jueves, 26 de julio de 2018

Origen e Historia de las Lenguas (y II)

La ciencia que estudia las leyes humanas del lenguaje (Lingüística), acabó desechando -ya el siglo pasado- el problema del origen de las lenguas, por considerarlo incompatible con la objetividad científica.

Así, en el año 1866, la Sociedad Lingüística de París prohibió en sus estatutos que se tratase sobre el tema en cuestión, negándose a aceptar cualquier comunicación en éste sentido, ya que el problema supera los límites de la observación científica.

Se afirmaba que cualquier discusión acerca del origen del lenguaje no era más que una mera especulación. Desde ese momento, los lingüistas se han interesado más por el funcionamiento de las lenguas que por su origen.

Así pues, para la ciencia actual los orígenes del lenguaje articulado constituye un verdadero enigma; pero ¿quiere esto decir que los lingüistas se muestran asépticos al problema, que no profesan, sostienen y enseñan ninguna hipótesis sobre este origen?. Bueno, esto ya es otra cosa, porque a pesar que los hombres de ciencia como tal no pueden decir nada al respecto, los hombres de ciencia sí dicen y enseñan lo que creen.




Y lo que creen es precisamente la teoría de la evolución darwinista del lenguaje: un mono que se hizo inteligente, dejó de gruñir y empezó a hablar. Pero hay algunos hechos que podemos observar en la actualidad que ponen en cuestión esta teoría. En primer lugar, notemos que, sorprendentemente, los lenguajes escritos más antiguos que nos han llegado suelen ser los más difíciles y complicados.

Es conocido que el griego clásico es más difícil que el griego moderno; el latín más que el castellano, el francés o el inglés, y el chino antiguo mucho más que el chino moderno. Incluso, si comparamos. los más antiguos entre sí, resulta que el griego clásico, anterior 600 años al latín, era más complicado que éste, y si nos remontamos al Sánscrito Veda (1.500 a.C.) la dificultad es increíblemente superior, ya que, por ejemplo, cada verbo poseía 500 partes. Es especialmente significativo si lo comparamos con el inglés, en el que cada verbo solo posee 5 partes.

¿Qué nos dice este hecho? Si la teoría de la evolución fuera verdad, deberíamos esperar que las lenguas antiguas fuesen más simples que las modernas, ya que la teoría dice que de lo más simple se evoluciona a lo más complejo. Pero esto no es lo que podemos observar, sino más bien todo lo contrario.

Si estudiamos detenidamente las lenguas modernas podemos observar una creciente degeneración de las lenguas primitivas, una simplificación a partir de un idioma complicado. El eminente filólogo inglés Richard Chevenix Trench, después de estudiar numerosas lenguas nativas en distintas expediciones por todo el mundo, dijo que en cada caso se trataba de las ruinas de un pasado mejor y más noble.

A medida que cambian las costumbres en una civilización, ciertas palabras se pierden primero del uso y después de la memoria. En la India existe el descendiente más directo del Sánscrito, el Hindi, que tiene solamente 400 años de antigüedad y es considerado como el idioma más fácil de aprender de toda la India. La conclusión es evidente: En los distintos lenguajes a través del tiempo, la dirección es siempre la misma: de lo complicado a lo simple, y nunca al revés.

 El segundo hecho en el que podemos fijarnos, es que los lenguajes hablados por pueblos considerados “primitivos” son con frecuencia más complejos que los hablados por pueblos teóricamente más civilizados. Así por ejemplo: los Yagaanos de la Tierra de Fuego, -tribu nómada- poseen 30000 palabras en su vocabulario, casi como los Zulúes de Sudáfrica.

La lengua Aymará del Perú tiene la posibilidad de expresar casi cada raíz verbal en 100000 combinaciones distintas. Algunos lenguajes Bantúes poseen una gramática más compleja que el griego, tienen 20 clases de nombres y cada adjetivo tiene que concordar con el nombre al que modifica. Los esquimales utilizan 63 formas para el presente y sus nombres tienen 252 desinencias (finales de palabra distintos, ejemplo: mesa, mesita, etc.).

 Desde luego, esto tampoco encaja con la pretendida evolución del lenguaje a partir de estructuras monosilábicas, pues sería de esperar que los pueblos “primitivos” tuviesen también un lenguaje primitivo y simple. Pero los hechos nos dicen de nuevo que esto no es así.

Otro dato a tener en cuenta es la existencia en el mundo de cincuenta familias de lenguajes diferentes que no parecen tener ninguna relación entre sí. Por ejemplo, la familia Indoeuropea (que comprende a su vez otras 70 lenguas), la Sinotibetana, Semítico-camítica, Dravidiana, Uralaltaica, Japonesa, Malayo-polinesia, Bantú, Austro-asiática y aproximadamente cuarenta más, algunas de las cuales se hablan en grupos pequeños, como el vascuence, de la zona vasco-navarra, que parece no tener ningún “antepasado“, ni ningún “descendiente“.

 Entre todas estas familias no existen evidencias de pertenecer a un tronco común o de tener algún tipo de relación histórica. Pero a pesar de ello, los antropólogos admiten la unidad de la raza; entonces ¿por qué son tan distintos nuestros idiomas? La teoría de la evolución del lenguaje no tiene respuesta a esta pregunta. Pero si descartamos esta teoría, aparece una posible respuesta, que de antigua ya casi habíamos olvidado: la historia de la Torre de Babel del Génesis.

Todos estos hechos que acabamos de comentar constituyen un problema para la teoría de la evolución del lenguaje articulado, pero sin embargo concuerdan perfectamente con el registro bíblico. La Biblia nos dice que el lenguaje fue un don de Dios dado al primer hombre.

Adán no tiene que realizar todo un proceso de aprendizaje, pasando por etapas de balbuceos, gritos o gruñidos, antes de pronunciar la primera palabra correcta, sino que en el mismo acto creador le es infundida una lengua perfecta y compleja. Inmediatamente, el padre de la humanidad es capaz de comprender órdenes verbales, de hablar con su compañera, de poner nombre a todos los animales -los zoólogos saben bien lo difícil que puede resultar esta labor- y de comunicarse con Dios.

 Según el primer versículo del capítulo 11 de Génesis, parece que toda la tierra era de una misma lengua. Pero esto no duró mucho; cien años después del diluvio universal, los hombres se rebelan contra Dios y los descendientes de Noé no quieren obedecer el mandato de Dios de “llenar la tierra“, por lo queDios tiene que actuar. Provoca una confusión instantánea y total del primitivo lenguaje, para que no se pudieran entender unos con otros y no tuvieran más remedio que dispersarse. Este es, según la Biblia, el verdadero origen de las lenguas. 

En la misma Torre de Babel, Dios (o quién fuera) dividió el lenguaje original, que había otorgado a Adán, en los aproximadamente cincuenta lenguajes principales que hoy los lingüistas no consiguen relacionar entre sí, todosigualmente complejos y mutuamente incomprensibles. Surgen así el japonés, el árabe, el bantú, etc., modos completamente distintos de comunicación verbal.

Desde luego, es muy cierto que un español, un inglés, un alemán o un francés que no conociesen las lenguas de sus vecinos, no se podrían entender en absoluto con ellos; pero la evidencia demuestra que probablemente Dios no actuó dividiendo idiomas de una misma familia, en este caso, la Indoeuropea, sino que se centró en la separación, rotunda y radical de las principales familias, que luego, con el tiempo, cada una por separado, originarían el total de las lenguas de la actualidad.

 En el transcurso de los siglos, algunas tribus aprenderían a escribir y dejarían así constancia de su lenguaje, como el griego. Otras se perderían en la jungla y no desarrollarían ningún sistema de escritura. Pero aún así, la transmisión oral nos permite comprobar que sus lenguas son reliquias de un pasado glorioso. Esto es lo que dice la Biblia.

La oscura incógnita que se cierne en nuestros días sobre el tema de los orígenes de las lenguas, este verdadero enigma que ha hecho abandonar a numerosos investigadores, se ha producido y se continúa manteniendo como consecuencia del fracaso de arqueólogos, lingüistas y antropólogos, al pretender obstinadamente explicar este origen, en términos evolucionistas.




 La gran diversidad de lenguas que existe en la actualidad, tal vez no sea una obra del ingenio humano, sino de la rebeldía del hombre a la voluntad de Dios. Toda lengua viene de alguna otra, y así hasta el origen del lenguaje. Los lingüistas sistemáticos tratan de desentrañar las relaciones entre las distintas lenguas existentes hoy en el mundo para determinar sus raíces comunes y poder agruparlas mejor. No otra cosa hacen los biólogos con las especies.

Y, de hecho, los paralelismos entre lingüística y biología van más allá, como pudo constatar el genetista italiano Luca Cavalli-Sforza, dado que los pueblos, al desplazarse, llevan consigo tanto su lengua como sus genes, por lo que los mapas genéticos y lingüísticos de la humanidad coinciden en alto grado.

El más importante sistematizador de la lengua fue Joseph Greenberg. En efecto, Joseph Harold Greenberg (1915 – 2001), fue un lingüista estadounidense, conocido por su trabajo en clasificación y tipología lingüística.

Trabajó por muchos años en la Universidad de Stanford. Sus contribuciones más importantes estuvieron en el campo de la tipología lingüística, en la búsqueda de universales lingüísticos; también propuso una clasificación de las lenguas de África, en cuatro unidades filogenéticas, ampliamente aceptada por los africanistas.

También propuso otras agrupaciones más grandes para familias de lenguas ya conocidas, denominadas actualmente macrofamilias. Además postuló la existencia de unas macrofamilias más controvertidas como las lenguas amerindias y las lenguas euroasiáticas.

Estas dos últimas propuestas han encontrado mayor oposición, principalmente por los métodos que empleó para realizarlos. En general los lingüistas están muy especializados en una o unas pocas lenguas. Así, el ingente trabajo de comparación entre distintos lenguajes para averiguar sus parecidos y diferencias se limita, en el mejor de los casos, a la contrastación de un par.

No sorprende por tanto que el nuevo método empleado por Greenberg encontrara una poderosa oposición dentro del campo de la lingüística. Greenberg se puso manos a la obra con las múltiples lenguas africanas, constituido por unas 1300, y las agrupó en 4 familias. Comparó muchas lenguas a la vez, centrándose especialmente en las palabras más significativas, que cabía esperar hubieran cambiado menos con el tiempo y la evolución lingüística de los pueblos.

 Se centró en los pronombres personales, los términos para referirse a partes de nuestra anatomía o a las palabras para designar a la familia. Greenberg concluyó que, a pesar de las muchísimas diferencias superficiales, muchas lenguas tenían un núcleo duro de términos que apenas variaban y que daban cuenta de sus orígenes comunes.

Tras triunfar en su batalla africana contra los lingüistas opuestos a su análisis, Greenberg se lanzó a la conquista del mundo, y realizó nuevas agrupaciones. En esta labor le ayudó otro lingüista, Merritt Ruhlen. Entre los dos trabajaron duramente comparando una gran cantidad de lenguas entre sí y buscando sus relaciones. Merritt Ruhlen (nacido en 1944 en Washington D.C.) es un lingüista estadounidense.

Su trabajo más conocido está dedicado a la clasificación de las lenguas del mundo y a la evolución de la humanidad desde la perspectiva de la actividad lingüística. Ruhlen estudió en las universidades de París, Illinois y Bucarest. Se graduó en 1973 en la Universidad de Stanford con una disertación sobre análisis morfológico de la lengua rumana desde el punto de vista de la gramática generativa. Posteriormente trabajó varios años en Stanford como profesor ayudante del lingüista Joseph Greenberg, con el cual trabajaría conjuntamente durante 35 años, hasta el fallecimiento de Greenberg en el año 2001.

Desde 1994 es profesor de antropología y biología humana en la misma universidad. Junto con Murray Gell-Mann y Sergéi Stárostin fue director del Programa de Santa Fe “Evolución de la Lengua Humana“. Merritt Ruhlen es un precursor del uso de métodos interdisciplinares para el conocimiento de la Lingüística histórica, combinando la genética humana y la arqueología, lo que le llevó a colaborar intensamente con el genetista Luigi Luca Cavalli-Sforza y el arqueólogo Colin Renfrew.

Es también uno de los más conocidos sostenedores de la hipótesis de la superfamilia lingüística del amerindio, como discípulo principal del lingüista taxonomista Joseph Greenberg. En Nepal participó en la investigación del kusunda, una lengua aislada, así como también en la investigación de la lengua nahali, conocida como perteneciente a la familia de lenguas indo-pacíficas. Investigó el parentesco de los idiomas yeniseianos con la familia de lenguas na-dené de América del Norte, de gran transcendencia para la macrofamilia dené-caucásica.

Otro punto de interés en el que Ruhlen centra la atención es el de los “étimos globales“, que deben comprender todos los idiomas, base de la hipótesis lingüística monogénetica. La monogénesis y la poligénesis lingüísticas son dos hipótesis alternativas sobre el origen filogenético de las lenguas humanas. De acuerdo con la monogénesis, el lenguaje humano surgió una sola vez en una única comunidad, y todas las lenguas actuales proceden de la primera lengua primigenia. De acuerdo con la segunda las lenguas humanas pudieron nacer en varias comunidades independientemente, y las lenguas actuales procederían de diferentes fuentes.

Hoy Merritt Ruhlen continúa trabajando en esta amplia área del conocimiento y la indagación, y trazando mapas lingüísticos del mundo, aunque su principal interés está en las lenguas Amerindias, es decir, las de los pueblos que ahora habitan el continente americano, que se supone llegaron allí en sucesivas olas migratorias comenzadas hará unos 12000 años.

El Profesor Ruhlen dice que hoy se hablan en la Tierra aproximadamente 5000 lenguas. Pero no hay un número exacto porque con frecuencia es difícil decidir si dos formas de expresión son dos dialectos de un idioma o dos idiomas. Todas las lenguas que existen actualmente en el mundo parece se derivan de una lengua que se hablaba en el este de África hace alrededor de 50000 años.




Las lenguas nacen cuando una lengua se divide en dos grupos, que luego se separan entre sí. Tras la separación la lengua de estos dos grupos evoluciona gradualmente hasta dar dos lenguas distintas. Las lenguas desaparecen cuando sus hablantes cambian a otra lengua (a menudo la lengua nacional de algún país) o bien cuando sus hablantes se extinguen, lo que puede deberse a varias razones, tales como enfermedad o genocidio.

 El lenguaje y la cultura son, de alguna manera, la misma cosa. Cada lengua codifica una cultura. La conexión entre lenguaje y consciencia consiste en que, cuando pensamos, usamos una lengua para hacerlo, por lo que la lengua es la mejor manera de identificar a una población humana.

Cuando esa población se convierte en un estado, la lengua es la forma en que la nación se identifica. Con respecto al origen del lenguaje, Merritt Ruhlen opina que la facultad del lenguaje debe de haber evolucionado a lo largo de los últimos millones de años.

Pero las lenguas de gentes tales como los Homo habilis, Homo erectus, o los Neandertales se extinguieron todas, junto con las gentes que las hablaban; y no hay manera de saber cómo eran estos lenguajes intermedios. El origen de las lenguas que existen actualmente se remonta a una lengua hablada en África hace 50000 años.

Se estima que el 90% de las 5000 lenguas del mundo desaparecerán este siglo, así que en 2100 habrá sólo 500 idiomas. Sin embargo, Merritt Ruhlen no cree que el número de lenguas se reduzca a una sola. Los lenguajes hablados por una gran población es poco probable que se extingan, sobre todo si es la lengua nacional de un país independiente.

En cierto modo, todas las lenguas son igualmente complejas. Algunos idiomas son más complejos en sus sonidos, por ejemplo, las lenguas joisán, con clics, que pueden tener hasta 80 chasquidos consonánticos.

Otros idiomas, sin embargo, pueden ser complejos en otras áreas de gramática, por ejemplo, los pronombres. Algunas lenguas tienen sólo seis pronombres(yo, tú, tercera persona del singular, nosotros, tú plural, tercera persona del plural), mientras que otros sistemas pronominales pueden tener muchos más, incluyendo pronombres como nosotros-dos, nosotros-tres, nosotros inclusivo (tú y yo), nosotros exclusivo (yo y alguien más, pero no tú), y, con el género, él, ella y ello.

El objetivo final de Merritt Ruhlen es descubrir el árbol genealógico de todas las lenguas existentes, es decir, la forma en todas las lenguas están relacionadas entre sí en un árbol utilizado para representar estas relaciones.

 Dentro de esta perspectiva mundial, Merritt Ruhlen está más interesado en la forma en que el Nuevo Mundo fue poblado. 13500 años atrás no había gente en el Nuevo Mundo y luego, en sólo mil años, se encuentra gente a través de toda América del Norte y del Sur. Las poblaciones que poblaron las Américas se llaman Amerindias y ha estado trabajando en un diccionario de sus lenguas a lo largo de los últimos 20 años.

El experto en lingüística argentino, Andrés Muni, ha efectuado una interesante recopilación de los trabajos de distintos autores, tales como Thomas V. Gramkrelidze, V.V. Ivanov o Franz Bopp, que intento resumir en este artículo. En sus estudios Andrés Muni se dio cuenta de lo misterioso y esquivo que era el desarrollo y evolución del Sánscrito.

 La lingüística nació del estudio de la superfamilia de las lenguas indoeuropeas, ya que cerca de la mitad de la población mundial tiene por lengua materna una lengua indoeuropea. En los últimos siglos, los lingüistas han reconstruido el vocabulario y la sintaxis del protolenguaje indoeuropeo. Las primeras investigaciones ubicaban su origen en Europa, desplegando rutas migratorias por las cuales las lenguas hijas habían evolucionado hasta agruparse en dos ramas bien definidas: una oriental y otra occidental.

Si se observan las migraciones puede verse que hacia el Este hay tres ramas: una va hacia Asia Central, otra hacia India y la última hacia Irán. Hacia el Oeste hay dos ramas principales: una que va directamente desde Anatolia (actual Turquía) hacia Grecia, y la otra que da la vuelta al Mar Caspio. Esta última rama ha originado la mayoría de los idiomas occidentales. Recientes trabajos indican que el protolenguaje se originó hace más de 6000 años en la parte oriental de Anatolia, y que algunas de las lenguas hijas fueron diferenciándose a través de las migraciones que las llevaron primeramente hacia el Este y luego hacia el Oeste.

Los lingüistas buscan correspondencias gramaticales, sintácticas, léxicas y de pronunciación entre los idiomas conocidos, a fin de reconstruir sus lenguas predecesoras inmediatas, y por último, la lengua originaria. Las lenguas vivas admiten la comparación directa entre sí, pero las muertas que han sobrevivido en forma escrita generalmente pueden ser vocalizadas por inferencia, a partir de datos lingüísticos internos.

 Pero las lenguas muertas que nunca fueron escritas sólo pueden reconstruirse por comparaciones entre sus descendientes y proyectándose hacia el pasado con la atención puesta en las leyes que rigen los cambios fonológicos. Esto es de suma importancia ya que los sonidos son más estables en el tiempo que los significados.

Los primeros estudios trataron sobre las lenguas que les eran más familiares a los lingüistas europeos: las pertenecientes a las familias Itálica, Céltica, Germánica, Báltica y Eslava. Pero desde el siglo XVI los viajeros europeos habían detectado la afinidad entre estas lenguas y las “arias” de la lejana India. William Jones propuso en 1786 que todas ellas podrían llegar a compartir un antepasado común.

A esto se le llamó “Hipótesis Indoeuropea“. Para reconstruir el lenguaje indoeuropeo, los primeros lingüistas se basaron en la ley enunciada en 1822 por Jacob Grim llamada del cambio de sonido. Esta ley postulaba que los grupos consonánticos van substituyéndose unos a otros a lo largo del tiempo en forma regular y predecible. Las reglas de esta ley se utilizaron para reconstruir un vocabulario indoeuropeo que reflejara como vivían quienes lo hablaban. Las palabras de ese vocabulario describían paisajes y climas que los lingüistas situaron en Europa, en la región comprendida entre los Alpes y los mares Báltico y del Norte. En la actualidad, los datos más recientes ubican el probable origen de la lengua indoeuropea en la parte occidental de Asia.

Las investigaciones arqueológicas y lingüísticas realizadas hasta ahora incluyen cerca de una docena de lenguas antiguas que van desde la actual Turquía hasta países alejados como Tokaria, en el Turquestán. El paisaje descrito por el protolenguaje en su concepción actual debió de hallarse en algún lugar de la zona delimitada por el arco que se extiende desde la ribera meridional del mar Negro, que luego baja a la península de los Balcanes y cruza hacia el Este la antigua Anatolia (actual Turquía) hasta llegar por el norte a la región del Cáucaso.

Allí, la revolución agrícola proporcionó el excedente de alimentos que impulsó a los indoeuropeos a fundar pueblos y ciudades-estado, desde las cuales iniciaron sus migraciones por el continente euroasiático hace unos 6000 años. Algunas de aquellas corrientes migratorias invadieron Anatolia desde el Este (año 2000 a.C.) y fundaron el reino hitita, que hacia el 1400 a.C. había dominado toda la región.




El idioma oficial de los hititas fue una de las primeras lenguas indoeuropeas escritas.

A comienzos del siglo XX, Bedrich Hrozný, lingüista de la Universidad de Viena y luego de la Universidad Carolina de Praga, descifró las inscripciones cuneiformes hititas de unas tablillas halladas en la biblioteca de su capital, Hattusas, 200 km. al Este de la actual Ankara.

Allí se encontraron también tablillas con escrituras cuneiformes en dos lenguas afines, la luwiana y la palaica.

Se investigó la evolución de la lengua luwiana en inscripciones jeroglíficas posteriores (1200 a.C.), cuando el imperio hitita ya había desaparecido. A esta familia de lenguas anatolias que iba emergiendo, se le agregó el idioma lidio (próximo al hitita) y el licio (afín al luwiano), ambos conocidos a partir de inscripciones que se remontan hacia fines del año 1000 a.C. La aparición del hitita y de otras lenguas anatolias (en el transcurso del 3000 al 2000 a.C.) pone un límite absoluto a la fragmentación del lenguaje indoeuropeo.

Debido a que el protolenguaje anatolio ya estaba entonces dividido en lenguas hijas, se calcula que se había desprendido del indoeuropeo paterno alrededor del 4000 a.C. Esta interferencia se comprueba por lo que se sabe de la porción de la comunidad indoeuropea que quedó después de la ruptura con la familia anatolia.

De aquella comunidad provinieron las lenguas que persistirían en la época histórica de los testimonios escritos. La primera rama que se separó fue la de la comunidad lingüística greco-armenio-indo-irania. Ésta debió empezar a separarse en el 4000 a.C., ya que a mediados del tercer milenio a.C. estaba ya dividiéndose en dos grupos: el indo-iranio y el greco-armenio.

 Algunas tablillas del archivo de Hattusas dan testimonio que a mediados del segundo milenio a.C., el grupo indo-iranio había originado un idioma que se hablaba en el reino Mitanni (ubicado en la frontera sudeste de Anatolia), que era ya distinto del antiguo indo (sánscrito) y del antiguo iranio.

Textos creto-micénicos contemporáneos del reino Mitanni, descifrados a comienzos de la década de 1950 por los especialistas Británicos Michael G. F. Ventris y John Chadwick, resultaron estar escritos en un dialecto griego hasta entonces desconocido. Todos estos lenguajes procedían, cada uno por distinta vía, del armenio. Latocaria fue otra familia de lenguas que se distinguió muy pronto del lenguaje indoeuropeo.

El tocario es uno de los idiomas indoeuropeos descubierto a principios del siglo XX en textos procedentes del Turquestán chino. Tales textos fueron fáciles de descifrar, ya que estaban escritos en una variante de la escritura Brāhmī (uno de los tres alfabetos del Sánscrito, mientras que el que usamos actualmente es el alfabeto Devanāgarī).

Y, además, porque todos ellos eran traducciones de conocidas escrituras Buddhistas. El estudioso británico W. N. Henning sugirió que los tocarios no eran sino los gutianos, los cuales son mencionados, en Akkadio, un idioma Semita, en algunas inscripciones cuneiformes de Babilonia. Se calcula que estas inscripciones son de fines del tercer milenio a.C., cuando el rey Sargón estaba levantando el primer gran imperio mesopotámico.

Si las opiniones de Henning son acertadas, los tocarios serían los primeros indoeuropeos que aparecen en los documentos históricos del Cercano Oriente. Afinidades léxicas entre la lengua tocaria y la ítalo-celta prueban que los habitantes de las dos familias lingüísticas compartían la patria del indoeuropeo antes de que los tocarios emprendiesen su emigración hacia el Este.

Hoy día se pueden trazar las diversas sendas que siguieron las migraciones humanas y la transformación lingüística hasta dar con el protolenguaje indoeuropeo en su propia patria. Todo ello como resultado de la revisión de los cánones fonológicos. Al revisar el sistema consonántico del protolenguaje europeo, también se han puesto en tela de juicio las vías de transformación que desembocan en las lenguas indoeuropeas históricas.

Según recientes investigaciones, la reconstrucción de las consonantes del protolenguaje evidencia su mayor afinidad con las lenguas Germánica, Armenia e Hitita que con las del Sánscrito. Esto invierte la concepción clásica según la cual, el sistema sonoro de los primeros (germánico, armenio e hitita) habría sufrido una alteración continua, mientras que el sistema sonoro original se había conservado fielmente en el Sánscrito.

Es posible aprender más cosas sobre los primitivos indoeuropeos a partir de otros aspectos de su vocabulario. Algunos de sus vocablos, por ejemplo, describen una técnica agrícola cuya existencia se remonta al 5000 a.C.

Los vocablos indoeuropeos con que se designan la “cebada”, el “trigo”, el “lino”, las “manzanas”, las “cerezas” y sus árboles, las “moras” y sus arbustos, las “uvas” y sus cepas, así como también los instrumentos o aperos con que se cultivan y cosechan tales frutos, describen un modo de vida desconocido en Europa septentrional hace alrededor de unos 4.000 o 5.000 años según los datos arqueológicos.

El paisaje que describe el reconstruido protolenguaje indoeuropeo es montañoso, y así lo evidencian numerosos términos utilizados para designar altas cumbres, lagos situados entre montes y ríos torrentosos que descienden de manantiales de montaña.

Este cuadro no podría darse ni en las llanuras centroeuropeas ni en las estepas que se extienden al norte del mar Negro, unas zonas que también han sido propuestas como país natal del indoeuropeo. Esa descripción se adapta muy bien, en cambio, al paisaje de Anatolia oriental y al de la Transcaucasia, en cuyos horizontes se halla la cordillera del Cáucaso. Otra clave importante para la identificación del país en que se originó el indoeuropeo la proporciona la terminología dedicada al transporte sobre ruedas: hay palabras para rueda, eje, yugo, arreos, caballo y potro.

Las piezas del carro y los utensilios de bronce con que se cortaban y desbastaban los troncos para fabricar los vehículos, se designan con palabras que suponen la fundición de metales. Los grabados en piedra hallados en la zona comprendida desde la Transcaucasia hasta la Mesopotamia Superior, y entre los lagos Van y Urmia, contienen las primeras representaciones de carros tirados por caballos. La posible patria originaria del indoeuropeo es, por cierto, una de las regiones en que se domesticó al caballo y se lo utilizó como animal de tiro en el cuarto milenio a.C.

Desde allí los vehículos con ruedas se difundirían –a través de las migraciones de los indoeuropeos en el tercero y segundo milenio a.C.– por el este hasta el Asia Central, por el oeste hacia los Balcanes, y circundando el mar Negro llegarían luego al centro de Europa. El carruaje es un elemento significativo de la mezcla de las culturas, pues tanto en los pueblos indoeuropeos como en los mesopotámicos aparece el carro formando parte de los ritos fúnebres y otras ceremonias religiosas.

Sin embargo, el problema del origen de las lenguas aún no ha sido resuelto por falta de pruebas materiales. Dos de ellas son fundamentales para el conocimiento de la humanidad y su avance cultural: monogénesis (origen único de los diferentes linajes de homínidos y lenguas) o poligénesis (procedencia de múltiples linajes).

Algunas doctrinas religiosas sitúan el nacimiento de la humanidad a partir de una semilla germinada por el soplo de Dios en el jardín del Edén, espacio de imposible localización geográfica y arqueológicamente indemostrable. Por su parte, los científicos, sin descartar una explicación enmascarada bajo el mito de Adán y Eva, se inclinan por el origen poligenético de nuestros antepasados en el marco del denominado protomundo.

Los contactos con culturas del occidente asiático se manifiestan también en la coincidencia de temas mitológicos, por ejemplo, el robo de las manzanas de las Hespérides por parte de Hércules, y otras leyendas similares que se repiten en los pueblos nórdicos y celtas. Por otro lado, las lenguas semíticas y las indoeuropeas coinciden en identificar al hombre con la tierra. El enraizamiento de las lenguas indoeuropeas en la zona central de Anatolia lo sugiere también la abundancia de palabras tomadas de varios lenguajes que allí florecieron, tales como el semítico, kartveliano, sumerio y egipcio.

 Según Andrés Muni, la arqueología, la paleo-demografía y la geografía lingüística cada vez aportan nuevos datos acerca de la probable dispersión del hombre moderno desde las regiones lacustres de África hacia Asia, Australasia y América via Beringia (estrecho de Bering).

Al mismo tiempo, la actividad humana -fabricación de artefactos, intercambios comerciales, innovaciones culturales- forma parte del proceso general de adaptación de la especie. Por consiguiente, se supone que las lenguas han tenido que seguir la misma ruta que los hablantes.




La glotocronología es una división de la lingüística encargada de fijar la antigüedad de las lenguas.

Según los cálculos del profesor Johanna Nichols, expuestos en 1998 ante la Academia de Ciencias de California, la edad del lenguaje humano es superior a los 130.000 años si tiene un origen monogenético y 100.000 si es poligenético, procedente de al menos 10 cepas distintas.

Tanto en un caso como en otro pudo haberse producido una evolución gradual del lenguaje premoderno al moderno, o bien un cambio drástico en el seno de una o varias ramas de homínidos.

La colonización debió ocurrir, siempre partiendo de África, en sentido de sur a norte y de oeste a este.

La combinación de movimientos migratorios y cambios lingüísticos divergentes ayudó a desplegar, por ejemplo, el enorme abanico lingüístico de Nueva Guinea (Irian Jaya y Papúa), donde todavía permanecen vivas 1.075 lenguas distintas en un espacio reducido.

El número plausible de pobladores de cada asentamiento no excedería los 500 individuos. La vecindad entre ellos, la exogamia y la introducción de la agricultura generarían un renovado bilingüismo o plurilingüismo y también fenómenos lingüísticos convergentes. Derek Bickerton, lingüista y profesor emérito en la Universidad de Hawai , Manoa, ha hecho un interesante análisis de un imaginario protolenguaje, como pudiera haberlo hablado el hombre primitivo, a partir de los marcadores genéticos de las lenguas modernas.

Conviene aclarar que la presencia de rasgos comunes a dos o más lenguas no significa necesariamente que hayan estado emparentadas, sino que acaso sean el reflejo de un contacto entre ellas en el pasado.

Por otra parte, si bien es cierto que nuestros genes, desde el punto de vista biológico, llevan la señal de nuestros antepasados, ello no implica que nosotros también seamos portadores de su legado lingüístico más allá de unas cuantas generaciones. Tenemos suficientes muestras.

Por ejemplo, los búlgaros descienden en gran parte de los turcos pero se expresan en una lengua eslava; la mayoría de los norteamericanos -estadounidenses y canadienses- hablan inglés o francés, tras haber olvidado las lenguas de sus abuelos -alemán, sueco, holandés, lituano, italiano, afro-seminole, apache, cherokee, inuktitut, etc.-; los franceses hace siglos que abandonaron las lenguas gálicas prerromanas; del antiguo ibérico apenas quedan rastros en las actuales variantes romances hispánicas.

Es, pues, muy arriesgado afirmar quién hablaba qué lengua 6.000 años atrás, aunque se conoce con relativa precisión el estado actual de unas 8.000 lenguas pertenecientes, según Nichols, a 300 familias y 200 linajes.

Hecha la salvedad de que es imposible, al menos por ahora, extraer pruebas irrefutables sobre el verdadero perfil del lenguaje de nuestros antecesores más remotos y su posterior evolución, Bickerton se pregunta si la introducción de la sintaxis se produjo en virtud de una mutación en el desarrollo cerebral del homo sapiens sapiens.

La posible analogía del protolenguaje con lenguajes primarios, tales como los que practican ciertos investigadores con antropoides, así como algunos dialectos pidgin actuales, no debe llevarnos a concluir que haya habido un avance progresivo y significativo del protolenguaje hasta alcanzar la complejidad sintáctica y léxico-semántica de nuestros sistemas.

En realidad, el desarrollo de la sintaxis es posterior al de la semántica y la pragmática. Hay numerosos estudios que confirman la transición del lenguaje infantil, basado en componentes léxicos utilizados como soporte del significado y su contexto, hacia formas progresivamente gramaticalizadas a medida que se incrementan las necesidades comunicativas y la experiencia sociocultural de los hablantes.

A nosotros nos parece una tarea innecesaria hacer una abstracción de la estructura del lenguaje moderno y analizarla con independencia de sus funciones comunicativas. No podemos ignorar que el lenguaje sólo adquiere significado en el contexto social y cultural en el que se produce y, por consiguiente, su despliegue viene determinado por la observación directa de los comunicantes sobre las reacciones de sus interlocutores ante los estímulos verbales.

Un pidgin es un interlingua simplificada y usada por individuos de comunidades que no tienen una lengua común, ni conocen suficientemente alguna otra lengua para usarla entre ellos.

Los pidgins han sido comunes a lo largo de la historia en situaciones como el comercio, donde los dos grupos hablan lenguas diferentes, o situaciones coloniales en que había mano de obra forzada (frecuentemente entre los esclavos de las colonias se usaban temporalmente pidgins).

En esencia, un pidgin es un código simplificado que permite una comunicación lingüística escueta, con estructuras simples y construidas azarosamente mediante convenciones, entre los grupos que lo usan. Un pidgin no es la lengua materna de ninguna comunidad, sino aprendido o adquirido como segunda lengua.

Los pidgins se caracterizaban por combinar los rasgos fonéticos y morfológicos y léxicos de una lengua con las unidades léxicas de otra, sin tener una gramática estructurada estable.

 El pidgin no es habitualmente el lenguaje materno de ningún grupo étnico o social, sino que suele ser la lengua que emplea un inmigrante en su nuevo lugar de residencia, o una lingua franca empleada en una zona de contacto intenso de poblaciones lingüísticamente diferenciadas, como por ejemplo un puerto muy activo. Los pidgins fueron frecuentes también en las colonias, mezclando elementos de la lengua de la nación dominante con los de los nativos y los esclavos introducidos en ella.

El hablante del pidgin emplea las estructuras formales de su lengua materna, a las que completa con vocablos de la lengua de su interlocutor; puesto que se emplean para mantener comunicaciones entre individuos con competencias lingüísticas diferentes, su gramática normalmente suele reducirse a lo indispensable.

Es comúnmente aceptada la idea de que si un pidgin se estabiliza como lengua de un grupo, de modo que llega a tener hablantes nativos, empieza a convertirse en un creole o lengua criolla, la cual se caracteriza por adquirir, sobre la base del pidgin, todas las características de una lengua natural completa; sin embargo algunos lingüistas, como Salikoko Mufwene, consideran que este hecho no está bien demostrado.

El pidgin más antiguo del que se tiene noticia es la lingua franca o sabir, un dialecto empleado por los marinos y mercaderes del Mediterráneo desde el siglo XIV que continuó en uso hasta finales del siglo XIX. Muchos otros pidgins se han originado en la actividad comercial de los europeos. El pidgin de Guangzhou –del que una etimología popular hace derivar en el propio término “pidgin“– se originó en los puertos chinos para la negociación.

Otra rica fuente de pidgins fue la introducción en las colonias americanas y caribeñas de esclavos de origen africano; la combinación de las distintas lenguas que éstos hablaban –puesto que los esclavistas capturaban indistintamente a miembros de distintas etnias, muchas veces desconocidas u hostiles entre sí– con las lenguas de los terratenientes coloniales y los nativos amerindios dio lugar a numerosas mezclas, de las cuales la mayoría se estabilizaron al final en lenguas criollas.

 En Sudamérica, la combinación del portugués, el español y las lenguas tupí-guaraníes dio origen a la Língua geral o ñẽen’gatú, hablado en la cuenca del Amazonas y empleada para los ritos umbanda hasta el día de hoy. El origen del término no está claro. Se ha sugerido que la palabra se tomó de la pronunciación china de la palabra inglesa business (“negocios“), pero podría deberse también a la expresión pigeon English (“inglés de paloma“), en referencia a la paloma mensajera.

La palabra china para pidgin, yáng jīng bīn, tuvo su origen a partir del nombre del río Jīng, situado a lo largo de la frontera entre las tierras arrendadas a franceses e ingleses en Shanghái. Pidgin English es el nombre dado por los anglohablantes al pidgin sino-anglo-portugués usado para el comercio en Guangzhou durante los siglos XVIII y XIX.

En China esta lingua franca recibió el nombre de inglés de Guangzhou. Ciertamente los pidgin poco evolucionados son sistemas altamente lexicalizados (aquellos en los que el significado de los enunciados se apoya en las palabras, con escasos testigos de la función gramatical). La falta de una estructura comparable a la de las lenguas lexificantes o lenguas superestrato (las que aportan el mayor número de componentes léxicos) les da un aspecto primario.

Sin embargo, su reducido inventario funcional -describir cosas o personas y referir episodios- obedece más a las limitaciones comunicativas de los hablantes en el entorno en el que se mueven que a la posibilidad real de ampliarlas a medida que se ensanchan sus horizontes comunicativos.

De hecho, bastantes pidgin -por ejemplo, el inglés dialectal que se habla en Jamaica- han crecido hasta alcanzar un grado de sofisticación similar a la de los lenguajes con plena operatividad, es decir, capaces de expresar complejas funciones referenciales, artísticas y metalingüísticas y servir de herramientas de cohesión social, para describir el propio lenguaje, transmitir estados emocionales o ideas abstractas y crear formas artísticas.

Esta circunstancia no se puede producir, lógicamente, en la jaula de un chimpancé sometido a experimentación con semantemas visuales.

Las condiciones previas que se requieren -tal vez simultáneamente, aunque en un largo trayecto evolutivo- son, en primer lugar, una radical transformación de los órganos de fonación; por ejemplo, en el hombre la epiglotis no está en contacto con el paladar blando, como en los primates, disposición anatómica que resulta esencial para la articulación del lenguaje.

De igual manera tiene que producirse un notable incremento en el tamaño del cerebro, una adecuada distribución y potente desarrollo de la red neuronal para procesar y transmitir la información. 

Finalmente, es imprescindible un encuentro sostenido con el linaje adecuado para comenzar a explorar los matices de cada episodio comunicativo y enriquecer el campo de la experiencia individual y colectiva. Existen datos sobre la variación lingüística enormemente perturbadores: el incremento de hablantes a lo largo de la historia produce un desgaste más o menos intenso de dichas lenguas, que se ven afectadas por numerosos fenómenos de hibridación, reducción, simplificación o relevo de sus engranajes estructurales.

Basta comparar la elaborada sintaxis del latín o el antiguo germánico con la de las modernas lenguas románicas y el inglés para observar la pérdida masiva de componentes paradigmáticos (por ejemplo los morfemas que indican el caso en el nombre o la persona en el verbo), a favor de los sintagmáticos (horizontales o lineales, como los clíticos, las preposiciones que señalan el caso o los pronombres que indican la persona del verbo).

Asimismo se conjetura que en el transcurso de mil años se pierde o es reemplazado un 20% de la masa léxica de cada lengua. Como contraste, ciertos idiomas cuyo número de hablantes es estable o se halla en progresivo declive no se ven tan afectados por cambios estructurales profundos, ya que la incidencia de la variación también es menor en virtud de la escasa innovación léxica o semántica de dichos hablantes.

Islandia, junto al Ártico, y Pitcairn, un islote perdido en el Pacífico, son magníficos enclaves donde se puede admirar, respectivamente, la longeva estabilidad del antiguo nórdico y la de un inglés semicriollizado anclado en el siglo XVIII.

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