miércoles, 6 de junio de 2018

¿ Donde estaba La Tierra de Nod, el reino perdido de Cain ?

Según el Génesis, Caín fue el mayor de los hijos de Adán y Eva, y el primer ser humano nacido fuera del Paraíso. Según la Biblia, Adán y Eva concibieron a Caín después de ser desterrados del Paraíso por Dios, también llamado en hebreo Jehová, debido a que habían desobedecido su orden de no comer del árbol del bien y del mal. 

Después de Caín concibieron a Abel. Caín se dedicó a la agricultura, mientras que su hermano menor al pastoreo. Tal como indico en mi artículo de bienvenida, hay una serie de artículos en este blog (como es el caso de este artículo) en que me baso en las obras del escritor e investigador Zecharia Sitchin, lamentablemente fallecido reiéntemente.

En esos tiempos era común agradecer a Jehová por los buenos cultivos o la buena crianza del ganado, por lo que estos hermanos le presentaron sus sacrificios; al verlos Jehová prefirió el sacrificio de Abel (de los primogénitos de sus ovejas) que el de Caín (del fruto de la tierra), quien enloqueció de celos y mató a su hermano, yéndose, después de esto, a sus cultivos.    




 Al ser interrogado por Jehová acerca del paradero de su hermano, Caín responde «¿Acaso soy yo el custodio de mi hermano?». Sabiendo Yavé lo que había ocurrido, castigó a Caín condenándolo a vagar por la tierra de Nod. Pero, ¿dónde estaba ubicada esta “tierra de Nod”

La capital azteca, Tenochtitlán, era una impresionante metrópolis cuando llegaron los españoles. Sus crónicas la describen como una ciudad grande, si no más grande que la mayoría de las ciudades europeas de su tiempo, bien diseñada y administrada. 

Situada en una isla del lago Texcoco, en el valle central de las tierras altas, estaba rodeada de agua y cruzada por canales.

Las largas y amplias calzadas que conectaban a la ciudad con la tierra firme impresionaron enormemente a los conquistadores, al igual que las numerosas canoas que surcaban sus canales, las calles inundadas de gente, y los mercados repletos de mercaderes y mercancías de todo el reino. El palacio real tenía numerosas dependencias llenas de riquezas, rodeado de jardines en donde había una inmensa pajarera y un gran parque zoológico. Una gran plaza, rebosante de actividad, era el escenario de las fiestas y de los desfiles militares.

Pero el corazón de la ciudad y del imperio era su enorme centro religioso, un inmenso rectángulo de casi cien mil metros cuadrados rodeado por un muro construido para dar la impresión de serpientes retorcidas. Había multitud de edificios dentro de este recinto sagrado, los más sobresalientes de los cuales eran el Gran Templo, con sus dos torres, y el templo parcialmente circular de Quetzalcóatl.

En la actualidad, la gran plaza del Zócalo y la catedral de Ciudad de México ocupan parte de aquel antiguo recinto sagrado, al igual que muchas calles y edificios adyacentes. Tras una excavación fortuita que tuvo lugar en 1978, ahora es posible ver y visitar una parte importante del Gran Templo, y en la última década se ha podido conocer lo suficiente como para hacer una reconstrucción a escala del recinto, tal como fue en sus tiempos gloriosos.


El Gran Templo tenía la forma de una pirámide escalonada, elevándose por pisos hasta una altura de alrededor de cincuenta metros con una base de unos 45 m2.

Era la culminación de varias fases de construcción, en que la estructura externa estaba construida sobre otra anterior más pequeña, y ésta cubría otra estructura aún más antigua. En total, siete estructuras se sobreponían unas a otras.

Los arqueólogos pudieron acceder, capa tras capa, hasta el Templo II, que fue construido en los alrededores del 1400 d.C. Y éste, al igual que el último, ya tenía las dos torres gemelas distintivas en su cúspide.

Simbolizando un extraño culto doble, la torre del lado norte era un santuario dedicado a Tláloc, dios de las tormentas y los terremotos, mientras que la torre sur estaba dedicada a la deidad azteca Huitzilopochtli, su dios de la guerra. Se le representaba habitualmente con un arma mágica llamada la Serpiente de Fuego, con la que se dice que había derrotado a cuatrocientos dioses menores. También aquí, como en las mitologías sumeria e hindú, se habla de guerras entre “dioses” utilizando armas terribles.

Dos monumentales escalinatas llevaban hasta la cúspide de la pirámide por su lado occidental, una en cada torre.

Ambas estaban decoradas en su base con dos feroces cabezas de serpiente talladas en piedra, siendo una de ellas la Serpiente de Fuego de Huitzilopochtli, y la otra la Serpiente de Agua que simbolizaba a Tláloc.

En la base de la pirámide se encontró un disco de piedra grande y grueso en cuya parte superior había tallada una representación del cuerpo desmembrado de la diosa Coyolxauhqui. Según la tradición popular azteca, se trataba de la hermana de Huitzilopochtli, que tuvo un altercado con él durante la rebelión de los cuatrocientos dioses y en la que se vio involucrada.

Parece que su trágico destino fue una de las razones de la creencia azteca de que había que aplacar a Huitzilopochtli con la ofrenda de los corazones de víctimas humanas.

El motivo de las torres gemelas quedó realzado posteriormente en el recinto sagrado con la erección de dos pirámides coronadas con torres, una a cada lado del Gran Templo, y dos más, al oeste. Las dos últimas flanqueaban el templo de Quetzalcóatl, que tenía la poco habitual forma de una pirámide escalonada regular por delante, pero con una estructura escalonada circular por detrás, desde donde seguía elevándose hasta convertirse en una torre circular con cúpula cónica. Muchos creen que este templo servía como observatorio solar.

A. F. Aveni (Astronomy in Ancient Mesoamerica) afirma que, en los días de los equinoccios (21 de marzo y 21 de septiembre), cuando el Sol se eleva en el este exactamente sobre el ecuador, la salida del Sol se podía ver desde la torre de Quetzalcóatl justo entre las dos torres de la cúspide del Gran Templo.

Y ello era posible porque los arquitectos del recinto sagrado habían erigido los templos a lo largo de un eje arquitectónico que no estaba alineado exactamente con los puntos cardinales, sino con un eje desviado siete grados y medio hacia el sudeste; así se compensaba exactamente la posición geográfica de Tenochtitlán (al norte del ecuador), permitiendo la visión del Sol en aquellas fechas cruciales elevándose por entre las dos torres gemelas.

Aunque los españoles no se percataron de este sofisticado detalle del recinto sagrado, las crónicas que dejaron hablan de su asombro al encontrarse no sólo con un pueblo cultivado, sino también con una civilización en ciertos aspectos similar a la española. Aquí, al otro lado de lo que había sido un océano prohibido, aparentemente aislado del mundo civilizado, había un Estado encabezado por un rey -al igual que en Europa.


Nobles, funcionarios y cortesanos llenaban la corte real. Había emisarios que iban y venían con información. Se obtenía tributo de las tribus vasallas y los ciudadanos pagaban sus impuestos. En los archivos reales se conservaban los registros escritos de la riqueza, las dinastías y las historias tribales. Había un ejército con un mando jerárquico y armas perfeccionadas. Y se practicaban artes y oficios, música y danza. Había festividades relacionadas con las estaciones y días sagrados prescritos por una religión de Estado, al igual que en Europa.

Y había un recinto sagrado con sus templos, capillas y residencias, rodeado por un muro, recorrido por una jerarquía de sacerdotes que, al igual que en la Europa de su tiempo, no eran sólo custodios de la fe e intérpretes de la voluntad divina, sino también guardianes de los secretos del conocimiento científico.

 ¿Por qué esto nos recuerda el Vaticano, en Roma?

 Además en este entorno eran fundamentales la astrología, la astronomía y los misterios del calendario.

Algunos cronistas españoles de la época, como Bernal Díaz del Castillo (Historia Verdadera), intentando disimular las impresiones positivas de lo que deberían haber sido unos indios salvajes, le atribuyeron a Cortés una reprimenda a Moctezuma por adorar «ídolos que no son dioses, sino demonios malignos», una influencia nefasta que, supuestamente, Cortés se ofrecía a contrarrestar construyendo en la cima de la pirámide un santuario con una cruz «y la imagen de Nuestra Señora».

Pero, para asombro de los españoles, el símbolo de la cruz ya era conocido de los aztecas, que lo tenían por un símbolo de significado celestial y que figuraba como emblema del escudo de Quetzalcóatl


Pero, además, por entre el laberinto de un panteón de numerosas deidades, se podía ver la creencia subyacente en un Dios Supremo, un Creador de todo lo existente.

Algunas de las oraciones que le dedicaban resultaban incluso familiares; he aquí unos cuantos versos de una oración azteca, conservada en español a partir de la lengua original náhuatl:

Tú habitas los cielos,
Tú sostienes las montañas…
Tú estás en todas partes, eterno.
A Ti se te suplica, se te ruega.
Tu gloria es eminente.

¡Realmente sorprendente!

Sin embargo, aún con todas aquellas sorprendentes similitudes, existía una desconcertante diferencia con la civilización azteca. No era sólo la idolatría, de la que las masas de frailes y padres hacían su particular guerra santa; ni siquiera las bárbaras costumbres de arrancar los corazones de los prisioneros y ofrecérselos palpitando aún a Huitzilopochtli (una práctica que, por cierto, parece que introdujo el predecesor de Moctezuma, ya en 1486).




 Se trataba, más bien, de la impresión global que ofrecía esta civilización, que parecía el resultado de un progreso al que hacia tiempo se había puesto freno a su evolución.

Los edificios eran impresionantes y estaban magníficamente diseñados, pero ya no se construían con piedras talladas. Más bien semejaban a las construcciones de adobe y piedras burdamente sujetas con simple argamasa. El comercio era amplio, pero no era más que un comercio de trueque.

El tributo se pagaba en especies; los impuestos, con servicios personales, ya que no se conocía el dinero. Las telas se confeccionaban en un telar de lo más rudimentario; el algodón se hilaba sobre husos de arcilla, similares a los encontrados en las ruinas de Troya (segundo milenio a.C.) y en algunos lugares de Palestina (tercer milenio a.G).

Tanto en sus herramientas como en sus armas, los aztecas estaban en la edad de piedra, inexplicablemente desprovistos de herramientas y armas de metal, a pesar de conocer el oficio de la orfebrería. Para cortar, utilizaban pedacitos de obsidiana parecidos al cristal. Y uno de los objetos predominantes de la época de los aztecas fue el cuchillo de obsidiana, que utilizaban para sacar los corazones de los prisioneros..

Debido al hecho de que otros pueblos de América no disponían de escritura, los aztecas parecían un pueblo más avanzado, al menos en este aspecto, dado que utilizaban cierto sistema de escritura. Pero no era una escritura alfabética, ni tampoco fonética; consistía en una serie de imágenes, como dibujos en una tira cómica.

En comparación, en el Próximo Oriente de la antigüedad, que es donde apareció la escritura hacia el 3800 a.C. (en Sumer) en forma de pictogramas, éstos se estilizaron con rapidez hasta convertirse en la escritura cuneiforme, avanzaron hasta una escritura fonética en donde los signos representaban sílabas, y, hacia finales del segundo milenio a.C, apareció un alfabeto completo.

La escritura con imágenes apareció en Egipto cuando se instauró la realeza, hacia el 3100 a.C, y rápidamente evolucionó hasta convertirse en un sistema de escritura jeroglífica.

Los estudios de los expertos, como el de Amelia Hertz (Revue de Synthése Historique), han llegado a la conclusión de que la escritura por imágenes de los aztecas en el año 1500 d.C. era similar a la primitiva escritura egipcia, como la de la tablilla de piedra del rey Narmer, a quien algunos consideran el primer rey dinástico de Egipto, cuatro milenios y medio antes.

Amelia Hertz se encontró con otra curiosa analogía entre el México de los aztecas y el Egipto de las primitivas dinastías. En ambos, a pesar de que la metalurgia del cobre aún no se había desarrollado, la orfebrería estaba tan avanzada que los orfebres podían engastar turquesas, una piedra semipreciosa muy valorada en ambos lugares, en los objetos de oro.

El Museo Nacional de Antropología de Ciudad de México expone el legado arqueológico del país en un edificio con una serie de salas o secciones interconectadas, que lleva al visitante a través del tiempo y del espacio, desde los orígenes prehistóricos hasta la época de los aztecas. La sección central se dedica a los aztecas; que es el núcleo de la arqueología nacional mexicana, pues aztecas es un nombre que se le dio a este pueblo con posterioridad. A sí mismos se llamabanmexica, dando así su nombre preferido no sólo a la capital, construida donde había estado el Tenochtitlán azteca, sino también a todo el país.

La Sala Mexica, que es como se le llama, está calificada como la más importante. Sus grandiosas dimensiones se establecieron para enmarcar adecuadamente a la antigua cultura mexicana.

Entre sus monumentales esculturas de piedra se incluyen el inmenso Calendario de Piedra, que pesa alrededor de 25 toneladas, enormes estatuas de varios dioses y diosas, y un grueso y enorme disco de piedra grabado a su alrededor. Efigies de piedra y arcilla más pequeñas, utensilios de loza, armas, ornamentos de oro y otros restos aztecas llenan la impresionante sala.

El contraste entre los primitivos objetos de arcilla y madera, así como las burdas efigies por una parte, y las poderosas piedras talladas y el monumental recinto sagrado por otra, es asombroso. Resulta inexplicable para el escaso lapso de cuatro siglos de presencia azteca en México. ¿Cómo se pueden justificar las diferencias entre estas dos capas de civilización?

Cuando se busca la respuesta en la historia conocida, los aztecas se nos presentan como un pueblo nómada, una tribu inmigrante que se introdujo en un valle poblado por tribus de una cultura más avanzada.

Al principio, parece ser que se ganaban la vida sirviendo a las tribus pobladoras, principalmente como mercenarios a sueldo. Pero, con el tiempo, se las ingeniaron para imponerse a sus vecinos, tomando prestada no sólo su cultura, sino también a sus artesanos.

Aún siendo seguidores de Huitzilopochtli, los aztecas adoptaron el panteón de sus vecinos, incluido el dios de la lluvia Tláloc y al benévolo Quetzalcóatl, dios de los oficios, la escritura, las matemáticas, la astronomía y el cálculo del tiempo.

Pero las leyendas, lo que los expertos llaman «mitos migratorios», sitúan los acontecimientos bajo una luz diferente, comenzando el relato en una época mucho más antigua. Las fuentes de esta información no se basan sólo en la tradición oral, sino también en diversos libros llamados códices.

Éstos, como el Códice Boturini, dicen que el hogar ancestral de la tribu azteca se llamaba Azt-lan («Lugar Blanco»). Aquél era el hogar de la primera pareja Patriarcal, Itzac-mixcóatl («Blanca Serpiente Nube») y su esposa Illan-cue («Vieja Mujer»); ellos fueron los que engendraron a los hijos de los que provendrían las tribus de habla náhuatl, entre las que se encontraban los aztecas. Los toltecas también eran descendientes de Itzac-mixcóatl, pero su madre era otra mujer, siendo así hermanastros de los aztecas.

¿Dónde estaba situado Aztlán? Nadie lo sabe con certeza. De los numerosos estudios que tratan de este asunto, entre los que se incluyen teorías de que se trataba de la legendaria Atlántida, uno de los mejores es el de Eduard Seler, que afirma que Aztlán era un lugar que al parecer estaba relacionado con el número siete, habiéndosele llamado en alguna ocasión Aztlán de las Siete Cuevas.

También se le describía en los códices como un lugar reconocible por sus siete templos: una gran pirámide escalonada central rodeada por seis santuarios menores.

En su Historia de las cosas de la Nueva España, fray Bernardino de Sahagún, utilizando los textos originales en la nativa lengua náhuatl escritos después de la Conquista, habla de la migración de varias tribus desde Aztlán. Hubo siete tribus en total, que dejaron Aztlán en barcos.

Los libros ilustrados los muestran pasando junto a un lugar cuyo pictograma sigue siendo un enigma. Sahagún ofrece varios nombres para las estaciones del camino, llamando al lugar de desembarco «Panotlán», que significa, simplemente, «lugar de llegada por el mar», pero que por diversas pistas los expertos han concluido que se puede tratar de la actual Guatemala.

Las tribus llevaban con ellos a cuatro hombres sabios para que les guiaran y les dirigieran, dado que llevaban consigo manuscritos rituales y los secretos del calendario.

Desde allí, las tribus se encaminaron hacia el Lugar de la Serpiente-Nube, donde al parecer se dispersaron. Por fin, aztecas y toltecas llegaron a un lugar llamado Teotihuacán, en donde construyeron dos pirámides, una dedicada al Sol y la otra a la Luna.

Sus reyes gobernaron en Teotihaucán y fueron enterrados allí, ya que ello implicaba reunirse con los dioses en la otra vida. No está claro el tiempo que pasó hasta que se embarcaron en el siguiente viaje migratorio, pero en algún momento las tribus comenzaron a abandonar la ciudad sagrada.

 Los primeros en irse fueron los toltecas, que se fueron para construir su propia ciudad, Tollan. Los últimos en partir fueron los aztecas. Sus andanzas les llevaron a diversos lugares, pero no encontraban descanso. Durante todo el tiempo de su última migración, su líder recibió el nombre de Mexitli, que significa «El Ungido». En él, según algunos expertos, estaría el origen del nombre tribal mexica («el pueblo ungido»).

La señal para la última migración se la dio a los aztecas/mexica su dios Huitzilopochtli, quien les prometió una tierra en donde había «casas con oro y plata, algodón multicolor y cacao de muchos tonos».

Debían seguir la dirección indicada hasta que vieran un águila posada sobre un cactus que creciera de una roca rodeada de agua. Allí se deberían asentar y se llamarían «mexica», pues ellos eran el pueblo elegido, destinado a gobernar sobre el resto de tribus.

Así fue como, según las leyendas llegaron los aztecas de nuevo al Valle de México. Llegaron a Tollan, conocida también como «el lugar del medio», y aunque sus habitantes eran sus propios parientes ancestrales, no les dieron la bienvenida.

Durante casi dos siglos vivieron los aztecas en las orillas pantanosas del lago central; y, creciendo en fuerza y en conocimientos, fundaron por fin su propia ciudad, Tenochtitlán.

Este nombre significa «ciudad de Tenoch», y algunos creen que se la llamó así porque el líder azteca de entonces, el verdadero constructor de la ciudad, se llamaba Tenoch. Pero, dado que se sabe que los aztecas se consideraban tenochas-descendientes de Tenoch- otros creyeron que Tenoch fue el nombre de un antepasado tribal, una legendaria figura muy antigua.

La mayoría de los expertos sostienen en la actualidad que los mexica o tenochas llegaron al valle hacia el 1140 d.C, y fundaron Tenochtitlán en el 1325 d.C.

Después crecerían en influencia gracias a una serie de alianzas con algunas tribus y a las guerras con otras. Algunos investigadores dudan que los aztecas llegaran a crear un verdadero imperio.

Lo cierto es que, cuando llegaron los españoles, eran el poder dominante en el centro de México, gobernando a sus aliados y sometiendo a sus enemigos. Estos últimos les suministraban materia prima para los sacrificios, por lo que la conquista de los españoles se vio facilitada por las múltiples insurrecciones contra los opresores aztecas.

Al igual que los hebreos bíblicos, que remontaban sus genealogías no sólo hasta las parejas patriarcales, sino también hasta el comienzo de la humanidad, los aztecas, los toltecas y otras tribus nahuatlacas tenían leyendas de la creación que seguían las mismss pautas.




Pero, mientras el Antiguo Testamento adecuaba sus fuentes surnerias designado a una entidad plural(Elohim) a partir de las diversas deidades activas en los procesos creadores, los relatos nahuatlaca conservaban los conceptos sumerio y egipcio de varios seres divinos que actuaban o bien en solitario o bien en grupo.

Las creencias tribales, predominantes desde el sudoeste de los actuales Estados Unidos, en el norte, hasta la actual Nicaragua, en el sur, sostenían que, en el principio, había un Dios Antiguo, Creador de Todas las Cosas, del Cielo y la Tierra, cuya morada estaba en lo más alto del cielo, el duodécimo cielo. Las fuentes de Sahagún atribuían el origen de estos conocimientos a los toltecas:

Y los toltecas sabían
que muchos eran los cielos.
Decían que había doce divisiones superpuestas;
allí moraba el dios verdadero y su consorte.
Él es el Dios Celestial, Señor de la Dualidad;
su consorte es la Dama de la Dualidad, la Dama Celestial.
Esto es lo que significa:
Él es rey, él es Señor, por encima de los doce cielos.

Sorprendentemente, esto parece una versión de las creencias de Mesopotamia, según las cuales a la cabeza del panteón estaba Anu («Señor del Cielo») que, junto con su consorte, Antu («Dama del Cielo»), vivía en un planeta lejano, el duodécimo miembro de nuestro Sistema Solar. Los sumerios lo describían como un radiante planeta cuyo símbolo era la cruz.

Todos los pueblos del mundo antiguo adoptarían posteriormente este símbolo, y lo desarrollarían hasta convertirlo en el omnipresente emblema del Disco Alado. Sorprendentemente, el escudo de Quetzalcóatl y otros símbolos que aparecen en los primitivos monumentos de México son extrañamente similares.

Los dioses de antaño, de los que los textos nahuatlacas contaban relatos legendarios, eran descritos como hombres barbados, como correspondería a los antepasados del barbudo Quetzalcóatl.

Al igual que en las teogonías mesopotámicas y egipcias, había relatos de parejas divinas y de hermanos que se casaban con sus propias hermanas. De interés prioritario y directo para los aztecas eran los cuatro hermanos divinos, Tlatlauhqui, Tezcatlipoca-Yáotl, Quetzalcóatl y Huitzilopochtli, según su orden de nacimiento.

Ellos representaban a los cuatro puntos cardinales y a los cuatro elementos primarios: Tierra, Viento, Fuego, Agua, un concepto de la «raíz de todas las cosas» bien conocido en el Viejo Mundo.

Estos cuatro dioses representaban también los colores rojo, negro, blanco y azul, y las cuatro razas de la humanidad, a las que se representaba a menudo (ver el Códice Ferjervary-Mayer) con los colores correspondientes, junto con sus símbolos, árboles y animales.

El reconocimiento de cuatro ramas separadas de la humanidad resulta interesante, quizás incluso significativo, por sus diferencias con el concepto bíblico-mesopotámico de la triple división asiática, africana y europea surgida del linaje de Noé, de Sem, Cam y Jafet.

Las tribus nahuatlacas habían añadido un cuarto pueblo, el pueblo de color rojo.

Los relatos nahuatlacas hablan de conflictos e incluso de guerras entre los dioses. Entre éstos se incluye el incidente en que Huitzilopochtli derrotó a los cuatrocientos dioses menores y el combate entre Tezcatlipoca-Yáotl y Quetzalcóatl.

Estas guerras por el dominio de la Tierra o de sus recursos se habían detallado también en los mitos de todos los pueblos de la antigüedad.

Los relatos hititas e indoeuropeos de las guerras entre Teshub o Indra con sus hermanos llegaron a Grecia a través de Asia Menor,

Los semitas cananeos y fenicios escribieron acerca de las guerras de Baal con sus hermanos, en el transcurso de las cuales Baal mató a centenares de «hijos de los dioses» menores cuando se les atrajo con engaños al banquete de la victoria del dios.

Y en las tierras de Cam, África, los textos egipcios hablaban del desmembramiento de Osiris a manos de su hermano Set, y de la posterior guerra entre Set y Horus, hijo y vengador de Osiris. ¿Acaso los dioses de los mexicanos eran concepciones originales, o eran los recuerdos de creencias y relatos que tenían sus raíces en las tradiciones del Próximo Oriente?

Nos encontramos con que el Creador de Todas las Cosas, para continuar con las comparaciones, era un dios que «da la vida y la muerte, la buena y la mala fortuna». El cronista Antonio de Herrera y Tordesillas (Historia general) comentaba que los indígenas «le invocan en sus tribulaciones, con la mirada puesta en el cielo, donde creen que está».

Este dios creó primero el Cielo y la Tierra; después, dio forma al hombre y a la mujer a partir del barro, pero no duraron mucho. Después de algunos esfuerzos más, se creó una pareja humana a partir de cenizas y metales, y con ellos se pobló el mundo.

Pero todos estos hombres y mujeres fueron destruidos en una inundación, salvo cierto sacerdote y su mujer que, junto con semillas y animales, lograron flotar con la ayuda de un tronco ahuecado. El sacerdote descubrió tierra después de enviar unos pájaros. Según otro cronista, fray Gregorio García, la inundación duró un año y un día, durante los cuales toda la Tierra estuvo cubierta de agua y el mundo se sumió en el caos. !Parece que estemos leyendo la tradición sobre Noé!

Los acontecimientos prehistóricos relativos a la humanidad y a los antepasados de las tribus nahuatlacas se dividen en una serie de leyendas, representaciones pictóricas y grabados en piedra, como el Calendario de Piedra, que hablaban de cuatro eras o «soles».

Los aztecas consideraban su época como la más reciente de las cinco eras existentes: la era del Quinto Sol. Según estos relatos, cada uno de los cuatro soles anteriores había terminado con una catástrofe, a veces natural (como un Diluvio) y a veces causada por las guerras entre los dioses. Sabiendo que (aparentemente) siempre hemos tenido el mismo sol, ¿qué significan realmente estos soles? 

Se cree que el gran Calendario de Piedra azteca, que se descubrió en la zona del recinto sagrado, es la plasmación en piedra de las cinco eras. Los símbolos que circundan el panel central y la misma imagen central han sido objeto de numerosos estudios.

El primer anillo interior representa, con toda claridad, los veinte signos de los veinte días del mes azteca. Los cuatro paneles rectangulares que rodean el rostro central se reconocen como los dibujos que representan las cuatro eras anteriores, y la calamidad que terminó con cada una de ellas -agua, viento, terremotos y tormentas, y jaguar.

Los relatos de las cuatro eras son valiosos por la información relativa a la longitud de las eras y a sus principales acontecimientos. Aunque las versiones varían, lo cual sugiere una larga tradición oral previa a los registros escritos, todas coinciden en que la primera era llegó a su fin con un Diluvio, una gran inundación que arrasó la Tierra.

La humanidad sobrevivió gracias a una pareja, Nene y su mujer, Tata, que se las ingeniaron para salvarse en un tronco vaciado.

O bien esta primera era o bien la segunda fue la era de los Gigantes de Cabellos Blancos. El Segundo Sol se recordó como «Tzoncuztique», la «Era Dorada»; que terminó a causa de la Serpiente del Viento.

El Tercer Sol estaba presidido por la Serpiente de Fuego, y fue la era de la Gente de Cabello Rojo (¿antepasados de los escoceses?). Según el cronista Ixtlil-xochitl, éstos fueron los supervivientes de la segunda era, que llegaron en barco desde el Este al Nuevo Mundo, asentándose en la región de Botonchán, donde se encontraron con gigantes que también habían sobrevivido a la segunda era y fueron esclavizados por éstos.

El Cuarto Sol fue la era de la Gente de Cabeza Negra (¿antiguos sumerios?).

Fue durante esta era cuando Quetzalcóatl apareció en México -alto de estatura, de luminoso semblante, con barba, y llevando una larga túnica. Su báculo, con forma de serpiente, estaba pintado de negro, blanco y rojo; llevaba piedras preciosas engarzadas y estaba adornado con seis estrellas.

Es curioso que el báculo del obispo Zumárraga, el primer obispo de México, se hiciera muy parecido al de Quetzalcóatl. Fue durante esta era cuando se construyó Tollan, la capital tolteca. Quetzalcóatl, señor de la sabiduría y el conocimiento, introdujo la enseñanza, los oficios, las leyes y el cálculo del tiempo según un ciclo de 52 años.

Hacia el final del Cuarto Sol tuvo lugar una serie de guerras entre los dioses. Quetzalcóatl partió, de vuelta hacia el Este, hacia el lugar de donde había venido.

Las guerras de los dioses causaron estragos en el país; los animales salvajes diezmaron a la humanidad, y Tollan quedó abandonada. Cinco años más tarde, llegaron los pueblos chichime-cas, alias de los aztecas; y el Quinto Sol, la era azteca, dio comienzo.

¿Por qué se les llamó «soles» a las eras y cuánto duraron?

 El motivo no está claro, y la extensión de las distintas eras no se ha establecido, o difiere según la versión. Una de las que parece más sensata y plausible, es la del Códice Vaticano-Latino 3738.




Dice que el primer Sol duró 4.008 años, el segundo 4.010, el tercero 4.081. El cuarto Sol «comenzó hace 5.042 años», pero no se especifica el momento de su final. Sea como sea, tenemos aquí un relato de los acontecimientos que se remonta 17.141 años a partir del momento en que los relatos se registraron.

Es un lapso de tiempo demasiado largo como para que la gente pueda recordar algo, y los expertos, aunque aceptan que los acontecimientos del Cuarto Sol contienen elementos históricos, tienden a desechar lo relativo a eras anteriores como meros mitos. ¿Cómo explicar entonces los relatos de Adán y Eva, un Diluvio global y la supervivencia de una pareja, episodios que, según H. B. Alexander (Latin-American Mythology), son «sorprendentemente evocadores del relato de la creación del Génesis y de la cosmogonía babilónica»?

Algunos expertos con una visión poco abierta sugieren que los textos nahuatlacas reflejan lo que los indígenas ya habían escuchado en los sermones bíblicos de los españoles. Pero, dado que no todos los códices son posteriores a la Conquista, las similitudes bíblico-mesopotámicas sólo se pueden explicar si se admite que las tribus mexicanas tenían lazos ancestrales con Mesopotamia.

Además, la cronología mexica-náhuatl se relaciona con ciertos acontecimientos con una precisión que debería llevar a reflexionar. Fecha del Diluvio al final del Primer Sol: unos 13.133 años antes del momento en que se escribió el códice; es decir, hacia el 11.600 a.C. Y en otros relatos (como el de Platón) se deduce que el Diluvio arrasó la Tierra y destruyó la Atlántida hacia el 11.000 a.C. Las correspondencias entre el relato y la cronología sugieren que hay algo más que un mito en los relatos aztecas.

También es intrigante la afirmación de que la cuarta era fue la época de la «gente de cabeza negra» (las anteriores eras se tenían por la de los gigantes de cabello blanco y la de la gente de cabello rojo). Y éste, «gente de cabeza negra», es precisamente el término por el cual se autollamaban los sumerios en sus textos.

¿Acaso los relatos aztecas sostienen que la era del Cuarto Sol fue la época en la que los sumerios aparecieron en escena? La civilización sumeria comenzó hacia el 3800 a.C; y no debería sorprendernos encontrarnos con que, datando el comienzo de la Cuarta Era en 5.026 años antes de su propia época, los aztecas lo situaban ciertamente en los alrededores del 3500 a.C., lo cual coincide sorprendentemente con el inicio de la era de la «gente de cabeza negra».

La explicación de que los aztecas les contaron a los españoles lo que habían escuchado de los mismos españoles ciertamente no se sostiene en lo referente a los sumerios. El mundo occidental descubrió los restos y el legado de la gran civilización sumeria cuatro siglos después de la Conquista de América.

Por lo que habrá que concluir que los pueblos nahuatlacas debían de conocer los relatos que aparecen en el Génesis a partir de sus propias fuentes. Pero, ¿cómo?

Esta misma pregunta desconcertó ya entonces a los mismos españoles. Asombrados de haber descubierto no sólo una civilización en el Nuevo Mundo tan similar a la suya, sino también del gran número de personas que había en aquellas tierras, estaban asimismo desconcertados por las conexiones bíblicas de los relatos aztecas. Intentando dar con una explicación, se les ocurrió una respuesta sencilla: aquellos debían de ser los descendientes de las Tribus Perdidas de Israel, que fueron exiliadas por los asirios en el 722 a.C. y se desvanecieron después sin dejar rastro. Lo que quedó del reino de Judea lo conservaron las tribus de Judá y de Benjamín.

El primero en exponer esta idea en un detallado manuscrito fue el dominico fray Diego Duran, que fue llevado a Nueva España en 1542, a los cinco años de edad. Sus dos libros, uno de ellos conocido por el título de Historia de las Indias de Nueva España,

En un segundo libro, Duran, haciendo una exposición de las muchas similitudes, afirmaba enfáticamente su conclusión de que los nativos «de las Indias y del continente de este nuevo mundo son judíos y gente hebrea». Su teoría quedaba confirmada, según él, «por su naturaleza: estos nativos son parte de las diez tribus de Israel que Salmanasar, rey de los asirios, capturó y llevó a Asiria».

En sus informes de conversaciones con viejos indígenas sacaba a relucir leyendas de una época en que había existido «hombres de monstruosa estatura que aparecieron y tomaron posesión del país… Y estos gigantes, al no encontrar la forma de llegar al Sol, decidieron construir una torre tan alta que su cúspide llegara al Cielo».

Este episodio, que se parece al relato bíblico de la Torre de Babel, igualaba en importancia a otro relato referente a una migración similar a la del Éxodo. No es de extrañar por tanto que, con el aumento de este tipo de informes, la teoría de las Diez Tribus Perdidas se convirtiera en la favorita de los siglos XVI y XVII, al suponer que, yendo en dirección Este a través de los dominios asirios y Asia, los israelitas habían alcanzado América.

La idea de las Diez Tribus Perdidas, que recibió el respaldo de las cortes reales europeas, terminó posteriormente siendo ridiculizada por los expertos. Las teorías actuales sostienen que el hombre llegó al Nuevo Mundo desde Asia a través de un puente de hielo por Alaska hace unos 20.000 o 30.000 años, extendiéndose poco a poco hacia el sur.

Existen evidencias considerables en cuanto a objetos, lengua y evaluaciones etnológicas y antropológicas que indican influencias de más allá del Pacífico: hindúes, del sudeste asiático, chinas, japonesas y polinesias. Los expertos las explican por la llegada periódica de estas gentes a las Américas, pero insisten mucho en que esto ocurrió durante la era cristiana, sólo unos siglos antes de la conquista y nunca antes de Cristo.

Aunque los expertos más conservadores siguen minimizando toda evidencia de contactos entre el Viejo y el Nuevo Mundo, hacen una concesión a contactos relativamente recientes, a través del Pacifico, como explicación de los relatos similares a los del Génesis que existieron en las Américas.

De hecho, las leyendas de un Diluvio global y de la creación del hombre a partir de arcilla o materiales similares son temas comunes en las mitologías de todo el mundo, y una posible ruta a las Américas desde Oriente Próximo (donde se originaron los relatos) podría haber sido a través del Sudeste Asiático y de las islas del Pacífico.

Pero existen elementos en las versiones náhuatl que indican una fuente muy primitiva, más que a los recientes siglos anteriores a la Conquista.

Uno de ellos es el hecho de que los relatos náhuatl de la creación del hombre siguen una versión sumeria muy antigua, ¡que ni siquiera se reflejó en el Libro del Génesis, que es posterior a las tablillas de la antigua Sumer!

La Biblia tiene dos versiones de la creación del hombre, ambas extraídas de primitivas versiones mesopotámicas.

Pero ambas ignoran una tercera versión, probablemente la más antigua, en la cual la humanidad no se hizo de arcilla, sino de la sangre de un dios. En el texto sumerio en el cual se basa esta versión, el dios Ea, en colaboración con la diosa Ninti, «preparó un baño purificador».

 «Que se sangre a un dios en él -ordenó-; de su carne y de su sangre, que Ninti mezcle la arcilla.». Y todo parece indicar que a partir de esta mezcla se crearon los hombres y mujeres.

Resulta muy significativo que sea esta versión, que no está en la Biblia, la que se repita en un mito azteca. El texto se conoce como Manuscrito de 1558, y cuenta que, después del calamitoso fin del Cuarto Sol, los dioses se reunieron en Teotihuacán.

Tan pronto como los dioses estuvieron reunidos, dijeron:

«¿Quién habitará la Tierra?
El cielo ya ha sido establecido
y la Tierra ha sido establecida;
pero ¿quién, oh dioses, vivirá en la Tierra?»

Los dioses reunidos «se apenaron». Pero Quetzalcóatl, un dios de sabiduría y ciencia, tuvo una idea. Fue a Mictlán, la Tierra de los Muertos, y anunció a la pareja divina que estaba al cargo:

«He venido a por los preciados huesos que guardáis aquí.» Superando las objeciones y los engaños, Quetzalcóatl consiguió hacerse con los «preciados huesos»:

Reunió los preciados huesos;
los huesos del hombre se pusieron juntos a un lado,
los huesos de la mujer se pusieron juntos al otro lado.

Quetzalcóatl los tomó e hizo un haz.

Llevó los huesos secos a Tamoanchán, «lugar de nuestro origen». Una vez allí, le dio los huesos a la diosa Cihuacóatl («Mujer Serpiente»), una diosa de la magia:

Ella pulverizó los huesos 
y los puso en una fina bañera de barro. 
Quetzalcóatl sangró su órgano masculino sobre ellos. 

Mientras el resto de dioses observaba, ella mezcló los huesos pulverizados con la sangre del dios; de esa mezcla arcillosa se creó a los macehuales. ¡La humanidad había sido re-creada!

En los relatos sumerios, los creadores del hombre fueron el dios Ea («cuyo hogar es el agua»), también conocido como Enki («Señor Tierra»), cuyos epítetos y símbolos suelen hacer referencia a su talante habilidoso, que encuentra su equivalente lingüístico en el término «serpiente».

 Su compañera en la hazaña, Ninti («la que da la vida») era la diosa de la medicina, un oficio cuyo símbolo desde la antigüedad ha sido el de las serpientes entrelazadas.

Las representaciones sumerias en sellos cilíndricos muestran a las dos deidades en algo parecido a un laboratorio.

Es sorprendente encontrarse todos estos elementos en los relatos náhuatl; un dios del conocimiento al que se le llama Serpiente Emplumada, una diosa de poderes mágicos llamada Mujer Serpiente; una bañera de marga en la cual los elementos terrestres se mezclan con la esencia del dios (sangre); y la creación del hombre y mujer a partir de la mezcla.

Pero aún más sorprendente es el hecho de que el mito se representara pictóricamente en un códice náhuatl encontrado en la región de la tribu de los mixtéeos.

En él, se muestra a un dios y a una diosa mezclando un elemento que fluye en un enorme matraz o cuba con la sangre de un dios que deja caer gotas dentro del matraz; y de esa mezcla emerge un hombre.

Junto con los otros datos relacionados con los sumerios y de terminología, existen indicios de contactos en épocas remotas.

Al parecer, las evidencias desafían también a las teorías actuales acerca de las primeras migraciones del hombre a las Américas.




Con esto, no estamos proponiendo simplemente que la migración no fuera desde Asia a través del Estrecho de Bering, por el norte, sino desde Australia/ Nueva Zelanda a través de la Antártida hasta Sudamérica. Esta idea ha sido recuperada recientemente tras el descubrimiento en el norte de Chile, cerca de la frontera con Perú, de momias humanas enterradas hace unos 9.000 años.

El problema que nos plantean ambas teorías es que suponen largas caminatas de hombres, mujeres y niños a través de miles de kilómetros de tierras heladas, y nos preguntamos cómo se pudo hacer esto hace 20.000 ó 30.000 años; además, ¿para qué iban a emprender un viaje de este tipo? ¿Por qué hombres, mujeres y niños tendrían que hacer un viajes de miles de kilómetros por una tierra helada para, al parecer, no alcanzar nada salvo más hielo?

A menos que supieran que había una Tierra Prometida más allá del hielo. Pero, ¿cómo podían saber lo que había más allá de aquel interminable hielo, si no habían estado nunca allí, ni nadie más antes que ellos?

En el relato bíblico del Éxodo de Egipto, el Señor describe la Tierra Prometida como «una tierra de trigo, cebada, vino, higueras y granados, una tierra de olivos y miel… 

Una tierra cuyas piedras son de hierro y de cuyas montañas puedes sacar cobre.»

El dios de los aztecas les describió su Tierra Prometida como una tierra de «casas con oro y plata, algodón multicolor y cacao de muchos tonos». ¿Acaso aquellos primitivos emigrantes se habrían lanzado a su imposible caminata si alguien -su dios- no les hubiera dicho que fueran y les hubiera descrito lo que les esperaba allí? Y si esa deidad no fuera una simple entidad teológica, sino un ser físicamente presente en la Tierra. ¿Pudo haber ayudado a los emigrantes a vencer los obstáculos del viaje, del mismo modo que el Señor bíblico había hecho con los israelitas?

Es con pensamientos de este tipo como se podría haber emprendido un viaje imposible, tal como hemos leído en los relatos nahuatlacas de las migraciones y de las Cuatro Eras. Dado que el Primer Sol había terminado con el Diluvio, esa era tuvo que ser la fase final de la última glaciación; pues parece que el Diluvio fue provocado por el deslizamiento de la capa de hielo antártico en los océanos, llevando a la última glaciación a un brusco fin, hacia el 11.000 a.C.

¿Acaso el hogar original de los pueblos nahuatlacas, el legendario Aztlán, «el lugar blanco», se llamaba así por la simple razón de que eso es lo que era, una tierra cubierta de nieve? ¿Es éste el motivo por el cual se tenía la era del Primer Sol como la época de los «gigantes de cabellos blancos»?

¿Acaso los recuerdos históricos aztecas, rememorando el comienzo del Primer Sol, unos 17.141 años atrás, contaban en realidad una migración a América hacia el 15.000 a.C, cuando el hielo formaba un puente con el Viejo Mundo? Y, por otra parte, ¿sería posible que el recorrido no se hiciera a través de un puente de hielo, sino en barcos a través del Océano Pacífico, tal como relatan las leyendas náhuatl?

Las leyendas de un desembarco prehistórico en la costa del Pacífico no se limitan a los pueblos mexicanos. Más al sur, los pueblos andinos conservaron recuerdos de similar naturaleza, en forma de leyendas. Una de ellas, la leyenda de Naymlap, puede estar remitiéndonos al primer asentamiento de gente en aquellas costas. Habla de la llegada de una gran flota de balsas de juncos (del tipo de las que utilizara el explorador Thor Heyerdahl para simular la singladura sumeria en barcos de juncos).

En la balsa que lideraba la flota había una piedra verde que podía pronunciar las palabras del dios del pueblo, que daba indicaciones al jefe de los emigrantes, Naymlap, para llevarlos hasta la zona elegida. La deidad, hablando a través del ídolo verde (¿altavoces?), instruyó posteriormente al pueblo en las artes de la agricultura, la construcción y la artesanía.

Algunas versiones de la leyenda del ídolo verde identifican el cabo Santa Helena, en Ecuador, como el lugar del desembarco.

Allí, el continente sudamericano se proyecta hacia el oeste, en el Pacífico. Varios cronistas, entre ellos Juan de Velasco, relataron leyendas nativas que decían que los primeros pobladores de las regiones ecuatoriales fueron gigantes.

Los pobladores humanos que siguieron adoraban a un panteón de doce dioses (¡otra vez los doce dioses!), encabezados por el Sol y la Luna. Y donde ahora se encuentra la capital de Ecuador, decía Velasco que los pobladores construyeron dos templos, uno frente a otro.

El templo dedicado al Sol tenía frente a la puerta dos columnas de piedra y en el patio había otros doce pilares de piedra en círculo.

Llegó el momento en que el líder, Naymlap, tras completar su misión, tuvo que partir. A diferencia de sus sucesores, Naymlap no murió. Se le dieron alas y se fue volando, para no volvérsele a ver más. Se lo llevó al cielo el dios de la piedra parlante.


Los indígenas americanos no eran los únicos en la creencia de que se podían recibir instrucciones divinas a través de una piedra parlante.

Todos los pueblos antiguos del Viejo Mundo hablaban de piedras oráculo y el Arca que los israelitas llevaron durante el Éxodo tenía en la parte superior el Dvir -literalmente, «hablador»-, un instrumento portátil a través del cual Moisés podía escuchar las instrucciones del Señor.

Y en cuanto a la partida de Naymlap, que fue llevado hacia el cielo, también existen paralelismos bíblicos. En el capítulo 5 del Génesis, leemos que en la séptima generación del linaje de Adán a través de Set, el patriarca fue Henoc; cuando llegó a la edad de 365 años «se fue» de la Tierra, pues el Señor se lo llevó al cielo.

Los expertos tienen dificultades en aceptar la idea de cruzar el océano en barcos hace 15.000 ó 20.000 años. Dicen que el hombre era demasiado primitivo para tener naves oceánicas y navegar en alta mar. Se considera que no fue hasta la civilización sumeria, a comienzos del cuarto milenio a.C, que la humanidad consiguió vehículos con ruedas y barcos de transporte para largas distancias.

Pero ése, según los mismos sumerios, fue el curso de los acontecimientos después del Diluvio. Una y otra vez dijeron que había existido una elevada civilización sobre la Tierra antes del Diluvio. Una civilización que habían iniciado en la Tierra aquellos que habían venido del planeta de Anu, y que se había prolongado a través de un linaje de «semidioses» de larga vida, de descendientes de los emparejamientos entre los extraterrestres (los bíblicos nefilim) y las «hijas del hombre». Las crónicas egipcias, como los escritos del sacerdote Manetón, seguían esta misma idea.

Y lo mismo hace la Biblia, que describe una civilización tanto rural como urbana antes del Diluvio. Todo eso, según todas estas antiguas fuentes, fue borrado de la faz de la Tierra por el Diluvio, y hubo que recomenzarlo todo desde el principio (el famoso eterno retorno). El Libro del Génesis comienza con los relatos de la creación, que son versiones resumidas e incompletas de los textos sumerios.

En éstos, se habla constantemente de «el Adán», literalmente «el Terrestre». Pero, después, da un giro hacia la genealogía de un ancestro concreto llamado Adán: «Éste es el libro de las generaciones de Adán» (Génesis 5:1). Al principio, Adán tuvo dos hijos: Caín y Abel. Después, Caín mató a su hermano y fue desterrado por Yahvé.

 «Y Adán conoció a su mujer de nuevo y le dio un hijo, y le puso por nombre Set». Es este linaje, el linaje de Set, el que sigue la Biblia a través de una genealogía de patriarcas hasta Noé, el protagonista de la historia del Diluvio. Después, el relato se concentra en los pueblos asiáticos, africanos y europeos.

Pero, ¿qué pasó con el linaje de Caín? Todo lo que tenemos en la Biblia es una docena de versículos. Yahvé castigó a Caín a convertirse en nómada, «fugitivo y vagabundo sobre la Tierra».
Y Caín se apartó de la presencia de Yahvé
y moró en la tierra de Nod, al este del Edén.
Y Caín conoció a su mujer y ella concibió y engendró a Henoc; y él construyó una ciudad
y le puso a la ciudad el nombre de su hijo, Henoc.

Varias generaciones después, nació Lámek. Éste tuvo dos esposas. De una de ellas tuvo a Yabal; «él fue el padre de los que habitan en tiendas y tienen ganado». De la otra, tuvo dos hijos. Uno, Yubal, «fue el padre de los que tocan la cítara y la flauta» (¿los gitanos?). El otro hijo, Túbal-Caín, fue «forjador de oro, cobre y hierro».

Tan escasa información bíblica se ve ampliada por el Libro de los Jubileos, que se cree que se escribió en el siglo ii a.C. a partir de fuentes más antiguas.

Relacionando los acontecimientos con el pasaje de los Jubileos, dice que «Caín tomó a su hermana Awan para que fuera su esposa, y ella le dio a Henoc a finales del cuarto jubileo. Y en el primer año de la primera semana del quinto jubileo, se construyeron casas en la tierra, y Caín construyó una ciudad y le puso por nombre el nombre de su hijo, Henoc».

Los eruditos bíblicos llevan mucho tiempo desconcertados con el nombre de Henoc, que significa «fundación», y que se le aplica tanto a un descendiente de Adán a través de Set como a otro de sus descendientes a través de Caín, así como con otras similitudes en los nombres de los descendientes. Sea cual sea el motivo, es evidente que las fuentes sobre las cuales se basaron los compiladores de la Biblia atribuyen hazañas extraordinarias a ambos Henoc, que probablemente no fue más que una persona prehistórica.

El Libro de los Jubileos afirma que Henoc «fue el primero entre los hombres que nació en la Tierra que aprendió a escribir, y los conocimientos y la sabiduría, y que escribía los signos del cielo según sus meses en un libro». Según el Libro de Henoc, a este patriarca le enseñaron las matemáticas y los conocimientos de los planetas, así como el calendario durante su viaje celestial, y se le mostró la ubicación de las «Siete Montañas de Metal» en la Tierra, «en el oeste».

Los textos sumerios conocidos como las Listas de los Reyes relatan también la historia de un soberano antediluviano al que los dioses le enseñaron todo tipo de conocimientos. Su nombre era EN.ME.DUR.AN.KI -«Señor del Conocimiento de los Fundamentos del Cielo y la Tierra» y es muy probable que sea una representación de los Henocs bíblicos.

Los relatos nahuatlacas de la migración y de la llegada a un destino final, del asentamiento y de la construcción de una ciudad, así como de un patriarca con dos esposas, cuyos hijos son el origen de pueblos y uno de los cuales se hizo famoso por ser forjador de metales, ¿no resultan demasiado semejantes a los relatos bíblicos?

Incluso la importancia que los náhuatl le dan al número siete se refleja en los relatos bíblicos, pues el séptimo descendiente del linaje de Caín, Lámek, proclamó enigmáticamente que «hasta siete veces será vengado Caín, y Lámek setenta y siete». ¿No nos estaremos encontrando en las leyendas de las siete tribus nahuatlacas con el desterrado linaje de Caín y su hijo Henoc?

Los aztecas pusieron el nombre de Tenochtitlán a su ciudad, la Ciudad de Tenoch, llamada así en honor de su antepasado.Si tenemos en cuenta que, en su dialecto, los aztecas prefijaban muchas palabras con el sonido T, Tenochpodría haber sido en su origen Enoch, si se le quita el prefijo T.

Un texto babilónico, basado en un primitivo texto sumerio del tercer milenio a.C, cuenta enigmáticamente una disputa, que termina con un asesinato, entre un labrador y su hermano pastor, al igual que los bíblicos Caín y Abel. Condenado a «vagar con pesar», el infractor, llamado Ka’in, emigró a la tierra de Dunnu, y allí «construyó una ciudad con torres gemelas».

Y unas torres gemelas en la cúspide de las pirámides era el sello distintivo de la arquitectura azteca. ¿Conmemoraría esto la construcción a cargo de Ka’in de una «ciudad con torres gemelas»?

¿Y Tenochtitlán, la «ciudad de Tenoch», no se llamaría así debido a que Caín, milenios atrás, «construyó una ciudad y le puso por nombre el nombre de su hijo, Henoc»? ¿No nos habremos encontrado en América Central el reino perdido de Caín, la ciudad a la que pusiera por nombre Henoc? En realidad, esta posibilidad ofrece respuestas plausibles al enigma de los comienzos del hombre en América. Pero también puede arrojar luz sobre otros dos enigmas: el de la «marca de Caín» y el del rasgo hereditario común a todos los amerindios: la ausencia de vello facial.

Según el relato bíblico, Caín, tras ser desterrado de las tierras pobladas por el Señor y condenado a vagar por Oriente, comenzó a preocuparse por la posibilidad de ser asesinado por alguien que buscara venganza. Y así, el Señor, para indicar que Caín andaría errante bajo Su protección, «puso una señal a Caín, para que si alguien lo encontrara, no lo matara». Aunque nadie sabe en qué pudo consistir esta «señal» distintiva, generalmente se acepta que fue algún tipo de tatuaje en la frente.

Pero, por lo que se dice posteriormente en la Biblia, parece que la cuestión de la venganza y de la protección contra ella tuvo su continuidad hasta la séptima generación y más allá. Un tatuaje en la frente no habría durado tanto, ni hubiera podido transmitirse de generación en generación. Sólo un rasgo genético, transmitido de forma hereditaria, podía cumplir con las afirmaciones bíblicas.

Y, a la vista de este particular rasgo genético de los amerindios, la ausencia de vello facial, uno se pregunta si la «marca de Caín» en sus descendientes no sería este cambio genético. Si esta conjetura es correcta, América Central como punto focal desde el cual se expandieron los amerindios hacia el norte y hacia el sur en el Nuevo Mundo, sería, de hecho, el Reino Perdido de Caín.

¿Porqué nos están preparando para “La llegada”?



Últimamente las noticias relacionadas con los ovnis y seres extraterrestres van más allá de la mera especulación. Ahora los famosos y documentales se suman a la divulgación “ovni” de forma masiva.

En las últimas semanas Steven Spielberg, Russell Crowe o Tracy Torme se suman a hacer público su fascinación por el mundo extraterrestre, ya sea con una carta, un vídeo o una película. Para muchos es un paso más para la evidencia extraterrestre pero para los más conspiranoicos es un claro paso para “la llegada”, el contacto extraterrestre inminente.




Russell Crowe y la evidencia ovni

Recientemente el actor Russell Crowe subió un video a YouTube sobre la grabación de un supuesto ovni desde su apartamento con vistas a un puerto deportivo en Sídney, Australia. Crowe twitteó:

“Un amigo y yo nos pusimos a grabar con una cámara los murciélagos frugívoros de los Jardines Botánicos. Esto fue una gran sorpresa”.

Pero la gran sorpresa no fueron los murciélagos sino dos objetos misteriosos, brillantes en forma de varilla de color rojo o amarillo, uno encima del otro, moviéndose en tándem de derecha a izquierda a lo largo de tres fotografías. La imagen del extraño objeto parece estar proyectando una luz directamente hacia abajo.

Aunque Crowe afirmó que el vídeo era totalmente real muchas personas afirmaron que esta grabación es un markaeting viral de su nueva película “La trama (Broken City)”, aunque curiosamente la película se trata de un drama criminal y no de temática extraterrestre. 

El representante de Crowe aclaró que la grabación del supuesto ovni fue filmado realmente en Sídney hace cuatro años. Lo que no pudo responder es por qué eligió este momento para mostrar el vídeo.

Aunque el material ha sido analizado y según algunos supuestos expertos se trata de un barco de vela que pasaba cuyas luces fueron capturadas accidentalmente por la cámara, algunos ufólogos afirman que más que la grabación lo importante es el mensaje que se envía.




La carta de Spielberg a Larry King sobre la divulgación ovni

El famoso director y ufólogo James Fox reveló el contenido de una carta escrita por Steven Spielberg dirigida a Larry King sobre su documental ovni “Yo sé lo que vi (I Know What I Saw)” en el congreso anual ovni.

En 2009 Fox apareció en el programa Larry King Live hablando sobre el fenómeno ovni y su documental, que estaba a punto de ser presentado en el canal historia.

Pocos días después King le dijo a Fox que había enviado una copia del documental a Steven Spielberg. King recibió una carta de Spielberg en respuesta al material enviado. La carta decía:

“Querido Larry:

Con gran curiosidad vi el documental y resultó ser muy convincente. Personalmente, me gustaría pensar que no estamos solos, y aunque he dedicado un porcentaje generoso de mis películas al tema extraterrestres, por mi parte, nunca he visto un ovni. Esto es muy injusto!

Espero que continúe con este tema en su programa y que algún día nuestro gobierno ofrezca una revelación total acerca de lo que saben sobre los objetos voladores no identificados y sus orígenes verdaderos y naturales.

Disfruto viéndole a usted y a todos sus invitados.

Mis mejores deseos,

Firmado: Steven”

James Fox también anunció en el Congreso ovni 2013 una recompensa de 100.000 dólares americanos por una prueba real sobre los ovnis. Esta recompensa servirá para realizar un documental nunca antes visto sobre la evidencia extraterrestre titulado “701: El Número que el gobierno no quiere que sepas”. Fox dijo que este documental ovni es completamente distinto a los demás, ya que será presentado en la gran pantalla.

Entre los productores de este proyecto figura Tracy Torme, hijo del famoso cantante Mel Torme. Ha trabajado en numerosas series de televisión y películas de gran éxito, incluyendo Star Trek: La Nueva Generación y la película Contact, basada en la novela de Carl Segan. 

Su proyecto más famoso sobre el tema ovni fue la película Fuego en el cielo, que narra la increíble historia real de Travis Walton, quien después de ser testigo de un ovni con varios compañeros de trabajo, se acercó al objeto y fue abducido para no ser visto durante varios días.

¿Estamos solos?

El canal Science Channel en Estados Unidos presentó a principios de marzo los nuevos episodios de Alien Encounters, sobre qué sucedería si los extraterrestres invadieran la Tierra en una serie de documentales llamados la Enciclopedia Galáctica.

“¿Estamos solos?” es un documental que explora lo que pasaría si una multitud de naves extraterrestres aparecieran en la atmósfera de la Tierra. De repente miles de pequeñas cápsulas misteriosas comienzan a aparecer a medida que los seres humanos se prepararan para lo desconocido.




En las últimas semanas las noticias y documentales relacionadas con el tema extraterrestre ha aumentado significativamente.

Muchas personas afirman que es un gran paso para la divulgación ovni por parte de los gobiernos, pero ya son muchas las personas que ven más allá de las notiias, la inminente “llegada” o la conocida “falsa bandera”.

¿ Estuvieron enfrentadas las míticas civilizaciones de Shambhala y Agharta ?

Según las Tabletas de Zanthu un grupo de sacerdotes y sabios supervivientes de la destrucción de dicho continente (supuestamente en torno al 160 000 a.c.) se refugiaron en un lugar conocido como la “Meseta de Tsang”, donde alzaron una ciudad-santuario, oculta y recluida. 


Allí vivieron en paz durante un largo, e indeterminado, periodo de tiempo, lejos de su antigua gloria e ignorados por el resto de la humanidad.

Desde el descubrimiento de las Tabletas por parte de Harold Hadley Copeland en 1913 (en una desastrosa expedición de la que fue el único superviviente), la mayoría de los estudiosos han desechado estos textos.




Entre otras cosas por la incapacidad de Copeland, que en 1918 fue recluído en un sanatorio mental, de localizar exactamente el lugar del hallazgo. Sin embargo aquellos que le han querido dar alguna credibilidad han situado esta “meseta de Tsang” en el Tibet o en Mongolia exterior; es decir en un área aislada, escasamente conocida por los occidentales y de clima extremo.

Los defensores de la opción del Tibet argumentan que el nombre “Tsang” pervive en el de una de las regiones tradicionales del país mientras que otros argumentan que la descripción geográfica se corresponde más al Gobi que al Himalaya . Otros opinan que el lugar es parte o se confunde con la mítica región de Leng (quizás también Ling, el mítico reino del rey Gesar).

Guerra interna y escisión ;

Pero volvamos a la historia de estos supervivientes, tal y como se puede deducir de diversas fuentes chinas, hindúes y tibetanas. Según transcurrían los años, y luego los siglos, un cisma surgió en el corazón de los habitantes de Tsang, surgiendo dos facciones irreconciliables.

Una parte de la población había renunciado definitivamente a las ciencias oscuras de sus antepasados, incluyendo la adoración de entidades de los Mitos. Estos fueron llamados, posteriormente, los seguidores del camino de la “Mano Derecha”. Retomaron la búsqueda de una vía ascética y meditativa de iluminación espiritual. Se afirma que gracias a estas técnicas accedieron a nuevos estados de conciencia y despertaron capacidades desconocidas.

Otra parte de los habitantes de Tsang, sin embargo, continuaron orgullosos (o retomaron) las antiguas técnicas, las deidades inhumanas y la tecnología arcana de Mu, llevándolas a extremos nunca pensados por estos, posteriormente serían llamados en ocasiones seguidores de la “Mano Izquierda”.

En un principio las discrepancias entre estas dos sectas o corrientes filosóficas eran menores y ambos grupos pudieron convivir en paz; especialmente por qué los seguidores del camino de la Mano Derecha evitaban el enfrentamiento. Pero esta situación no podía durar eternamente. Tras una cruenta pero breve guerra interna ambos bandos se encontraron enrocados en una situación sin solución, al borde de la autodestrucción. De algún modo se llegó a un acuerdo, ambos grupos abandonaron la Meseta de Tsang para fundar dos ciudades-reinos separados en el que cada uno podría seguir su propio camino: la idílica Shambhala y la subterránea Agharta.

Como todo lo que rodea a esta historia tanto su veracidad como la fecha de esta división es difícil de precisar, pero en base a los textos místicos hindúes y budistas que hablan, de forma casi siempre indirecta, sobre ella. De forma convencional suele dársele la misma fecha que al comienzo de la actual Era de la Oscuridad, o Kali Yuga, unos 3 200 años antes de la era.

Shambhala (también Sambala, Shambala,…) Aunque este es el nombre más común para referirse a esta comunidad en las tradiciones hindues, en sánscrito significa “lugar de paz”, existen muchos otros. También es llamado Shangri-La (la significa paso de montaña, el significado de Shangri es desconocido) por los budistas tibetanos y Olmolungringentre los seguidores de la antiquísima religión bon, mientras que en las leyendas chinas es Chang. También quizás pueda identificarse con el valle de Ergenekon de los pueblos turquicos, que la sitúan en los montes Altäi y no en el Tibet. Desconocemos si alguno de estos nombres son los que los propios habitantes dan a la ciudad, o si utilizan alguna otra denominación.

Aunque rodeada de altas montañas siempre nevadas, la región de Shambhala está dotada de un clima sorprendentemente cálido y benigno gracias al Corazón de Shambhala; éste según las descripciones es una gema de gran tamaño, las descripciones varían entre los treinta centímetros y casi un metro de diámetro, y forma irregular que parece brillar desde su interior e incluso emitir un tono musical (según una descripción lo que se escucha es la pronunciación del mantra Ôm)

Se dice que las radiaciones benéficas de la gema, así como la vida pacífica y contemplativa, también aseguran una gran longevidad a los habitantes del valle, que pueden llegar a vivir más de doscientos años. Algunas leyendas cuentan que los yetis o abominables son los guardianes de los caminos a Shangri-La, pero no nos atrevemos a afirmar nada en este sentido.




A lo largo de los siglos Shambhala ha servido de refugio a los perseguidos y ha atraído a los buscadores de la sabiduría de cualquier religión y etnia. Más ocasionalmente individuos concretos,cuya presencia se considera necesaria en Shambhala por el bien del mundo, son atraídos o incluso secuestrados para traerlos al valle, sea cual sea su región de nacimiento. Todos ellos han sido acogidos libremente como hermanos, sin distinción entre ellos y los antiguos habitantes. Por eso queda muy poco de la original herencia muviana; la mayoría tienen comparten los rasgos físicos de los tibetanos, chinos o mongoles que viven en la región.

Según el texto del Kalachakra Tantra un rey de Shambhala llamado Suchandra pidió a Buda ( tengamos en cuenta, para cuestiones cronológicas, que el Buda histórico vivió en torno al final del siglo VI a.c.) que le enseñara el camino de la Iluminación. Así él, y 96 de sus vasallos, recibieron la iniciación en una una práctica mistica que recibe el nombre de Kalachakra (en sánscrito “rueda del tiempo).

Según la misma leyenda durante siglos esta enseñanza habría permanecido limitada a Shambhala pero en torno al 1050 a.c., el rey de Shambhala Rigdan Tagpa, o Manjushrí Kírti, decidió compartir su conocimiento con el exterior y enviar maestros de esta práctica a individuos selectos. También se dice que, en una era futura de oscuridad, los reyes de Shambhala enviaran sus fuerzas al mundo exterior para traer una nueva Edad Dorada.

Sin embargo, y junto a evidentes similitudes con el budismo, también hay elementos religiosos totalmente ajenos y que guardan paralelismos con formas religiosas más primitivas como el bon y otras de tipo animista. Sin embargo los antiguos dioses de sus antepasados muvianos, Zoth-Ommog, Ghatanothoa, Ythogtha y los demás, han sido completamente dejados de lado.

Shambhala contiene una enorme biblioteca, donde pueden encontrarse una serie de antiquísimas inscripciones: la llamada Biblioteca de Piedra (que se supone contienen el texto original del conocido como Libro de Dyzan). Pero también obras modernas en multitud de idiomas, orientales y occidentales; estos versan principalmente sobre filosofía, arte y música. Estas obras modernos son traídas regularmente a la ciudad por agentes de Shambhala, que viajan por todo el mundo para recoger y seleccionar las obras más representativas de cada campo.

Aproximadamente la mitad de los habitantes del valle son monjes lamas, que residen en el enorme palacio-lamasería (que muchos comparan con el Potala de Lasha) dedicados a la meditación, a crear mandalas, y otras formas de arte religioso, y a profundizar en los secretos místicos del universo. Cualquiera de ellos puede convertirse en lama si lo desea, muchos lo hacen a una edad avanzada tras una vida de trabajo, pero muchos otros viven y mueren como simples campesinos o artesanos. Se cree que el líder de esta comunidad, y única autoridad del valle, el Gran Lama, como el Dalai Lama o el Panchen Lama, es un tulku, es ser iluminado reencarnado para ayudar a guiar a otros hacia la iluminación.

El resto de habitantes trabaja como artesanos y campesinos con una economía muy simple, no utilizan moneda y el bien de la comunidad determina la distribución de bienes. A lo largo de los siglos la ciudad ha acumulado, en forma de donaciones normalmente, grandes tesoros en joyas y oro que, sin valor para los habitantes de la ciudad, a menudo resulta útil para conseguir bienes del exterior.

Shambhala y su Gran lama son también el centro y corazón de la Logia Blanca, una dispersa organización dedicada a luchar contra los servidores de la enemiga ciudad de Agharta. Los agentes de la Logia Blanca trabajan de forma sutil en diversos lugares del globo, la mayoría reuniendo información y ayudando al prójimo. Aunque, en general, las enseñanzas de Shambhala reprueban la violencia en demasiadas ocasiones la lucha contra la oscuridad debe realizarse con sus mismas armas. Tal podría ser el caso del justiciero conocido como La Sombra, que según algunos sería uno de estos agentes de la Logia Blanca. Agharta (también Agartha, Agarthi,…)

El reverso oscuro de Shambhala es la ciudad subterránea de Agharta. Rene Guenon afirma que el nombre significa en Sanscrito “región sagrada”. La gente de la esta ciudad, se ha mantenido mucho más cerrada a los humanos del exterior, a los que desprecian. Los rasgos serpentiformes heredados de los habitantes no humanos de Mu, algunos incluso poseen piel escamosa u ojos con pupila vertical, pero se les distingue claramente de los hombres serpiente “puros”.

Se dividen en castas estrictamente cerradas, determinadas por el nacimiento y la herencia, en que la más elevada, los Lamas Negros o goros, gobiernan de forma absoluta y despótica sobre las demás.

En la posición más alta se sienta el inmortal Rey de Agharta, que a menudo se da a si mismo el título de Rey del Mundo y en ocasiones recibe el nombre de Yue-Laou (“el anciano de la Luz de la Luna”). Al menos un texto identifica, o al menos relaciona, al Rey de Agharta con el Indescriptible Gran Sacerdote, que mora en Leng y por tanto con entidades completamente inhumanas.

En el nivel más bajo de esa estructura social se encuentran los dropas: esclavos, achaparrados y deformes, con inteligencias limitadas (especialmente en el terreno de la creatividad) pero fuerza y tenacidad sorprendentes. Estos dropas hacen los trabajos más extenuantes pero menos complicados, incluyendo el mantenimiento de grandes máquinas, cuya comprensión se les escapa totalmente.

Algunos goros deploran la dependencia de esta casta inferior y temen que si estos se rebelaran y dejaran de trabajar la ciudad podría derrumbarse, ya que la proporción numérica entre unos y otros es cada vez más favorable a los esclavos. Algunos creen que estos dropas están relacionados remotamente con el pueblo Tcho-Tcho, con los que comparten ciertos rasgos, aunque otros afirman que son productos de experimentos por parte de los Lamas Negros. Otras grafías utilizadas son: drop-ka, dzopa

Los Lamas Negros utilizan tratamientos alquímico-médicos, muy agresivos, para asegurarse unas vidas de siglos, pero con terribles costes en dolor y sufrimiento. Según envejecen adquieren un aspecto apergaminado y reseco, acentuando los rasgos monstruosos que muchos poseen, tornándose parecidos a momias vivientes.

Por eso cuando aparecen ante gentes del mundo exterior los goros suelen hacerlo velados y ocultos en sus amplias túnicas negras, con altos sombreros cilíndricos.

La barrera entre la magia y la tecnología es difusas en Agharta, por ejemplo poseen grandes máquinas que proporcionan calor, iluminación y protección a la ciudad, pero su funcionamiento se basa en principios que un investigador occidental calificaría, fácilmente, de sobrenaturales. Estas máquinas son capaces de realizar cambios fundamentales en la materia, transformando un elemento en otro o alterando completamente sus propiedades.

De la misma forma pueden modificar organismos vivios, incluyendo virus y bacterias que utilizan para crear plagas con las que azotar el mundo exterior. Sin embargo muchos de los conocimientos antiguos se han perdido y muchas máquinas siguen funcionando sin que nadie entienda completamente los principios que manejan.

Aunque es difícil afirmarlo con total seguridad, es posible que los Lamas Negros de Agharta sean los Maestros Desconocidos de la organización criminal conocida como Si-Fan, y que también sean ellos los no menos misteriosos líderes (“inmortales que viven en las montañas de China”) del culto de Cthulhu. Lo que es innegable que sus agentes se han encontrado infiltrados en muchas organizaciones criminales y junto a los señores de la guerra más ambiciosos de Oriente a lo largo de los siglos.




Una leyenda conocida entre las tribus de Mongolia dice que fueron ellos, por ejemplo, los que forjaron la mítica espada de Gengis Khan (que según otra leyenda reaparecerá para unir a los pueblos de oriente de nuevo) y quienes alimentaron su ambición que le llevó a convertirse en el mayor Conquistador de oriente. Otros creen que aún guardan la corona del Khan, testimonio del pacto de este con los Dioses Exteriores.

Han sido diversos los intentos de hacerse con los secretos de Agharta. El infame Doctor Nikola consiguió llegar hasta la misma ciudad en busca de sus secretos pero fue expulsado sin haber conseguido hacerse con ellos y ganándose el odio eterno de diversas sociedades secretas orientales.

Localización e hipótesis.

La localización exacta de ambas ciudades es un tema que ha dado lugar a controversias profundas.

Una tradición tibetana dice que Agharta se encuentra al sur de Lasha mientras que Shambhala se encuentra al norte. A mediados del siglo XVII, los sacerdotes portugueses Estevâo Cacella y Joâo Cabral, los primeros occidentales que nos dan noticia de la existencia de la ciudad que transcriben como Xembhala, también sitúan la ciudad hacia el norte del Tibet.

El ocultista francés Alexandre Saint-Yves d’Alveydre afirmaba haber entrado en contacto telepático con enviados de Agharta, ciudad que situaba en una serie de cavernas bajo el Himalaya. En sus libros ayudó a popularizar esta noción en occidente, así como la de que era la sede de un gobierno sinárquico secreto del mundo. En época más reciente el viajero ruso Ferdinand Ossendowsky dice haber oído historias sobre una entrada a Agarthi (sic.) en la región del lago Nogan Kul, en Mongolia. Otras fuentes sitúan una u otra de las ciudades en puntos dispersos del desierto del Gobi, la región del Altai o los montes Tien Shan.

Un puñado de autores modernos han defendido que ambas ciudades se encuentran en realidad en la proximidad de la zonas ártica o antártica. Por otro lado, y especialmente en el caso de Agharta, son muchos los que sitúan la ciudad en el supuesto interior de un modelo de Tierra Hueca y por tanto accesible desde túneles situados en lugares muy remotos entre sí.

Es posible incluso que Shambhala y Agharta, como algunos sospechan, no sean lugares físicos situados plenamente en nuestro mundo. Se encontraría en planos diferentes, como la Tierra del Sueño, lo bastante cercanos como para poder llegar a ellos por medios físicos (en circunstancias muy concretas).

Por ello sería posible llegar a ellas desde caminos muy distintos, incluso que un mismo acceso llevase en determinados momentos a una u otra de las ciudades ya que la ruta física es sólo parte del camino. Otra posibilidad intrigante, defendida en privado por un físico y místico que no ha querido que divulguemos aquí su nombre, afirma que ambas ciudades son en realidad versiones divergentes de un mismo lugar, un paralelo retorcido una de la otra que provienen de universos diferentes y que sólo raramente pueden interactuar con nuestro mundo.

Shambhala, Agharta y la política ;

Durante los años 30 el mito y la leyenda de Shambhala/Agharta estaba muy vivo y tuvo incluso sus manifestaciones en el terreno de la política; normalmente vinculado con la promesa de controlar el corazón de Asia, una zona considerada de fenomenal interés estratégico para el control del mundo.

Parte de esta popularidad fue la interpretación por la Teosofía de estas leyendas. Madame Blavatsky se refería a menudo a sus Maestros Secretos y a la Logia Blanca como inspiradora de este movimiento. En textos de otros autores posteriores a 1900, se afirma que este lugar es la residencia de Sanat Kumara un “ser avanzado” (en otros términos, quizás, un dios) que gobierna la Tierra y a la humanidad y, además, dirige de la Gran Logia Blanca, por tanto fuente de la teosofía. Sanat Kumara aparece originalmente en las escrituras jainistas y en algunos textos hinduistas y en sanscrito su nombre quiere decir “eterna juventud”. Según textos teosóficos posteriores se trataría de uno de los Señores del Fuego, que habrían descendido desde Venus para ayudar a los habitantes de la tierra hace millones de años.

Otro factor de popularidad, al menos en Estados Unidos, fue la aparición de la novela Lost Horizon, un éxito de ventas que fue adaptado al cine y que convirtió Shangri-La en un lugar común de la cultura popular.

El Panchem Lama, el principal rival por el poder del Dalai Lama en el Tibet, se proclamaba a sí mismo heredero del reino de Shambhala (o Agartha) y afirmaba contar con profecías que hablaban de la formación de un gigantesco imperio pan-budista gobernado por él, desde Mongolia al Tibet, con la ayuda de este reino secreto. Algunos investigadores han apuntado a las profecías sobre el futuro imperio asiatico de Tsan-Chan (que algunos han traducido como “Cruel Brujería”) que “florecerá en el año 5000 de nuestra era”. Otros sin embargo lo relacionan con el imperio Han que según algunos futurólogos y profetas dominará el mundo en torno al 2419 A.D.

Nicolas Roerich, un polémico pintor y místico ruso-americano, llevó a cabo varias expediciones al Asia Central, con la intención declarada de encontrar este reino místico benigno. Para ello contó, sorprendentemente, con el apoyo de influyentes personalidades tanto en Estados Unidos, incluyendo el ministro de agricultura y futuro vicepresidente Henry A. Wallace, como en la Union Sovietica.

Los bolcheviques, continuando una tendencia ya iniciada por los zares, alimentó durante un tiempo esas creencias apocalípticas, para su beneficio, en la zona centroasiatica como forma de anular o redirigir movimientos nacionalistas. Algunas fuentes aseguran que el criptógrafo y alto cargo de la policía secreta Gleb Bokii llegó a organizar su propia búsqueda de Shambhala (aparentemente sin éxito) utilizando agentes de origen centroasiatico, camuflados como peregrinos budistas, para introducirse en el cerrado Tibet.

Pero en general el mito del Rey del Mundo oculto en Agharta/Shambhala fue más popular entre los círculos de extrema derecha y los cenáculos ocultistas relacionados. Repetidamente se le confiere a la figura el papel de guardián de una tradición esotérica antimoderna y, por ello, antidemocrática.

La visión de una sociedad de castas en que el conflicto entre clases sociales, y por tanto el peligro del comunismo, es frenado por enseñanzas místicas que predican un principio de sumisión y aceptación del karma parecían fascinar a muchos fascistas, nacional socialistas y “revolucionarios de derechas” del mundo en los años 20-30.

La creencia de algunos nazis, entre ellos principalmente el Reichführer-SS Himmler, en supuestos reinos y secretos “arios” perdidos en la zona tiene una profunda conexión con las leyendas sobre Shambhala/Agharta.




Diversos libros sobre nazismo esotérico afirman que en 1926 enviados de la Sociedad Tule lograron forjar un pacto con el rey de Agharta. Según estos un “lama” de alto rango, y varios acólitos menores, fueron enviado a Berlín para colaborar con la Sociedad. Allí este individuo, conocido solamente como “El Hombre de los Guantes Verdes”, utilizó sus capacidades para ayudar al meteórico ascenso de un oscuro partido político extremista, estrechamente vinculado a la Tule: el partido Nazi.

La expedición de la SS en 1938 al Tibet se percibe entonces, entre otros motivos, como una forma de afianzar estos contactos. Las mismas fuentes también cuentan que, acaba ya la guerra, se encontró en un campo de concentración alemán (difieren sobre en cual) los cadáveres ejecutados de un grupo de lo que parecían tibetanos, a veces añaden el detalla de que parecían estar en posiciones propias de un ritual, que podrían corresponder a esta camarilla de acolitos. No sabemos, de ser así, que motivó la pérdida de confianza del régimen en estos “asesores” y su reclusión en un campo.

Pero fueron los japoneses quien más utilizaron el mito del “Rey del Mundo” en su campaña propagandística en Asia, presentándose como el ejército salvador destinado a unir a los budistas de Asia y librarlos del dominio de los “bárbaros” extranjeros, europeos y norteamericanos. Diversos agentes de la Sociedad del Dragón Negro estuvieron activos en el área durante los años 30: está documentado, por ejemplo, como en 1939 se envió a un agente al Tibet, Jinzô Nomoto, que durante año y medio recogió información y estableció contactos en la región.

No hay que olvidar que, de forma contradictoria, hay autores que afirman que la misma Sociedad del Dragón Negro, y su antecesora el Océano Negro, no era más que una fachada de otra sociedad mucho más antigua, los Dragones Verdes, dirigidos precisamente desde Agharta (sobre este tema profundizaré en una entrada futura)Aunque su existencia es considerada un mito por la mayoría de académicos, cualquier indicio de que no es así sería de gran interés para cualquier universidad que se precie y posiblemente movilizaría a los servicios secretos de medio mundo.


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