jueves, 13 de septiembre de 2018

Los Misterios de los hombres de negro y el conocimientos prohibidos (II)

En Alejandría también estaban las obras de Manethón, un sabio que conocía los secretos del antiguo Egipto, así como del escritor fenicio Mocus, a quien se atribuye la invención de la teoría atómica.

Con la destrucción, a lo largo de los siglos, de otras grandes bibliotecas como las de Constantinopla, la de los Califas, de El Cairo, la Islámica, de Trípoli, en Libia, o de los Califas de Córdoba, en España, se han perdido cientos de miles de obras y datos científicos, que seguramente hubieran modificado nuestra vida y visión del mundo.

Otro sabio, presuntamente censurado por los “hombres de negro”, fue el abad Johannes Trithemius, nacido en Alemania en 1462 y muerto en 1516, quien reunió en el monasterio de San Martín, la mayor biblioteca de su país, y efectuó unas investigaciones que intentó divulgar en otro de los grandes libros malditos: la Esteganografía, del que sólo sobrevive un manuscrito incompleto.

El rey Felipe II, de España, ordenó destruir la misteriosa obra, mezcla de lingüística, matemáticas, cábala judía y parapsicología, que informaba sobre un método para hipnotizar a distancia, por telepatía, con la ayuda de ciertas manipulaciones del lenguaje.

La primera edición de lo que quedaba de la Esteganografía se publicó en 1610. Pero, aún expurgada, el Santo Oficio prohibió, hasta 1930, la difusión de este texto, donde se exponen una serie de escrituras secretas, cuyo empleo requería el uso de aparatos no muy diferentes de la radio actual, ¡pero en el siglo XVII!.

Trithemius, que predijo en su libro la declaración de Balfour sobre la creación del Estado de Israel, también publicó, en 1515, una historia cíclica de la Humanidad, que recuerda tanto la tradición hindú como algunas teorías científicas modernas.




No es difícil creer que, en otras civilizaciones, se haya producido, no una ausencia de ciencia, sino un secreto impuesto a la ciencia. Tal parece ser el origen de la leyenda de los Nueve Desconocidos, aparentemente relacionados con los actuales Hombres de Negro. La tradición de los Nueve Desconocidos se remonta al emperador Asoka, que reinó en la India a partir del año 273 a.C.

Era nieto de Chandragupta, primer unificador de la India. Ambicioso como su antepasado, cuya labor quiso completar, emprendió la conquista del país de Kalinga, que se extendía desde la actual Calcuta a Madras. Los kalingueses resistieron y perdieron cien mil hombres en la batalla. La vista de esta multitud sacrificada trastornó a Asoka.

Desde entonces le tomó horror a la guerra. Renunció a proseguir la integración de los países insurrectos, declarando que la verdadera conquista consiste en ganar el corazón de los hombres por la ley del deber y la piedad, pues la Majestad Sagrada desea que todos los seres animados disfruten de seguridad, de la libre disposición de sí mismos, de la paz y de la felicidad.

Convertido al budismo, Asoka, con el ejemplo de sus propias virtudes, propagó esta religión por toda la India y por todo su imperio, que se extendía hasta Malasia, Ceilán e Indonesia. Después, el budismo conquistó Nepal, el Tibet, la China y Mongolia. Asoka respetaba, empero, todas las religiones. Predicó el vegetarianismo y proscribió el alcohol y los sacrificios de animales.

H. G. Wells, en su Historia del mundo abreviada, escribe: «Entre las decenas de millares de nombres de monarcas que se apretujan en las columnas de la Historia, el nombre de Asoka brilla casi solo, como una estrella».

Se dice que, conocedor de los horrores de la guerra, el emperador Asoka quiso prohibir para siempre a los hombres el mal uso de la inteligencia. Bajo su reinado, entra en el secreto la ciencia de la Naturaleza, pasada y por venir.

Las investigaciones, desde la estructura de la materia a las técnicas de la psicología colectiva, se disimularán en adelante, y durante veintidós siglos, detrás del rostro místico de un pueblo al que el mundo considera dedicado sólo al éxtasis y a lo sobrenatural, Asoka funda la más poderosa sociedad secreta de la Tierra: la de los Nueve Desconocidos.

Se dice aún que los grandes responsables del destino moderno de la India. Y algunos sabios creen en la existencia de los Nueve Desconocidos, e incluso reciben de ellos consejos y mensajes. La imaginación entrevé la fuerza de los secretos que pueden detentar nueve hombres que se lucran directamente de las experiencias, de los trabajos, de los documentos acumulados durante más de diez decenas de siglos.

Los fines de estos hombres son los de no dejar que los medios de destrucción caigan en manos profanas y proseguir las investigaciones beneficiosas para la Humanidad. Estos hombres se supone que se renuevan para guardar los secretos técnicos venidos de un remoto pasado. Las manifestaciones exteriores de los Nueve Desconocidos son raras.

Una de ellas tiene relación con el prodigioso destino de uno de los hombres más misteriosos de Occidente: el Papa Silvestre II, conocido también por el nombre de Gerbert d’Aurillac. Nacido en Auvernia, el año 920, y muerto en 1003, Gerbert fue monje benedictino, profesor de la Universidad de Reims y arzobispo de Rávena por la gracia del emperador Otón III. Se dice que estuvo en España y que un misterioso viaje lo llevó a la India, de donde sacó diversos conocimientos que llenaron de estupefacción a los que le rodeaban.

Así fue como poseyó en su palacio una cabeza de bronce que respondía «sí» o «no» a las preguntas que le hacían sobre la política y la situación general de la cristiandad. Según Silvestre II el procedimiento era muy sencillo y correspondía al cálculo con dos cifras. Se trataría de un autómata análogo a nuestras modernas máquinas binarias. La cabeza «mágica» fue destruida a la muerte del Papa, y los conocimientos registrados por ésta, cuidadosamente disimulados. Sin duda la biblioteca del Vaticano reservaría algunas sorpresas al investigador autorizado.

En el número de octubre de 1954 de Computers and Automation, revista de cibernética, podemos leer: «Hay que suponerle un hombre de saber extraordinario, de un ingenio y una habilidad mecánica sorprendentes.

Esta cabeza parlante debió de ser modelada bajo cierta conjunción de las estrellas que se sitúa exactamente en el momento en que todos los planetas van a comenzar su curso».

No era cuestión de pasado, de presente ni de futuro, pues este invento, aparentemente, superaba con mucho el alcance de su rival: el perverso espejo en la pared de la reina, precursor de nuestros cerebros mecánicos modernos. Se dijo, naturalmente, que Gilbert fue sólo capaz de producir esta máquina porque estaba en tratos con el diablo y le había jurado eterna fidelidad.

¿Estuvieron otros europeos en relación con la sociedad de los Nueve Desconocidos ? Hay que esperar al siglo XIX para que resurja este misterio, al través de los libros del escritor francés Jacolliot, cónsul de Francia en Calcuta bajo el Segundo Imperio. Escribió una obra de anticipación comparable a la de Julio Verne.

Ha dejado además varios libros consagrados a los grandes secretos de la Humanidad. Su extraordinaria obra ha sido saqueada por la mayoría de los ocultistas, profetas y taumaturgos. Completamente olvidada en Francia, es célebre, en cambio, en Rusia. Jacolliot dice que la sociedad de los Nueve Desconocidos es una realidad.

Y lo más extraordinario es que cita, a este respecto, técnicas que eran del todo inconcebibles en 1860, como, por ejemplo, la liberación de la energía, la esterilización por radiaciones y también la guerra psicológica. Yersin, uno de los más próximos colaboradores de Pasteur y de Roux, pudo haber tenido acceso a secretos biológicos a raíz de un viaje a Madras, en 1890, y puesto a punto, gracias a las indicaciones que recibiera, el suero contra la peste y el cólera.

La primera vulgarización de la historia de los Nueve Desconocidos se produjo en 1927, con la publicación de un libro de Talbot Mundy que perteneció, durante veinticinco años, a la Policía inglesa de la India. El libro está a medio camino entre la novela y la investigación. Según él, los Nueve Desconocidos emplearían un lenguaje sintético.




Cada uno de ellos estaría en posesión de un libro constantemente escrito de nuevo y que contendría la exposición detallada de una ciencia. El primero de estos libros estaría consagrado a las técnicas de propaganda y de guerra psicológica. «De todas las ciencias —dice Mundy— la más peligrosa sería la del control del pensamiento de las multitudes, pues ella permitiría gobernar el mundo entero».

Hay que observar que la Semántica general, de Korjibski, sólo data de 1937. Y hay que esperar a las experiencias de la última guerra mundial para que empiecen a cristalizar en Occidente las técnicas de psicología del lenguaje, es decir, de propaganda. El primer colegio de semántica americano no fue creado hasta 1950.

 En Francia, conocemos Le Viol des Foules, de Serge Chokotin, cuya influencia ha sido importante en los medios intelectuales políticos, aunque no haga más que rozar la cuestión. El segundo libro de los Nueve Desconocidos estaría consagrado a la fisiología. Como tema más importante, explicaría el medio de matar a un hombre con sólo tocarle, produciéndose la muerte por inversión del flujo nervioso. Se dice que el «judo» pudo nacer de «filtraciones» de esta obra. El tercero estudiaría la microbiología, y especialmente los coloides de protección.

 El cuarto trataría de la transmutación de los metales. Según una leyenda, en tiempos de penuria, las organizaciones religiosas de caridad reciben, de fuente secreta, grandes cantidades de un oro muy fino. El quinto comprendería el estudio de todos los medios de comunicación, terrestres y extraterrestres. El sexto contendría los secretos de la gravitación. El séptimo sería la más vasta cosmogonía concebida por nuestra Humanidad.

El octavo trataría de la luz. El noveno estaría consagrado a la sociología, formularía las reglas de la evolución de las sociedades y permitiría prever su caída. Con la leyenda de los Nueve Desconocidos, se relaciona el misterio de las aguas del Ganges. Multitudes de peregrinos, portadores de las más espantosas y diversas enfermedades, se bañan sin ningún peligro para los que están sanos.

Las aguas sagradas lo purifican todo. Se ha querido atribuir esta extraña propiedad del río a la formación de bacteriófagos. Pero, ¿por qué no se forman también en el Brahmaputra, en el Amazonas o en el Sena? La hipótesis de una esterilización por radiaciones aparece en la obra de Jacolliot, cien años antes de que se sepa que tal fenómeno es posible.

Estas radiaciones, según Jacolliot, provendrían de un templo secreto situado bajo el lecho del Ganges. Al margen de las agitaciones religiosas, sociales y políticas, resueltas y perfectamente disimuladas, los Nueve Desconocidos encarnan la imagen de la ciencia serena, de la ciencia con conciencia. Dueña de los destinos de la Humanidad, pero absteniéndose de emplear su propio poderío, esta sociedad secreta constituiría un homenaje de la libertad en las alturas.

Vigilantes en el seno de su gloría oculta, estos nueve hombres contemplan cómo se hacen, deshacen y rehacen las civilizaciones, menos indiferentes que tolerantes, prestos a ayudar, pero siempre en este silencio que es la medida de la grandeza humana.

¿Mito o realidad? En todo caso un mito surgido de lo más hondo de los tiempos y resaca del futuro.

La Inquisición española, que comenzó a partir de 1483 una quema general de libros impulsada por fray Tomás de Torquemada, elaboró en el año 1540 una Lista de Obras Prohibidas. Poco después, en 1548, Roma organizó laCongregación del Santo Oficio de la Inquisición, encargada de redactar la primera lista de Libros Prohibidos que se conoce.

Con ambas “listas negras“, que se unificaron en 1559 originando el “Index Auctorum et Librorum Prohibitorum” (índice de autores y libros prohibidos), los inquisidores recorrieron Europa saqueando las bibliotecas y persiguiendo a los autores “herejes“.

Según Bergier existen listas de inventos demasiado peligrosos y una de estas listas, creada por militares franceses, incluye no menos de ochocientos artículos científicos, que podrían batir la marca de los libros condenados y malditos de todos los tiempos, si alguien escribiese un texto que los comprendiese a todos.

 Otro de los grandes libros condenados, el Manuscrito Voynich, atribuido a Roger Bacon, se ha librado de la destrucción y se encontraba hasta hace unas décadas a la vista de todos, en venta por 160.000 dólares en una librería de Nueva York. La razón de ser accesible es que nadie ha conseguido descifrarlo. Este antiguo texto, que guardaría conocimientos científicos enormes, desde la estructura de la galaxia de Andrómeda o la dinámica celular hasta la descripción de cientos de plantas sin identificar, está cifrado en una lengua desconocida.

 El manuscrito tomó su nombre del librero que lo compró en 1912, después de que pasara por las manos de Rodolfo II en 1584-88. El lingüista estadounidense W. Newbold afirmó que lo había descifrado, pero después lo desmintió. Para algunos, el experto prefirió callar, ante las amenazas recibidas y la magnitud de los conocimientos que se compendian en el libro.

 Según algunos estudiosos, el manuscrito Voynich contiene secretos tan peligrosos como la naturaleza de las novas o la explosión final de las estrellas, o los mecanismos de los cuásares, los objetos cósmicos más energéticos que se conocen. Además contendría información sobre fuentes de energía mucho mayores que la bomba de hidrógeno y tan sencillas de manejar que era capaz de comprenderlas un hombre del siglo XIII.

Continuando con los Hombres de Negro, debemos decir que los detalles concernientes a ellos varían, pero algunas de las descripciones más comunes son: que visten impecables trajes negros; que viajan en automóviles del mismo color, predominando los modelos antiguos de Cadillac; que su tez es oscura, o bien muy pálida, siendo sus rasgos faciales vagamente orientales; que su voz es atiplada, o de resonancia metálica; y modales corteses pero amenazantes. También se han descrito casos de comunicación telepática, sensación de vivencia onírica y otros sucesos desconcertantes.

 Los hombres de negro parecen poseer mucha información sobre las personas con las que se ponen en contacto, dando a entender que la gente con la que contactan ha sido objeto de un seguimiento exhaustivo durante un largo período de tiempo. Curiosamente, se dice que no están familiarizados con utensilios comunes en la vida diaria como podrían ser bolígrafos y cubiertos.

A pesar de la homogénea apariencia externa que presentan, el comportamiento social puede variar considerablemente entre uno y otro hombre de negro. Normalmente, su modus operandi pasa por simular ser agentes que buscan información acerca de los fenómenos paranormales que hayan podido ver las personas a las que entrevistan.

Según el folclore del fenómeno ovni y las ideas más extendidas sobre los hombres de negro, éstos usan instrumentos especializados, llamados Neuralizadores, para borrar la memoria de los sujetos con los que hablan, a fin de de eliminar de la mente de los sujetos la vivencia de fenómenos paranormales. En ocasiones pueden llegar a ser muy distantes y reservados.

También parece que están tratando de “suprimir” la información. Por ejemplo, tratando de convencer a su sujeto de que el fenómeno nunca ha existido. Quizá la primera vez que se mencionó a los hombres de negro fue en septiembre de 1953. Albert K. Bender, presidente de la International Flying Saucer Bureau (IFSB), anunció haber descubierto la verdad sobre los ovnis y que la publicaría en el siguiente número de su revista.




 Este ejemplar jamás fue publicado, ya que Bender supuestamente recibió la visita de tres hombres que confirmaron sus suposiciones pero le prohibieron revelarla. Bender pensaba que había dado con la solución, y poniendo sus opiniones por escrito, las envió por correo a un amigo.

Cuando estos individuos llegaron, tenían en su poder el material, que nunca llegó a su destino. Le dijeron que había sido el único entre todos los investigadores en dar con la respuesta. Para su información le añadieron unos cuantos detalles más que no conocía, asustándole de tal forma que se puso enfermo y no probó bocado en varios días.

A partir de entonces Bender fue un hombre cambiado, que no quiso volver a hablar de ovnis con nadie. Terminó escribiendo un libro titulado Flying Saucers and the Three Men (Los platillos volantes y los tres hombres), en el que dijo que contaría todo lo que le había sucedido.

En realidad lo único que hizo fue complicar más las cosas cuando mencionó su proyección astral a una base de platillos volantes situada en el Antártico.

El libro parecía ser sólo una tapadera de lo que había ocurrido en realidad. Al poco Bender disolvía la IFSB alegando que el misterio estaba desvelado pero que la verdad estaba siendo ocultada por una alta fuente. Para muchos, estos MiB venían del gobierno, a raíz de la investigación del IFBS sobre una explosión en el cielo con caída de objetos metálicos, en Connecticut, el 19 de agosto de 1953.

El gobierno USA se empezaba a encontrar molesto con las intromisiones de la organización y la dimensión que empezaba a tomar. Además, la IFBS estudiaba las trayectorias de los objetos para obtener las bases de origen. Tres agentes del gobierno habrían coaccionado a Bender para terminar la investigación y con la organización. Pero para Grey Barker, uno de los colegas de Bender, el hecho era más que eso, de modo que siguió investigando, encontrándose con más apariciones de estos MiB recibidas por los miembros del IFBS en Nueva Celanda y Australia.

Otro episodio célebre es el del Dr. Herbert Hopkins. El doctor Hopkins, que residía en Maine (EE.UU.), sometió a regresión hipnótica a los implicados en una abducción ovni en Septiembre de 1976, recogiendo sus testimonios en grabaciones y conservando unas monedas como prueba de los hechos, a fin de continuar investigando el tema. 

Poco después, mientras se encontraba sólo en su casa una noche, recibió la llamada de un hombre que se identifica como vicepresidente de una organización ufológica para pedirle una cita para hablar de las regresiones.

El doctor se mostró de acuerdo en tratar el asunto y nada más colgar ya llamaban a su puerta sin que pudiese ver coche alguno delante de su casa. El visitante era un hombre calvo, sin cejas ni pestañas, con los labios pintados sobre su piel pálida como la de un cadáver. Vestía completamente de negro salvo por la camisa blanca.

Toda su ropa estaba impecable y perfectamente planchada. Hopkins narra la experiencia sufrida por sus pacientes y, al acabar, el visitante le pide que le deje una de las monedas. Éste la coge entre sus dedos y ante la mirada atenta del doctor la moneda se va haciendo cada vez más borrosa hasta desaparecer. Como le explica el visitante, jamás volverá a verla en este planeta. Además, le recomienda que borre las cintas y abandone las investigaciones.

Ambos continúan charlando sobre temas ufológicos, hasta que el visitante habla cada vez más despacio para terminar diciendo: “Mi energía se está agotando, debo irme“; se levanta y sale tambaleándose por la puerta. Al poco el doctor ve un destello luminoso por la ventana. Alarmado por el incidente, el doctor pregunta por el extraño individuo a la organización a la que dijo pertenecer, sin que nadie le conociera.

Tras otro incidente sufrido por su hijo y su nuera, el doctor decidió abandonar la investigación y borrar las cintas. Desde los años cincuenta la gente que ha investigado seriamente sobre ovnis ha sido repetidamente molestada con misteriosas llamadas telefónicas y entrevistas directas, acompañadas por amenazas.

Han ocurrido accidentes extraños, ha muerto gente en circunstancias misteriosas y, en general, se ha hecho quedar bien claro que investigar demasiado a fondo la naturaleza de los ovnis era meterse en problemas. Estos personajes suelen adoptar la forma de los “hombres de negro“.

Donde aparecen, lo hacen normalmente en grupos de tres, vestidos con trajes negros y calzados con zapatos de gruesas suelas de crèpe. Unas veces van a la moda y otras con varias décadas de retraso. Las ropas son nuevas, y todos los objetos que llevan parecen salidos de fábrica. Suelen llegar en un Cadillac tipo limousine o, en una ocasión concreta, en un Buick negro de un modelo anticuado pero que olía por dentro como coche nuevo.

Todo el mundo se deshace en conjeturas sobre la identidad de estos hombres de negro. En un principio, los investigadores pensaron si serían agentes del gobierno, porque muchas veces decían ser de la C.I.A. o de las altas jerarquías de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos, exhibiendo las correspondientes tarjetas de identificación.

Luego, los informes sobre sus visitas se hicieron tan frecuentes que los organismos gubernamentales se empezaron a preocupar y a desmentir los rumores que los asociaban con los hombres de negro. Aparentemente, el asunto parecía preocuparles tanto como a los demás. Bruce Cathie, estando en Nueva Zelanda, fue abordado en un hotel, durante uno de sus vuelos. Había dado a conocer que llevaba consigo fotografías de las misteriosas antenas que se estaban multiplicando en la zona donde vivía.

Tres individuos se hallaban sentados en una mesa cercana, y uno de ellos se le acercó y trató de darle conversación, mientras el sobre con las fotos estaba sobre la mesa, a su vista. El hombre trató de que Cathie le indicara un nombre y una dirección donde se le pudiera localizar. Cathie estaba preparado para esto y no accedió.

Finalmente, se disculpó y subió a su habitación, volviendo a bajar para poner sus fotos en la caja fuerte del hotel. Los hombres ya no estaban allí, y al preguntarle a la chica de recepción cuándo habían pasado por allí, ella le dijo que nadie se había marchado. Parece que estos seres tienen la desconcertante costumbre de desvanecerse literalmente en el aire.

En 1903, el sabio ruso Mijaíl Mijáilovich Filipov fue hallado muerto en su laboratorio. La Policía confiscó sus papeles y el manuscrito de un libro. El Zar Nicolás II examinó el legajo que contenía los estudios científicos de Filipov y después su laboratorio y todas sus investigaciones fueron destruidas.

 Aparentemente había sido asesinado por orden de la Ojrana, la policía especial del zar. La Policía confiscó todos los papeles del sabio y, en particular, el manuscrito de un libro que, de haberse editado, habría de constituirse en la 301ª publicación de este reconocido científico.

El zar Nicolás II examinó personalmente el legajo y, después, el laboratorio fue destruido por completo, y quemados los documentos. El libro incautado se titulaba: “La revolución por las ciencia o el fin de las guerras“. No era un libro exclusivamente teórico. Filipov había escrito a sus amigos y sus cartas debieron ser abiertas y leídas por la Policía secreta. El texto decía: “Puedo transmitir en un haz de ondas cortas toda la fuerza de una explosión.

La onda explosiva se transmite íntegramente a lo largo de la onda electromagnética portadora, y esto hace que un cartucho de dinamita que estalle en Moscú pueda llevar su efecto hasta Constantinopla. Los experimentos que he realizado demuestran que este fenómeno puede producirse a miles de kilómetros de distancia.

El empleo de un arma semejante en la revolución hará que los pueblos se levanten y que las guerras sean completamente imposibles“. Curiosamente, este descubrimiento era muy parecido a otro del genial científico Nikola Tesla. Se comprende que una amenaza de esta clase impresionase al zar y que se tomasen las medidas necesarias con la mayor rapidez y eficacia.

Pero, antes de entrar en los detalles del asunto, conviene dar algunos datos sobre el propio Filipov. Sabio a todas luces eminente, había publicado el trabajo de Costantin Tsiolkovski titulado Exploración del espacio cósmico por aparatos de reacción. Sin Filipov, Tsiolkovski habría permanecido desconocido, y bien puede decirse que el “Sputnik” y la astronáutica moderna son debidos indirectamente a Filipov.

Este tradujo al francés, dándola a conocer al mundo entero, la obra capital de Mendéleviev, “Bases de la química“, donde se expresa la famosa ley de Mendéleviev acerca de una tabla periódica de los elementos. Filipov fundó también una importantísima revista de vulgarización científica de alto nivel, la primera que se publicó en Rusia, y que se titulaba Revista de la Ciencia.

Filipov era marxista convencido y se esforzaba en difundir las ideas marxistas, por muy peligroso que esto fuese a la sazón. Tolstoi dice en su diario, el 19 de Noviembre de 1900, “He discutido con Filipov sobre marxismo, es muy convincente“.




Pero Filipov no se limitó a ser un sabio, sino que fue también uno de los grandes escritores rusos. Alrededor de 1880, publicó El sitio de Sebastopol, novela que tanto Tolstoi como Gorki consideraron admirable. Cabe preguntar cómo una vida tan breve, ya que fue asesinado a los cuarenta y cinco años de edad, pudo ser tan fecunda.

Filipov redacto una enciclopedia entera, fundó una revista que reagrupó a todos los sabios rusos y publicó también artículos de escritores como Tolstoi y Gorki. Trabajó durante toda su vida, no solo por la difusión de la ciencia, sino también por la del método científico. ¿Qué podemos pensar de la realidad de su invento? Recordemos, ante todo, que un invento muy parecido se realizó en los Estados Unidos, en 1976. Se llamaba, impropiamente, bomba de argón.

El principio de este invento es que la energía producida por la explosión de un cartucho de dinamita en un tubo de cuarzo, comprime el argón gaseoso, que se hace intensamente luminoso. Esta energía lumínica es concentrada en un rayo láser y transmitida de este modo, en forma de luz, a gran distancia.

Con ello se consiguió incendiar una maqueta de avión, de aluminio, a una altura de mil metros. Se ha realizado, pues, efectivamente, una forma incompleta del aparato de Filipov. Desde luego, él no llegó a conocer el láser, pero estudiaba las ondas ultracortas, de una longitud aproximada a un milímetro, que producía por medio de un generador de chispas.

Publicó varios trabajos a este respecto. Ahora bien, las propiedades de esas clase de ondas eran parcialmente desconocidas, y Filipov pudo muy bien encontrar la manera de convertir la energía de una explosión en un haz estrecho de ondas ultracortas. Puede parecer sorprendente que un sabio aislado pudiese hacer un descubrimiento tan importante, descubrimiento que se ha perdido por completo. Pero existen varios argumentos contra esta ultima objeción.

En primer lugar, Filipov no era un sabio aislado. Mantenía comunicación con las más grandes mentes científicas del mundo entero, leía todas las revistas y poseía una mente enciclopédica, capaz de operar en la frontera de varias ciencias y sintetizarlas. Por otra parte, y a pesar de todo lo que se cuenta sobre los equipos científicos, sigue siendo cierto que son los individuos los que hacen los descubrimientos.

Los grandes descubrimientos de nuestra época, sobre todo en el campo de la física, han sido obra de personas concretas. Filipov no andaba sobrado de dinero, pero tampoco tenía que someterse a formalidades administrativas para fabricar un aparato, y esto le permitió avanzar de prisa.

Téngase en cuenta, además, que Filipov trabajo en una época en que la ciencia de las hiperfrecuencias estaba solo en sus comienzos, y los pioneros tienen, muchas veces, una visión muy clara de campos que no serán descubiertos hasta varios siglos después.

Preguntémonos si el zar de Rusia, Nicolás II, al ordenar el asesinato de Filipov y la destrucción de su libro y sus papeles, no salvo al mundo de la aniquilación. La cuestión merece ser examinada, Filipov fue asesinado en 1903. Si hubiese publicado su procedimiento, este habría estado a punto y en condiciones de ser utilizado durante la guerra de 1914-1918. Y todas las grandes ciudades de Europa, y tal vez de América, posiblemente habrían sido destruidas

. ¿Y qué hubiera pasado durante la guerra de 1939-1945? Si Hitler hubiese conocido el procedimiento de Filipov, ¿no habría destruido completamente Inglaterra? Y los americanos, ¿no habrían aniquilado el Japón? Desgraciadamente seguramente tengamos que responder afirmativamente a estas preguntas. Por consiguiente, es posible que el zar Nicolás II , generalmente vilipendiado, deba figurar entre los salvadores de la humanidad.

¿Qué pasaría hoy si alguien descubriese la manera de utilizar el procedimiento de Filipov para transmitir a distancia la energía de las explosiones nucleares? Seria, evidentemente, el Apocalipsis y la destrucción total del mundo. Este punto de vista, ya se trate del invento de Filipov o de otros inventos, empieza a ser compartido por muchos.

La ciencia moderna se ha vuelto hoy demasiado peligrosa, y hay serias advertencias formuladas por sabios eminentes. Son unas advertencias muy graves. Por lo demás, los dirigentes del movimiento “Sobrevivir“, profesores Grothendieck y Chevalley (1976), no se conformaron con esto, sino que pretendían aislar completamente la ciencia e impedir también la colaboración entre sabios y militares.

El invento de Filipov, empleado con fines militares o revolucionarios, parece ser de aquellos que pueden aniquilar por entero una civilización. Es evidente que los descubrimientos de este tipo no deberían difundirse.

Y, sin embargo, pueden tener también aplicaciones pacificas; como la posibilidad de transmitir la energía a distancia, como predijo Tesla, y, de este modo, industrializar rápidamente los países que tengan necesidad de ello.

Algo que había impresionado vivamente al escritor Gorki. Glenn Seaborg, que fue presidente de la comisión americana de energía atómica (1976), anuncio posibilidades análogas mediante una energía que vendría del cielo en un haz de ondas y que permitiría industrializar países en vías de desarrollo, sin producir la menor contaminación. No habló de aplicaciones militares, pero esto se debe sin duda a que no está autorizado para hacerlo.

Lenin conocía a fondo la obra de Filipov, que, ciertamente, influyo mucho en el. El célebre artículo Materialismo y Empirocriticismo, sobre el carácter inagotable del electrón, procede directamente de un trabajo de Filipov. Éste, además de sabio deseoso de publicar, era un revolucionario.

Como ya hemos indicado, habría revelado su descubrimiento sobre la transmisión de la energía de la explosión, y lo hubiese hecho sin darse cuenta de que, con ello, iba a destruir el mundo. El problema de la aplicación de las ciencias y las técnicas a la guerra tiene una gran importancia.

La mayor parte de los congresos científicos llegan, cada vez con más frecuencia, a la conclusión de que hay que sofocar ciertos descubrimientos y volver, más o menos, a la actitud de los antiguos alquimistas. En otro caso el mundo perecerá.

Esto no es una justificación de los “Hombres de Negro“, sino reconocimiento de un problema existente. Tal como hemos dicho, el famoso científico Fred Hoyle, abordando el problema desde otro ángulo, escribió: “Estoy persuadido de que se pueden escribir cinco líneas, y no mas, que destruirían la civilización”

En 1976, Hoyle era, sin duda alguna, uno de los hombres mejor informado del planeta en todo lo referente a la ciencia moderna y de lo que es capaz de hacer. El caso Filipov constituye probablemente una nueva fase de la historia de los libros condenados. En vez de remontarse a un saber muy antiguo, el manuscrito de Filipov daba la clave de descubrimientos muy modernos.

Filipov tenía una mentalidad realmente enciclopédica, que sabía todo lo que podía saberse sobre ciencias en 1903. Por esto hizo su descubrimiento, descubrimiento que fue la causa de su muerte. Podemos preguntarnos cuantos otros descubrimientos análogos no han sido deliberadamente disimulados y destruidos.

Hay que reconocer que quienes destruyesen este tipo de manuscritos serian unos bienhechores de la humanidad. Y, con respecto a los manuscritos antiguos, sabemos que los hay dedicados a estos temas. Pues, si se puede fabricar una bomba de hidrogeno en un hornillo de gas, cosa que puede ser posible, es preferible que ese procedimiento alquímico de fabricación no sea dado al público. Si alguien conociese el secreto de Filipov, encontraría sin duda alguna las piezas sueltas necesarias para construir el aparato. Y podría provocar explosiones a muchos kilómetros de distancia.

Existen, según se dice, listas de inventos demasiado peligrosos. Una de ellas se cree que contiene no menos de 805 artículos. Si alguien redactase un texto comprensivo de todos ellos y lo publicase, batiría la marca de los libros condenados.

También cabe imaginar un manuscrito a lo Fred Hoyle, que no contendría inventos peligrosos sino ideas peligrosas. Serían esas “frases de cinco líneas” que pueden cambiar el mundo.

Si alguien lo redactase, puede dedicarlo a la memoria de Mijail Mijailovich Filipov, el sabio que murió, por un libro condenado antes de publicarse. Como vehículo de ideas, críticas, debates y conocimiento, y como enemigos de tiranías, integrismos y fanatismos políticos, religiosos o filosóficos, los libros, escritores y bibliotecas han sido perseguidos, censurados, escondidos o destruidos a lo largo de la Historia, sin distinción de civilizaciones o culturas.

 Uno de los casos más dramáticos y antiguos de censura del conocimiento que se conoce fue el del emperador chino Shi-Hoang-Ti, quien en el 213 a.C. mandó destruir todas las obras escritas, enterró vivos a más de cuatrocientos escritores y decretó que cualquiera que guardase tablillas de bambú o madera escritas, correría la misma suerte que los sabios asesinados.

Casos más recientes, como el del escritor británico Salman Rushdie, condenado a muerte por el régimen de los religiosos iraníes debido a su libro “Versos Satánicos“, demuestran que la hoguera de la Inquisición sigue encendida. De todas las invocaciones satánicas, el ritual más universal está presente en el “Libro de Thot“, en “Las Clavículas de Salomón“, en los textos revelados de Nicolás Flamel, en “La Cábala“, en “Los Secretos“, de Alberto Magno, y, con ligeros cambios, en muchos otros textos fundamentales del ocultismo, tales como “El Gran Grimorio del Papa Honorio“.




Como ejemplo, reproducimos el “Enchiridión“, de León III: “El 1 de noviembre, a las doce de la noche, enciérrate en una habitación que estará toda cubierta de paños negros, teniendo como único mueble un mesa de tres pies y sobre ella dos cirios de cera encendidos, en medio de ellos un cráneo humano; desnúdate por completo, y en pie, con la mano izquierda sobre la calavera y sosteniendo en la derecha un tridente, elevarás la vista al techo de la habitación, que también estará cubierto de un paño negro y pronunciarás mentalmente esta frase: !Booz! !Adonai! Lux, Tenebrol, !Belial! Os detendréis un momento y luego diréis:

 ”Rey de los infiernos, poderoso señor a quien el mundo rinde culto en secreto; tú que dominas desde los antros tenebrosos del infierno hasta la superficie de la tierra y sobre las aguas del mar: espíritu infernal que todo lo puede, yo te adoro, te invoco, te pido y exijo después de entregarte mi alma para que de ella dispongas que abandones las regiones infernales y te presentes aquí dispuesto a concederme lo que te pido de todo corazón y con el alma condenada te entrego mis tesoros, mi dicha entera si accedes a mis ruegos.

Ven a mí, Rey y señor, soy tu siervo, ninguna imagen ni objeto religioso hay en mi casa, preséntate sin temor de ser desobedecido; llega…, desciende, penetra…, sube…, Luzbel…, Satanás…, vea tu sombra majestuosa este tu esclavo, Maldito, maldito sea el día que sobre mi cabeza derramaron agua; Satán, Satán, soy tuyo…” .

Concluida esta invocación se traza con el tridente un triángulo en el aire y el diablo aparece dentro de las tres líneas sobre un foco luminoso; en este instante échate en el suelo boca abajo y mientras la sombra diabólica te cubre con las dos manos, pide en voz alta lo que desees y se te concederá, pero ten prudencia y valor; si oyes ruido no te amedrentes y si el señor de los infiernos te habla no contestes en alta voz sino mentalmente. Se ha de tener especial cuidado de no mirar el foco de luz”.

Encontramos otro investigador que tuvo una espectacular demostración de la facultad de desvanecerse literalmente en el aire de los Hombres de Negro, cuando tres hombres le visitaron en su trabajo, a primera hora de la mañana, ordenándole que abandonase ciertas líneas de investigación que estaba siguiendo.

El les aseguró que ya había pensado hacerlo, y se marcharon por una puerta cercana. El les siguió inmediatamente, abriendo la puerta sobre un pasillo vacío impregnado de un olor como el que hubiera dejado una fuerte descarga eléctrica. En un instante, los hombres se habían esfumado. En su libro The Mothman Prophecies, John Keel tiene constantes tropiezos con los Hombres de Negro.

Estos intervienen sus llamadas telefónicas, tratan de secuestrar a los que han tenido contacto con los ovnis, amenazan a todo el mundo, y hacen la vida imposible dondequiera que vayan. A veces se expresan con bastante claridad; otras parecen tener problemas para transmitir unas ideas que tengan sentido. Uno de los más interesantes contactos con los hombres de negro tuvo lugar el 9 de enero de 1967 en casa de Edward Christiansen, en Wildwood, New Jersey. A las cinco y media de la tarde, un hombre de extraño aspecto llamó a la puerta.

Cuando le abrieron, dijo que pertenecía a la Oficina de Localización de Herederos, y que era posible que el señor Christiansen hubiera heredado mucho dinero. Se hizo pasar al forastero, y se vio que era un tipo poco corriente, con una estatura por lo menos de dos metros, hombros muy anchos, y que debía pesar alrededor de los ciento cincuenta kilos. Llevaba un largo abrigo negro de tela muy fina, y un gorro de estilo ruso.

Al quitárselo, descubrió una gran cabeza con el pelo cortado al rape y una zona perfectamente redonda que parecía afeitada. Tenía los ojos saltones y uno de ellos era vidrioso y mal sincronizado con el otro. Gigi, el perro de los Christiansen, le cogió una aversión inmediata, que hizo patente con sus gruñidos y ladridos.

El hombre empezó a hacer una serie de preguntas sobre los datos personales de Edward Christiansen, dando la explicación de que era para averiguar si se trataba del hombre que mencionaba el legado. Tenía una voz curiosamente metálica, que parecía emitida por el altavoz de un computador, monótona y fría. Cuando se sentó, sus pantalones, ya bastante cortos, se levantaron, y Mrs. Christiansen y su hija Connie observaron fascinadas un cable verde que le salía del calcetín y subía por su pierna, pareciendo entrar en ella por una muesca antes de perderse en sus pantalones.

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