martes, 17 de julio de 2018

Gaudí, Barcelona y el culto al Dragón (I)


Antonio Gaudí y Cornet (1852-1926) ha pasado a la historia como un arquitecto singular, capaz de aunar atrevidas concepciones artísticas con un marcado esoterismo.

 Gaudí fue un arquitecto que supo transformar sus edificaciones en bellas estructuras repletas de simbolismo, entre la evocación de un mundo fantástico y su uso de un lenguaje codificado, impenetrable para la mayoría de la gente. Gaudí vivió de manera muy austera, sin ningún lujo.

Nacido en una humilde familia de artesanos, Gaudí estudió en la Escuela de Arquitectura de Barcelona, hasta el año 1878.

Empezó entonces a trabajar en múltiples proyectos en los que los edificios se transformaban en algo vivo, mientras que la forma parecía desmaterializarse y en que todo parecía cambiar continuamente como en un proceso alquímico.

Según Gaudí, «La inteligencia del hombre sólo puede expresarse en el plano y en dos dimensiones: resuelve ecuaciones con una incógnita, de primer grado. La inteligencia angélica es en tres dimensiones, y se despliega directamente por el espacio».




El mundo de Gaudí se mueve entre el pasado y el futuro y sus construcciones son una fusión entre el gótico y el modernismo. Sus obras contienen un hermetismo impenetrable cuyo descifrado no es fácil de conseguir.

Pero el esoterismo de Gaudí tiende a lo sagrado y los edificios gaudínianos se elevan mediante una combinación de símbolos y alegorías que se mezclan sin solución de continuidad, pero con una fuerza que atrae y sorprende. 

El esoterismo de Gaudí también se manifiesta por la ausencia de escritos ya que, sorprendentemente, no publicó artículos ni libros, ni dio ninguna conferencia.

Todos sus conocimientos fueron transmitidos oralmente a algunos colaboradores. De este modo, detrás de sus obras dotadas de vida, como la Casa Batlló, en Barcelona, hay una especie de zona intermedia entre la mitología y el mundo de los seres humanos.

«La historia de la arquitectura es la historia de la Iglesia», afirmaba Gaudí, indicando así que su actividad creativa estaba orientada hacia lo sagrado. En sus obras puede verse un retorno de los arquitectos medievales que, en la construcción de las catedrales, insertaron símbolos y alusiones a mundos más allá de la dimensión humana.

Esto resulta muy evidente en la construcción inacabada de la Sagrada Familia (Barcelona), que no puede limitarse a definirla como una iglesia. Este impresionante templo es una síntesis de todo el lenguaje hermético del genial arquitecto catalán.

En efecto, podemos ver torres que transforman la piedra en representaciones vegetales, divinidades y figuras míticas que salen de la materia. Pero a pesar de esta evidente transformación y movimiento en las construcciones de Gaudí, no conseguimos descubrir su real significado ni el mensaje que nos quiso transmitir.

El universal maestro catalán ha conseguido la inmortalidad, ya que ha dejado tras de sí una arquitectura que se transforma en una especie de bosque en el que es fácil entrar, pero en la que entramos en un entorno laberíntico en el que se pierde fácilmente el camino a seguir.

El sentido oculto de lo sagrado explicado por símbolos solo permite captar la clave esotérica a unos pocos elegidos.

Elías Rogent, director de la Escuela de Arquitectura de Barcelona, al otorgarle la titulación profesional en verano de 1878, dijo lo siguiente: “Aún no estoy seguro de haberle concedido el diploma a un loco o a un genio”.

 Empezaba así la vida pública del gran arquitecto catalán, cuyo arte ejerce una atracción irresistible entre los estudiosos del arte y los turistas procedentes de todos los rincones del mundo.

Sin embargo, aún siendo universalmente conocido, existen muchas lagunas y contradicciones sobre su biografía. Por ejemplo, todavía nadie se atreve a afirmar si realmente nació en Reus (Tarragona) o en la vecina localidad de Riudoms.

Lo verdaderamente sorprendente es que en el acta matrimonial de sus padres, procedentes de un linaje de caldereros, aparecen inconfundibles signos masónicos, tales como el triángulo con un ojo vigilante y criaturas mitológicas.

Pero ello no debería extrañar demasiado, ya que durante la primera mitad del siglo XIX, en Reus y sus alrededores se localizaron numerosas sociedades secretas, tales como los Carbonarios y Francmasones.

El futuro arquitecto y sus padres mantuvieron estrechos lazos con importantes familias de la zona. A este respecto debemos señalar que el joven Gaudí compartió pupitre escolar con Eduardo Toda, futuro diplomático y destacado miembro de la masonería local.




Ambos trabajaron en un anteproyecto para restaurar el monasterio de Poblet, manteniendo una sólida amistad que se mantuvo a lo largo del tiempo. Algunas fuentes dicen que en aquella etapa padeció fiebres reumáticas que le impidieron participar en actividades deportivas, lo que influyó en su carácter solitario e introvertido, del que algunos destacan su gran ingenuidad.

Sin embargo, su carácter observador facilitó el desarrollo de su afinidad por la naturaleza, que le acompañaría el resto de su existencia. Al mismo tiempo aumentó su pasión por la mitología clásica.

Otras versiones aseguran que desde temprana edad se relacionó con artesanos y escultores afines a la construcción, aprendiendo su lenguaje gremial, heredado de la masonería. Y fue un tío suyo el que le enseñó los rudimentos teóricos y prácticos de estos colectivos.

Durante sus actividades profesionales el respeto mutuo con albañiles y otros profesionales de la construcción contrastó con la tirantez que presidió sus relaciones con mecenas y patrocinadores.

En 1869 llegó a Barcelona con la intención de estudiar arquitectura. A sus 17 años trabajó como delineante para Eduardo y José Fontseré, por aquel entonces «maestros de obras». También se le relaciona con Elías Rogent, un conocido librepensador, que le introdujo en los secretos de las edificaciones medievales. Y el estudio de los escritos del esotérico francés Eugenio Viollet-Le-Duc influyó en su atracción por el arte gótico.

La etapa universitaria de Gaudí está caracterizada por los contrastes, ya que aunque era un estudiante irregular, sus ideas atrajeron a partidarios y detractores. Una vez conseguido el título, se asoció con su colega de carrera Camilo Oliveras, que era anarquista, y planificaron la sede de la Cooperativa Agraria de Mataró (Barcelona) cuyos planos dibuja a la extraña escala de 1/666, que incluía el “número de la Bestía” del Apocalipsis y que era una escala inusual en la historia del arte.

Sus buenas relaciones con su paisano Juan Grau, obispo de Astorga (León) le ayudan a que se cuente con él para distintas obras sacras.

Los biógrafos del arquitecto coinciden en señalar la desordenada personalidad de Gaudí durante aquel periodo, en que no dudó en frecuentar ambientes de corte socialista y conspirador. Pero a mediados de 1894 su vida inicia un inesperado giro hacia el ascetismo. Mucho se ha especulado al respecto.

También se dice que Gaudí se retiró del mundanal ruido después de un desengaño amoroso con una tal Pepeta. De nuevo hay que repasar las notas biográficas para recordar sus relaciones con los entornos eclesiásticos, empezando por el obispo Torras y Bages, o el poeta y religioso Jacinto Verdaguer.

Por otro lado, el estudioso de origen chino Hou Tech-Chien, en su tesis doctoral sobre la espiritualidad del arquitecto, ofrece una insólita explicación: “Gaudí experimentó la iluminación tan común del budismo Zen. Fue un filósofo que expresó sus ideas a través de la arquitectura como metáfora…Tuvo su veta filosófica, pero nunca estudió filosofía, sino que se guió por la intuición. Sucede lo mismo en el Taoísmo».

Para llevar a cabo su impresionante obra resultó fundamental el mecenazgo del aristócrata Eusebio Güell Bacigalupi, nacionalista catalán y miembro de grupos librepensadores. Se sabe que ambos se conocieron en 1878, pero se ignoran las circunstancias que rodearon su encuentro.

De su asociación surgieron construcciones francamente insólitas, sobresaliendo el enigmático Parc Güell, o el palacio que este noble ordenó levantar en las Ramblas barcelonesas, sobre terrenos considerados «malditos».

Tomando como base la geometría esotérica, este parque y la finca Güell junto al monumento de Buenaventura Aribau, forman un triángulo equilátero.

Y este monumento, repleto de simbología masónica, forma parte de un entorno ideado por los hermanos Fontseré, con los que Gaudí colaboró con diseños secundarios, aunque innovadores, empezando por una cisterna subterránea.

Asimismo, el palacio Güell está unido al templo de la Sagrada Familia por una línea recta que cruza el Hospital de San Pablo.

Y la Sagrada Familia, además, enlaza con una segunda línea recta que discurre por el Parque Güell, pasando por el templo del Tibidabo, para acabar en el arzobispado de Astorga, en León, todas ellas obras diseñadas por Gaudí.

Todavía hoy se discute a qué obedecieron estas enigmáticas alineaciones. Sea como fuere, existen puntos de discusión, tales comosu verdadera relación con la masonería.

Una guía aparecida en 1895, que recogía las actividades de las logias en la capital catalana, incluye una relación de los miembros que las integraban. Pero, junto a los nombres de diversos personajes ilustres, el de Gaudí brilla por su ausencia.




Cualquier información que hubiese permitido solucionar esta incógnita se perdió en el extraño incendio de sus archivos, depositados en el templo de la Sagrada Familia, ocurrido en junio de 1936.

Y pocos días antes, un misterioso segundo incendio destruyó sus pertenencias almacenadas en el Parque Güell. Un desenlace semejante se produjo con respecto a sus obras, ya que pocas llegaron a completarse en vida del arquitecto.

El Parc Güell es probablemente una de sus principales muestras ocultistas, con gran carga simbólica. Esta propuesta de urbanización residencial se inició en 1902, pero fracasó a causa de su lejanía respecto al centro urbano barcelonés de la época. Joan Bassegoda Nonell, director de la cátedra Gaudí, afirmaba que la representación del monstruo Pitón, con aspecto de salamandra, junto a otros elementos simbólicos, esconde un horno alquimista.

Además de los 33 peldaños (símbolo de los grados masónicos) para alcanzar el primer promontorio, y las 21 columnas que lo sostienen (coincidentes con los 21 Arcanos Mayores del Tarot), las onduladas líneas de los bancos laterales sugieren la estructura del ADN cuando se superponen, tal como lo interpretó el arquitecto Ricardo Bofill en una conferencia pronunciada en Barcelona a finales de 1968. Similar destino sufrió la Cripta Güell, mausoleo cuya construcción quedó interrumpida en 1917 tras la muerte del mecenas.

Cuando no fue su irascible carácter el culpable de no finalizar algunas obras, como el Palacio Episcopal de Astorga, su muerte se encargó de interrumpirlas. Un tranvía lo atropelló en el verano de 1926, falleciendo en la sala para indigentes del Hospital de San Pablo. Su aspecto descuidado impidió identificarle hasta que ya fue demasiado tarde.

La Fachada de la Pasión del Templo de la Sagrada Familia en Barcelona, diseñada por el escultor Josep María Subirachs,muestra un cuadrado mágico de orden 4.

Un cuadrado mágico es la disposición de una serie de números enteros en una matriz de forma tal que la suma de los números por columnas, filas y diagonales principales sea la misma, laconstante mágica.

Usualmente los números empleados para rellenar las casillas son consecutivos, de 1 a n², siendo n el número de columnas y filas del cuadrado mágico. Oficialmente la constante mágica del cuadrado es 33, la edad de Jesucristo en la Pasión.

Pero también se ha atribuido la elección de este número como una velada alusión a la supuesta adscripción masónica, nunca demostrada, de Antonio Gaudí, ya que 33 son los grados tradicionales de la masonería. Estructuralmente, es muy similar al cuadrado mágico de grabado de Alberto Durero “Melancolía”, pero dos de los números del cuadrado (el 12 y el 16) están disminuidos en dos unidades (10 y 14) con lo que aparecen repeticiones.

Esto permite rebajar la constante mágica en 1. Alberto Durero, pintor alemán nacido en Nuremberg, realizó en 1514 el grabado Melancolía, que se puede ver en el Germanisches National Museum de Nuremberg o en la Bibliothèque nationale de France, en Paris. En este grabado, Durero pintó en lugar destacado un cuadrado mágico de orden 4. Fue realizado en plancha de cobre y constituye uno de los mejores grabados de Durero, que están llenos de detalles enigmáticos.

Tal como ya hemos indicado anteriormente, Gaudí fue el máximo representante del Modernismo catalán y uno de los principales pioneros de las vanguardias artísticas del siglo XX.

No cabe la menor duda que Gaudí fue católico practicante y que algunos de los símbolos que utilizó son cristianos (M de María, cruces, etc.). Pero hay otros símbolos en su obra que no cuadran con la simbología católica tradicional.

Es realmente sorprendente que una personalidad católica ortodoxa como la suya utilizase símbolos que tenían significados muy concretos fuera del cristianismo y en cambió no los tenían dentro de la ortodoxia católica.

Podemos decir que Gaudí experimentó una vía dentro de la ortodoxia católica, pero con una práctica que iba más allá del catolicismo, ya que en las construcciones Gaudínianas abundan signos y símbolos que son patrimonio de determinadas Sociedades Secretas.

Todos los biógrafos de Gaudí coinciden en señalar que durante su juventud, el arquitecto sintió interés por las ideas sociales avanzadas de Fourier y Ruskin, además de mantener relaciones con los movimientos sociales más avanzados de la época. Su amistad con socialistas utópicos y anarquistas relacionados con medios masónicos, que se evidencia en sus primeros trabajos, da pie a pensar que fue quizá en estos medios en donde Gaudí contactó con una Logia masónica.

Para entender mejor a algunos personajes que influenciaron en Gaudí, debemos decir que François Maria Charles Fourier fue un socialista francés de la primera parte del siglo XIX y uno de los padres del cooperativismo.

Fourier fue un mordaz crítico de la economía y el capitalismo de su época. Adversario de la industrialización, de la civilización urbana, del liberalismo y de la familia basada en el matrimonio y la monogamia.

El carácter jovial con que Fourier hace algunas de sus críticas hace de él uno de los grandes satíricos de todos los tiempos.

Propuso la creación de unas unidades de producción y consumo, basadas en un cooperativismo integral y autosuficiente así como en la libre persecución de lo que llamaba pasiones individuales y de su desarrollo; lo cual construiría un estado que llamaba armonía.

En esta forma anticipa la línea de socialismo libertario dentro del movimiento socialista pero también líneas críticas de la moral burguesa y patriarcal basadas en la familia nuclear y en la moralidad cristiana restrictiva del deseo y el placer y por ende en parte al psicoanálisis.

Así pues, el siglo XX encontró interés en las perspectivas libertarias de cuasi-hedonismo como las de Herbert Marcuse y su freudomarxismo, o las de André Breton, líder del movimiento surrealista.




Asimismo usó en 1837 la palabra féminisme; y ya en 1808 argumentaba abiertamente en favor de la igualdad de género entre hombres y mujeres. Seguidores de sus ideas establecieron comunidades intencionales como La Reunión en Texas, y la Falange Norteamericana, en Nueva Jersey, a mediados del siglo XIX. 

En lo que respecta a John Ruskin, fue un escritor, crítico de arte y sociólogo británico, uno de los grandes maestros de la prosa inglesa. La obra de Ruskin destaca por la excelencia de su estilo.

Rebelándose contra el entumecimiento estético y los perniciosos efectos sociales de la Revolución industrial, formuló la teoría de que el arte, esencialmente espiritual, alcanzó su cenit en el Gótico de finales de la Edad Media, un estilo de inspiración religiosa y ardor moral.

Su idea de belleza posee una doble naturaleza: la belleza abstracta de las cosas, sin ninguna consideración más que la forma; y la que se puede reconocer tras un proceso de elaboración y trabajo paciente del artista en la obra (de ahí su gran admiración por Fra Angélico).

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