lunes, 8 de octubre de 2018

Enuma Elish": El cantar de la antigua Babilonia (y II)

Sin embargo, los dioses exigieron antes un prodigio de Marduk: "¡Para demostrarnos tu poder, di una sóla palabra mágica y esta prenda de ropa será destruída! ¡Repite esa palabra y volverá a estar intacta!" Marduk pronunció una palabra y he aquí que la túnica se deshizo; volvió a pronunciarla y la prenda recuperó su estado primitivo.


Entonces, todos los dioses creyeron a Marduk; se inclinaron hasta el suelo ante él, le acordaron el cetro, el trono y el "pallu" (insignia real).

El gran dios babilónico tiene, como las deidades guerreras de otras literaturas épicas, armas fantásticas: en este caso, el rayo y también una red para aprisionar a Timat. Monta en la tempestad como en un carro de guerra.

Un detalle curioso de los preparativos: Marduk se pinta los labios con ocre para proteger su boca de las potencias maléficas y además lleva hierbas aromáticas para impedir ser vencido por el hedor de Tiamat y de las bestias que ella ha creado.





Como vemos, el "Enuma Elish" canta al principio un caos en expansión, simbolizado por la creación que Tiamat hace de seres monstruosos; a este caos se opone Marduk, que es el movimiento ordenado e inteligente.

 Pero el autor anónimo, por entre el tejido filosófico o teogónico, deja asomar al poeta; éste humaniza a esas fuerzas antagónicas y crea efectos de expectativa, dados por la preparación de ambas deidades contenedoras.

El combate entre Marduk y Tiamat es el combate entre dos magias: se decide cuando Marduk lanza el viento malo a la boca de Tiamat; este viento le impide cerrar las mandíbulas y devorar al dios; luego Marduk le atraviesa el corazón con su flecha. La derrota de Tiamat pone en fuga a los monstruos pero el dios babilónico los captura con su red y a Kingu le arrebata la tablilla de los Destinos.

Luego, el cuerpo inanimado de Tiamat que, como recordamos era el mar, es dividido en dos partes: una de ellas forma la bóveda celeste, porque todos los pueblos primitivos creían era ésta un mar de arriba, que se había separado del mar terrestre por obra del arquitecto del mundo; los mitos difieren en sus detalles, pero el concepto es el mismo.

La tablilla IV concluye señalando que Marduk construye en los cielos su gran palacio, el Esharra, pero las tablillas V y VI son de más valor, ya que narran cómo el dios vencedor del caos organiza el mundo.

Madruk crea primeramente las estaciones, y según sean unas u otras, dominan tales o cuales astros, los que fueron formados, junto con el sol, a continuación. Organiza los años y los divide en doce meses. Le merece al poeta anónimo mayor atención la creación de la luna, Nannar, a la que el dios encarga de la vigilancia y adorno de la noche y de la medida del tiempo:

"Todos los meses, sin cesar, harás signos con tu disco.Al principio del mes, cuando comiences a lucir en el país brillarán tus cuernos para indicar los seis primeros días; el séptimo día mostrarás la mitad de tu disco. En tu plenitud ponte en oposición con el sol: será la mitad del mes. Cuando el sol se te haya unido en el horizonte disminuye tu disco y comienza a decrecer. Al día de oscuridad aproxímate, del camino del sol. El día veintinueve ponte de nuevo en oposición con el sol".

De distintas partes de Tiamat hace montañas, ríos (el Eufrates y el Tigris). También utiliza a las once especies de monstruos que Tiamat había creado y los hace sostener, transformados en estatuas, las puertas del Apsu. La tablilla V concluye con el anuncio de Marduk de edificar a Babilonia; en cuanto a la tablilla VI está dedicada a la creación del hombre. 

"Madruk, al oír el llamado de los dioses decidió crear una gran obra. Tomando la palabra se dirigió a Ea, para escuchar su consejo sobre el plan que había concebido:

-Quiero crear una redecilla de sangre, formar una osamenta para producir una especie de ser cuyo nombre será "hombre". Que sobre él recaiga el servicio de los dioses para el alivio de éstos".

En casi todos los cantares y relatos cosmogónicos arcaicos aparece esta misma intención: el hombre es creado para servir a los dioses; esta servidumbre se manifiesta originariamente en dos aspectos fundamentales: alimentación y alabanza; la primera por medio de los sacrificios sangrientos y la segunda por los himnos laudatorios.

De cualquier manera se trata de la primera hipótesis que el hombre se forja acerca de su razón de ser y estar en el mundo. Cuando los pueblos de las civilizaciones primitivas llegan a cierto grado de madurez, empiezan a ser mordidos por preguntas a las que buscan explicación por medio de éstos u otros mitos. 

Ea aconseja a Marduk que para hacer el hombre no sacrifique a todos los dioses vencidos, sino a uno solo, al más culpable, que pague por todos y que redima al resto de los dioses vencidos. La Asamblea de las deidades encuentra que el más culpable, el que incitó a los demás fue Kingu.

Así, pues, el hombre sustituye a los dioses condenados a la destrucción, asumiendo, en lugar de ellos, el carácter de efímeros, de sustancia perecedera. Con la sangre de Kingu, sangre divina, pero malvada y rebelde, están hechos los hombres y participan de esas características. 

Asistimos así, en este cantar, a una de las más antiguas alusiones a la teoría de la transmisibilidad de las culpas. El hombre muere, pues, porque está hecho de sangre destinada a morir: es una especie de pecado original cometido en la época en que aún no era hombre. Esta tablilla explica, así, de manera mítica, la muerte, el pecado, la angustia, la sujeción a un orden natural impuesto, conforme lo entendieron los antiguos babilonios.




No obstante, ya en Sumer existía otro relato acerca de la caída de los humanos, relato más conforme al texto bíblico: un cilindro nos presenta a un hombre y a una mujer sentados delante de un árbol de grandes frutos; del lado de la mujer hay una serpiente; esta explicación es más antigua que la del "Enuma Elish", pero tiende a contestar míticamente las mismas preguntas eternas: ¿Por qué morimos? ¿Por qué cometemos acciones que nuestra conciencia rechaza? 

Aquellos poetas arcaicos, perdidos en la noche de los tiempos, buscaban una solución a estas cuestiones y vertían en mitos su angustia existencial, mitos transmitidos en versos, a veces duros o extraños a nuestra sensibilidad, pero llenos de la resonancia mágica que viene de épocas tan lejanas y que nos demuestran que el corazón del hombre de Mesopotamia, cuyos cantares quedaron enterrados en las arenas durante treinta y hasta cuarenta siglos, también latía como el nuestro y también buscaba a tientas explicaciones frente a los muros infinitos del misterio, delante de los que nuestro existir se golpea como un pájaro preso en una jaula estrecha.

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