestidos de negro, que vivían como santos, y abandonaban a sus malos sacerdotes.
La nobleza atraída por el ideal aristocrático de la herejía, se adhería también a la nueva fe. La Iglesia oficial se debilitaba, con tanta más facilidad cuanto que estaba alejada del pueblo. Los propios cátaros compartían las miserias de cada uno, ejerciendo la medicina, cuidando a los enfermos y llevando «la buena palabra». Con frecuencia artesanos, los albigenses practicaban sobre todo el tejido de la lana, y esos perfectos se preguntaban, encorvados sobre sus bastidores de tejedores, si «no era verdaderamente el espíritu de la Tierra quien tejía en realidad, en el telar susurrante del tiempo, el vestido viviente de la Divinidad». La historia de la herejía albigense es larga y agitada, pero lo importante, en esta revolución espiritual, es comprender sus razones.
En el siglo XIII, estalla en el Lenguedoc y en la Provenza, con síntomas amenazadores, uno de estos levantamientos del espíritu humano que se reproduce de siglo en siglo hasta las predicaciones de Lutero.
El filosofismo y el republicanismo atacaban conjuntamente, o aisladamente, a la autoridad soberana de la Santa Sede y el orden establecido. Un inmenso movimiento religioso se manifestaba simultáneamente sobre dos puntos: el racionalismo valdense, en los Alpes, y el misticismo alemán, en el Rin y los Países Bajos, donde los gremios ciudadanos se rebelaban contra sus obispos y la clerecía.
Los sectarios de Pierre de Burys querían reconstruir la Iglesia primitiva en su pureza y su pobreza, regresando a la simplicidad del Evangelio juaniano que, reprimidos durante un tiempo, se reformaron en Lyon, hacia 1170. En el Norte, Amaury de Bue, cerca de Chartres, y su discípulo David de Denain, se dedicaron, hasta finales del siglo XII, a predicar una especie de misticismo sacado de los escritos de Escoto Erígena, reflejo alterado de la doctrina cátara. Para ellos, aún tenía que comenzar el reino del Espíritu Santo, en el cual las prescripciones anteriores debían cesar, para no permitir subsistir a otra religión que la pura adoración del alma.
El pueblo seguía a estos hombres vestidos de negro, que vivían como santos, y abandonaban a sus malos sacerdotes.
La nobleza atraída por el ideal aristocrático de la herejía, se adhería también a la nueva fe. La Iglesia oficial se debilitaba, con tanta más facilidad cuanto que estaba alejada del pueblo. Los propios cátaros compartían las miserias de cada uno, ejerciendo la medicina, cuidando a los enfermos y llevando «la buena palabra». Con frecuencia artesanos, los albigenses practicaban sobre todo el tejido de la lana, y esos perfectos se preguntaban, encorvados sobre sus bastidores de tejedores, si «no era verdaderamente el espíritu de la Tierra quien tejía en realidad, en el telar susurrante del tiempo, el vestido viviente de la Divinidad». La historia de la herejía albigense es larga y agitada, pero lo importante, en esta revolución espiritual, es comprender sus razones.
En el siglo XIII, estalla en el Lenguedoc y en la Provenza, con síntomas amenazadores, uno de estos levantamientos del espíritu humano que se reproduce de siglo en siglo hasta las predicaciones de Lutero.
El filosofismo y el republicanismo atacaban conjuntamente, o aisladamente, a la autoridad soberana de la Santa Sede y el orden establecido. Un inmenso movimiento religioso se manifestaba simultáneamente sobre dos puntos: el racionalismo valdense, en los Alpes, y el misticismo alemán, en el Rin y los Países Bajos, donde los gremios ciudadanos se rebelaban contra sus obispos y la clerecía.
Los sectarios de Pierre de Burys querían reconstruir la Iglesia primitiva en su pureza y su pobreza, regresando a la simplicidad del Evangelio juaniano que, reprimidos durante un tiempo, se reformaron en Lyon, hacia 1170. En el Norte, Amaury de Bue, cerca de Chartres, y su discípulo David de Denain, se dedicaron, hasta finales del siglo XII, a predicar una especie de misticismo sacado de los escritos de Escoto Erígena, reflejo alterado de la doctrina cátara. Para ellos, aún tenía que comenzar el reino del Espíritu Santo, en el cual las prescripciones anteriores debían cesar, para no permitir subsistir a otra religión que la pura adoración del alma.
En Italia, el ideal de Dante era ver al emperador de Alemania, Enrique de Luxemburgo, destronar al Papa y restaurar un cristianismo auténtico liberado de la dominación sacerdotal, y que él habría regenerado. Dante era el gran pontífice de esta secta cátara, y su Divina Comediasólo fue escrita para exaltar su fe hacia la Iglesia cátara y perseguir enconadamente al Papado, ya que no podía perdonarle la hecatombe provenzal.
Ante el alcance de semejante revolución, la Iglesia se había conmovido, mientras que, por todas partes, los cismas y las herejías se multiplicaban; sobre todo, la doctrina cátara, que alejaba de la religión católica a los mejores servidores de la fe, clérigos o laicos. En efecto, los jefes de la herejía càtara, en el Mediodía occitano, así como en Italia, salían, en su mayoría, de las familias de la nobleza y de la alta burguesía. Del lado español, estaba la Casa de Aragón, cuyo poder se extendía sobre Catalunya, el sur de la Provenza, los condados de Urgel y Cerdaña, el Rosellón y Aragón.
Del otro lado de los Pirineos, reinaban los poderosos condes de Toulouse, descendientes de los reyes visigodos. Ramon V, que había de morir en 1194, no había tomado parte en las primeras cruzadas, prefiriendo desarrollar el «Gay Saber» de los trovadores, el espíritu cortés de los caballeros y una notable diplomacia. Se había mantenido, no obstante, al margen del catarismo, lo que no haría su hijo Ramon VI.
No obstante, en el año 1163, en el concilio de Tours, el papa Alejandro II, a instancias de los obispos del norte de Francia, dictó ima resolución que denunciaba el progreso de la herejía càtara en las provincias del Mediodía. En el Tercer Concilio de Letrán, convocado en 1179 por Alejandro III, el conde de Toulouse, el conde de Foix, el vizconde de Béziers y la mayoría de los barones de Romania fueron excomulgados. Se perfilaba la amenaza para los cátaros y sus protectores. Ésta fue la señal de la primera cruzada contra los albigenses.
La guerra contra los albigenses, dice Maurice Magre, fue el hito más grande de la histeria religiosa de los hombres. Ramon VI, que acababa de ser entronizado en Toulouse, sucediendo así a su padre, no ocultaba sus simpatías por sus súbditos cátaros y no temía manifestar su aversión hacia Roma. En la famosa conferencia de Pamiers, en 1207, en el curso de debates públicos, se enfrentaron los legados pontificios y los perfectos del catarismo. Esta conferencia sirvió para demostrar a los herejes albigenses que la Iglesia pondría en acción todos sus medios para terminar con este movimiento religioso.
Ante el alcance de semejante revolución, la Iglesia se había conmovido, mientras que, por todas partes, los cismas y las herejías se multiplicaban; sobre todo, la doctrina cátara, que alejaba de la religión católica a los mejores servidores de la fe, clérigos o laicos. En efecto, los jefes de la herejía càtara, en el Mediodía occitano, así como en Italia, salían, en su mayoría, de las familias de la nobleza y de la alta burguesía. Del lado español, estaba la Casa de Aragón, cuyo poder se extendía sobre Catalunya, el sur de la Provenza, los condados de Urgel y Cerdaña, el Rosellón y Aragón.
Del otro lado de los Pirineos, reinaban los poderosos condes de Toulouse, descendientes de los reyes visigodos. Ramon V, que había de morir en 1194, no había tomado parte en las primeras cruzadas, prefiriendo desarrollar el «Gay Saber» de los trovadores, el espíritu cortés de los caballeros y una notable diplomacia. Se había mantenido, no obstante, al margen del catarismo, lo que no haría su hijo Ramon VI.
No obstante, en el año 1163, en el concilio de Tours, el papa Alejandro II, a instancias de los obispos del norte de Francia, dictó ima resolución que denunciaba el progreso de la herejía càtara en las provincias del Mediodía. En el Tercer Concilio de Letrán, convocado en 1179 por Alejandro III, el conde de Toulouse, el conde de Foix, el vizconde de Béziers y la mayoría de los barones de Romania fueron excomulgados. Se perfilaba la amenaza para los cátaros y sus protectores. Ésta fue la señal de la primera cruzada contra los albigenses.
La guerra contra los albigenses, dice Maurice Magre, fue el hito más grande de la histeria religiosa de los hombres. Ramon VI, que acababa de ser entronizado en Toulouse, sucediendo así a su padre, no ocultaba sus simpatías por sus súbditos cátaros y no temía manifestar su aversión hacia Roma. En la famosa conferencia de Pamiers, en 1207, en el curso de debates públicos, se enfrentaron los legados pontificios y los perfectos del catarismo. Esta conferencia sirvió para demostrar a los herejes albigenses que la Iglesia pondría en acción todos sus medios para terminar con este movimiento religioso.
El medio político y social del Languedoc estaba entonces impregnado de un espíritu de tolerancia desconocido en el Norte. La sociedad no estaba dividida en castas cerradas, y el burgués podía acceder a la nobleza, al igual que el villano a la burguesía. Las ciudades del Mediodía estaban más pobladas y eran más ricas que en cualquier otro tiempo.
No olvidemos que Toulouse, por su importancia, era la tercera ciudad de Europa, después de Venecia y Roma. Toulouse, con su maravillosa basílica de Saint- Sernin, era la ciudad rosa de los jardines y de los campanarios. En las numerosas ciudades, los síndicos y los cónsules, elegidos por los habitantes, representaban el elemento tradicional de la libertad heredada de la Antigüedad. La intensa actividad comercial facilitaba los intercambios espirituales.
Según Femand Niel, en su obraAlbigenses y cátaros: «Pero el aspecto más impresionante de la civilización occitana sigue siendo el extraordinario movimiento literario de los trovadores, movimiento que sorprende por su amplitud. En efecto, se cuenta cerca de 500 trovadores conocidos, duques o condes (los condes de Foix y de Toulouse se escribían en verso, en tanto que el rey de Francia apenas si sabía firmar su nombre), simples caballeros, eclesiásticos o hijos de burgueses».
Un tema principal de esta literatura era el amor cortesano, simbolizado por la palabra «paratge», que representa las virtudes del honor, de la lealtad y de la entereza, aplicándose tanto al amor de la dama como al terreno político y religioso.
El ideal trovadoresco tiende hacia lo absoluto, y se expresa en el análisis sentimental por el amor platónico y desapegado de la carne. Los poetas cantores estaban imbuidos de la mística cátara, que aspira al amor divino y, en el tiempo de las persecuciones, fueron los fieles servidores de la causa albigense. Las «leyes de amor», que ellos habían fijado, comprendían un mínimo de 31 prescripciones. Tal como decía Otto Rahn: «Y, hecho singular, poseían como principio supremo que la “minne” (o amor cortesano) excluía toda idea de amor corporal o de matrimonio.
La “minne” representa la unión de las almas y de los corazones, mientras que el matrimonio es la unión de los cuerpos. El matrimonio significa la muerte de la “minne” y de la poesía. El amor, simple pasión, se desvanece pronto con el goce sensual. Cualquiera que lleve en su corazón la verdadera “minne”, no desea en absoluto el cuerpo de su bienamada; no desea más que su corazón; la verdadera “minne” es pura e incorporal. La “minne” no es el amor; Eros no es el sexo».
No olvidemos que Toulouse, por su importancia, era la tercera ciudad de Europa, después de Venecia y Roma. Toulouse, con su maravillosa basílica de Saint- Sernin, era la ciudad rosa de los jardines y de los campanarios. En las numerosas ciudades, los síndicos y los cónsules, elegidos por los habitantes, representaban el elemento tradicional de la libertad heredada de la Antigüedad. La intensa actividad comercial facilitaba los intercambios espirituales.
Según Femand Niel, en su obraAlbigenses y cátaros: «Pero el aspecto más impresionante de la civilización occitana sigue siendo el extraordinario movimiento literario de los trovadores, movimiento que sorprende por su amplitud. En efecto, se cuenta cerca de 500 trovadores conocidos, duques o condes (los condes de Foix y de Toulouse se escribían en verso, en tanto que el rey de Francia apenas si sabía firmar su nombre), simples caballeros, eclesiásticos o hijos de burgueses».
Un tema principal de esta literatura era el amor cortesano, simbolizado por la palabra «paratge», que representa las virtudes del honor, de la lealtad y de la entereza, aplicándose tanto al amor de la dama como al terreno político y religioso.
El ideal trovadoresco tiende hacia lo absoluto, y se expresa en el análisis sentimental por el amor platónico y desapegado de la carne. Los poetas cantores estaban imbuidos de la mística cátara, que aspira al amor divino y, en el tiempo de las persecuciones, fueron los fieles servidores de la causa albigense. Las «leyes de amor», que ellos habían fijado, comprendían un mínimo de 31 prescripciones. Tal como decía Otto Rahn: «Y, hecho singular, poseían como principio supremo que la “minne” (o amor cortesano) excluía toda idea de amor corporal o de matrimonio.
La “minne” representa la unión de las almas y de los corazones, mientras que el matrimonio es la unión de los cuerpos. El matrimonio significa la muerte de la “minne” y de la poesía. El amor, simple pasión, se desvanece pronto con el goce sensual. Cualquiera que lleve en su corazón la verdadera “minne”, no desea en absoluto el cuerpo de su bienamada; no desea más que su corazón; la verdadera “minne” es pura e incorporal. La “minne” no es el amor; Eros no es el sexo».
No obstante, las nubes se amontonaban en el cielo occitano. En 1207, el legado pontificio Pierre de Castelnau, que intentaba en vano enfrentar a los señores meridionales contra los albigenses, excomulgó al conde de Toulouse, Ramon VI. Presintiendo el peligro, los cátaros quisieron asegurarse un lugar donde pudieran refugiarse en caso de ataque.
Los castillos de Quéribus, Puylaurens y Peyrepertuse les eran ya adictos. Pero es Montségur, en el corazón de los Pirineos del Ariége, que los herejes habían escogido como elevado lugar espiritual. A este efecto, pidieron a Esclarmonde de Foix y al señor del lugar, Ramón de Perelha, ambos fervientes albigenses, que reconstruyeran el castillo de Montségur, que estaba en ruinas, lo que fue realizado.
Tal como dice Otto Rahn: «Así, Montségur, la ciudadela que protegía la montaña sagrada del Tabor, Parnaso de la Romanía, fue fortificada y organizada. Parecida a un arca, pudo, durante medio siglo aún, desafiar la oleada de sangre y de crímenes que pronto iba a desencadenarse sobre la Romanía y hundir su cultura y su civilización».
Ya que se trata realmente de una guerra de secesión: todo el Mediodía se levanta contra los ejércitos del Norte (20 000 caballeros, 200 000 infantes), que, concentrados en Lyon, llegan por el valle del Ródano, el 24 de junio de 1209, procedentes de todos los países del norte del Loira. Otto Rahn ha dejado una descripción, de gran colorido, de estos bárbaros procedentes del Norte, que querían concluir la conquista de las provincias meridionales comenzada setecientos años antes por Clodoveo:
«En cabeza, cabalga el sombrío e irreconciliable abad de Citeaux, el “jefe de las fuerzas cristianas contra los herejes albigenses”. Parecido a un caballero del Apocalipsis, galopa, hábito al viento, a través del país que no adora a su propio Dios.
Detrás de él, el ejército de arzobispos, obispos, abades, padres y monjes. Al lado de los príncipes de la Iglesia cabalgan los príncipes laicos con sus armaduras resplandecientes de acero, plata y oro. Luego, vienen los caballeros saqueadores, con sus soldadescas que entraban a saco por doquier: Robert Sans-Avoir, El-que-no-bebe- agua, Dios sabe sus nombres.
A continuación, los ciudadanos y campesinos, y luego, por millares y millares, la chusma de Europa: los ribaldos, los truanes y, en los templos de Venus montados sobre cuatro ruedas, las pelanduscas de todos los países posibles». Y, el 21 de julio, tiene lugar la toma y saqueo de Béziers, donde es asesinada toda la población (20 000 personas), herejes y ortodoxos mezclados en la iglesia de la Magdalena:«¡Matadlos a todos; Dios reconocerá a los suyos!», gritaría el legado del Papa.
Los castillos de Quéribus, Puylaurens y Peyrepertuse les eran ya adictos. Pero es Montségur, en el corazón de los Pirineos del Ariége, que los herejes habían escogido como elevado lugar espiritual. A este efecto, pidieron a Esclarmonde de Foix y al señor del lugar, Ramón de Perelha, ambos fervientes albigenses, que reconstruyeran el castillo de Montségur, que estaba en ruinas, lo que fue realizado.
Tal como dice Otto Rahn: «Así, Montségur, la ciudadela que protegía la montaña sagrada del Tabor, Parnaso de la Romanía, fue fortificada y organizada. Parecida a un arca, pudo, durante medio siglo aún, desafiar la oleada de sangre y de crímenes que pronto iba a desencadenarse sobre la Romanía y hundir su cultura y su civilización».
Ya que se trata realmente de una guerra de secesión: todo el Mediodía se levanta contra los ejércitos del Norte (20 000 caballeros, 200 000 infantes), que, concentrados en Lyon, llegan por el valle del Ródano, el 24 de junio de 1209, procedentes de todos los países del norte del Loira. Otto Rahn ha dejado una descripción, de gran colorido, de estos bárbaros procedentes del Norte, que querían concluir la conquista de las provincias meridionales comenzada setecientos años antes por Clodoveo:
«En cabeza, cabalga el sombrío e irreconciliable abad de Citeaux, el “jefe de las fuerzas cristianas contra los herejes albigenses”. Parecido a un caballero del Apocalipsis, galopa, hábito al viento, a través del país que no adora a su propio Dios.
Detrás de él, el ejército de arzobispos, obispos, abades, padres y monjes. Al lado de los príncipes de la Iglesia cabalgan los príncipes laicos con sus armaduras resplandecientes de acero, plata y oro. Luego, vienen los caballeros saqueadores, con sus soldadescas que entraban a saco por doquier: Robert Sans-Avoir, El-que-no-bebe- agua, Dios sabe sus nombres.
A continuación, los ciudadanos y campesinos, y luego, por millares y millares, la chusma de Europa: los ribaldos, los truanes y, en los templos de Venus montados sobre cuatro ruedas, las pelanduscas de todos los países posibles». Y, el 21 de julio, tiene lugar la toma y saqueo de Béziers, donde es asesinada toda la población (20 000 personas), herejes y ortodoxos mezclados en la iglesia de la Magdalena:«¡Matadlos a todos; Dios reconocerá a los suyos!», gritaría el legado del Papa.
Más tarde, le toca el turno a Carcasona, que ve cómo Arnaud-Amaury hace prisioneros al vizconde de Trencavel y a sus mejores caballeros, atrayéndoles bajo el pretexto de entablar negociaciones.
En 1220, en la pequeña ciudad de Lavaur los «cruzados» reinciden en sus depredaciones: todos los habitantes, sin distinción de confesión, de edad o de sexo, son pasados por el filo de la espada, y la castellana del lugar, Geralda, es arrojada viva a un pozo, que se llena de piedras.
Los cátaros muestran así la medida de su valentía y de su fe. En Goslar, prefieren ser colgados antes que desollar un pollo. En Minerva, en el Hérault, donde se rinden a Simón de Montfort después de una resistencia encarnizada, 150 herejes se lanzan voluntariamente dentro de las llamas cantando cánticos. Allí donde el genio humano parecía haberse concentrado, reposan más de un millón de muertos, es decir, más de lo que costó la supresión de todas las otras herejías.
La causa principal de la gran matanza albigense, la causa oculta, pero la verdadera causa, había sido que el secreto de los santuarios, la antigua enseñanza de los misterios tan celosamente guardada en todos los templos del mundo por todas las cofradías, había sido revelada. Había sido revelada y se había comprendido que lo que acontecía en este tiempo aún no había sido visto en la Historia del Universo.
No obstante, Montségur, templo del catarismo, se levantaba todavía, como un desafío a la ortodoxia, con sus murallas invioladas. Ya en 1209, Guy de Montfort había retrocedido ante el difícil asedio de esta montaña. El asesinato de los inquisidores dominicos de Avignonet había de decidir el asedio y calda de la fortaleza.
La empresa del Pog comenzó en la primavera del año 1243, pero, seis meses más tarde, el asedio no había progresado. Los cátaros, que se beneficiaban de numerosas complicidades en todos los países, y sin duda también dentro del ejército real, comunicaban con el exterior. Mensajes de aliento procedentes de Italia, del Sacro Imperio Germánico, e incluso de Constantinopla. El obispo cátaro Bertrand d’En Martí alentaba a los asediados.
Finalmente, el senescal de Carcasona, Hugues de Arcis, que dirigía la «cruzada», pudo, gracias a la traición, terminar con la resistencia. Un guía, que conocía un camino secreto, condujo a un grupo armado a la plataforma de la cumbre.
La crónica relata que, al día siguiente, los voluntarios de la escalada nocturna se sobresaltaron de horror ante la vista del inconcebible camino recorrido durante la noche. A partir de aquí, la rendición de la fortaleza no era más que una cuestión de tiempo. El primero de marzo de 1244 se firmó una tregua por las dos partes, y el 16 de marzo la ciudadela se rindió.
En 1220, en la pequeña ciudad de Lavaur los «cruzados» reinciden en sus depredaciones: todos los habitantes, sin distinción de confesión, de edad o de sexo, son pasados por el filo de la espada, y la castellana del lugar, Geralda, es arrojada viva a un pozo, que se llena de piedras.
Los cátaros muestran así la medida de su valentía y de su fe. En Goslar, prefieren ser colgados antes que desollar un pollo. En Minerva, en el Hérault, donde se rinden a Simón de Montfort después de una resistencia encarnizada, 150 herejes se lanzan voluntariamente dentro de las llamas cantando cánticos. Allí donde el genio humano parecía haberse concentrado, reposan más de un millón de muertos, es decir, más de lo que costó la supresión de todas las otras herejías.
La causa principal de la gran matanza albigense, la causa oculta, pero la verdadera causa, había sido que el secreto de los santuarios, la antigua enseñanza de los misterios tan celosamente guardada en todos los templos del mundo por todas las cofradías, había sido revelada. Había sido revelada y se había comprendido que lo que acontecía en este tiempo aún no había sido visto en la Historia del Universo.
No obstante, Montségur, templo del catarismo, se levantaba todavía, como un desafío a la ortodoxia, con sus murallas invioladas. Ya en 1209, Guy de Montfort había retrocedido ante el difícil asedio de esta montaña. El asesinato de los inquisidores dominicos de Avignonet había de decidir el asedio y calda de la fortaleza.
La empresa del Pog comenzó en la primavera del año 1243, pero, seis meses más tarde, el asedio no había progresado. Los cátaros, que se beneficiaban de numerosas complicidades en todos los países, y sin duda también dentro del ejército real, comunicaban con el exterior. Mensajes de aliento procedentes de Italia, del Sacro Imperio Germánico, e incluso de Constantinopla. El obispo cátaro Bertrand d’En Martí alentaba a los asediados.
Finalmente, el senescal de Carcasona, Hugues de Arcis, que dirigía la «cruzada», pudo, gracias a la traición, terminar con la resistencia. Un guía, que conocía un camino secreto, condujo a un grupo armado a la plataforma de la cumbre.
La crónica relata que, al día siguiente, los voluntarios de la escalada nocturna se sobresaltaron de horror ante la vista del inconcebible camino recorrido durante la noche. A partir de aquí, la rendición de la fortaleza no era más que una cuestión de tiempo. El primero de marzo de 1244 se firmó una tregua por las dos partes, y el 16 de marzo la ciudadela se rindió.
Doscientos cátaros, entre ellos cincuenta perfectos, que se negaban a abjurar de su creencia, prefirieron morir en la hoguera, erigida en un campo que recuerda, por su nombre, el sacrificio de los «herejes»: El «Camp dels Cremats». Hay un poema de Henri Sabarthez, que hace revivir este martirio e incita a recordarlo. Por lo que se refiere al tesoro de los herejes, Pierre Roger de Mirepoix fue autorizado para decomisarlo.
Consistía en objetos preciosos, monedas de oro y de plata. Pero, ¿qué ocurrió con el verdadero tesoro de los cátaros, el Graal? Los documentos de la Inquisición confirman que, en la noche anterior a la capitulación, cuatro albigenses fueron descendidos mediante cuerdas a lo largo de la vertiginosa pared (Amiel Aicart, Poitevin, Hogues y Alfaro) y consiguieron escapar a las montañas, llevándose con ellos el objeto sagrado.
La tradición cuenta que, cuando el Graal estuvo a salvo, una llama alumbró sobre la vecina montaña de Bidorta, anunciando a los cátaros de la fortaleza que podían morir en paz. La piedra Graal, o libro sagrado, fue, sin duda, ocultada en una de las numerosas grutas del Sabarthez, lo que aclara la leyenda que recogió Orto Rahn de boca de un viejo pastor:
«En el tiempo en que las murallas de Montségur se elevaban todavía, los cátaros guardaban allí el santo Graal. Pero Montségur estaba amenazado. Los ejércitos de Lucifer asediaban sus murallas.
Éstos querían el Graal, para volver a insertarlo en la diadema de su príncipe, de donde se había desprendido cuando tuvo lugar la caída de los ángeles. Entonces, en el momento más crítico, descendió del cielo una paloma blanca, que, por su pico, hendió en dos partes el Monte Tabor. Esclarmonde, la guardiana del Graal, lanzó en el interior de la montaña la joya sagrada. La montaña volvió a cerrarse, y así fue salvado el Graal. Cuando los demonios entraron en el castillo fortificado, llegaron demasiado tarde.
Furiosos, hicieron perecer por el fuego a todos los puros, no lejos de la roca que sostiene el castillo, en el “Camp dels Cremats”, el Campo de la Hoguera. Todos los puros perecieron por el fuego, excepto Esclarmonde de Foix. Cuando ella tuvo conocimiento de que el Graal estaba en lugar seguro, subió a la cumbre del Tabor, se transformó en paloma blanca y voló hacia las montañas de Asia. Esclarmonde no ha muerto. Hoy vive todavía, allá abajo, en el Paraíso Terrestre».
Consistía en objetos preciosos, monedas de oro y de plata. Pero, ¿qué ocurrió con el verdadero tesoro de los cátaros, el Graal? Los documentos de la Inquisición confirman que, en la noche anterior a la capitulación, cuatro albigenses fueron descendidos mediante cuerdas a lo largo de la vertiginosa pared (Amiel Aicart, Poitevin, Hogues y Alfaro) y consiguieron escapar a las montañas, llevándose con ellos el objeto sagrado.
La tradición cuenta que, cuando el Graal estuvo a salvo, una llama alumbró sobre la vecina montaña de Bidorta, anunciando a los cátaros de la fortaleza que podían morir en paz. La piedra Graal, o libro sagrado, fue, sin duda, ocultada en una de las numerosas grutas del Sabarthez, lo que aclara la leyenda que recogió Orto Rahn de boca de un viejo pastor:
«En el tiempo en que las murallas de Montségur se elevaban todavía, los cátaros guardaban allí el santo Graal. Pero Montségur estaba amenazado. Los ejércitos de Lucifer asediaban sus murallas.
Éstos querían el Graal, para volver a insertarlo en la diadema de su príncipe, de donde se había desprendido cuando tuvo lugar la caída de los ángeles. Entonces, en el momento más crítico, descendió del cielo una paloma blanca, que, por su pico, hendió en dos partes el Monte Tabor. Esclarmonde, la guardiana del Graal, lanzó en el interior de la montaña la joya sagrada. La montaña volvió a cerrarse, y así fue salvado el Graal. Cuando los demonios entraron en el castillo fortificado, llegaron demasiado tarde.
Furiosos, hicieron perecer por el fuego a todos los puros, no lejos de la roca que sostiene el castillo, en el “Camp dels Cremats”, el Campo de la Hoguera. Todos los puros perecieron por el fuego, excepto Esclarmonde de Foix. Cuando ella tuvo conocimiento de que el Graal estaba en lugar seguro, subió a la cumbre del Tabor, se transformó en paloma blanca y voló hacia las montañas de Asia. Esclarmonde no ha muerto. Hoy vive todavía, allá abajo, en el Paraíso Terrestre».
Otto Rahn, que se beneficiaba del apoyo del Gobierno nazi alemán, escribe a propósito de los templarios que habían podido escapar a la matanza:
«Quizás encontraron asilo en las cavernas pirenaicas. Muchos indicios tenderían a demostrar que el manto blanco de los templarios, en el cual resplandecía la cruz roja octogonal, se perdió, junto con los vestidos negros y las cruces amarillas de los cátaros, en las grutas tenebrosas del Sabarthez».
Y más adelante explica: «Cuando en la revolución de París las muchedumbres se dirigían, por la calle Saint-Antoine, hacia el Louvre y Notre-Dame, se cuenta que un hombre vestido con un largo manto negro se ensañaba contra los sacerdotes. Cada vez que su sable alcanzaba uno, el hombre gritaba: “¡Esto por los albigenses, y esto por los templarios!”».
Un mérito de Otto Rahn es el de haber relacionado el Montsalvat de los romances del Graal con el Montségur de Ariége, sirviendo el primer lugar para designar al segundo. Otro mérito es el de haber aportado una explicación concerniente al Graal, vocablo que designaba, según él, y muy probablemente, varias tablillas de piedra o de madera grabadas en escritura rúnica antigua.
A este respecto, Wolfram von Eschenbach dice: “Este tesoro pagano y ario habría llegado hasta nosotros a través de Persia después de la desaparición del misterioso reino de Thule, patria de los hiperbóreos, antepasados remotos de los pueblos indoeuropeos“. Wolfram von Eschenbach cree que se trata aquí del tesoro de Salomón, al cual debía de pertenecer el Graal.
Como precisa Otto Rahn, «en la batalla de Guadalete (711), que duró siete días, los visigodos fueron aniquilados por los árabes. El tesoro de Salomón (que había pertenecido al rey Aladeo) cayó, en Toledo, en manos de los infieles. Se dice que la Tabla de Salomón no figuraba en él». Fue, sin embargo, en Toledo donde, según el poema de Wolfram von Eschenbach, Guyot encontró el Graal.
El resto de la leyenda se refiere más particularmente a la gruta del Sabarthez, que había servido de refugio a esta piedra Graal. Esta cueva, este refugio, nos es descrito por Eschenbach cuando Trevizent (el mediador), antes de introducir al joven Parsifal en la caverna para iniciarle en el misterio del Graal, le tiende un vestido. Leyendas españolas cuentan que el Graal, todavía denominado por ellas «joyero de Salomón», fue conservado en la «gruta mágica de Hércules».
En su poema Los albigenses, Lenau ha recogido este viejo tema español de la gruta. Era esta caverna de Hércules la que Otto Rahn se disponía a descubrir. La situaba en las grutas de Ornolac. La cavidad debía de ser muy profunda y poco visible desde el exterior, ya que la Historia nos cuenta que los inquisidores dominicos, después de la caída de Montségur, último bastión de los herejes, llevaban perros para localizar a éstos.
«Quizás encontraron asilo en las cavernas pirenaicas. Muchos indicios tenderían a demostrar que el manto blanco de los templarios, en el cual resplandecía la cruz roja octogonal, se perdió, junto con los vestidos negros y las cruces amarillas de los cátaros, en las grutas tenebrosas del Sabarthez».
Y más adelante explica: «Cuando en la revolución de París las muchedumbres se dirigían, por la calle Saint-Antoine, hacia el Louvre y Notre-Dame, se cuenta que un hombre vestido con un largo manto negro se ensañaba contra los sacerdotes. Cada vez que su sable alcanzaba uno, el hombre gritaba: “¡Esto por los albigenses, y esto por los templarios!”».
Un mérito de Otto Rahn es el de haber relacionado el Montsalvat de los romances del Graal con el Montségur de Ariége, sirviendo el primer lugar para designar al segundo. Otro mérito es el de haber aportado una explicación concerniente al Graal, vocablo que designaba, según él, y muy probablemente, varias tablillas de piedra o de madera grabadas en escritura rúnica antigua.
A este respecto, Wolfram von Eschenbach dice: “Este tesoro pagano y ario habría llegado hasta nosotros a través de Persia después de la desaparición del misterioso reino de Thule, patria de los hiperbóreos, antepasados remotos de los pueblos indoeuropeos“. Wolfram von Eschenbach cree que se trata aquí del tesoro de Salomón, al cual debía de pertenecer el Graal.
Como precisa Otto Rahn, «en la batalla de Guadalete (711), que duró siete días, los visigodos fueron aniquilados por los árabes. El tesoro de Salomón (que había pertenecido al rey Aladeo) cayó, en Toledo, en manos de los infieles. Se dice que la Tabla de Salomón no figuraba en él». Fue, sin embargo, en Toledo donde, según el poema de Wolfram von Eschenbach, Guyot encontró el Graal.
El resto de la leyenda se refiere más particularmente a la gruta del Sabarthez, que había servido de refugio a esta piedra Graal. Esta cueva, este refugio, nos es descrito por Eschenbach cuando Trevizent (el mediador), antes de introducir al joven Parsifal en la caverna para iniciarle en el misterio del Graal, le tiende un vestido. Leyendas españolas cuentan que el Graal, todavía denominado por ellas «joyero de Salomón», fue conservado en la «gruta mágica de Hércules».
En su poema Los albigenses, Lenau ha recogido este viejo tema español de la gruta. Era esta caverna de Hércules la que Otto Rahn se disponía a descubrir. La situaba en las grutas de Ornolac. La cavidad debía de ser muy profunda y poco visible desde el exterior, ya que la Historia nos cuenta que los inquisidores dominicos, después de la caída de Montségur, último bastión de los herejes, llevaban perros para localizar a éstos.
Al penetrar en la mayor caverna del Sabarthez, la de Lombrives, uno puede hacerse una idea de lo que podría ser una necrópolis cátara. De todos modos, el Graal no pudo permanecer más que en la «catedral» de Lombrives, ya que es ahí donde se sitúa «la tumba de Hércules». He aquí la descripción del lugar, debida a Otto Rahn:
«En tiempos inmemoriales, en una época cuya oscuridad apenas es aclarada por nuestra ciencia histórica, esta cueva servía de templo consagrado al dios ibero Ilhomber, dios del Sol. Entre dos menhires, de los que uno se ha desplomado, el abrupto sendero conduce al interior del gigantesco vestíbulo de la catedral de Lombrives.
Por entre las estalactitas de blanca caliza, entre las paredes de mármol de un pardo oscuro y el brillante cristal de roca, este sendero lleva a las profundidades de la montaña. Una sala de 80 metros de altura servía de catedral a los herejes». Se puede señalar en esta sala la presencia de una estalagmita denominada justamente «la tumba de Hércules».
Sigamos a Otto Rahn en sus interesantes investigaciones espeleológicas y arqueológicas, ya que nos lleva inmediatamente a una tercera gruta, la de Fontanet, informándonos que en ésta se levanta una estalagmita blanca como la nieve y denominada «el altar». Ahora bien, si tomamos de nuevo el poema de Von Eschenbach, llegaremos a la conclusión de que este último estaba muy bien informado en lo que atañe a la presencia del Graal en Montségur, ya que cita estas dos estalagmitas: «la tumba de Hércules» y «el altar».
Así, pues, podemos resumir que el Graal, llamado todavía joyero o tabla de Salomón, fue trasladado por el rey de los visigodos Alarico, en el año 410, desde Roma a Carcasona. Este joyero formaba parte del tesoro de Salomón, rey de los hebreos, y había sido traído de Jerusalén por los romanos. Según la tradición árabe, la tabla de Salomón estaría en Carcasona y sería ella la que estaba oculta en una gruta del Sabarthez, la misma que describe Von Eschenbach basándose en las indicaciones de Guyot. A saber, las grutas de Lombrives y de Fontanet, entre otras hipótesis.
La presencia del Graal en los Pirineos parecía estar fuera de dudas, ya que, si no, el régimen nazi no habría atribuido tanta importancia a estas investigaciones. Los trabajos de Femand Niel, apoyados a partir de entonces por René Nelli, que cargan el acento en la significación solar del templo-fortaleza y del catarismo en general, son los únicos que pueden aportar algo nuevo y serio a la materia.
«En tiempos inmemoriales, en una época cuya oscuridad apenas es aclarada por nuestra ciencia histórica, esta cueva servía de templo consagrado al dios ibero Ilhomber, dios del Sol. Entre dos menhires, de los que uno se ha desplomado, el abrupto sendero conduce al interior del gigantesco vestíbulo de la catedral de Lombrives.
Por entre las estalactitas de blanca caliza, entre las paredes de mármol de un pardo oscuro y el brillante cristal de roca, este sendero lleva a las profundidades de la montaña. Una sala de 80 metros de altura servía de catedral a los herejes». Se puede señalar en esta sala la presencia de una estalagmita denominada justamente «la tumba de Hércules».
Sigamos a Otto Rahn en sus interesantes investigaciones espeleológicas y arqueológicas, ya que nos lleva inmediatamente a una tercera gruta, la de Fontanet, informándonos que en ésta se levanta una estalagmita blanca como la nieve y denominada «el altar». Ahora bien, si tomamos de nuevo el poema de Von Eschenbach, llegaremos a la conclusión de que este último estaba muy bien informado en lo que atañe a la presencia del Graal en Montségur, ya que cita estas dos estalagmitas: «la tumba de Hércules» y «el altar».
Así, pues, podemos resumir que el Graal, llamado todavía joyero o tabla de Salomón, fue trasladado por el rey de los visigodos Alarico, en el año 410, desde Roma a Carcasona. Este joyero formaba parte del tesoro de Salomón, rey de los hebreos, y había sido traído de Jerusalén por los romanos. Según la tradición árabe, la tabla de Salomón estaría en Carcasona y sería ella la que estaba oculta en una gruta del Sabarthez, la misma que describe Von Eschenbach basándose en las indicaciones de Guyot. A saber, las grutas de Lombrives y de Fontanet, entre otras hipótesis.
La presencia del Graal en los Pirineos parecía estar fuera de dudas, ya que, si no, el régimen nazi no habría atribuido tanta importancia a estas investigaciones. Los trabajos de Femand Niel, apoyados a partir de entonces por René Nelli, que cargan el acento en la significación solar del templo-fortaleza y del catarismo en general, son los únicos que pueden aportar algo nuevo y serio a la materia.
¿Descubrió Otto Rahn la piedra Graal? Y, en caso afirmativo, ¿qué ocurrió con ella? Está dentro de lo posible que Otto Rahn hubiera, en efecto, localizado el Graal en una de las cavernas del Sabarthez. probablemente fue después de la ocupación del territorio francés por las tropas alemanas cuando esta «sustracción» pudo efectuarse. Pero, incluso si uno tiene en cuenta la duración de la ocupación, el problema todavía puede seguir vigente.
A este respecto es relevante referirse a una misteriosa misión que tuvo lugar a partir de 1943, y, más concretamente, de las extrañas manifestaciones que se desarrollaron el 16 de marzo de 1944 con ocasión del setecientos aniversario de la caída de Montségur.
Todo parece confirmar que el Graal fue realmente descubierto y llevado a Alemania por miembros de las SS que actuaban bajo las órdenes de Himmler, quien estaba muy bien informado sobre la probable existencia del Graal en Montségur o en la región contigua. No hay que olvidar que el gran maestro de la Orden Negra era un apasionado de todo lo relativo a la Edad Media germánica.
Incluso se puede decir que esta pasión rayaba en lo obsesivo. Sus héroes preferidos eran, por lo tanto, el rey Arturo, con las leyendas de la Tabla Redonda, Enrique I (el Pajarero) y Federico I Barbarroja, personajes que son sintomáticos de la tendencia esoterista de los amos del III Reich. A estos personajes hay que añadir el célebre Federico II de Hohenstaufen (1194-1250), que, con el apoyo de los templarios, soñó con unificar en provecho propio el Oriente y el Occidente.
Volvemos a encontrar aquí la vieja idea del Mesías imperial que trataba de que templarios, cátaros y gibelinos, unidos en la misma lucha bajo la bandera del Sacro Imperio Germánico, lucharan contra la hegemonía de Roma. Himmler tenía siempre en su gabinete de trabajo los tres romances de Wolfram von Eschenbach, a saber: Parzival, Wilhelmhaml y Titurel.
Inútil añadir que la lectura de estos romances sumergía a Himmler en un estado de intenso júbilo, ya que, contrariamente a lo que afirma André Brissaud en Hitler y la Orden Negra, el jefe de las SS sabía muy bien dónde situar el Graal, por lo que no cabía realizar investigaciones inútiles.
Prueba de ello es la misión de Otto Rahn, nombrado poco después coronel de las SS. El intelectual alemán, ganado para el nazismo, gozaba entonces de todos los favores de los grandes jefes hitlerianos, ya que su segundo libro, La Corte de Lucifer en Europa, fue impuesto por Himmler a los principales dignatarios del nazismo, confiriéndole así el valor de un evangelio. Admirador apasionado de la leyenda arturiana y observador sumamente interesado en la expedición de 1937 en el Languedoc, Himmler tomó sus disposiciones para recibir dignamente el Graal y darle un cobijo más adecuado que la caverna del Sabarthez que había tenido que servirle de refugio desde hacía siete siglos. Parece ser que su elección recayó en el castillo de Wewelsburg, cerca de Paderbom, en Westfalia.
A este respecto es relevante referirse a una misteriosa misión que tuvo lugar a partir de 1943, y, más concretamente, de las extrañas manifestaciones que se desarrollaron el 16 de marzo de 1944 con ocasión del setecientos aniversario de la caída de Montségur.
Todo parece confirmar que el Graal fue realmente descubierto y llevado a Alemania por miembros de las SS que actuaban bajo las órdenes de Himmler, quien estaba muy bien informado sobre la probable existencia del Graal en Montségur o en la región contigua. No hay que olvidar que el gran maestro de la Orden Negra era un apasionado de todo lo relativo a la Edad Media germánica.
Incluso se puede decir que esta pasión rayaba en lo obsesivo. Sus héroes preferidos eran, por lo tanto, el rey Arturo, con las leyendas de la Tabla Redonda, Enrique I (el Pajarero) y Federico I Barbarroja, personajes que son sintomáticos de la tendencia esoterista de los amos del III Reich. A estos personajes hay que añadir el célebre Federico II de Hohenstaufen (1194-1250), que, con el apoyo de los templarios, soñó con unificar en provecho propio el Oriente y el Occidente.
Volvemos a encontrar aquí la vieja idea del Mesías imperial que trataba de que templarios, cátaros y gibelinos, unidos en la misma lucha bajo la bandera del Sacro Imperio Germánico, lucharan contra la hegemonía de Roma. Himmler tenía siempre en su gabinete de trabajo los tres romances de Wolfram von Eschenbach, a saber: Parzival, Wilhelmhaml y Titurel.
Inútil añadir que la lectura de estos romances sumergía a Himmler en un estado de intenso júbilo, ya que, contrariamente a lo que afirma André Brissaud en Hitler y la Orden Negra, el jefe de las SS sabía muy bien dónde situar el Graal, por lo que no cabía realizar investigaciones inútiles.
Prueba de ello es la misión de Otto Rahn, nombrado poco después coronel de las SS. El intelectual alemán, ganado para el nazismo, gozaba entonces de todos los favores de los grandes jefes hitlerianos, ya que su segundo libro, La Corte de Lucifer en Europa, fue impuesto por Himmler a los principales dignatarios del nazismo, confiriéndole así el valor de un evangelio. Admirador apasionado de la leyenda arturiana y observador sumamente interesado en la expedición de 1937 en el Languedoc, Himmler tomó sus disposiciones para recibir dignamente el Graal y darle un cobijo más adecuado que la caverna del Sabarthez que había tenido que servirle de refugio desde hacía siete siglos. Parece ser que su elección recayó en el castillo de Wewelsburg, cerca de Paderbom, en Westfalia.
Este castillo, entonces en ruinas, sedujo a Himmler por sus majestuosas dimensiones, dado que debía convertirlo en el castillo del nuevo templo nazi, guardado por los modernos monjes-caballeros que eran para él los miembros de las SS. Millares de prisioneros políticos trabajaron en la reconstrucción del edificio, cuya sala comedor tenía más de 30 metros de largo.
Durante las comidas, el Reichsführer SS, copiando a los caballeros de la Tabla Redonda que aguardaban el Graal, no aceptaba a su alrededor más que doce oficiales superiores de las SS. Situado bajo la sala de reunión, de impresionantes dimensiones, la bóveda en ojivas debía recibir el prestigioso Graal sobre un altar de mármol negro grabado con dos inscripciones en plata.
El 16 de marzo de 1944, algunos occitanos fueron a conmemorar en la cúspide del Pog de Montségur el septicentenario del sacrificio de los cátaros muertos en la hoguera. Reunidos desde el alba, habían rezado por el reposo de los perfectos, que prefirieron dejarse quemar vivos antes que renegar de su fe.
Se aproximaba el mediodía cuando, saliendo de las nubes, un avión alemán se entregó a una sorprendente exhibición para los peregrinos que ocupaban el castillo. Habiendo puesto en acción sus tubos fumígenos, el avión dibujó en el cielo una gigantesca cruz céltica, uno de los emblemas cátaros, antes de desaparecer en dirección a la región de Toulouse.
Según todas las probabilidades, Rosenberg se hallaba a bordo del aparato. Este acaecimiento demuestra todo el interés que Rosenberg, gran maestro de las investigaciones esotéricas, así como Heinrich Himmler, jefe de las SS, concedían a la Historia de la Edad Media occitana.
Este interés volvemos a encontrarlo en la misteriosa misión que los ocupantes nazis debían efectuar, desde 1943 a 1944, en los parajes cátaros del condado de Foix, ayudándose en esta operación de las indicaciones precisas recogidas diez años antes por el hombre de confianza de Rosenberg y de la Sociedad de Buscadores del Graal, Otto Rahn.
En este mes de junio de 1943, un grupo de alemanes constituido por numerosos sabios (geólogos, historiadores, etnólogos), protegidos por milicianos franceses, se instala en la cima del Pog de Montségur. La campaña de excavaciones duró hasta el mes de noviembre del mismo año, pero, al parecer, sin resultado. Los investigadores debían reemprender su misión en la primavera de 1944.
Durante las comidas, el Reichsführer SS, copiando a los caballeros de la Tabla Redonda que aguardaban el Graal, no aceptaba a su alrededor más que doce oficiales superiores de las SS. Situado bajo la sala de reunión, de impresionantes dimensiones, la bóveda en ojivas debía recibir el prestigioso Graal sobre un altar de mármol negro grabado con dos inscripciones en plata.
El 16 de marzo de 1944, algunos occitanos fueron a conmemorar en la cúspide del Pog de Montségur el septicentenario del sacrificio de los cátaros muertos en la hoguera. Reunidos desde el alba, habían rezado por el reposo de los perfectos, que prefirieron dejarse quemar vivos antes que renegar de su fe.
Se aproximaba el mediodía cuando, saliendo de las nubes, un avión alemán se entregó a una sorprendente exhibición para los peregrinos que ocupaban el castillo. Habiendo puesto en acción sus tubos fumígenos, el avión dibujó en el cielo una gigantesca cruz céltica, uno de los emblemas cátaros, antes de desaparecer en dirección a la región de Toulouse.
Según todas las probabilidades, Rosenberg se hallaba a bordo del aparato. Este acaecimiento demuestra todo el interés que Rosenberg, gran maestro de las investigaciones esotéricas, así como Heinrich Himmler, jefe de las SS, concedían a la Historia de la Edad Media occitana.
Este interés volvemos a encontrarlo en la misteriosa misión que los ocupantes nazis debían efectuar, desde 1943 a 1944, en los parajes cátaros del condado de Foix, ayudándose en esta operación de las indicaciones precisas recogidas diez años antes por el hombre de confianza de Rosenberg y de la Sociedad de Buscadores del Graal, Otto Rahn.
En este mes de junio de 1943, un grupo de alemanes constituido por numerosos sabios (geólogos, historiadores, etnólogos), protegidos por milicianos franceses, se instala en la cima del Pog de Montségur. La campaña de excavaciones duró hasta el mes de noviembre del mismo año, pero, al parecer, sin resultado. Los investigadores debían reemprender su misión en la primavera de 1944.
Los peregrinos franceses del 16 de marzo de 1944, que habían solicitado del general alemán autorización para esta peregrinación, ya que Montségur se encontraba en una zona prohibida, obtuvieron por respuesta que estaba prohibido hollar esta «tierra alemana», ya que el III Reich tenía «derechos históricos» sobre Montségur.
Una vez terminada la guerra, la compañía de Bayreuth debía representar en la cima del monte la Tetralogía de Wagner. pero los peregrinos no hicieron caso de esta prohibición, lo que les valió la sorpresa del avión alemán.
Es probable que Rosenberg llegara poco después a Montségur para rendir un primer homenaje al Graal, inmediatamente después de su descubrimiento. Las famosas tablillas rúnicas habían sido probablemente encontradas no en las grutas del Sabarthez, donde las buscaba Otto Rahn, sino a lo largo del itinerario histórico de los cátaros, cerca del Col de la Peyre. Sin duda, nunca se sabrá la última palabra de la historia.
Se puede señalar, no obstante, que si los SS fueron últimos depositarios del viejo Graal ario, entonces, la Orden secreta de los arios subsiste todavía. Un general de las SS estaba junto al almirante Doenitz cuando éste declaró:
«La flota submarina alemana está orgullosa de haber construido un Paraíso Terrestre, una fortaleza inexpugnable para el Führer, en alguna parte del mundo». Los investigadores han ubicado esta base secreta en la Antártida o en la Tierra del Fuego, ya que el archipiélago, compuesto por un número incalculable de islas, constituye una guarida ideal para este tipo de instalación.
Sería muy improbable, no obstante, que el Graal hubiera sido llevado allá después de la hecatombe, aún en el caso de que esta base submarina hubiera existido de verdad. Las investigaciones referentes al Graal de los arios están más bien orientadas hacia los Alpes bávaros, erigidos por los nazis como último reducto susceptible de ofrecer una resistencia prolongada.
En 1945, Hitler, no se sabe por qué razón, rechazó siempre irse al reducto alpino. Sin embargo, la región de Aussee, en el corazón de los Alpes austríacos, ofrece un refugio casi inexpugnable. Según el gran «cazador» de nazis, Simón Wiesenthal, millares de hombres habrían comenzado a replegarse a esta región durante el año 1945.
El jefe de la Gestapo, Emest Kaltenbrunner, se refugió en un chalet del pueblo y la Abwehr transportaron allí sus documentos secretos, sin hablar del famoso tesoro de la Alemania nazi, que jamás se ha podido encontrar y que se sitúa aquí y allá prácticamente en toda la Europa Central.
Estas historias de tesoros ocultos, elaboradas para enfebrecer las imaginaciones, han sido mezcladas a menudo con otras noticias de los periódicos referentes a las misteriosas Centrales Secretas nazis y otros organismos, comola Araña o la Internacional de Estocolmo, acusadas de fraguar un complot para el retomo de Hitler, que algunos afirman que en 1945 no habría hecho más que desaparecer.
Una vez terminada la guerra, la compañía de Bayreuth debía representar en la cima del monte la Tetralogía de Wagner. pero los peregrinos no hicieron caso de esta prohibición, lo que les valió la sorpresa del avión alemán.
Es probable que Rosenberg llegara poco después a Montségur para rendir un primer homenaje al Graal, inmediatamente después de su descubrimiento. Las famosas tablillas rúnicas habían sido probablemente encontradas no en las grutas del Sabarthez, donde las buscaba Otto Rahn, sino a lo largo del itinerario histórico de los cátaros, cerca del Col de la Peyre. Sin duda, nunca se sabrá la última palabra de la historia.
Se puede señalar, no obstante, que si los SS fueron últimos depositarios del viejo Graal ario, entonces, la Orden secreta de los arios subsiste todavía. Un general de las SS estaba junto al almirante Doenitz cuando éste declaró:
«La flota submarina alemana está orgullosa de haber construido un Paraíso Terrestre, una fortaleza inexpugnable para el Führer, en alguna parte del mundo». Los investigadores han ubicado esta base secreta en la Antártida o en la Tierra del Fuego, ya que el archipiélago, compuesto por un número incalculable de islas, constituye una guarida ideal para este tipo de instalación.
Sería muy improbable, no obstante, que el Graal hubiera sido llevado allá después de la hecatombe, aún en el caso de que esta base submarina hubiera existido de verdad. Las investigaciones referentes al Graal de los arios están más bien orientadas hacia los Alpes bávaros, erigidos por los nazis como último reducto susceptible de ofrecer una resistencia prolongada.
En 1945, Hitler, no se sabe por qué razón, rechazó siempre irse al reducto alpino. Sin embargo, la región de Aussee, en el corazón de los Alpes austríacos, ofrece un refugio casi inexpugnable. Según el gran «cazador» de nazis, Simón Wiesenthal, millares de hombres habrían comenzado a replegarse a esta región durante el año 1945.
El jefe de la Gestapo, Emest Kaltenbrunner, se refugió en un chalet del pueblo y la Abwehr transportaron allí sus documentos secretos, sin hablar del famoso tesoro de la Alemania nazi, que jamás se ha podido encontrar y que se sitúa aquí y allá prácticamente en toda la Europa Central.
Estas historias de tesoros ocultos, elaboradas para enfebrecer las imaginaciones, han sido mezcladas a menudo con otras noticias de los periódicos referentes a las misteriosas Centrales Secretas nazis y otros organismos, comola Araña o la Internacional de Estocolmo, acusadas de fraguar un complot para el retomo de Hitler, que algunos afirman que en 1945 no habría hecho más que desaparecer.
Según el Journal des Débats del 22 de enero de 1929: «En 1925, una gran parte de los indios cuna se sublevaron, mataron a los gendarmes de Panamá que habitaban en su territorio y fundaron allí la República Independiente de Thule, cuya bandera es una svástica sobre fondo naranja con una franja roja. Esta república existe todavía en la actualidad».
En efecto, en 1929 existía en América Latina, en un territorio poblado de indios primitivos se hacia referencia a un continente superiormente desarrollado, como el Hiperbóreo o isla Blanca, cuya capital era Thule, que desapareció en una catástrofe de tipo cósmico.
La escritura rúnica sería la clave que permitiría encontrar la solución de este problema; los teóricos nazis consideraban el Graal un mensaje en escritura rúnica arcaica, que sería el último legado del reino boreal de Thule. La cuestión sigue sin resolver, ya que parece cierto que los cátaros, cuyo modo de pensar está bastante alejado de los temas nórdicos, fueron incapaces de descifrar estas tablillas de piedra. René Guénon ha escrito:
«Si el Graal es un vaso (grasale) y un libro (gradúale), se trata en este sentido no de un libro propiamente dicho, sino de una inscripción hecha en la copa… Ahora bien, inscripciones igualmente “no humanas” aparecían también en ciertas circunstancias… Ésta era, pues, una piedra parlante…, ya que si una piedra puede “hablar” emitiendo sonidos (Guénon se refiere aquí a las “piedras de oráculo”), también puede hacerlo por medio de caracteres o de figuras que aparezcan en su superficie...». Y René Guénon añade en una nota:
«Esta relación manifiesta con el simbolismo del “Tercer Ojo”, así, pues, de la piedra caída de la frente de Lucifer donde ocupaba el lugar Este; por otra parte, igualmente a consecuencia de su caída el hombre mismo ha perdido “El Tercer Ojo”, es decir, el “Sentido de la Eternidad” que el Graal restituye al que consigue conquistarlo». La runología, es decir, el estudio del origen, desarrollo y utilización de las runas, está hoy día en plena evolución.
Para los especialistas alemanes y escandinavos, “tanto el alfabeto latino como el griego proceden de la escritura rúnica”. Las escrituras fonéticas encuentran su origen, no en los fenicios o los orientales, sino en los hombres del Norte. Existían también runas secretas, ya que los ejércitos del rey Gustavo Adolfo hicieron uso de ellas. Este tipo de runas, verdaderos símbolos, ocupaban un lugar importante en los antiguos cultos germánicos.
En efecto, en 1929 existía en América Latina, en un territorio poblado de indios primitivos se hacia referencia a un continente superiormente desarrollado, como el Hiperbóreo o isla Blanca, cuya capital era Thule, que desapareció en una catástrofe de tipo cósmico.
La escritura rúnica sería la clave que permitiría encontrar la solución de este problema; los teóricos nazis consideraban el Graal un mensaje en escritura rúnica arcaica, que sería el último legado del reino boreal de Thule. La cuestión sigue sin resolver, ya que parece cierto que los cátaros, cuyo modo de pensar está bastante alejado de los temas nórdicos, fueron incapaces de descifrar estas tablillas de piedra. René Guénon ha escrito:
«Si el Graal es un vaso (grasale) y un libro (gradúale), se trata en este sentido no de un libro propiamente dicho, sino de una inscripción hecha en la copa… Ahora bien, inscripciones igualmente “no humanas” aparecían también en ciertas circunstancias… Ésta era, pues, una piedra parlante…, ya que si una piedra puede “hablar” emitiendo sonidos (Guénon se refiere aquí a las “piedras de oráculo”), también puede hacerlo por medio de caracteres o de figuras que aparezcan en su superficie...». Y René Guénon añade en una nota:
«Esta relación manifiesta con el simbolismo del “Tercer Ojo”, así, pues, de la piedra caída de la frente de Lucifer donde ocupaba el lugar Este; por otra parte, igualmente a consecuencia de su caída el hombre mismo ha perdido “El Tercer Ojo”, es decir, el “Sentido de la Eternidad” que el Graal restituye al que consigue conquistarlo». La runología, es decir, el estudio del origen, desarrollo y utilización de las runas, está hoy día en plena evolución.
Para los especialistas alemanes y escandinavos, “tanto el alfabeto latino como el griego proceden de la escritura rúnica”. Las escrituras fonéticas encuentran su origen, no en los fenicios o los orientales, sino en los hombres del Norte. Existían también runas secretas, ya que los ejércitos del rey Gustavo Adolfo hicieron uso de ellas. Este tipo de runas, verdaderos símbolos, ocupaban un lugar importante en los antiguos cultos germánicos.
En las antiguas áreas de poblaciones escandinavas, desde Rusia hasta América, se ha encontrado de nuevo la huella de estas runas. A partir del año 1020, las colonias escandinavas de América quedaron ya asentadas.
De ahí un importante descubrimiento, la piedra de Heavener, hallada en 1830 por indios choctaw y que se consideró, en la época, como un ejemplo característico de escritura india.
En 1948, la piedra fue reconocida como rúnica por Gloria Farley, la cual la remitió, el 28 de setiembre de 1959, a la «Oklahoma Historical Society», así como su traducción. Sería entonces posible explicar, gracias a la iniciación de los vikingos, entre otras hipótesis, el conocimiento de la svástica por los indios, así como las leyendas relativas a hombres blancos de cabellos rojos y de elevada estatura, y que aportaron los primeros conquistadores, que se dieron cuenta, con sorpresa, de que los indios conocían la cruz.
Pero las runas son muy anteriores a las expediciones escandinavas, ya que las runas son llamadas también «reginnkunnar», es decir, «nacidas de los dioses».
Es sumamente probable que las runas hayan remplazado a signos que existían antes de ellas y que eran utilizadas de la misma manera como escritura sagrada. No podemos hoy remontamos hasta el origen de las primeras runas, pero sí dar cuenta de esta corriente graálica hiperbórea, de la cual Otto Rahn y los dirigentes nazis han sido los adeptos más recientes.
Hermann Rauschning dice: «Todo alemán tiene un pie en la Atlántida, donde busca una patria mejor y un patrimonio mejor. Esta facultad de desdoblamiento, que le permite vivir al mismo tiempo en el mundo real y proyectarse en el mundo imaginario, se manifiesta especialmente en Hitler y proporciona la clave de su socialismo mágico».
Arthur Machen pertenecía a esta misma corriente graálica hiperbórea: basta enfrascarse en su libro El gran retorno (meditaciones sobre el Graal) para encontrar en él todos estos temas. Machen estaba en estrecha relación con la sociedad secreta británica Golden Dawn y sus vinculaciones alemanas que debían desembocar en el grupo Thule, síntesis de todas las aspiraciones de Machen.
Otto Rahn buscaba reunir, en una síntesis audaz, la epopeya del catarismo y la corriente gnóstica tradicional, heredada de un conocimiento superior, perdido y parcialmente reencontrado, cuyo origen se pierde en la hipotética y misteriosa civilización hiperbórea.
La Atlántida, verdad o leyenda, sería el último vestigio, en la que el hombre había conocido la Edad de Oro. El mito del continente perdido, de la tierra de los hombres superiores, se entronca con la teoría de los ciclos de la Humanidad, tan cara a Platón y recogida posteriormente por toda la tradición esotérica hasta nuestros días. «Durante la edad de oro —escribe Hesíodo— los dioses vestidos de aire marchaban entre los hombres».
De ahí un importante descubrimiento, la piedra de Heavener, hallada en 1830 por indios choctaw y que se consideró, en la época, como un ejemplo característico de escritura india.
En 1948, la piedra fue reconocida como rúnica por Gloria Farley, la cual la remitió, el 28 de setiembre de 1959, a la «Oklahoma Historical Society», así como su traducción. Sería entonces posible explicar, gracias a la iniciación de los vikingos, entre otras hipótesis, el conocimiento de la svástica por los indios, así como las leyendas relativas a hombres blancos de cabellos rojos y de elevada estatura, y que aportaron los primeros conquistadores, que se dieron cuenta, con sorpresa, de que los indios conocían la cruz.
Pero las runas son muy anteriores a las expediciones escandinavas, ya que las runas son llamadas también «reginnkunnar», es decir, «nacidas de los dioses».
Es sumamente probable que las runas hayan remplazado a signos que existían antes de ellas y que eran utilizadas de la misma manera como escritura sagrada. No podemos hoy remontamos hasta el origen de las primeras runas, pero sí dar cuenta de esta corriente graálica hiperbórea, de la cual Otto Rahn y los dirigentes nazis han sido los adeptos más recientes.
Hermann Rauschning dice: «Todo alemán tiene un pie en la Atlántida, donde busca una patria mejor y un patrimonio mejor. Esta facultad de desdoblamiento, que le permite vivir al mismo tiempo en el mundo real y proyectarse en el mundo imaginario, se manifiesta especialmente en Hitler y proporciona la clave de su socialismo mágico».
Arthur Machen pertenecía a esta misma corriente graálica hiperbórea: basta enfrascarse en su libro El gran retorno (meditaciones sobre el Graal) para encontrar en él todos estos temas. Machen estaba en estrecha relación con la sociedad secreta británica Golden Dawn y sus vinculaciones alemanas que debían desembocar en el grupo Thule, síntesis de todas las aspiraciones de Machen.
Otto Rahn buscaba reunir, en una síntesis audaz, la epopeya del catarismo y la corriente gnóstica tradicional, heredada de un conocimiento superior, perdido y parcialmente reencontrado, cuyo origen se pierde en la hipotética y misteriosa civilización hiperbórea.
La Atlántida, verdad o leyenda, sería el último vestigio, en la que el hombre había conocido la Edad de Oro. El mito del continente perdido, de la tierra de los hombres superiores, se entronca con la teoría de los ciclos de la Humanidad, tan cara a Platón y recogida posteriormente por toda la tradición esotérica hasta nuestros días. «Durante la edad de oro —escribe Hesíodo— los dioses vestidos de aire marchaban entre los hombres».
Los sacerdotes del antiguo Egipto habían conservado, y sus libros sagrados dan fe de ello, el recuerdo de un vasto continente que se habría extendido antaño en medio del océano Atlántico, dentro de un espacio delimitado al Oeste por las islas Azores, y al Este por la fractura geológica del estrecho de Gibraltar. Platón, que pretendía estar en posesión de esta tradición de Solón, relata en estos términos la Historia del continente desaparecido: «El Atlántico era entonces navegable y había, frente al estrecho que vosotros llamáis Columnas de Hércules (hoy día, el estrecho de Gibraltar), una isla mayor que Libia y Asia.
Desde esta isla se podía pasar fácilmente a otras islas, y de éstas al continente que circunda el mar interior. Pues lo que está de ese lado del estrecho se parece a un puerto que tiene una entrada angosta, pero, en realidad, hay allí un verdadero mar, y la tierra que le rodea es un verdadero continente…
En esta isla, Atlántida, reinaban monarcas de un grande y maravilloso poder; tenían bajo su dominio la isla entera, al igual que muchas otras islas y algunas partes del continente. Además, de este lado del estrecho reinaban también sobre Libia hasta Egipto, y sobre Europa hasta la Tirrenia».
Este extracto del Timeo o de la Naturaleza sería incompleto si no se mencionara igualmente elCritias, obra que nos describe ampliamente una ciudad, con su red de canales, sus enormes templos y su sistema de gobierno dirigido por los reyes-sacerdotes mediante leyes dictadas por los dioses, en primer término de los cuales estaba Poseidón o Neptuno, rey de los mares, armado de su tridente. Según Platón, la isla de Poseidonia, último fragmento de la Atlántida, fue engullida 9 000 años antes de la época del sabio Solón.
El geógrafo Estrabón, así como Proclo, confirman las afirmaciones de Platón. ¿Cómo habría tenido Solón conocimiento de la tradición de la Atlántida? Una sola respuesta parece coherente: los sacerdotes egipcios, quepretendían poseer la información de los propios atlantes, la habían transmitido a los viajeros griegos que visitaban con frecuencia su país.
Ya un naturalista del siglo XIX llamado Germain, estudiando cuidadosamente la fauna y la flora de las islas de Cabo Verde y de las Canarias, y basándose en rigurosos datos científicos, habían notado la analogía existente entre la flora fósil de estas islas y la de todos los otros archipiélagos diseminados entre las costas de Florida y las de Mauritania.
Asimismo convincentes son las tesis emitidas por los etnólogos modernos, entre los cuales conviene citar a la señora Weissen-Szumlanska, cuyos notables trabajos han sido reunidos en un libro muy convincente, aunque su hipótesis básica sea atrevida: Orígenes atlánticos de los antiguos egipcios. La obra apareció con un prefacio del doctor Martiny, profesor de la Escuela de Antropología.
Desde esta isla se podía pasar fácilmente a otras islas, y de éstas al continente que circunda el mar interior. Pues lo que está de ese lado del estrecho se parece a un puerto que tiene una entrada angosta, pero, en realidad, hay allí un verdadero mar, y la tierra que le rodea es un verdadero continente…
En esta isla, Atlántida, reinaban monarcas de un grande y maravilloso poder; tenían bajo su dominio la isla entera, al igual que muchas otras islas y algunas partes del continente. Además, de este lado del estrecho reinaban también sobre Libia hasta Egipto, y sobre Europa hasta la Tirrenia».
Este extracto del Timeo o de la Naturaleza sería incompleto si no se mencionara igualmente elCritias, obra que nos describe ampliamente una ciudad, con su red de canales, sus enormes templos y su sistema de gobierno dirigido por los reyes-sacerdotes mediante leyes dictadas por los dioses, en primer término de los cuales estaba Poseidón o Neptuno, rey de los mares, armado de su tridente. Según Platón, la isla de Poseidonia, último fragmento de la Atlántida, fue engullida 9 000 años antes de la época del sabio Solón.
El geógrafo Estrabón, así como Proclo, confirman las afirmaciones de Platón. ¿Cómo habría tenido Solón conocimiento de la tradición de la Atlántida? Una sola respuesta parece coherente: los sacerdotes egipcios, quepretendían poseer la información de los propios atlantes, la habían transmitido a los viajeros griegos que visitaban con frecuencia su país.
Ya un naturalista del siglo XIX llamado Germain, estudiando cuidadosamente la fauna y la flora de las islas de Cabo Verde y de las Canarias, y basándose en rigurosos datos científicos, habían notado la analogía existente entre la flora fósil de estas islas y la de todos los otros archipiélagos diseminados entre las costas de Florida y las de Mauritania.
Asimismo convincentes son las tesis emitidas por los etnólogos modernos, entre los cuales conviene citar a la señora Weissen-Szumlanska, cuyos notables trabajos han sido reunidos en un libro muy convincente, aunque su hipótesis básica sea atrevida: Orígenes atlánticos de los antiguos egipcios. La obra apareció con un prefacio del doctor Martiny, profesor de la Escuela de Antropología.
Parecen probables los orígenes atlánticos, no solamente de los antiguos egipcios, sino también de los Homo sapiens, nuestros antepasados, de los cuales se han encontrado numerosos esqueletos en el archipiélago de las Azores.
La arqueóloga Weissen-Szumlanska sostiene que se podría investigar los orígenes del Egipto faraónico remontando todo el curso de la civilización occidental hasta la Prehistoria y los hombres fósiles de la Dordoña, primera aparición de los Homo sapiens que nos es conocida.
Recogiendo los textos de los antiguos griegos, vemos que Solón, Heródoto, Platón, Estrabón y Diodoro evocan la Atlántida, ¿habrían errado cuando situaban el continente desaparecido «en el otro extremo de Libia, allá donde el Sol se pone»?
Sin embargo, los egipcios, que contaron a los griegos la historia de la Atlántida, sitúan claramente aPunt, la tierra de los Grandes antepasados, en la extremidad de Libia. Esta tierra misteriosa era para ellos objeto de particular veneración, mientras que, por otra parte, no demostraban más que desprecio frente a las otras naciones.
Min y Athor, entre los dioses egipcios, están considerados como oriundo de la Tierra Divina, es decir, de la Atlántida o país de Punt. Según esta hipótesis, los egipcios que nosotros reconocemos como una raza roja, de tez cobriza y pómulos salientes, habrían sido «aleccionados» por otra raza, de la que serían su ramificación.
¿A qué familia podemos vincular, entonces, la raza de los «portadores» de la civilización egipcia? Todas las observaciones tenderían a demostrar que se trataba de hombres del tipo de Cro-Magnon. Este tipo, predominante dentro de la aristocracia, habría desaparecido de las esferas dirigentes de Egipto en los alrededores de la XVIII dinastía.
Hay que indicar, paralelamente, la presencia en las islas Canarias, en la misma época, de un tipo humano idéntico. De este modo se puede pretender que los archipiélagos de las Azores y de las Canarias, restos de la Atlántida hundida, serían el hogar de la raza civilizadora de Egipto.Los guanches, que constituyen el sustrato de la población de las islas Canarias, serían los descendientes directos de los atlantes.
Su elevada talla, observada en todas las momias, con dos metros de altura de promedio, su considerable capacidad craneana (1 900 cm³), la más grande que se ha conocido, y su índice cefálico (77,77 en los hombres), indican una posible ascendencia atlante.
La fecha de la catástrofe que produjo la inmersión casi total del continente de la Atlántida podría situarse hacia el fin del Paleolítico Superior. Este cataclismo arrastró a «las profundidades abismales a la mayor parte de la población, sus riquezas y su “ciudad solar”, adorada y llorada por todas las tradiciones egipcias y cantada por Platón, según los relatos atribuidos a uno de los Siete Sabios de Grecia».
La arqueóloga Weissen-Szumlanska sostiene que se podría investigar los orígenes del Egipto faraónico remontando todo el curso de la civilización occidental hasta la Prehistoria y los hombres fósiles de la Dordoña, primera aparición de los Homo sapiens que nos es conocida.
Recogiendo los textos de los antiguos griegos, vemos que Solón, Heródoto, Platón, Estrabón y Diodoro evocan la Atlántida, ¿habrían errado cuando situaban el continente desaparecido «en el otro extremo de Libia, allá donde el Sol se pone»?
Sin embargo, los egipcios, que contaron a los griegos la historia de la Atlántida, sitúan claramente aPunt, la tierra de los Grandes antepasados, en la extremidad de Libia. Esta tierra misteriosa era para ellos objeto de particular veneración, mientras que, por otra parte, no demostraban más que desprecio frente a las otras naciones.
Min y Athor, entre los dioses egipcios, están considerados como oriundo de la Tierra Divina, es decir, de la Atlántida o país de Punt. Según esta hipótesis, los egipcios que nosotros reconocemos como una raza roja, de tez cobriza y pómulos salientes, habrían sido «aleccionados» por otra raza, de la que serían su ramificación.
¿A qué familia podemos vincular, entonces, la raza de los «portadores» de la civilización egipcia? Todas las observaciones tenderían a demostrar que se trataba de hombres del tipo de Cro-Magnon. Este tipo, predominante dentro de la aristocracia, habría desaparecido de las esferas dirigentes de Egipto en los alrededores de la XVIII dinastía.
Hay que indicar, paralelamente, la presencia en las islas Canarias, en la misma época, de un tipo humano idéntico. De este modo se puede pretender que los archipiélagos de las Azores y de las Canarias, restos de la Atlántida hundida, serían el hogar de la raza civilizadora de Egipto.Los guanches, que constituyen el sustrato de la población de las islas Canarias, serían los descendientes directos de los atlantes.
Su elevada talla, observada en todas las momias, con dos metros de altura de promedio, su considerable capacidad craneana (1 900 cm³), la más grande que se ha conocido, y su índice cefálico (77,77 en los hombres), indican una posible ascendencia atlante.
La fecha de la catástrofe que produjo la inmersión casi total del continente de la Atlántida podría situarse hacia el fin del Paleolítico Superior. Este cataclismo arrastró a «las profundidades abismales a la mayor parte de la población, sus riquezas y su “ciudad solar”, adorada y llorada por todas las tradiciones egipcias y cantada por Platón, según los relatos atribuidos a uno de los Siete Sabios de Grecia».
Otros investigadores, antes de la arqueóloga Weissen-Szumlanska, habían ya sostenido hipótesis parecidas, lo que no dejará de confortar la opinión de los partidarios de la existencia del continente desaparecido. Así, el profesor Richard Henning y su colega Adolf Schulten declararon que «el relato de Platón sobre la Atlántida estaba basado en hechos positivos».
Durante cincuenta años de su vida, el profesor Schulten efectuó investigaciones históricas y arqueológicas en la península ibérica, ya que era en este lugar donde debía situarse la extremidad de la gran isla engullida. Schulten no encontró la Atlántida, pero sí una ciudad ibérica desaparecida: Numancia, descrita en su tiempo por Cornelio Escipión (133 a. de J.C.). Las excavaciones se prosiguieron desde 1905 a 1908. De la misma manera, el investigador alemán identifica la principal ciudad de la Atlántida, Tartesos, situada en la actual Andalucía.
En la antigüedad, esta ciudad tenía la reputación de ser fabulosamente rica. La campiña que la rodea fue descrita por Posidonio, que hace de ella una pintura muy detallada. Ricos cultivosn y una población increíblemente numerosa y activa serían la característica de este país, rico también en metales de todas clases, tales como oro, plata, cobre y estaño.
Si se concede crédito a Rufus Fistus Avenius, quien reeditó hacia el año 400 a.C. un tratado de Geografía antigua, Tartesos habría poseído, hacia el año 500 antes de Jesucristo, la civilización más evolucionada del antiguo Occidente. ¿Se trataría de un resto que habría escapado a la destrucción de la Atlántida? Sería arriesgada una afirmación categórica.
Quizá las excavaciones realizadas cerca de Sevilla, en el fangoso lecho de la desembocadura del Guadalquivir, resucitarán la ciudad desaparecida, que el alemán Schulten considera la ciudad legendaria de los reyes atlantes.
Llegados a este punto, surge una pregunta: ¿Cómo y por qué fue aniquilada la suntuosa civilización de los atlantes? Platón ve la causa de su caída en el desarrollo de un deseo de poder y una perversidad moral que habría arrastrado a los atlantes al vértigo de un orgullo demencial. Parece, más bien, que guarda relación con una ley cíclica que rige toda civilización y que impone a ésta una decadencia ineluctable después de haber alcanzado cierto grado de perfección.
A propósito de esta caída, he aquí una cita sacada de Critias, también de Platón: «Pero cuando se adulteró en ellos (los atlantes), por haberse mezclado repetidamente con varios elementos mortales, la parte que tenían de Dios; cuando predominó en ellos el carácter humano, entonces, impotentes a partir de aquel momento para asumir el peso de su condición presente, perdieron toda conveniencia en su modo de comportarse, y su fealdad moral se reveló a los ojos capaces de ver, ya que, entre los bienes más preciosos, habían perdido aquellos que eran los más bellos; en tanto que, a los ojos incapaces de comprender la relación de una verdadera vida con la felicidad, pasaban precisamente por ser bellos en grado supremo, y por ser bienaventurados, llenos como estaban de injusta codicia y de poder».
Durante cincuenta años de su vida, el profesor Schulten efectuó investigaciones históricas y arqueológicas en la península ibérica, ya que era en este lugar donde debía situarse la extremidad de la gran isla engullida. Schulten no encontró la Atlántida, pero sí una ciudad ibérica desaparecida: Numancia, descrita en su tiempo por Cornelio Escipión (133 a. de J.C.). Las excavaciones se prosiguieron desde 1905 a 1908. De la misma manera, el investigador alemán identifica la principal ciudad de la Atlántida, Tartesos, situada en la actual Andalucía.
En la antigüedad, esta ciudad tenía la reputación de ser fabulosamente rica. La campiña que la rodea fue descrita por Posidonio, que hace de ella una pintura muy detallada. Ricos cultivosn y una población increíblemente numerosa y activa serían la característica de este país, rico también en metales de todas clases, tales como oro, plata, cobre y estaño.
Si se concede crédito a Rufus Fistus Avenius, quien reeditó hacia el año 400 a.C. un tratado de Geografía antigua, Tartesos habría poseído, hacia el año 500 antes de Jesucristo, la civilización más evolucionada del antiguo Occidente. ¿Se trataría de un resto que habría escapado a la destrucción de la Atlántida? Sería arriesgada una afirmación categórica.
Quizá las excavaciones realizadas cerca de Sevilla, en el fangoso lecho de la desembocadura del Guadalquivir, resucitarán la ciudad desaparecida, que el alemán Schulten considera la ciudad legendaria de los reyes atlantes.
Llegados a este punto, surge una pregunta: ¿Cómo y por qué fue aniquilada la suntuosa civilización de los atlantes? Platón ve la causa de su caída en el desarrollo de un deseo de poder y una perversidad moral que habría arrastrado a los atlantes al vértigo de un orgullo demencial. Parece, más bien, que guarda relación con una ley cíclica que rige toda civilización y que impone a ésta una decadencia ineluctable después de haber alcanzado cierto grado de perfección.
A propósito de esta caída, he aquí una cita sacada de Critias, también de Platón: «Pero cuando se adulteró en ellos (los atlantes), por haberse mezclado repetidamente con varios elementos mortales, la parte que tenían de Dios; cuando predominó en ellos el carácter humano, entonces, impotentes a partir de aquel momento para asumir el peso de su condición presente, perdieron toda conveniencia en su modo de comportarse, y su fealdad moral se reveló a los ojos capaces de ver, ya que, entre los bienes más preciosos, habían perdido aquellos que eran los más bellos; en tanto que, a los ojos incapaces de comprender la relación de una verdadera vida con la felicidad, pasaban precisamente por ser bellos en grado supremo, y por ser bienaventurados, llenos como estaban de injusta codicia y de poder».
Las sectas racistas alemanas, imbuidas de esoterismo, interpretaron los escritos de Platón de un modo muy particular. Para esas gentes, el fin de la Atlántida se debió a una mezcla racial, a una corrupción de la sangre ocurrida al mezclarse la raza pura de los atlantes blancos con las razas «demoníacas» e «inferiores» de tipo asiático-semita.
A partir de aquí se comprende el interés que los ocultistas nazis manifestaron por el mito de la Atlántida, porque establecía una continuidad histórica de la raza blanca, asegurándole la supremacía material y espiritual sobre todas las otras razas desde tiempos inmemoriales.
No obstante, es preciso añadir que los grupos racistas alemanes del siglo XIX y, sobre todo, las sectas nacidas de la Primera Guerra Mundial no eran las únicas en apelar a la tradición de la Atlántida. Los teósofos, guiados por la célebre médium H.P. Blavatsky, pretendían también conocer el lejano pasado de los Grandes antepasados. Blavatsky no dudó en afirmar que ella había conseguido leer, página por página, el manuscrito secreto que relataba la historia del fabuloso continente, el cual se hallaría en la biblioteca del Vaticano, conservándose otro ejemplar en un monasterio del Tibet.
En tales círculos de pensamiento, sobre todo por parte del fundador de la Antroposofía, Rudolf Steiner, se atribuye a los atlantes el dominio de las técnicas más modernas, por no decir superiores a nuestra ciencia actual, tales como terribles armas, vehículos motorizados, cohetes e incluso ingenios espaciales y máquinas que les permitían desplazarse en el tiempo, tanto hacia el pasado como hacia el futuro.
El absoluto control que poseían sobre las fuerzas de la Naturaleza, al transformarse en «fuerza negra» les habría arrastrado a un cataclismo inconcebible, resultado tal vez de su dominio «demoníaco» de la energía nuclear.
Estamos aquí en un terreno de pura especulación, y se permite a cada uno concebir la Atlántida a su propio modo. El científico austríaco Hörbiger y gran gurú de la ciencia nazi, no dudó en sostener la naturaleza gigantesca de los hombres de este continente, apoyándolo en las ruinas ciclópeas de Tiahuánaco, en el corazón del Perú, y las terrazas de Baalbek en el Líbano, que serían la obra de semejantes superhombres. Los edificios colosales hallados cerca del lago Titicaca, a 4 000 metros de altitud, plantean un enigma a los arqueólogos y a los investigadores. Pero, ¿acaso tiene uno que suponer la existencia de fabulosos gigantes?
No obstante, es esta vía la que emprendieron los adeptos de los caballeros de Poseidón, entre los cuales se encuentran simpatizantes nazis. Intentaban remontarse más allá de la Atlántida, creyendo ver el origen lejano y primordial de toda la tradición occidental en la existencia de la isla mágica de Hiperbórea.
A partir de aquí se comprende el interés que los ocultistas nazis manifestaron por el mito de la Atlántida, porque establecía una continuidad histórica de la raza blanca, asegurándole la supremacía material y espiritual sobre todas las otras razas desde tiempos inmemoriales.
No obstante, es preciso añadir que los grupos racistas alemanes del siglo XIX y, sobre todo, las sectas nacidas de la Primera Guerra Mundial no eran las únicas en apelar a la tradición de la Atlántida. Los teósofos, guiados por la célebre médium H.P. Blavatsky, pretendían también conocer el lejano pasado de los Grandes antepasados. Blavatsky no dudó en afirmar que ella había conseguido leer, página por página, el manuscrito secreto que relataba la historia del fabuloso continente, el cual se hallaría en la biblioteca del Vaticano, conservándose otro ejemplar en un monasterio del Tibet.
En tales círculos de pensamiento, sobre todo por parte del fundador de la Antroposofía, Rudolf Steiner, se atribuye a los atlantes el dominio de las técnicas más modernas, por no decir superiores a nuestra ciencia actual, tales como terribles armas, vehículos motorizados, cohetes e incluso ingenios espaciales y máquinas que les permitían desplazarse en el tiempo, tanto hacia el pasado como hacia el futuro.
El absoluto control que poseían sobre las fuerzas de la Naturaleza, al transformarse en «fuerza negra» les habría arrastrado a un cataclismo inconcebible, resultado tal vez de su dominio «demoníaco» de la energía nuclear.
Estamos aquí en un terreno de pura especulación, y se permite a cada uno concebir la Atlántida a su propio modo. El científico austríaco Hörbiger y gran gurú de la ciencia nazi, no dudó en sostener la naturaleza gigantesca de los hombres de este continente, apoyándolo en las ruinas ciclópeas de Tiahuánaco, en el corazón del Perú, y las terrazas de Baalbek en el Líbano, que serían la obra de semejantes superhombres. Los edificios colosales hallados cerca del lago Titicaca, a 4 000 metros de altitud, plantean un enigma a los arqueólogos y a los investigadores. Pero, ¿acaso tiene uno que suponer la existencia de fabulosos gigantes?
No obstante, es esta vía la que emprendieron los adeptos de los caballeros de Poseidón, entre los cuales se encuentran simpatizantes nazis. Intentaban remontarse más allá de la Atlántida, creyendo ver el origen lejano y primordial de toda la tradición occidental en la existencia de la isla mágica de Hiperbórea.
Este continente misterioso habría existido antaño, mucho antes que la Atlántida, en el emplazamiento de Groenlandia e Islandia. Un movimiento bascular de la Tierra sobre su eje habría convertido a estas tierras altamente civilizadas en el país glacial que conocemos actualmente. Poblado de «gigantes de una altura de varios metros», Hiperbórea habría sido un país todavía más evolucionado que la Atlántida, quizá civilizado por seres extraterrestres.
Ya griegos y latinos señalan la existencia de Hiperbórea y de su capital Thule, como asimismo lo atestiguan las obras de Heródoto, que habla de una «isla de hielo situada en el Gran Norte, donde vivieron hombres transparentes», de Plinio el Viejo, de Diodoro de Sicilia y de Virgilio. Los celtas, los vikingos, los germanos han conservado el recuerdo de Thule como el de un verdadero Edén: «Más allá de los mares y de las islas afortunadas, más allá de las espesas nieblas que defienden su acceso», en esta isla «donde los hiperbóreos están en posesión de todos los secretos del mundo».
Más que todos los otros, sin duda, los germanos se apoyan en la leyenda de Thule. Sobre ella basaron, hasta bien entrado el siglo XX, su culto pagano y sus ocultas aspiraciones políticas. Este mito no se ha debilitado jamás. Inspiró el Fausto de Goethe y elParsifal de Ricardo Wagner. La balada del rey de Thule, escrita por Goethe, y que Gérard de Nerval tradujo en verso francés, tiene un claro sentido esotérico.
La leyenda del Thule se relaciona, por tanto, con esta Hiperbórea, que habría existido en el Gran Norte, en algún lugar entre el Labrador e Islandia. Una enorme isla de hielo rodeada de «altas montañas transparentes como el diamante», Hiperbórea no habría sido, sin embargo, glacial: «En el interior del país reinaba un dulce calor en el que se aclimataba perfectamente una vegetación verdeante.
Las mujeres eran de una belleza indescriptible. Las que habían nacido en quinto lugar en cada familia poseían extraordinarios dones de clarividencia». El hombre de Hiperbórea, probablemente descendiente de seres venidos del espacio, es descrito en el Libro de Enoc: «Su carne era blanca como la nieve y roja como la flor de la rosa; sus cabellos eran blancos como la lana; y sus ojos eran hermosos». En la capital de Hiperbórea, Thule, vivían «los sabios, los cardenales y los doce miembros de la Suprema Iniciación…».
Entonces los “dioses” moraban entre los hombres y compartían con ellos la copa de oro de la ambrosía, brebaje sagrado que proporcionaba la eterna juventud. Encontramos aquí las viejas leyendas germanas y escandinavas, que rememoran la epopeya de los hombres-dioses y la creación del mundo, cuyo mito se vuelve a encontrar en el núcleo de todas las grandes religiones.
Los mitos que informan la historia de las civilizaciones superiores y fantásticas, si bien forman la fuente principal de los diversos esoterismos, se asocian generalmente a las doctrinas de la irremediable caída de la Humanidad. Las tradiciones relativas a la existencia de una raza primitiva superior, formada o creada por dioses, existen y se encuentran a cada paso en las numerosas cosmogonías.
Ya griegos y latinos señalan la existencia de Hiperbórea y de su capital Thule, como asimismo lo atestiguan las obras de Heródoto, que habla de una «isla de hielo situada en el Gran Norte, donde vivieron hombres transparentes», de Plinio el Viejo, de Diodoro de Sicilia y de Virgilio. Los celtas, los vikingos, los germanos han conservado el recuerdo de Thule como el de un verdadero Edén: «Más allá de los mares y de las islas afortunadas, más allá de las espesas nieblas que defienden su acceso», en esta isla «donde los hiperbóreos están en posesión de todos los secretos del mundo».
Más que todos los otros, sin duda, los germanos se apoyan en la leyenda de Thule. Sobre ella basaron, hasta bien entrado el siglo XX, su culto pagano y sus ocultas aspiraciones políticas. Este mito no se ha debilitado jamás. Inspiró el Fausto de Goethe y elParsifal de Ricardo Wagner. La balada del rey de Thule, escrita por Goethe, y que Gérard de Nerval tradujo en verso francés, tiene un claro sentido esotérico.
La leyenda del Thule se relaciona, por tanto, con esta Hiperbórea, que habría existido en el Gran Norte, en algún lugar entre el Labrador e Islandia. Una enorme isla de hielo rodeada de «altas montañas transparentes como el diamante», Hiperbórea no habría sido, sin embargo, glacial: «En el interior del país reinaba un dulce calor en el que se aclimataba perfectamente una vegetación verdeante.
Las mujeres eran de una belleza indescriptible. Las que habían nacido en quinto lugar en cada familia poseían extraordinarios dones de clarividencia». El hombre de Hiperbórea, probablemente descendiente de seres venidos del espacio, es descrito en el Libro de Enoc: «Su carne era blanca como la nieve y roja como la flor de la rosa; sus cabellos eran blancos como la lana; y sus ojos eran hermosos». En la capital de Hiperbórea, Thule, vivían «los sabios, los cardenales y los doce miembros de la Suprema Iniciación…».
Entonces los “dioses” moraban entre los hombres y compartían con ellos la copa de oro de la ambrosía, brebaje sagrado que proporcionaba la eterna juventud. Encontramos aquí las viejas leyendas germanas y escandinavas, que rememoran la epopeya de los hombres-dioses y la creación del mundo, cuyo mito se vuelve a encontrar en el núcleo de todas las grandes religiones.
Los mitos que informan la historia de las civilizaciones superiores y fantásticas, si bien forman la fuente principal de los diversos esoterismos, se asocian generalmente a las doctrinas de la irremediable caída de la Humanidad. Las tradiciones relativas a la existencia de una raza primitiva superior, formada o creada por dioses, existen y se encuentran a cada paso en las numerosas cosmogonías.
Tales leyendas, que contienen sin duda parte de verdad, están vinculadas a la creencia de la renovación periódica de la Humanidad. Así, habríamos conocido cuatro ciclos anteriores, y el último sería el ciclo del agua, o del diluvio, recuerdo catastrófico registrado tanto en los libros tibetanos como en los escritos vedas, en las tablillas sumerias, o en la tradición de la Biblia.
La idea de periódicos apocalipsis colma las lagunas de la Historia, al mismo tiempo que explica el sentido de la Creación en eterno devenir.
No obstante, la sola lectura de las leyendas que han llegado hasta nosotros es ya rica en enseñanza. La raza de los gigantes y de los cíclopes, presentes en la mitología griega e incluso en la Biblia, como en el Libro de los Reyes, si realmente existió, presupone condiciones de vida muy diferentes de las que conocemos.
En efecto, para que la glándula pineal del hombre se desarrollara hasta el punto de permitirle un crecimiento casi indefinido, habría sido preciso que la gravedad terrestre fuera mucho menor que en nuestros días. Tal vez nuestros remotos antepasados eran seres extraterrestres venidos de otro planeta, incluso de otra galaxia.
El sufrimiento del hombre tiene su origen esencialmente en la ignorancia en que se encuentra acerca de su origen y de su futuro. Las grandes religiones que se disputan los favores de los seres humanos intentan, con mayor o menor habilidad, responder a esta interrogación fundamental.
Las antiguas leyendas germánicas, así como las sagas nórdicas y los vedas hindúes, enseñan precisamente esto a través de una mitología que en ocasiones parece confusa. La Persia de los primeros tiempos conoció, con la religión mazdeísta de la luz, el dualismo cósmico.
Si los germanos provienen de la misma rama indoeuropea que los persas, los puntos de convergencia entre ambas creencias no deben sorprendernos. Así, el dualismo luz-tinieblas, y el culto del astro solar, eje del sistema religioso, son otros tantos símbolos comunes a los germanos de Tácito y a los persas de Zoroastro. Sabiendo esto, no resulta sorprendente que Nietzsche, el filósofo alemán de la renovación y de la voluntad del poder, se haya inspirado en las fuentes de la tradición iraniana para la inspiración poética de su Zaratustra.
La idea de periódicos apocalipsis colma las lagunas de la Historia, al mismo tiempo que explica el sentido de la Creación en eterno devenir.
No obstante, la sola lectura de las leyendas que han llegado hasta nosotros es ya rica en enseñanza. La raza de los gigantes y de los cíclopes, presentes en la mitología griega e incluso en la Biblia, como en el Libro de los Reyes, si realmente existió, presupone condiciones de vida muy diferentes de las que conocemos.
En efecto, para que la glándula pineal del hombre se desarrollara hasta el punto de permitirle un crecimiento casi indefinido, habría sido preciso que la gravedad terrestre fuera mucho menor que en nuestros días. Tal vez nuestros remotos antepasados eran seres extraterrestres venidos de otro planeta, incluso de otra galaxia.
El sufrimiento del hombre tiene su origen esencialmente en la ignorancia en que se encuentra acerca de su origen y de su futuro. Las grandes religiones que se disputan los favores de los seres humanos intentan, con mayor o menor habilidad, responder a esta interrogación fundamental.
Las antiguas leyendas germánicas, así como las sagas nórdicas y los vedas hindúes, enseñan precisamente esto a través de una mitología que en ocasiones parece confusa. La Persia de los primeros tiempos conoció, con la religión mazdeísta de la luz, el dualismo cósmico.
Si los germanos provienen de la misma rama indoeuropea que los persas, los puntos de convergencia entre ambas creencias no deben sorprendernos. Así, el dualismo luz-tinieblas, y el culto del astro solar, eje del sistema religioso, son otros tantos símbolos comunes a los germanos de Tácito y a los persas de Zoroastro. Sabiendo esto, no resulta sorprendente que Nietzsche, el filósofo alemán de la renovación y de la voluntad del poder, se haya inspirado en las fuentes de la tradición iraniana para la inspiración poética de su Zaratustra.
Igualmente, la mitología escandinava de los Edda, transcrita en el siglo X por el monje irlandés Sigfusson, pero que seguramente se remonta a una época mucho más antigua, revela una concepción del mundo que anuncia, tras el reinado espléndido de los “dioses”, el no menos famoso Crepúsculo de los dioses, seres caídos que intentan en vano, ante el asalto de las fuerzas tenebrosas, reconquistar su trono en medio de la confusión resultante del caos de los pueblos.
Pero el ciclo debe llegar a su fin, y, después de una lucha épica, los dioses serán vencidos, arrastrando al mundo en su caída, hasta que una nueva aurora vea brotar, de una tierra purificada, la luz y «el signo de justicia». He aquí unos temas que vamos a encontrar otra vez en las enseñanzas de Zoroastro, el gran profeta del mazdeísmo y padre espiritual de una religión que buscaba los hilos del conocimiento perdido, representado por la gnosis. Conocer su origen y su futuro ha sido siempre una aspiración fundamental del hombre. A esta necesidad primordial responde la gnosis.
El término griego gnosis significa «conocimiento». Conseguir el conocimiento integral del mundo, de su destino material y espiritual, tal es el sentido de la interrogación gnóstica. Pero antes de acceder a los arcanos de los misterios supremos, el hombre debe pasar por grados cada vez más elevados de iniciación, sin lo cual le sería imposible comprender la enseñanza que le es impartida. La revelación aparece, pues, como el privilegio de los iniciados.
La iluminación se debería, para los gnósticos, al conocimiento de un libro de origen suprahumano. Esta tradición del Gran libro es también la del Graal. En la eterna corriente de retorno a las fuentes cósmicas, hemos intentado remontarnos tan lejos como ha sido posible. Así, nos parece que la fuente primordial de toda gnosis está en la religión brahmánica, conocida por los libros sagrados:
Vedas y Bhagavad Gîtâ, primera etapa de la Humanidad después de la ruina de la civilización atlantiana. Este, también, es el esquema esotérico nazi de pensamiento, que recoge una tradición ya antigua desarrollada por la teosofía.
Las expediciones alemanas al Tíbet, de 1937 a 1943, tenían como objeto descubrir o reencontrar una hipotética filiación entre la Atlántida desaparecida y las primeras civilizaciones del Asia Central. Para Edouard Schuré, el escritor esotérico autor de Grandes Iniciados, «la religión y civilización brahmánicas representan la primera etapa de la humanidad posatlantiana. Esta etapa se resume en una palabra: la conquista del mundo divino por la sabiduría primordial».
Pero el ciclo debe llegar a su fin, y, después de una lucha épica, los dioses serán vencidos, arrastrando al mundo en su caída, hasta que una nueva aurora vea brotar, de una tierra purificada, la luz y «el signo de justicia». He aquí unos temas que vamos a encontrar otra vez en las enseñanzas de Zoroastro, el gran profeta del mazdeísmo y padre espiritual de una religión que buscaba los hilos del conocimiento perdido, representado por la gnosis. Conocer su origen y su futuro ha sido siempre una aspiración fundamental del hombre. A esta necesidad primordial responde la gnosis.
El término griego gnosis significa «conocimiento». Conseguir el conocimiento integral del mundo, de su destino material y espiritual, tal es el sentido de la interrogación gnóstica. Pero antes de acceder a los arcanos de los misterios supremos, el hombre debe pasar por grados cada vez más elevados de iniciación, sin lo cual le sería imposible comprender la enseñanza que le es impartida. La revelación aparece, pues, como el privilegio de los iniciados.
La iluminación se debería, para los gnósticos, al conocimiento de un libro de origen suprahumano. Esta tradición del Gran libro es también la del Graal. En la eterna corriente de retorno a las fuentes cósmicas, hemos intentado remontarnos tan lejos como ha sido posible. Así, nos parece que la fuente primordial de toda gnosis está en la religión brahmánica, conocida por los libros sagrados:
Vedas y Bhagavad Gîtâ, primera etapa de la Humanidad después de la ruina de la civilización atlantiana. Este, también, es el esquema esotérico nazi de pensamiento, que recoge una tradición ya antigua desarrollada por la teosofía.
Las expediciones alemanas al Tíbet, de 1937 a 1943, tenían como objeto descubrir o reencontrar una hipotética filiación entre la Atlántida desaparecida y las primeras civilizaciones del Asia Central. Para Edouard Schuré, el escritor esotérico autor de Grandes Iniciados, «la religión y civilización brahmánicas representan la primera etapa de la humanidad posatlantiana. Esta etapa se resume en una palabra: la conquista del mundo divino por la sabiduría primordial».
En el corazón del Asia central, al pie de los montes Pamir y del Hindukush, techo del mundo, se extiende un país atormentado y agreste, el Irán. Los verdes paisajes de los oasis alternan, en esta región de violentos contrastes, con los áridos desiertos.
El conde de Gobineau, que fue largo tiempo ministro de Francia en Persia, describe así esta vasta región: «La Naturaleza ha dispuesto el Asia central como una inmensa escalera, a la cúspide de la cual parece haber destinado el honor de ser, por encima de las otras regiones del Globo, la antigua cima de nuestra raza.
Entre el Mediterráneo, el golfo Pérsico y el mar Negro, el suelo se va elevando en terrazas progresivas. Enormes cimas redondeadas dispuestas en capas, el Taurus, los montes Gordianos, las cadenas de Laristán, sostienen las provincias. El Cáucaso, el Elbruz y las montañas de Chiraz y de Ispahán le añaden un colosal graderío, más elevado todavía.
Esta enorme plataforma, que escalona en diversos planos sus majestuosos desarrollos por el lado de los montes Soleimán y del Hindukush, desemboca, por una parte, en el Turquestán, que conduce a la China, y, por la otra, en las orillas del Indo, frontera de un mundo no menos vasto. La nota dominante de esta naturaleza, el sentimiento que suscita por encima de todos los otros, es el de la inmensidad y del misterio».
Es este país de veranos ardientes, de cielo puro y limpio, tempestuoso en primavera, rudo en invierno, con inmensos bosques de cedros y robles que cubren los flancos de sus montañas, con sus estepas, es la tierra adoptiva de los arios primitivos que fue patria de Zoroastro, este gran iniciado.
En la época del nacimiento de Zoroastro, hacia el año 4500 antes de nuestra Era, la antigua Persia estaba poblada por tribus arias, de raza blanca y cabellos negros, que se dedicaban al cultivo del trigo sagrado y a la cría de grandes rebaños de bueyes. Su religión era la del fuego. Pero, desde siglos, otra raza había invadido la tierra. Se trataba del enemigo hereditario de los arios, el turanio, el hombre de raza amarilla y de ojos oblicuos.
Hábiles jinetes y nómadas, los turanios constituían una cantera humana inagotable. Como los iranios, adoraban el fuego, pero en su manifestación más grosera y cruel. Hacían sacrificios humanos, entregando sus víctimas a dos monstruos escapados de los tiempos prehistóricos, los pterodáctilos, de los que sus sacerdotes habían hecho los emblemas de su culto. Ante esta invasión, los iranios fueron derrotados y se refugiaron en gran parte en las montañas cuando pudieron escapar al yugo del vencedor.
El conde de Gobineau, que fue largo tiempo ministro de Francia en Persia, describe así esta vasta región: «La Naturaleza ha dispuesto el Asia central como una inmensa escalera, a la cúspide de la cual parece haber destinado el honor de ser, por encima de las otras regiones del Globo, la antigua cima de nuestra raza.
Entre el Mediterráneo, el golfo Pérsico y el mar Negro, el suelo se va elevando en terrazas progresivas. Enormes cimas redondeadas dispuestas en capas, el Taurus, los montes Gordianos, las cadenas de Laristán, sostienen las provincias. El Cáucaso, el Elbruz y las montañas de Chiraz y de Ispahán le añaden un colosal graderío, más elevado todavía.
Esta enorme plataforma, que escalona en diversos planos sus majestuosos desarrollos por el lado de los montes Soleimán y del Hindukush, desemboca, por una parte, en el Turquestán, que conduce a la China, y, por la otra, en las orillas del Indo, frontera de un mundo no menos vasto. La nota dominante de esta naturaleza, el sentimiento que suscita por encima de todos los otros, es el de la inmensidad y del misterio».
Es este país de veranos ardientes, de cielo puro y limpio, tempestuoso en primavera, rudo en invierno, con inmensos bosques de cedros y robles que cubren los flancos de sus montañas, con sus estepas, es la tierra adoptiva de los arios primitivos que fue patria de Zoroastro, este gran iniciado.
En la época del nacimiento de Zoroastro, hacia el año 4500 antes de nuestra Era, la antigua Persia estaba poblada por tribus arias, de raza blanca y cabellos negros, que se dedicaban al cultivo del trigo sagrado y a la cría de grandes rebaños de bueyes. Su religión era la del fuego. Pero, desde siglos, otra raza había invadido la tierra. Se trataba del enemigo hereditario de los arios, el turanio, el hombre de raza amarilla y de ojos oblicuos.
Hábiles jinetes y nómadas, los turanios constituían una cantera humana inagotable. Como los iranios, adoraban el fuego, pero en su manifestación más grosera y cruel. Hacían sacrificios humanos, entregando sus víctimas a dos monstruos escapados de los tiempos prehistóricos, los pterodáctilos, de los que sus sacerdotes habían hecho los emblemas de su culto. Ante esta invasión, los iranios fueron derrotados y se refugiaron en gran parte en las montañas cuando pudieron escapar al yugo del vencedor.
En esta sombría coyuntura nació, en medio de las tribus iranias montañosas del Elbruz, un niño de ascendencia real, de nombre Ardyap. Después de una juventud aventurera, pasada en cazar búfalos y en hostigar al enemigo hereditario, el turanio, el joven recibió una especie de iluminación. Ya, cuando era joven, un loco visionario le había predicho que sería rey sin diadema, pero más poderoso que todas las otras monarquías, pues sería coronado por el Sol. Entonces, Ardyap se retiró a la montaña, donde recibió la enseñanza iniciática de un patriarca llamado, según las leyendas, Vahumano, guardián del fuego y servidor del Altísimo.
En este momento, Ardyap cambió su nombre por el de Zaratustra o Zoroastro, que en persa antiguo significaEstrella de oro o esplendor del Sol. Sacerdote del Sol y heredero, quizá, de los secretos de la Atlántida, Vahumano enseñó a su discípulo e hizo de él el apóstol de Ahura-Mazda, el dios luminoso del Irán.
Según los libros persas, restos de los cuales han llegado hasta nosotros, Zoroastro vislumbró entonces la teoría de los dos mundos opuestos: Ahura-Mazda era el principio bueno, y Ahrimán, dios de los turanios, adoradores de las tinieblas, su contrario; aquel que propaga el culto de la serpiente, que suscita la envidia, el odio y la tiranía.
No resulta sorprendente que los partidarios del arianismo hayan visto en él al enemigo de la raza de los arios primitivos. Zoroastro, siempre según la leyenda, pasó varios años en la meditación, vestido solamente con la piel de un animal y teniendo como único compañero al águila de las rocas, ya que había encontrado refugio en una gruta perdida en las montañas. Atormentado por la soledad, que le causaba visiones espantosas, Zoroastro salió por fin victorioso de esta prueba. Ormuz, el verbo solar, se le apareció en el curso de una visión.
Algunos autores no han dudado en afirmar que Zoroastro habría recibido la visita de seres extraterrestres, descritos bajo la forma de ángeles. El hecho es que esta revelación impresionó profundamente al solitario Zoroastro. Animado de un nuevo ardor, Zoroastro descendió de nuevo entre los suyos. Convirtiendo a su tribu natal, difundió el verbo sagrado por todo el Irán, predicando tres principios que son el centro animador de su obra:
Purificación del alma y del cuerpo por la oración y el culto del fuego; trabajo de la tierra por el arado fecundante y el cultivo de las esencias sagradas, ciprés, cedro, naranjos; y lucha contra Ahrimán y los turanios confundidos en las tinieblas.
Ganados por el entusiasmo y galvanizados por la palabra, habiendo encontrado la fuente de su pasado lejano y de su futuro, las tribus arias reemprendieron la lucha contra los turanios a quienes, poco a poco, pudieron rechazar más allá de las montañas, tras cuarenta años de luchas y peripecias.
En este momento, Ardyap cambió su nombre por el de Zaratustra o Zoroastro, que en persa antiguo significaEstrella de oro o esplendor del Sol. Sacerdote del Sol y heredero, quizá, de los secretos de la Atlántida, Vahumano enseñó a su discípulo e hizo de él el apóstol de Ahura-Mazda, el dios luminoso del Irán.
Según los libros persas, restos de los cuales han llegado hasta nosotros, Zoroastro vislumbró entonces la teoría de los dos mundos opuestos: Ahura-Mazda era el principio bueno, y Ahrimán, dios de los turanios, adoradores de las tinieblas, su contrario; aquel que propaga el culto de la serpiente, que suscita la envidia, el odio y la tiranía.
No resulta sorprendente que los partidarios del arianismo hayan visto en él al enemigo de la raza de los arios primitivos. Zoroastro, siempre según la leyenda, pasó varios años en la meditación, vestido solamente con la piel de un animal y teniendo como único compañero al águila de las rocas, ya que había encontrado refugio en una gruta perdida en las montañas. Atormentado por la soledad, que le causaba visiones espantosas, Zoroastro salió por fin victorioso de esta prueba. Ormuz, el verbo solar, se le apareció en el curso de una visión.
Algunos autores no han dudado en afirmar que Zoroastro habría recibido la visita de seres extraterrestres, descritos bajo la forma de ángeles. El hecho es que esta revelación impresionó profundamente al solitario Zoroastro. Animado de un nuevo ardor, Zoroastro descendió de nuevo entre los suyos. Convirtiendo a su tribu natal, difundió el verbo sagrado por todo el Irán, predicando tres principios que son el centro animador de su obra:
Purificación del alma y del cuerpo por la oración y el culto del fuego; trabajo de la tierra por el arado fecundante y el cultivo de las esencias sagradas, ciprés, cedro, naranjos; y lucha contra Ahrimán y los turanios confundidos en las tinieblas.
Ganados por el entusiasmo y galvanizados por la palabra, habiendo encontrado la fuente de su pasado lejano y de su futuro, las tribus arias reemprendieron la lucha contra los turanios a quienes, poco a poco, pudieron rechazar más allá de las montañas, tras cuarenta años de luchas y peripecias.
En el umbral de la muerte, Zaratustra, como todo gran iniciado, tuvo la presciencia del futuro de su pueblo. Vio la espléndida ciudad de Nínive, bajo la forma de un búfalo salvaje, pisotear a los pueblos de los alrededores y hacer huir a los arios puros. También vio a Babilonia triunfante, bajo la forma de una serpiente que vomitaba fuego, rechazar los ataques del águila de Ormuz.
Por fin, vio al león alado, símbolo de los persas y de los medas, continuadores de los arios, marchar victoriosamente a la cabeza de un ejército innumerable. Pero, de súbito, el magnífico león se transformó en un tigre feroz que se puso a devorar a sus propios hijos, provocando la desolación y la muerte hasta lo más profundo del Egipto sagrado y del santuario del Sol.
Si esta visión, tal como nos viene transcrita, realmente tuvo lugar, es de una alucinante verosimilitud. En efecto, la Historia se cumplió según el esquema previsto por el apóstol del Sol. A pesar de sus dones, a Zoroastro le faltaba, no obstante, una cosmogonía y una visión universal. Ésta es la que aportó Manes. Manes, «el apóstol de la luz», nació en el siglo III después de Jesucristo. En el año 216, según las crónicas persas.
Su existencia nos viene confirmada por distintos textos, de los cuales el más importante es el constituido por las Actas de Aquelao, obispo de Kashkar, en Mesopotomia, quien tuvo conversaciones filosóficas con Manes. Descendiente, por parte de su madre Miriam, de la dinastía parta de los arsácidas, babilonio de nacimiento, pero de raza irania y de linaje aristocrático, Manes, o Mani, encontró su inspiración religiosa en el mandeísmo, secta de puros a la cual pertenecía su padre Patek. Muchacho muy despierto, Manes se dedicó muy precozmente a la meditación y a las actividades del espíritu.
A la edad de veinticuatro años, Manes tuvo su gran revelación. Rompiendo con su padre, se consideró el heredero de los sucesivos enviados: Buda, Zoroastro y Jesús. Después de un viaje de iniciación a la India, donde asimiló la ciencia de los brahmanes, Manes regresó para predicar su doctrina en el Irán. La nueva religión se benefició de la protección del rey Sapor I, de la dinastía arsácida, ligada a la familia de Manes. Pero, tras la muerte del soberano, las persecuciones se abatieron sobre los maniqueos.
En efecto, el poder acababa de pasar a las manos de la dinastía sasánida, y el nuevo monarca, Bahram I, detestaba a Manes. Detenido, encarcelado, cargado de pesadas cadenas, el profeta murió el año 277, tras veintiséis días de terrible agonía. La leyenda dice que fue desollado vivo, después de lo cual su piel, llena de aire, había sido colgada de las puertas de Ctesifonte, una de las mayores ciudades de la antigua Mesopotamia.
Por fin, vio al león alado, símbolo de los persas y de los medas, continuadores de los arios, marchar victoriosamente a la cabeza de un ejército innumerable. Pero, de súbito, el magnífico león se transformó en un tigre feroz que se puso a devorar a sus propios hijos, provocando la desolación y la muerte hasta lo más profundo del Egipto sagrado y del santuario del Sol.
Si esta visión, tal como nos viene transcrita, realmente tuvo lugar, es de una alucinante verosimilitud. En efecto, la Historia se cumplió según el esquema previsto por el apóstol del Sol. A pesar de sus dones, a Zoroastro le faltaba, no obstante, una cosmogonía y una visión universal. Ésta es la que aportó Manes. Manes, «el apóstol de la luz», nació en el siglo III después de Jesucristo. En el año 216, según las crónicas persas.
Su existencia nos viene confirmada por distintos textos, de los cuales el más importante es el constituido por las Actas de Aquelao, obispo de Kashkar, en Mesopotomia, quien tuvo conversaciones filosóficas con Manes. Descendiente, por parte de su madre Miriam, de la dinastía parta de los arsácidas, babilonio de nacimiento, pero de raza irania y de linaje aristocrático, Manes, o Mani, encontró su inspiración religiosa en el mandeísmo, secta de puros a la cual pertenecía su padre Patek. Muchacho muy despierto, Manes se dedicó muy precozmente a la meditación y a las actividades del espíritu.
A la edad de veinticuatro años, Manes tuvo su gran revelación. Rompiendo con su padre, se consideró el heredero de los sucesivos enviados: Buda, Zoroastro y Jesús. Después de un viaje de iniciación a la India, donde asimiló la ciencia de los brahmanes, Manes regresó para predicar su doctrina en el Irán. La nueva religión se benefició de la protección del rey Sapor I, de la dinastía arsácida, ligada a la familia de Manes. Pero, tras la muerte del soberano, las persecuciones se abatieron sobre los maniqueos.
En efecto, el poder acababa de pasar a las manos de la dinastía sasánida, y el nuevo monarca, Bahram I, detestaba a Manes. Detenido, encarcelado, cargado de pesadas cadenas, el profeta murió el año 277, tras veintiséis días de terrible agonía. La leyenda dice que fue desollado vivo, después de lo cual su piel, llena de aire, había sido colgada de las puertas de Ctesifonte, una de las mayores ciudades de la antigua Mesopotamia.
El hecho es que el maniqueísmo fue la religión más perseguida de toda la Historia, y, no obstante, su expansión fue prodigiosa. En el Oeste, Egipto sufrió su influencia en sus comunidades cristianas, así como en sus escuelas paganas de Filosofía.
Más tarde, influyó en Palestina y Roma. En el Este, la doctrina maniquea se expandió hasta China, donde conocerá el triunfo hasta la época de Gengis Khan. En el siglo IV se instala en África del Norte. San Agustín fue maniqueo desde el 373 hasta 382. También se instaló en Asia Menor, en Grecia, en Iliria y hasta en la Galia y España. En el siglo V, el maniqueísmo retrocedió bajo las persecuciones del Estado y de la Iglesia Católica, y permanece en la sombra hasta el siglo siguiente.
No obstante, en el siglo VIII, dará nacimiento a los paulicianos de Armenia, y, luego, a los bogomiles, predecesores de los albigenses y de los cátaros en el seno de la corriente gnóstica. En tanto que religión, el maniqueísmo se separa radicalmente del cristianismo, incluso aunque ciertos textos sean comunes a ambas religiones.
El primero y principal dogma de Manes fue el de dos principios: el bien y el mal. En esto está de acuerdo con los budistas, los persas y los cristianos. Pero él hacía remontar la lucha hasta el origen de las cosas, y no admitía que el mundo hubiera sido hecho de la nada. Según él, una materia eterna había sido puesta en marcha por el principio bueno, la cual le era constantemente disputada por el malo.
El mundo era procreado por el Cristo; es decir, por la esencia divina infusa en las criaturas. Con el tiempo, la victoria del bien debía ser completa y todas las cosas serían purificadas. Esta última doctrina es precisamente la de Zoroastro, referente a la victoria final de Ormuz sobre Ahrimán. Aunque Manes no era cristiano, admitía a Cristo, pero no aceptaba que éste se hubiera revestido de carne humana, que hubiera nacido y que hubiera sufrido.
Por este motivo Teodoro dice que “los maniqueos llamaban a Cristo el Sol de este mundo; para ellos, Cristo no era el cuerpo del Sol, sino que estaba dentro del Sol como padre de la luz inaccesible”. Lo cual nos enseña también San Agustín. En esto, los maniqueos eran zoroastrianos puros, y podían admitir, en un sentido místico, el culto, entonces tan extendido de Mitra. Manes tenía escasa estima por los profetas judíos, en los que hallaba muchos errores.
Dirigía diversas acusaciones contra los antiguos patriarcas, y encontraba el culto, no de un solo Dios, sino de varios e incluso de un gran número de ellos. Solamente conocemos la doctrina de Manes a través de sus detractores, lo cual es debido a que la Iglesia cristiana destruyó todos sus manuscritos.
Sin embargo, se puede afirmar que el maniqueísmo era una religión gnóstica, ya que, además del hecho de que el propio Manes reconoce expresamente algunos vínculos con dos grandes gnósticos del siglo II, tales como Marción y Bardesane, la doctrina de Manes, con su concepción dualista del mundo, se despliega en una ciencia universal de las cosas divinas, celestes e infernales, donde todas las realidades trascendentes, así como los fenómenos físicos y los acontecimientos históricos, encuentran su lugar y su explicación.
Más tarde, influyó en Palestina y Roma. En el Este, la doctrina maniquea se expandió hasta China, donde conocerá el triunfo hasta la época de Gengis Khan. En el siglo IV se instala en África del Norte. San Agustín fue maniqueo desde el 373 hasta 382. También se instaló en Asia Menor, en Grecia, en Iliria y hasta en la Galia y España. En el siglo V, el maniqueísmo retrocedió bajo las persecuciones del Estado y de la Iglesia Católica, y permanece en la sombra hasta el siglo siguiente.
No obstante, en el siglo VIII, dará nacimiento a los paulicianos de Armenia, y, luego, a los bogomiles, predecesores de los albigenses y de los cátaros en el seno de la corriente gnóstica. En tanto que religión, el maniqueísmo se separa radicalmente del cristianismo, incluso aunque ciertos textos sean comunes a ambas religiones.
El primero y principal dogma de Manes fue el de dos principios: el bien y el mal. En esto está de acuerdo con los budistas, los persas y los cristianos. Pero él hacía remontar la lucha hasta el origen de las cosas, y no admitía que el mundo hubiera sido hecho de la nada. Según él, una materia eterna había sido puesta en marcha por el principio bueno, la cual le era constantemente disputada por el malo.
El mundo era procreado por el Cristo; es decir, por la esencia divina infusa en las criaturas. Con el tiempo, la victoria del bien debía ser completa y todas las cosas serían purificadas. Esta última doctrina es precisamente la de Zoroastro, referente a la victoria final de Ormuz sobre Ahrimán. Aunque Manes no era cristiano, admitía a Cristo, pero no aceptaba que éste se hubiera revestido de carne humana, que hubiera nacido y que hubiera sufrido.
Por este motivo Teodoro dice que “los maniqueos llamaban a Cristo el Sol de este mundo; para ellos, Cristo no era el cuerpo del Sol, sino que estaba dentro del Sol como padre de la luz inaccesible”. Lo cual nos enseña también San Agustín. En esto, los maniqueos eran zoroastrianos puros, y podían admitir, en un sentido místico, el culto, entonces tan extendido de Mitra. Manes tenía escasa estima por los profetas judíos, en los que hallaba muchos errores.
Dirigía diversas acusaciones contra los antiguos patriarcas, y encontraba el culto, no de un solo Dios, sino de varios e incluso de un gran número de ellos. Solamente conocemos la doctrina de Manes a través de sus detractores, lo cual es debido a que la Iglesia cristiana destruyó todos sus manuscritos.
Sin embargo, se puede afirmar que el maniqueísmo era una religión gnóstica, ya que, además del hecho de que el propio Manes reconoce expresamente algunos vínculos con dos grandes gnósticos del siglo II, tales como Marción y Bardesane, la doctrina de Manes, con su concepción dualista del mundo, se despliega en una ciencia universal de las cosas divinas, celestes e infernales, donde todas las realidades trascendentes, así como los fenómenos físicos y los acontecimientos históricos, encuentran su lugar y su explicación.
Como en las primeras gnosis cristianas, Manes reconocía un mundo intermediario que se interpone entre la materia y el espíritu de Dios, un mundo compuesto de jerarquías superiores, a la imagen del Cosmos, y de las cuales las más conocidas son los ángeles, los arcángeles y los eones, cuya existencia, al menos por lo que respecta a los primeros, es reconocida por el cristianismo.
El maniqueo se considera como «proyectado» en un mundo malo, al que es, por esencia, extraño, perteneciendo a la raza de los elegidos, de los inquebrantables, de los seres superiores. Si se siente desplazado en el mundo de aquí abajo, según la expresión de Serge Hutin, en su obra Los gnósticos, ello se debe a que el maniqueo, que es un gnóstico, «siente en él la lacerante nostalgia de la patria original de donde ha caído».
Manes murió dejando tras de sí un alma humana anhelante de pureza, de conocimiento y de libertad. Pero no todo desapareció, ya que el catarismo recogió el estandarte de la tradición maniquea, y la principal inspiración de Manes, la gnosis cristiana, le sobrevivió, recogiendo en ocasiones temas queridos al apóstol de la luz.
La filosofía griega desempeñó el cometido de vulgarizar las doctrinas esotéricas. Los pensadores de la Antigüedad, que también eran sabios, habían sentido, en efecto, la necesidad de dos doctrinas: una, pública; la otra, secreta. Si la ciencia antigua proporcionó físicos como Tales de Mileto, legisladores como Solón y Dracón, tuvo, asimismo, un iniciador de primer orden: Pitágoras.
Este último jamás escribió su doctrina secreta más que en forma de signos esotéricos y de un simbolismo perfectamente elaborado. No es sorprendente, pues, que fuera citado como modelo por los neoplatónicos de Alejandría, los gnósticos propiamente dichos, y como un precursor del cristianismo.
En efecto, la doctrina pitagórica es la primera síntesis en tomo a una teoría central, en la que encontramos la doctrina oculta de Egipto, aclarada y simplificada por el genio griego. En particular, la filiación de Hermes-Trimegistoes manifiesta. Una vez más, la ley del misterio oculta la gran verdad, y el conocimiento absoluto no puede ser revelado más que a los iniciados.
En esta fase del razonamiento, no se puede prescindir de relacionar el principio de Pitágoras con el Sol de los antiguos egipcios, cuando el profeta de la religión, el gran sacerdote de Amón Ra, desde lo alto del templo de Tebas desvelaba el conocimiento al nuevo iniciado.
Recordando los pasajes del Libro de los muertosegipcio, accedían al conocimiento, sostenido por la visión de las tres pirámides y de los astros que se le describían como las que habían de ser sus moradas futuras. Y si una parte del velo de Isis se había levantado, podía experimentar la satisfacción de haber entrevisto los misterios supremos. Además, una vez cumplida la iniciación, se convertía en sacerdote de Osiris, es decir, en guardián del sublime conocimiento.
El maniqueo se considera como «proyectado» en un mundo malo, al que es, por esencia, extraño, perteneciendo a la raza de los elegidos, de los inquebrantables, de los seres superiores. Si se siente desplazado en el mundo de aquí abajo, según la expresión de Serge Hutin, en su obra Los gnósticos, ello se debe a que el maniqueo, que es un gnóstico, «siente en él la lacerante nostalgia de la patria original de donde ha caído».
Manes murió dejando tras de sí un alma humana anhelante de pureza, de conocimiento y de libertad. Pero no todo desapareció, ya que el catarismo recogió el estandarte de la tradición maniquea, y la principal inspiración de Manes, la gnosis cristiana, le sobrevivió, recogiendo en ocasiones temas queridos al apóstol de la luz.
La filosofía griega desempeñó el cometido de vulgarizar las doctrinas esotéricas. Los pensadores de la Antigüedad, que también eran sabios, habían sentido, en efecto, la necesidad de dos doctrinas: una, pública; la otra, secreta. Si la ciencia antigua proporcionó físicos como Tales de Mileto, legisladores como Solón y Dracón, tuvo, asimismo, un iniciador de primer orden: Pitágoras.
Este último jamás escribió su doctrina secreta más que en forma de signos esotéricos y de un simbolismo perfectamente elaborado. No es sorprendente, pues, que fuera citado como modelo por los neoplatónicos de Alejandría, los gnósticos propiamente dichos, y como un precursor del cristianismo.
En efecto, la doctrina pitagórica es la primera síntesis en tomo a una teoría central, en la que encontramos la doctrina oculta de Egipto, aclarada y simplificada por el genio griego. En particular, la filiación de Hermes-Trimegistoes manifiesta. Una vez más, la ley del misterio oculta la gran verdad, y el conocimiento absoluto no puede ser revelado más que a los iniciados.
En esta fase del razonamiento, no se puede prescindir de relacionar el principio de Pitágoras con el Sol de los antiguos egipcios, cuando el profeta de la religión, el gran sacerdote de Amón Ra, desde lo alto del templo de Tebas desvelaba el conocimiento al nuevo iniciado.
Recordando los pasajes del Libro de los muertosegipcio, accedían al conocimiento, sostenido por la visión de las tres pirámides y de los astros que se le describían como las que habían de ser sus moradas futuras. Y si una parte del velo de Isis se había levantado, podía experimentar la satisfacción de haber entrevisto los misterios supremos. Además, una vez cumplida la iniciación, se convertía en sacerdote de Osiris, es decir, en guardián del sublime conocimiento.
La tempestuosa vida de Pitágoras se asimila, en algunos aspectos, a la imagen de la barca de Osiris, lanzada en medio de las aguas embravecidas, tal como podía imaginársela el iniciado egipcio vagando por el Río de los Muertos.
No obstante, Pitágoras siguió su ruta sin dejar derivar su embarcación en ningún momento de su existencia. Vio a Cambises, a la cabeza de sus ejércitos persas, invadir Egipto, saquear los templos sagrados de Menfis y Tebas y destruir el templo de Amón. Pero el calvario de Pitágoras aún no había terminado: Cambises lo mandó internar en Babilonia, en aquel entonces símbolo de la irradiación de los profetas hebreos y del mestizaje de los pueblos en medio del cual triunfaba la despótica Asia.
Estas pruebas enseñaron a Pitágoras que todas las religiones partían de una misma verdad. En la ciencia esotérica, él poseía la clave, la síntesis de todas estas doctrinas. La experiencia que había adquirido le mostraba una Humanidad amenazada por Asia a causa de la ignorancia de sus sacerdotes y de sus sabios. Finalmente, pudo volver a su patria. De regreso a Grecia, Pitágoras tuvo largas conversaciones con los sacerdotes helenos.
Les hablaba de su iniciación egipcia, de los misterios de Osiris y del ocultismo babilonio. Sólo después de haber formado pitonisas inspiradas y haber hecho de Delfos un centro de vida y acción espirituales, partió para la Magna Grecia y Crotona, donde, con treinta de sus discípulos, había de encontrar la muerte.
Pero el objetivo había sido ya alcanzado, ya que la escuela pitagórica duró todavía dos siglos, y su enseñanza ha llegado a nosotros a través de sus discípulos. La cadena de los grandes iniciados no se rompió con la desaparición de Pitágoras. El ateniense Platón recogería la antorcha del conocimiento. Gracias al griego Argitas, Platón pudo procurarse un manuscrito de Pitágoras.
El Timeo de Platón es, en este sentido, una verdadera condensación de la cosmogonía pitagórica. La época en que vivía el filósofo ateniense era, al menos, tan turbulenta como la de su maestro. Asistió a la derrota naval de Egospótamos y la conquista de Atenas por los espartanos, coronada por la llegada de los treinta tiranos y el fúnebre tañido de la independencia ateniense.
El Timeo de Platón, al crear un verdadero santuario filosófico, abrió una «antecámara» a la gran iniciación. Éste es el motivo por el cual la Academia de Atenas, fundada por Platón, se prolongó en la gran escuela de Alejandría, cuyo principal representante fue Plotino (205-263).
No obstante, Pitágoras siguió su ruta sin dejar derivar su embarcación en ningún momento de su existencia. Vio a Cambises, a la cabeza de sus ejércitos persas, invadir Egipto, saquear los templos sagrados de Menfis y Tebas y destruir el templo de Amón. Pero el calvario de Pitágoras aún no había terminado: Cambises lo mandó internar en Babilonia, en aquel entonces símbolo de la irradiación de los profetas hebreos y del mestizaje de los pueblos en medio del cual triunfaba la despótica Asia.
Estas pruebas enseñaron a Pitágoras que todas las religiones partían de una misma verdad. En la ciencia esotérica, él poseía la clave, la síntesis de todas estas doctrinas. La experiencia que había adquirido le mostraba una Humanidad amenazada por Asia a causa de la ignorancia de sus sacerdotes y de sus sabios. Finalmente, pudo volver a su patria. De regreso a Grecia, Pitágoras tuvo largas conversaciones con los sacerdotes helenos.
Les hablaba de su iniciación egipcia, de los misterios de Osiris y del ocultismo babilonio. Sólo después de haber formado pitonisas inspiradas y haber hecho de Delfos un centro de vida y acción espirituales, partió para la Magna Grecia y Crotona, donde, con treinta de sus discípulos, había de encontrar la muerte.
Pero el objetivo había sido ya alcanzado, ya que la escuela pitagórica duró todavía dos siglos, y su enseñanza ha llegado a nosotros a través de sus discípulos. La cadena de los grandes iniciados no se rompió con la desaparición de Pitágoras. El ateniense Platón recogería la antorcha del conocimiento. Gracias al griego Argitas, Platón pudo procurarse un manuscrito de Pitágoras.
El Timeo de Platón es, en este sentido, una verdadera condensación de la cosmogonía pitagórica. La época en que vivía el filósofo ateniense era, al menos, tan turbulenta como la de su maestro. Asistió a la derrota naval de Egospótamos y la conquista de Atenas por los espartanos, coronada por la llegada de los treinta tiranos y el fúnebre tañido de la independencia ateniense.
El Timeo de Platón, al crear un verdadero santuario filosófico, abrió una «antecámara» a la gran iniciación. Éste es el motivo por el cual la Academia de Atenas, fundada por Platón, se prolongó en la gran escuela de Alejandría, cuyo principal representante fue Plotino (205-263).
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