lunes, 6 de mayo de 2019

¿Quiénes han estado detrás del Asesinato de varios Presidentes de los Estados Unidos? (II)

Aunque el FED está en condiciones de generar secesiones, depresiones, reactivaciones y euforias financieras, ante las cuales los políticos de turno en la Casa Blanca o en el Congreso poco pueden hacer para evitar el impacto en los votos que su Director puede indirectamente realizar, sería incorrecto pensar que la real base del poder es el FED.

En todo caso, el FED y su Director también son instrumentos de un poder superior.

El FED fue creado por ley del Congreso el 22 de diciembre de 1913. Los banqueros privados, en aquel momento, venían criticando en forma pública la ley que creaba un Banco Central en Estados Unidos.

Sin embargo, en forma reservada, los principales banqueros norteamericanos se frotaban las manos ante esa ley que habían logrado sacar, gracias al senador Aldrich, casado con una hija del magnate John D. Rockefeller I.

Una gran cantidad de legisladores se encontraban ausentes al acercarse la Navidad, y la votación parlamentaria fue manipulada. Se trató de un movimiento magistral a la medida de la élite que se originó en conversaciones reservadas entre los principales banq


ueros en 1910.

 Para poder crear al FED, la élite financiera y petrolera norteamericana tuvo que manipular las elecciones de 1912. El presidente Taft buscaba la reelección. Pero su partido, el Republicano, se había pronunciado públicamente contra la creación del FED. Así dadas las cosas, la élite decidió fracturar al Partido Republicano en dos.

Por un lado, se presentaba Taft. Por el otro, Theodore Roosevelt, ex presidente de la República. La división abrió las puertas para que el manipulable Woodrow Wilson accediera al poder con mucho menos del 50% de los votos.

La élite, con su presencia y la del senador Aldrich, se ganaría la seguridad de la aprobación de la creación de un Banco Central privado: el FED. No cabe duda de que el mejor negocio de la Tierra es emitir moneda.

Desde hace siglos los principales banqueros saben muy bien que si la gente acepta como medio de pago un papel emitido por un banquero privado, con la promesa de redimirlo en oro o plata, y prefiere comprar y vender con ese billete y no con oro o plata metálica, entonces tal banquero tendrá la potestad de decidir quiénes deben recibir crédito y cuánto, qué tasas de interés cobrarles, a quién no prestarle.

 Y todo mediante la creación de medios de pago. Si los banqueros privados observaban que la gente no requería que le redimieran en metálico los billetes puestos en circulación, sino que la población los acumulaba y efectuaba sus transacciones en papel moneda, entonces podían generar de la nada muchos más billetes y ponerlos en circulación. De esta manera, el total de papel moneda superaba con creces las reservas en metálico que los banqueros privados guardaban en sus cajas fuertes.

En otras palabras, los banqueros privados tenían la potestad de crear dinero de la nada si la gente aceptaba sus billetes. Y fue lo que ocurrió. El origen de la propia banca debe buscarse a través de operaciones de este tipo.

Los bancos de Inglaterra, Francia y Alemania no comenzaron, como usualmente se piensa, como bancos estatales ni como empresas de las respectivas coronas, sino como bancos privados, controlados en buena medida por la dinastía banquera europea que se había instalado en Inglaterra, Francia, Alemania, Austria e Italia. Así como el clan Rothschild, junto a sus asociadas Kuhn, Loeb, Lehman, Warburg, etc.

 Que el negocio bancario estaba monopolizado en unos pocos clanes familiares se puede ver simplemente a través de una vieja anécdota. mientras Max Warburg dirigía el Banco Central alemán durante el gobierno del kaiser Guillermo II, y se constituía en su banquero personal antes de la Primera Guerra Mundial, su hermano, Paul Warburg, era directivo del FED. El tema alcanzó ribetes escandalosos en Estados Unidos y obligó el rápido reemplazo de Paul Warburg.

Otra anécdota, mientras la familia Rothschild era una de las principales accionistas tanto en forma directa como indirecta del propio Banco de Inglaterra, la rama francesa de dicho clan colocaba varios integrantes para dirigir nada menos que el Banco de Francia, el cual sólo fue estatizado luego de la Segunda Guerra Mundial.

 El primer Banco Central creado fue el Banco de Inglaterra. Ya antes de las guerras napoleónicas los Rothschild poseían un enorme poder financiero en toda Europa. Deseaban aumentarlo y así establecer las políticas financieras en los principales países europeos. Lo mismo pudieron hacer durante el transcurso del siglo XIX con los bancos centrales de Francia y Alemania.

 A menudo financiaron guerras entre los países, con la estrategia de prestarles a ambos bandos. De esta manera, cuando las guerras finalizaban, las naciones y las casas reales quedaban debilitadas, endeudadas y, por lo tanto, cada vez más dependientes de los banqueros.

 Fueron los Rothschild quienes decidieron ingresar a Estados Unidos financiando a clanes familiares a los que observaban durante mucho tiempo antes de otorgarles fondos para sus emprendimientos, y que resultaban “amigos incondicionales“, tales como los Rockefeller, los Morgan, Carnegie, los Harriman, etc.

Por lo tanto, no debe llamar la atención que el FED no sea un Banco Central común y corriente. No es como el Banco Central de cualquier país latinoamericano o el Banco Central Europeo. No es un banco central propiedad del Estado. Es, lisa y llanamente, un banco privado. Y se trata de un banco privado propiedad de unos pocos bancos privados.

Por ejemplo, de los 19,7 millones de acciones del FED, unas 12,2 millones de acciones (62%) eran propiedad de sólo tres bancos hacia fines de 1994. ¿Qué bancos? El Chase Manhattan, el Citibank y el Morgan Guaranty Trust. Tres grandes apellidos desde hace muchas décadas han controlado y controlan esos tres bancos. Se trata de los Rockefeller, los Rothschild y los Davison (Morgan). Ese porcentaje habría continuado creciendo merced a las fusiones que se registraron en la última década.

Tampoco debe llamar la atención, entonces, que el anterior jefe del FED, Alan Greenspan, haya sido director corporativo de JP Morgan, de Morgan Guaranty Trust y de la petrolera Mobil (Standard Oil of New York), antes de ocupar el estratégico cargo en el FED. Woodrow Wilson repetía públicamente que no deseaba que los Estados Unidos ingresara en la Primera Guerra Mundial.

Pero tramaba en secreto con funcionarios y banqueros la manera de entrar lo antes posible en la misma, aun cuando no tuviera una razón para ello. Fue Wilson quien llevó adelante la agenda de la élite para generar la Sociedad de las Naciones, entidad cuyo objetivo inicial era intentar establecer un gobierno mundial globalizado tras la derrota de las potencias centrales europeas en 1919.

También fue quien creó el actual sistema impositivo norteamericano, que cobraba impuestos a la clase media y a los pobres mientras que absolvía del pago de impuestos a los más ricos empresarios, que podían esconder legalmente sus fortunas en fundaciones libres del pago de todo impuesto. ¿Les suena?

Por otra parte, fue el presidente que ayudó a que la disolución del monopolio petrolero norteamericano, controlado por la familia Rockefeller, que representaba a la empresa Standard Oil, hoy Exxon, y otras, fuera simplemente una subdivisión en varias empresas que operaban en la sombra como una única empresa.

Finalmente, fue Wilson quien ordenó que se le diera un pasaporte nuevo al revolucionario ruso León Trotsky para que pudiera realizar la Revolución Rusa de octubre de 1917, instalando el bolchevismo en Rusia, tal como era deseado por la élite globalizadora en aquella época. Como puede verse, quien hablaba de la existencia de un poder oculto y secreto no era un teórico de las conspiraciones ni un paranoico que veía enemigos donde no los había.

 En realidad era uno de los más estrechos colaboradores que la élite globalizadora encontró en todo el siglo XX. Sin embargo, es importante ver cómo fue desarrollándose el poder de esta élite en las distintas etapas de los siglos XIX y XX.

Uno de los negocios más importantes con los que contaba la banca desde inicios de la Edad Moderna era financiar a ambos bandos en las guerras, a fin de obtener ganancias, extender su influencia, hacerse de recursos naturales y debilitar a las naciones como tales.

Desde la filosofía política de Leo Strauss, la élite ha podido formalizar y pulir ciertos conocimientos que intuitivamente ya poseía acerca de la necesidad permanente de un enemigo que a la postre debe ser derrotado y cambiado por otro.

 El ala conservadora del Partido Republicano ha venido nutriéndose de la filosofía política de un alemán emigrado por motivos raciales durante el Tercer Reich: Leo Strauss. Afincado en los Estados Unidos, Strauss fue muy bien recibido en la Universidad de Chicago, fundada y dirigida por los intereses del petróleo, donde además trabajaban los economistas más conservadores, como Milton Friedman y los físicos que habían llevado a cabo los estudios para desarrollar la bomba atómica.

 En Chicago, Strauss desarrolló sus teorías políticas que han inspirado no sólo al Partido Republicano sino también al CFR, de la misma manera que en el pasado más lejano las sociedades secretas se nutrían de la filosofía de la historia hegeliana para llevar a cabo sus actividades revolucionarias.

Las teorías de Strauss pueden resumirse en una premisa básica y tres líneas de acción para lograr los objetivos. Strauss era un lector acrítico de Nicolás Maquiavelo y fue, de hecho, su continuador, o quien reformuló sus tesis.

Su premisa básica es que por derecho natural, los fuertes deben gobernar sobre los débiles. Sus tres líneas de acción representan una verdadera metodología para lograr objetivos de dominio a través de la globalización.

El año 1776 se caracteriza por tres hechos que marcan el presente y futuro de la humanidad. En primer lugar, se puso la piedra fundacional, en Norteamérica, del Nuevo Imperio. Esto puede observarse en el reverso del billete de un dólar. Se trata del “Gran Sello de los Estados Unidos“.

 En el extremo izquierdo aparece una extraña pirámide cuya cúpula está separada del resto por un símbolo esotérico: “El Ojo que Todo lo Ve“, así y la inscripción “Novus Ordo Seculorum“, una variante de la expresión Nuevo Orden Mundial, pero mucho más ambiciosa, ya que significa Nuevo Orden por los Siglos.

En el extremo derecho del sello vemos el águila, un ave de rapiña, elegida ex profeso por haber sido el símbolo de otros imperios y también por su significado esotérico. Desde toda la vida el símbolo del águila es un símbolo muy extendido.

Está relacionado con el sol y con el cielo, así como también con el rayo y con el trueno. Su vuelo y su resistencia siempre ha tendido hacia el cielo, particularidades que han sido características de su simbolismo.

En diversas culturas indias se contrapone al águila, que se supone emparentada con el sol y el cielo, al jaguar. Sus plumas se convirtieron en objeto de culto como símbolo de los rayos del sol. El águila está considerada como el rey de las aves y fue ya desde la antigüedad un símbolo de reyes y dioses. En la antigüedad greco-romana era el acompañante y símbolo de Zeus-Júpiter.

 Debido a que cuando inicia su vuelo mira directamente al sol, tal como nos dice Aristóteles, era considerada también como símbolo de la contemplación y del conocimiento espiritual. En la Biblia encontramos el águila como representación de la omnipotencia divina y la fe. En la Edad Media, por su vuelo y su ascensión al cielo, era el Ave Fénix, símbolo de la resurrección y del bautismo, así como en ocasiones de Cristo.

Los místicos la consideraban como símbolo de la oración, ya que esta se elevaba como el águila hacia el cielo y hacia Dios. En la Iglesia se consideraba al águila como símbolo de San Juan Evangelista. Después del Imperio Romano, el águila fue el símbolo del III Reich Aleman.

Actualmente se conserva en el emblema de Alemania, y también está presente como símbolo en los escudos de numerosos países. C.G. Jung veía en el águila un símbolo que representaba al padre, asociándolo como símbolo protector, así como también de jefe e instructor.




Se podrá argüir que el diseño del billete de un dólar corresponde a los años treinta del siglo XX, cuando Franklin Roosevelt era presidente. Es cierto. Pero el Gran Sello de los Estados Unidos es muchísimo más antiguo. Data casi del propio origen de los Estados Unidos.

El segundo hecho remarcable que se produjo en 1776 fue la aparición de la obra La Riqueza de las Naciones, escrita por Adam Smith (1723 – 1790), economista y filósofo escocés, uno de los mayores exponentes de la economía clásica.

Asimismo fue empleado de la British East India Company, gran corporación monopolística durante los siglos XVII y XVIII, que se beneficiaba con el tráfico de esclavos, cultivaba opio en la India y lo vendía en China para apropiarse de las reservas de oro de este país. Esa obra, difundida y alabada por la prensa de la época, gracias al monopolio banquero londinense y a la propia British East India Company, es el basamento fundamental de casi toda la economía moderna. Smith propugnaba la libre competencia desde su confortable puesto de empleado en aquel monopolio.

Esa obra dio el basamento teórico e ideológico de la actual política neoliberal que nos genera la ilusión de libertad y libre competencia. El tercer hecho remarcable acaecido en el año 1776 fue la fundación y expansión europea y americana, especialmente con fondos del clan Rothschild, de la sociedad secreta denominada Illuminati de Baviera, que inmediatamente fundó una sucursal en Estados Unidos con un nombre, en código de letras griegas de Phi Beta Kappa.

Entre 1820 y 1840 hubo una fuerte presión contra las sociedades secretas en Estados Unidos, ya que buena parte del pueblo advirtió que las sociedades secretas se habían infiltrado en el poder político, tanto en el ejecutivo, como en el legislativo y el judicial.

Ello produjo que se llegara a fundar un Partido Antimasón, que acaparó fugazmente una buena cantidad de votos. Fue la gran popularidad del presidente Andrew Jackson, un masón enemigo de los banqueros, lo que logró contener la ira popular contra las sociedades secretas en Estados Unidos. El precio que éstas tuvieron que pagar fue salir a la luz y hacerse públicas.

Fue así como Phi Beta Kappa hoy aparece como una respetable sociedad con miembros que figuran entre las mentes universitarias más brillantes de Estados Unidos, que ayudan a diseñar la agenda educativa. Pero el componente de poder político secreto se trasladó a otra sociedad secreta, hija directa de los Illuminati de Baviera.

 Se trata de la sociedad denominada Skull & Bones (“Calavera y Huesos“), grupo que ha tenido un enorme poder en la sombra, dado que estuvo y está compuesto por los elementos más oligárquicos de la sociedad norteamericana. Entre ellos figuran Bush padre e hijo, o John Kerry, el rival de Bush hijo en 2004 y actual Secretario de Estado.

También son miembros los hijos de muchas otras familias que no han dado presidentes, pero que han ejercido un enorme poder que ha determinado el nombramiento de presidentes. Como ejemplos se puede nombrar a los clanes Rockefeller y Harriman.

Las sociedades secretas han sido las reales creadoras de los principales servicios de inteligencia en diversos países.

Éstos se financian con fondos públicos para sus operaciones legales, y con fondos provenientes del crimen organizado para sus actividades más oscuras y secretas.

No están al servicio de los países que dicen defender con operaciones de inteligencia, sino al servicio de la oligarquía globalizadora que conforma la cúpula de las sociedades secretas.

Lo verdaderamente asombroso es que se financian en parte con los impuestos de la gente y con la venta de drogas y armas para guerras o actos terroristas. Y han sido también los miembros prominentes de las sociedades secretas los que han conformado los think tanks, como el CFR y el RIIA, círculos cerrados de intelectuales, periodistas, empresarios, políticos, militares y educadores, que conforman el Gobierno del Mundo, sobre todo en esta etapa de la globalización, ya que diseñan en buena medida las políticas que luego adoptan los gobiernos.

Lo peor de la acción de las sociedades secretas se dio en torno de la Primera Guerra Mundial, donde se presentaron denuncias por las actividades de estas sociedades en Francia, Alemania, Inglaterra, Italia, Estados Unidos y Rusia, entre otros países.

Fue por este motivo, y por el efectivo control que las clases empresariales de Estados Unidos e Inglaterra ya ejercían, tras la Primera Guerra Mundial, sobre los recursos energéticos mundiales, que los principales empresarios advirtieron la necesidad de que una buena parte de los objetivos económicos, políticos y sociales se trazara en forma menos secreta, aunque no totalmente pública.

 De esta manera nacieron el Consejo de Relaciones Internacionales (Council on Foreign Relations: CFR) y el Instituto Real para los Asuntos Internacionales(Royal Institute for International Affairs: RIIA).

Ambos centros de poder fueron fundados en 1919 y 1921, con base en Nueva York y Londres, con el fin de elaborar las políticas que los gobiernos, del partido político que fuere, deberían adoptar en prácticamente todos los terrenos: economía, educación, cultura, etc. Esos centros de poder trabajan en forma muy silenciosa, pero para nada clandestina.

En sus reuniones suele haber miembros prominentes de todas las disciplinas, y también dueños de los principales medios de comunicación y los principales periodistas. De tal manera, los medios de comunicación posteriormente realizan el papel de lobby y hablan en forma benevolente de lo que se acuerda, para que sea encarado tanto por Estados Unidos como por el resto del mundo en el marco de sus políticas de acción.

 Estos centros de poder desarrollaron luego los llamados Grupo Bilderberg y Comisión Trilateral, con el fin de incluir en algunas de sus deliberaciones a los principales empresarios y políticos de Europa Continental y Japón.

Asimismo, estos centros de poder elaboran sus políticas con un complaciente silencio de prensa sobre sus reuniones, sus debates y sus objetivos, aunque sin la clandestinidad de sus antecesores, las sociedades secretas, que siguen existiendo y gozando de enorme poder.

No hay tema importante sobre las áreas de petróleo, finanzas, políticas comerciales, invasiones a países díscolos, o negociaciones de países con el FMI o el Banco Mundial, que escape al discreto control del CFR y el RIIA, grupos que ejercen un verdadero “gobierno mundial en la sombra” y que son los que realmente mandan sobre los gobiernos de los Estados Unidos y muchísimos otros países.

 Cuando no existe un enemigo, que antes era la URSS, debe ser inventado, tal como probablemente haya hecho la élite, con la ayuda de la CIA, al propiciar el terrorismo islámico. La gran diferencia, sin embargo, entre el enemigo actual, el terrorismo, y el enemigo anterior, comunismo y la Unión Soviética, es que el grado artificial del enemigo es cada vez mayor.

Sin duda había un caldo de cultivo en Rusia de 1917 para realizar la revolución. Si bien la élite contribuyó de manera determinante a generar el comunismo soviético, había un grado de organización propia de los elementos revolucionarios rusos, que seguramente no habrían podido tener acceso al poder sin la ayuda de ricos banqueros y petroleros occidentales. Pero había un elemento genuino.

En el enemigo actual, el terrorismo islámico, también hay un componente genuino de fanatismo religioso, precisamente el que Strauss aconseja explotar, y disconformidad por parte de buena parte del pueblo árabe acerca de lo que se considera como una invasión de valores occidentales.

Sin embargo, la gran diferencia es que el “nuevo enemigo” no podría jamás haber tenido una base organizativa propia sin la gran ayuda de agencias de inteligencia, como la CIA, y sociedades secretas islámicas. Ahora bien, si a la élite le ha resultado funcional la aparición de enemigos como los bolcheviques en 1917, o los musulmanes enojados hacia inicios de los años ochenta, no le resulta funcional cualquier enemigo.

Algunos pueden obstruirle seriamente el camino. En tal caso, la solución pasa por una estrecha gama que va desde la muerte política del enemigo a su eliminación física. Particularmente dañina para los intereses de la élite fue la circunstancial aparición, dentro de los propios Estados Unidos, de presidentes que se rebelaron, sea por las razones que fuera, contra los deseos de la élite.

 A pesar de que en tales casos la historia registra asesinatos a manos de supuestos “locos sueltos“, renuncias al cargo por causas administrativas o raras enfermedades, lo que habría pasado en casi todos los casos habría sido bien diferente. Se trataría de correcciones del guión.

Para entender quién ordenó la muerte del presidente Abraham Lincoln, en 1865, es necesario comprender las causas económicas que llevaron a la guerra civil norteamericana. Lincoln fue atacado el Viernes Santo de 1865, a sólo seis escasos días de haber obtenido la rendición total de los ejércitos del Sur en la cruenta Guerra Civil, luego de la sangrienta batalla de Appomattox. Esta fue la batalla que vio capitular al Sur. Los remanentes de los grandes ejércitos del Sur se arremolinaban bajo la bandera rebelde del General Lee.

Los Unionistas, conocedores de la debilidad de los sureños, redoblaron sus esfuerzos para bloquear el camino del ejército enemigo, con una sorprendente marcha de 96 km en tan solo tres días. El objetivo de tan gran esfuerzo fue situar todas las tropas posibles alrededor de los maltrechos restos del ejército confederado.

 Lee, desconocedor de esta situación, se reunió con sus mejores oficiales para explicarles la táctica a seguir el día siguiente, el 9 de abril de 1865. El objetivo era abrirse paso entre las líneas Unionistas sin entablar batalla, a fin de poder reestructurar el ejército en Virginia. Pero cuando el ejército sureño comenzó a replegarse, se topo con la pinza que los soldados de la unión habían preparado.

 Lee se vio perdido y, tratando de evitar un baño de sangre, rindió la bandera rebelde al joven General Custer. Hasta el estallido de la guerra civil, los Estados Unidos eran un país con dos sistemas económicos que funcionaban simultáneamente.

Los estados del Norte, a diferencia de los del Sur, habían abolido la esclavitud hacía décadas, en tanto apostaba por el sistema económico industrial que buscaban empresarios y políticos del Norte, menos apto para cultivos como el algodón, exportado a Inglaterra desde los estados del Sur.

 La esclavitud nunca podría funcionar bien en un sistema económico basado en la industria y con una población mayoritariamente urbana, pues la moneda y el dinero son factores cruciales para una organización social de estas características.

De todas maneras, la cama y comida a cambio de trabajo a destajo que existía en las economías esclavistas bien podría ser suplantada a cambio de un salario de subsistencia que alcanzara para lo mismo, o sea cama y comida.

La diferencia principal entre lo que recibían en el siglo XIX el esclavo del amo y el asalariado del patrón, era que al recibir un salario el trabajador posee una limitada capacidad de elección personal acerca de que bienes consumir o dónde vivir, mientras que en la economía esclavista el esclavo es un ser inferior, equiparable a las bestias que se usan para el trabajo en los campos y que no puede poseer siquiera el derecho a su propia vida, de la cual puede ser despojado por el amo.

La posibilidad de la existencia de dos sistemas económicos, industrialismo y esclavismo latifundista, estaba garantizada por una ley que reglamentaba las zonas geográficas donde cada sistema podía operar.

Hacia mediados del siglo XIX la economía norteamericana todavía era muy limitada en comparación con la británica, aunque se encontraba en claro crecimiento. Si bien ya había acaudaladas familias banqueras, terratenientes e industriales en suelo norteamericano, el poder financiero real estaba situado en Londres.

 Por su parte, el Imperio Británico estaba en su apogeo y poco tiempo antes había liderado dos cruentas guerras contra el imperio chino, a fin de que el emperador chino dejara pasar el opio que los británicos producían en la India, merced al trabajo de millones de indios.

 Los británicos querían vender el opio libremente en China, dada la afición de su pueblo a esa droga, y sabiendo que un ejército adicto al opio sería fácil de derrotar, por lo que China se convertiría en un imperio fácil de controlar y dominar.

Los británicos buscaban equilibrar la deficitaria balanza comercial que poseían con China, que exportaba productos a Gran Bretaña pero no le compraba prácticamente nada. La producción de opio en la India, controlada por los ingleses de la British East India Company, de la cual eran socios la corona británica y las más ricas familias de la élite financiera, serviría para impedir la pérdida de reservas británicas de oro, expoliando las chinas, mantener a Londres como centro financiero y comercial del mundo, y debilitar al Imperio Chino.

Las teorías del libre comercio florecieron especialmente en esa época, la primera mitad del siglo XIX, dado que constituían una poderosa arma ideológica para que China no prohibiera las importaciones de opio ni les cargara arancel alguno, a pesar de la altísima nocividad de esa droga.

Buena parte de toda la ideología liberal alrededor del individualismo y el libre comercio se basa en esas necesidades comerciales y geopolíticas que los británicos empezaron a experimentar, y no sólo con China, tras la definitiva derrota de Napoleón Bonaparte en 1814.

Dentro de este panorama, en el que Londres era la metrópolis mundial, su esquema de dominio del planeta se completaba con el comercio de esclavos y la compra de materias primas muy baratas, a fin de mantener la solidez que la industria británica venía experimentando desde la revolución industrial de mediados del siglo XVIII. Si bien esos bienes industriales no podían ser vendidos en China, Europa era un comprador incondicional y los Estados Unidos también los necesitaban.

Por lo tanto, el panorama comercial y financiero británico se completaba con el tráfico de esclavos desde África a los Estados Unidos, la compra de materias primas norteamericanas, provenientes de sus propias colonias, que resultaban muy baratas al ser producidas con mano de obra esclava. También era importante la transformación de esas materias primas en Gran Bretaña y la venta de sus productos industriales, tanto en Europa como en los Estados Unidos, a cambio de oro.

Dentro de este esquema el esclavismo norteamericano era funcional a los intereses británicos. La derogación de la esclavitud, que Abraham Lincoln promulgó al inicio de su mandato, incrementaría considerablemente los costos de las materias primas que Gran Bretaña compraba en los Estados Unidos, consolidando a este país como un importante rival comercial e industrial.

Ello fue la causa fundamental en la decisión tomada por la élite inglesa para financiar a los estados agrícolas y esclavistas sureños, a fin de que declararan su independencia del Norte industrialista, se armaran hasta los dientes y sostuvieran una cruenta guerra civil. En realidad, la banca inglesa financió en un inicio a ambos bandos, como era su costumbre, pues podía obtener beneficios de una larga confrontación.

El país percibido como rival, los Estados Unidos, podía debilitarse muy considerablemente con una guerra civil, tal como efectivamente ocurrió. Pero los objetivos iban mucho más allá. El deseo británico era dividir a los Estados Unidos en dos países diferentes, o propiciar un triunfo de los estados sureños, con la consecuente restauración legal del sistema económico esclavista.

A pesar de financiar la compra de armas por parte de ambos ejércitos, el Sur era mucho más domesticable con respecto de los intereses británicos que el díscolo y peligroso Norte. No hay que olvidar que el Partido Demócrata estaba controlado financieramente por un agente de la casa Rothschild. Se trataba de August Belmont.

Y es que hasta bien entrado el siglo XX, exactamente hasta la depresión de los años treinta, el partido que defendía los intereses de los pobres y los desposeídos en los Estados Unidos no era el Demócrata, salvo durante el corto liderazgo de William Jennings Bryan, sino el Republicano.

Fue Franklin Delano Roosevelt durante sus largas presidencias (1932-1945) quien introdujo ese cambio al dar trabajo a negros y pobres con políticas keynesianas para salir de la recesión. No es casual que casi todos los presidentes muertos asesinados antes de Kennedy, como Lincoln, Garfield o McKinley, fueran todos republicanos.

Hasta la irrupción de Franklin Delano Roosevelt el partido de la gente común era el partido Republicano de Lincoln, primer presidente de esta organización. Pero es cierto que el Partido Republicano empezaría a ser también un sólido aliado de la élite desde que, en 1901, Theodore Roosevelt accedió al poder.




Una muestra de esta anterior independencia de los republicanos la daba Lincoln durante la propia guerra civil, dado que fue él quien decidió dejar de endeudarse con la banca británica, que resultaba especialmente onerosa para los Estados Unidos, dados los altos intereses que imponía.

Asimismo decidió emitir una moneda nacional sin respaldo en oro ni plata, tal como hoy ocurre con todas las monedas del mundo. Se trataba del greenback, originariamente llamado así por su color, pues su primera función fue pagar al Ejército, cuyo uniforme era verde.

Esa decisión de Lincoln terminó de enfurecer a la élite inglesa, ya distanciada de él por sus políticas antiesclavistas y contrarias al libre cambio, y selló su suerte. Se había convertido en un personaje incontrolable para la élite y podía llegar, tras la guerra, a decidir continuar con las emisiones de greenback, con lo cual los Estados Unidos, si seguían unificados como nación, podrían independizarse financieramente de la tutela británica, basada en el anclaje de las diversas monedas al oro o la plata, que eran custodiados, sobre todo, por los bancos ingleses basados en Londres.

Lincoln estaba bastante más solo de lo que se cree, como muchos años más tarde lo estaría Kennedy. Ya durante la guerra civil recibía presiones, a veces de su propio partido, a fin de hacer concesiones a la banca británica.

 Fruto de esas presiones nació la National Banking Act (Ley de la Banca Nacional), mediante la cual se creaba una especie de banco central norteamericano anterior al FED. Ese banco central era privado como su sucesor y sus acciones estaban en manos de la banca inglesa y sus agentes más prominentes de Wall Street. Sin embargo, Lincoln y sus partidarios habían logrado que tuviera severas limitaciones.

En primer lugar, la emisión de papel moneda estaba limitada y supervisada por el Congreso. En segundo lugar, si bien se estipulaba que el Estado depositaría en él sus reservas, ello no revestía un carácter obligatorio. En tercer lugar, y en forma muy importante, no se trataba de un banco monopolista en la emisión de papel moneda.

Como se observa, la élite inglesa y su socia menor de Wall Street habían conseguido sólo a medias su objetivo de controlar la emisión de moneda y las reservas de los Estados Unidos. Por lo tanto no sólo la emisión de greenback ponía a los banqueros ingleses en una actitud muy recelosa con respecto a Lincoln.

Las leyes decididas por Lincoln les hacían suponer que tarde o temprano su presencia como presidente de los Estados Unidos se convertiría en un grave problema. En esas circunstancias, si el Norte vencía, las consecuencias iban a resultar aún peores.

Fue precisamente por esta causa que, en las postrimerías de la guerra, en Gran Bretaña se llegó a pensar muy seriamente en intervenir militar y oficialmente a favor del Sur.

Fue la actitud del zar Alejandro II, asesinado años más tarde, que amenazó claramente a los ingleses con ayudar tanto económica como militarmente a Lincoln en caso de que intervinieran, lo único que los disuadió de participar en una confrontación ajena, motivada y financiada por ellos.

 Era tan serio el conflicto entre el gobierno norteamericano y la asociación de la banca inglesa y sus aliados de Wall Street, que aun durante la guerra y poco antes de ser asesinado, en 1865, pronunció una célebre frase en un discurso efectuado, al no poder evitar la National Banking Act, introducida en el Congreso por iniciativa de Salomon Chase, secretario del Tesoro hasta 1864 y agente de los Rothschild en los Estados Unidos. El Chase Manhattan Bank, hoy J. P. Morgan-Chase, fue bautizado así en su honor.

Fuentes:

Walter Graziano – ¿Nadie vio Matrix?
Walter Graziano – Hitler ganó la guerra
Marta Fernández – El asesinato de John F Kennedy
Nicholas Merton – Kennedy era un estorbo
Rojas Robinson – Éstos mataron a Kennedy
Daniel Estulin – Los secretos del Club Bilderberg
David Icke – El Mayor Secreto

¿Quiénes han estado detrás del Asesinato de varios Presidentes de los Estados Unidos? (I)

Cuatro presidentes fueron asesinados durante su mandato: Abraham Lincoln (1865), James A. Garfield (1881), William McKinley (1901) y John F. Kennedy (1963). Otros cuatro murieron de causas naturales durante su mandato, aunque en algunos casos en circunstancias bastante sospechosas. William Henry Harrison murió de neumonía en 1841 y Zachary Taylor de una enfermedad gastrointestinal aguda en 1850.

Por otro lado, Warren G. Harding murió de un infarto cardíaco en 1923 y Franklin D. Roosevelt de una hemorragia cerebral en 1945.

 Nueve presidentes han sobrevivido a intentos de asesinato mientras ostentaban el cargo: Andrew Jackson en 1835, Theodore Roosevelt en 1912, después de finalizar su mandato, Franklin Delano Roosevelt en 1945, al final de la Segunda Guerra Mundial, Harry S. Truman en 1950, Richard Nixon en 1974, Gerald Ford en 1975, Jimmy Carter en 1979 y Ronald Reagan en 1981.

Queda claro que con los asesinatos de Kennedy, Lincoln, McKinley, Garfield y el probable asesinato de Harding, así como la expulsión de Nixon del poder, se demuestra lo peligroso que puede resultar para la élite el enemigo interno en el máximo cargo de los Estados Unidos.

Ocurre que un enemigo interno es a la vez real y poderoso. La élite globalizadora necesita que los enemigos sean ficticios, que pueden ser fomentados, como el terrorismo islámico, o bien reales pero muy dependientes, y por lo tanto, poco poderosos económicamente, como la Unión Soviética.

Con el enemigo interno, la élite tiene una sola vía de acción, eliminarlo sin piedad y lo antes posible. Abraham Lincoln (1809 – 1865) fue el decimosexto presidente de los Estados Unidos y primero por el Partido Republicano.




 Lincoln asistía a una representación en el teatro Ford. La obra era Our American Cousin, una comedia musical de Tom Taylor. Cuando Lincoln se sentó en el palco, John Wilkes Booth, un actor de Maryland, residente en Virginia y simpatizante del Sur, apareció por detrás y disparó un único tiro con una pistola Deringer de bala redonda a la cabeza del presidente y gritó “¡Sic semper tyrannis!”, expresión en latín que significa “así siempre a los tiranos“.

James Abram Garfield (1831 – 1881) fue el vigésimo Presidente de los Estados Unidos. Se convirtió en el segundo presidente que murió asesinado en los Estados Unidos. El presidente Abraham Lincoln había sufrido la misma fatalidad estando en el cargo. Su presidencia es la segunda más corta en la historia de Estados Unidos, tras la de William Henry Harrison.

Walter Graziano nació en 1960 en la Argentina. Se graduó como economista en la Universidad de Buenos Aires.

Hasta 1988 fue funcionario del Banco Central de su país y recibió becas de estudio del gobierno italiano y del Fondo Monetario Internacional para estudiar en Nápoles y Washington DC. Desde 1988 colaboró con medios gráficos y audiovisuales argentinos en forma simultánea a su profesión de consultor económico.

 En 1990 publicó Historia de dos hiperinflaciones y, en 2001, Las siete plagas de la Argentina, libro que preanunció la debacle económica y política de su país. Desde 2001 Graziano se encuentra abocado a los temas de las élites que detentan el poder, sus antecedentes históricos y cuestiones colaterales.

También escribió dos interesantes libros, titulados “Hitler gano la guerra” y ¿Nadie vio Matrix?, en que me he basado principalmente para escribir este artículo. Estos libros se ocupan de la situación actual de la estructura de poder mundial que lidera Estados Unidos.

 Los ex presidentes Bush y su familia se convierten en el eje de la investigación de Graziano. Desde la importancia que Bush padre tuvo para la CIA, hasta el peso del oligopolio petrolero en las decisiones políticas, los Bush son personajes nefastamente recurrentes en esta historia. El sujeto central de estos libros es la “elite angloamericana”, y se muestra como el establishment norteamericano proviene de las oligarquías inglesas que conquistaron esa tierra siglos atrás.

¿Por qué algunos presidentes norteamericanos han sido el enemigo interno? En realidad muchos otros magnicidios ocurridos en otros países también han sido cometidos por agentes de la élite y de las sociedades secretas.

Como ejemplo tenemos los zares rusos Alejandro II, aliado de Lincoln, y Nicolás II, enemigo de la élite financiero-petrolera, la Casa Borbón en Francia, con la caída y posterior muerte de Luis XVI en Francia, y el heredero del Imperio Austro-Húngaro, Francisco Ferdinando, asesinado en Sarajevo en 1914. Estos son apenas algunos de los muchos casos en los que la élite y las sociedades secretas actuaron, eliminando físicamente a un jefe de Estado enemigo.

 Pero en ninguno de estos casos se trataba de un enemigo interno, sino de obstáculos para implementar la agenda globalizadora que desde hace centurias tiene la élite, y que desde hace milenios inspira a las sociedades secretas. Un presidente norteamericano es otra cosa, es alguien que desde el interior, en el propio corazón de la estructura de poder, puede dañar seriamente la implementación de dicha agenda. Para entenderlo es necesario saber lo que son realmente los Estados Unidos.

Para la historia oficial, los Estados Unidos son independientes desde el 4 de julio de 1776, cuando se declaró formalmente su separación de la Corona británica. Oficialmente, el 4 de julio de 1776 nació un nuevo país, soberano e independiente, en el cual se impusieron por primera vez en la modernidad los ideales republicanos, democráticos y del capitalismo de libre competencia y libre empresa. Ahora bien, ¿qué lo provocó?

En las colonias norteamericanas había un cierto clima de agitación social contra la Corona británica. Por lo menos desde principios del siglo XVIII se habían instalado en dichas colonias una buena cantidad de miembros de sociedades secretas, especialmente masones, provenientes de Gran Bretaña. Es preciso recordar que los masones profesaban los ideales de libertad, igualdad y fraternidad y eran profundamente antimonárquicos y enemigos de los privilegios económicos de la Corona.

Esos intereses de las sociedades secretas estaban muy entrelazados, tanto en las colonias norteamericanas como en Inglaterra, a través de la British East India Company. La Corona era socia minoritaria de la misma, en la cual habían invertido muy fuertemente los principales banqueros y comerciantes británicos. Por lo tanto, ser miembro de una sociedad secreta y a la vez proteger los intereses de la British East India Company era algo usual.

La fuente de muchos conflictos entre las colonias y la Corona eran los impuestos especiales sobre los productos que la propia British East India Company exportaba desde Inglaterra o desde India a Norteamérica. Ello ocasionaba un perjuicio tanto a la British East India Company como a los consumidores de las colonias.

Éstos vivían una vida llena de penurias, dado que aumentaban el precio de los productos y disminuían el volumen del comercio y las ganancias de la British East India Company. Esta empresa, aunque tenía al rey como socio minoritario, veía cómo el monarca entorpecía su actividad con el fin de aumentar su patrimonio personal.

Mientras algunos territorios británicos de ultramar eran posesión directa del rey de Gran Bretaña, como las colonias norteamericanas hacia las cuales se obligaba a enviar dinero y diversos bienes, otros territorios, como la India, estaban bajo administración y gobierno directo de la British East India Company.

 Por lo tanto, en Norteamérica la British East India Company no tenía la libertad de acción, movimiento y comercio que gozaba en otras partes del Imperio Británico.

 Ello provocó que, merced a los estrechos lazos de las sociedades secretas británicas y norteamericanas por un lado, y la British East India Company por el otro, se fuera gestando en las colonias norteamericanas un ambiente muy poco favorable al rey y se fuera considerando la posibilidad de la independencia, implantando así un sistema que favoreciera los antiquísimos ideales de las sociedades secretas.

Cuando en 1776 el rey decretó un alto impuesto al té indio que la British East India Company vendía en las colonias norteamericanas, la respuesta de éstas fue llevar a cabo un complot contra la Corona y declarar la independencia. Entonces se formó el independentista Boston Tea Party, estrechamente ligado a la British East India Company. Para muchos historiadores, de la talla de Arthur Schlesinger, el asunto del té fue sólo un pretexto para un grupo que ya tenía una agenda secreta.

La prueba irrefutable de la actividad de las sociedades secretas en la independencia es que los miembros del Boston Tea Party eran conocidos nada menos que como Freemasons Arms, que se reunían secretamente en la Green Dragon Tavern, también llamada “Cuartel de la Revolución “, y preparaban la independencia acusando a la Corona de que se les cobraban impuestos pero no se les daba representación en la Cámara de los Comunes.

Es necesario remarcar que en el mismo año de 1776, unos pocos meses antes, nacía en Alemania, y se propagaba casi en forma inmediata a las colonias norteamericanas y a toda Europa, el grupo secreto de los Illuminati de Baviera, infiltrado también en la masonería, financiado por la casa bancaria Rothschild, y con un ideario revolucionario que compartía por entero la filosofía de los Padres Fundadores masones norteamericanos.

Ahora bien, todo ese clima revolucionario y de agitación contra el rey no significaba de manera alguna la ruptura de relaciones con la British East India Company.

Todo lo contrario, abarataba el comercio entre ésta y las colonias norteamericanas. Más aún, muchos autores consideran que la idea inicial era convertir las colonias en corporaciones, algo similar a lo que era la India.

Es por todo esto que no debe llamar en lo más mínimo la atención que las nuevas e independientes colonias norteamericanas adoptaran la propia bandera de la British East India Company, que constaba de 13 rayas horizontales rojas y blancas con una cruz roja con fondo blanco, cruz de San Jorge, la bandera real inglesa, donde hoy se sitúan las 50 estrellas de la bandera de los Estados Unidos.




 La bandera fue modificada en sólo un detalle, ya que en el ángulo superior izquierdo figuraban las 13 estrellas de las 13 colonias norteamericanas iniciales. Tampoco debe llamar la atención entonces que de los 20 protagonistas de la independencia norteamericana nacidos en las colonias, diez hayan sido masones confirmados y cinco muy probablemente lo eran, dado que hablaban bien de esa organización secreta.

A ello hay que sumarle que el principal referente extranjero de la revolución norteamericana, el marqués de Lafayette, también era miembro de la masonería. Menos aún debe llamar la atención que George Washington haya sido no sólo masón sino jefe de la masonería, que juró su cargo presidencial sobre un ejemplar de la Biblia masónica, sobre la que luego juraron todos los presidentes norteamericanos, salvo uno.

La propia arquitectura y el diseño urbano de la capital norteamericana, Washington DC, es íntegramente masónico y de autoría de la Gran Logia de Maryland. Como mínimo la mitad de sus 43 presidentes han sido masones, y un buen número de los que no lo fueron, al menos pertenecieron, como George Bush, a sociedades secretas. En el caso de Bush, pertenece a la sociedad Skull&Bones, descendiente de los Illuminati de Baviera.

Como se ve, los intereses de las sociedades secretas, la British East India Company y la banca londinense estaban estrechamente ligados, y no eran contrarios entre sí. La disputa no era con Gran Bretaña ni contra los intereses económicos de los bancos y compañías comerciales, sino contra la Corona.

Quizás ello explica por qué George Washington le ganó la decisiva batalla de Yorktown en 1781 al inglés Charles Cornwallis,, militar y gobernador colonial inglés, asegurando la independencia norteamericana, y por qué Cornwallis dejó escapar varias oportunidades para derrotar al casi indefenso, en aquel momento, ejército revolucionario.

Es sorprendente que, posteriormente a este fracaso, la British East India Company eligiese a Cornwallis para un altísimo cargo en la India. Para demostrar el papel que las sociedades secretas tuvieron en el advenimiento de los Estados Unidos podemos leer la carta que Thomas Jefferson le escribió a George Mason en Filadelfia el 4 de febrero de 1791: “No puede negarse que entre nosotros hay una secta que cree que contener cualquier cosa es perfecto en las instituciones humanas.

Los miembros de esa secta tienen nombres y cargos considerados en alta estima por nuestros compatriotas“. No bien finalizada la guerra entre los Estados Unidos y Gran Bretaña en 1781, las relaciones entre ambas naciones se tornaron mucho más amistosas de lo que la historia oficial narra. Los Estados Unidos enviaron a Inglaterra a tres personajes para que firmaran diversos acuerdos: Benjamín Franklin, John Jay y John Adams.

Los tres ostentaban cargos de nobleza incompatibles con la Constitución norteamericana, los tres eran masones, y fue así como llegaron a varios acuerdos con banqueros, comerciantes e incluso el propio rey.

Esa profusión de pactos indica claramente que la división entre los Estados Unidos y el Reino Unido desde su propio inicio fue una división política, pero de ninguna manera económica. El principal biógrafo de Benjamín Franklin, Bernard Fay, lo deja en claro cuando señala: “Franklin estaba identificado con el espíritu de la masonería inglesa y deseaba la hegemonía de la civilización británica, con sus ideales de Libertad y Protestantismo.

 Le parecía justo que el centro del Imperio estuviese algún día en el Nuevo Mundo, al que Inglaterra debería su prosperidad. Pero después (…) perdió la fe. Dirigió entonces sus miradas hacia Inglaterra, única nación que podía ser fundamento de un Imperio (…) Dedicó a ella toda su inteligencia privilegiada y su vasta experiencia política“. Y sin embargo, el rostro de Benjamín Franklin aparece hoy en el anverso del billete de cien dólares.

 Cabe recordar, por si todo esto no fuera suficiente, que en la propia Constitución norteamericana figuraba la paridad fija entre plata y oro en 16 a 1, que favorecía a la banca londinense. Benjamín Franklin, John Jay y John Adams acordaron formar el Bank of United States, a fin de que las colonias independizadas no emitieran papel moneda por separado y hubiera un monopolio monetario nacional.

Esto es lo que la banca londinense deseaba y logró, dado que el 80% del capital del primitivo banco central estaba en manos extranjeras. Además, se mantuvo el monopolio de comercio de los Estados Unidos con Inglaterra, dado que se acordó que las materias primas que entraban y salían del país fueran comerciadas con los ingleses, aunque con impuestos limitados, y los Estados Unidos se comprometieron a no rechazar sus deudas con Gran Bretaña.

En el tratado entre Estados Unidos y Gran Bretaña de 1783, dos años después de que los Estados Unidos ganara la guerra, se sigue reconociendo al rey inglés como “Príncipe del Sacro Imperio y de los Estados Unidos“. En ese tratado, el primero de una larga serie, se nota claramente que los Estados Unidos no negociaban con su antiguo dominador desde ninguna posición de fuerza, sino que pagaba el precio de una gran dependencia económica y financiera para lograr la libertad política.

Obviamente, fueron las sociedades secretas las grandes beneficiarias de todo ello, junto a la British East India Company y la banca londinense. Por primera vez en el mundo moderno se lograba que una nación importante adoptara un régimen democrático de gobierno y se apartara de la monarquía, que era un objetivo de las sociedades secretas.

En lo económico se abogaba por abolir los privilegios de la aristocracia, aunque se mantuviera la dependencia con respecto a la burguesía comercial y financiera londinense bajo la fachada de la libertad de mercado. El programa de la masonería y de los Illuminati comenzaba a aplicarse con éxito.

Los Estados Unidos nacieron como un ensayo exitoso de las sociedades secretas, que luego exportarían, con sus variantes, este modelo de democracia y libre empresa, aunque dependiente. Primero se exportó a Latinoamérica y luego al corazón mismo de Europa continental. Por lo tanto, en 1776, el Imperio Británico comenzó a desmembrarse en cuanto a su identidad política, pero no en su identidad económica y financiera.

Los lazos económicos y financieros no solamente se mantuvieron, sino que nunca hubo ninguna intención de que fueran cancelados desde Londres ni desde las colonias. Los Estados Unidos nunca rechazaron sus deudas con Gran Bretaña, y su secretario del Tesoro, Alexander Hamilton, se ocupó de endeudarlos más, haciéndolos mucho más dependientes de la banca londinense.

 El Imperio Británico, en lo económico y financiero, siguió intacto después de la independencia norteamericana. Incluso cuando en 1811 expiró el mandato del primitivo Banco de los Estados Unidos, que había comenzado a monopolizar la emisión de moneda, gracias a Benjamin Franklin, estalló una nueva y corta guerra con el Reino Unido.

Benjamin Franklin, además de noble británico y embajador en Londres, fue un estrecho colaborador de las casas bancarias londinenses.

 La guerra terminó cuando los Estados Unidos se volvieron a endeudar con la banca inglesa para la guerra contra el propio ejército inglés, y accedieron a conformar un nuevo banco central, The Second Bank of the Unites States, que en realidad sería el tercero, si se toma en cuenta al fallido Bank of North America. con The Second Bank of the Unites States de nuevo hubo preeminencia en el control monetario por parte de la banca británica.

Pero incluso en lo político había grandes coincidencias, a pesar de la división, entre ambos países.

El principal partido político inicial en los Estados Unidos era el Federalista. Washington, Jefferson, Adams y otros eran federalistas y accedieron al poder como miembros de este partido.

 Pues bien, el Partido Federalista, que dominó los Estados Unidos de 1776 hasta casi 1820, era fervientemente pro británico. Sólo hacia 1826 el pueblo norteamericano comenzó a entrever que el sistema democrático de libre empresa en el cual vivía, en realidad era una fachada tras la cual se escondían las sociedades secretas.

 En ese año un miembro de la masonería, el capitán William Morgan, escribió un libro en el que revelaba cómo toda la estructura de poder norteamericana estaba dominada por las sociedades secretas, que respondían a los intereses de Londres.

A consecuencia de ello Morgan fue asesinado, y el encubrimiento del crimen al que se prestaron altos magistrados y legisladores fue tan escandaloso que provocó una verdadera revuelta popular contra la masonería norteamericana, hoy la más poderosa del mundo, que casi derriba toda la estructura de poder de las sociedades secretas. Entonces de creó el Partido Antimasón, que llegó a obtener el 10% de los votos.

El Partido Antimasón participó en las elecciones de 1828 como aliado del Partido Nacional Republicano. En aquellas elecciones los federalistas habían desaparecido de la escena. El Partido Antimasón estaba liderado por el entonces presidente John Quincy Adams, un gran progresista, lamentablemente olvidado por la historia.

Asimismo, Adams era un ferviente antimasón, que buscaba la reelección y la perdió por muy pocos votos. Al cabo de varios años adquirió gran popularidad personal un masón profundamente contrario a la Banca, Andrew Jackson.

Fue considerado un mal menor para la élite de negocios británico-norteamericana y las sociedades secretas. Mientras tanto, y a causa de la presencia de Jackson, la alianza del movimiento antimasón y el Partido Nacional Republicano, que en las elecciones de 1824 había conseguido nada menos que el 44% de los votos, ascendiendo al poder con John Quincy Adams a la cabeza, cayó en el olvido.

Jackson fue un enemigo mortal del Second Bank of the United States, al punto de hacerlo desaparecer, pero dejó intactos el poder de las sociedades secretas y la alianza de negocios británico-norteamericana.

Fue sólo así como se fueron aplacando las cosas, de modo que el Imperio económico y financiero conformado entre Londres y los Estados Unidos siguió intacto, al menos hasta la irrupción del presidente Abraham Lincoln. Como vemos, la independencia de los Estados Unidos fue un suceso que dista de ser lo que se dice en los libros de historia.

El Imperio Británico pasó a ser un ente básicamente económico y financiero, un imperio en la sombra que hoy todavía subsiste aunque su sede real haya cambiado, y del que sólo actualmente se vislumbra cierta decadencia.

Se trata de un exitoso experimento de las sociedades secretas y la burguesía inglesa, que con la democracia generada en los Estados Unidos y luego exportada a todo el mundo, tal como lo ha señalado el historiador Arnold Toynbee, derribaron monarquías que les eran contrarias.

Por su parte, con el capitalismo de libre empresa estadounidense, también exportado con ciertas variantes, infiltraron y debilitaron poco a poco, y en todo el mundo, los intereses nacionales, conformando una comunidad de intereses imperiales que hoy día es denominada British Commonwealth (Comunidad Británica).

La diferencia es que su cabeza ya no está Londres, sino en Nueva York, donde está la sede del Council on Foreign Relations (CFR). Queda claro entonces por qué presidentes norteamericanos demasiado independientes, como lo fueron Kennedy o Lincoln, y muchos otros en momentos críticos, se convirtieron en enemigos internos y, por lo tanto, peligrosísimos para la élite globalizadora.

 El hecho de que cada uno de ellos se manejara con autonomía contra los propios intereses imperiales y de las sociedades secretas, hizo necesario que ocurriera lo que ocurrió, que se les eliminara sin piedad y con los peores métodos.

Dicho en otras palabras, que se les ejecutara. Y cuando se los consideró directamente traidores y no meros obstáculos políticos, se miró que la ejecución fuera pública, por medio de una bala. Y ahora veamos lo que sucedió con cada uno de los presidentes asesinados o represaliados.

William McKinley (1843 – 1901) fue el vigésimo quinto Presidente de los Estados Unidos y el último veterano de la Guerra Civil estadounidense elegido presidente. El 6 de septiembre de 1901 fue tiroteado por el anarquista Leon Czolgosz. Falleció ocho días después y se convirtió en el tercer presidente asesinado en el cargo, tras Abraham Lincoln y James Abram Garfield.

Fue sucedido por Theodore Roosevelt. John Fitzgerald Kennedy (1917 – 1963) fue el trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos. Fue conocido como John F. Kennedy, Jack Kennedy por sus amigos y popularmente como JFK.

El Presidente Kennedy recibió varios impactos de bala en la calle Elm de Dallas (Texas), a las 12:30, el 22 de noviembre de 1963, mientras realizaba una visita política por el estado de Texas. Fue declarado muerto media hora más tarde.

Lee Harvey Oswald, el supuesto asesino, fue arrestado en un teatro, aproximadamente 80 minutos después de los disparos. Según Woodrow Wilson, Presidente de los Estados Unidos (1912-1920): “Desde que ingresé a la política, muchos hombres se me han acercado para confiarme sus pensamientos de manera reservada.

Algunos de los más importantes hombres de los Estados Unidos, de las áreas del comercio y de la industria están asustados de alguien, están asustados de algo. Saben que en algún lugar hay un poder tan organizado, tan escondido, tan vigilante, tan interrelacionado, tan completo, que es mejor no hablar más alto que el ruido de la respiración cuando se lo condena”.

Que esta frase la haya pronunciado Woodrow Wilson en 1913, durante una entrevista concedida al New Republic, y no otro presidente de los Estados Unidos, tiene una especial significación. No sólo porque se trata de un presidente norteamericano que resultó reelecto, sino porque Wilson no fue precisamente un presidente que se opusiera a los deseos de la élite petrolero-financiera norteamericana.




De hecho sucedió lo contrario, ya que ayudó a los banqueros a crear un banco central privado -el FED- cuyas acciones están en las manos de los bancos más importantes de Wall Street y no del Estado norteamericano.

 Hemos escuchado muchas veces que el Banco Central estadounidense, o sea el Federal Reserve Bank (FED), es la entidad más poderosa del mundo.

En ese sentido, suele decirse que su jefe es más poderoso que el propio presidente de Estados Unidos. Razón no le falta a quien piense de esta manera.

El FED maneja las tasas de interés de corto plazo del dólar no sólo en Estados Unidos sino en todo el mundo, influye sobre las tasas de interés de largo plazo mediante intervenciones en el mercado financiero, agrega o quita dinero de los mercados, acelera o retrae el ritmo de crecimiento y de generación de puestos de trabajo en Estados Unidos y, en menor medida, en el mundo.

 Influye de manera muy importante en las paridades cambiarías y, por lo tanto, en las corrientes comerciales y en los flujos de capitales del mundo.

Fuentes:

Walter Graziano – ¿Nadie vio Matrix?
Walter Graziano – Hitler ganó la guerra
Marta Fernández – El asesinato de John F Kennedy
Nicholas Merton – Kennedy era un estorbo
Rojas Robinson – Éstos mataron a Kennedy
Daniel Estulin – Los secretos del Club Bilderberg
David Icke – El Mayor Secreto
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