martes, 3 de julio de 2018

Los Tuareg, la legendaria reina atlante Tin Hinan, Tassili y la antigua civilización Uigur (I)


Las leyendas parten de hechos reales sucedidos mucho tiempo atrás, mientras que los mitos hablan de realidades simbólicas. Es decir transmiten verdades con el lenguaje de los sueños. 

La historia de la Atlántida contiene leyenda y también es mítica. España es considerada dentro de la leyenda Atlante como parte directa del imperio desaparecido, con la antigua Tartessos, o bien como colonia comandada por atlantes de nombre íberos, que acabaron dando nombre a la península.

Y el único país de Europa, junto con Portugal, que conservan parte del continente desaparecido: islas Canarias y Azores. 

En África, en 1926, el conde Byron Kûhn de Protok descubrió en sus excavaciones arqueológicas en el Sahara, lo que los tuareg llamaban la tumba de la última reina de los Atlantes Tin Hinan. En el Museo del El Bardo, en Argel, se exhibe un esqueleto de dos metros de altura. Se dice que fue una princesa huida de la Atlántida. Juan José Benítez, en algunas de cuyas obras me he basado para escribir este artículo, explica lo siguiente: “… en mi primera visita a Argel me apresuré a recorrer el museo del El Bardo, en su búsqueda. 




Allí estaba, casi olvidada en un rincón. La examiné con detenimiento y admiración recordando las leyendas que circulan sobre ella. Los informes de los forenses tenían razón. Aquella mujer pudo alcanzar los dos metros de altura. Era Tin-Hinan, princesa de los tuaregs y de la etnia bereber. La única mujer conocida que gobernó al levantisco pueblo del desierto. ¿O no se trataba de una mujer?“

Los tuareg o imuhagh son un pueblo bereber (o amazigh) de tradición nómada del desierto del Sáhara. Su población se extiende por cinco países africanos: Argelia, Libia, Níger, Malí y Burkina Faso.

Cuando se desplazan, cubren sus necesidades y las de los animales debido a que viven en unidades familiares extensas que llevan grandes rebaños a su cargo. Tienen su propia escritura, el tifinagh. Se les supone principalmente descendientes de los antiguos garamantes que en la Antigüedad habitaban el Fezzán.

 Limitaban al norte con los mauritanos, al oeste con los getulos y al este quizás ya con los ancestros de los tubus. Durante la Edad Media sus linajes se vincularon con los de los sanhaya y de los zenatas. En la antigüedad, se dedicaban a saquear pueblos, controlando además las rutas del desierto.

En el siglo XII, las invasiones árabes e hilalianas les obligaron a adoptar un estilo de vida nómada. A lo largo de los siglos han adoptado algunas ideas del Islam, en la medida de que esto no se contrapusiera con sus propias creencias, manteniendo intactos su sistema de justicia y sus leyes. La población estimada de personas que hablan lenguas bereberes es de 25 millones, de los cuales 1,2 millones se consideran tuareg. 

La estructura básica de la sociedad tuareg es el linaje (tawshit), grupo de parientes que reconocen un antecesor común. Los hijos pertenecen al linaje de la madre y heredan de ella, pero el hogar se establece en los aghiwan o campamentos del linaje del padre. Cada linaje pertenece a una categoría social determinada y hace parte de una ettebel(comunidad social o ‘tribu’). Los linajes designan un amghar, su líder (varón) y el consejo de líderes se designa entre los guerreros (varones), el amenokal, jefe del ettebel.

No se conoce exactamente la etimología de la palabra árabe طوارق, t.uwâriq (españolizada como «tuareg») pero se sabe que es el plural de طرقي targuí o t.arqî (en femenino طرقية targuía o t.arqîya), etnónimo que, al parecer, procede de una antigua ciudad del Fezán llamada Targa (طرقة). Según la teoría etimológica de Sidahmed Ahmed Luchaa sobre la palabra “tuareg“, su origen viene de la palabra camino (طريقة – tariga) en árabe, ya que estos tenían fama de “corta-caminos” para atracar las caravanas de los saharauis. Las lenguas bereberes, el sustantivo común targa suele aludir a un cauce fluvial, principalmente al tipo de río de África del Norte, que en árabe se conoce como wadi (‘riada’ o ‘cauce’ torrencial de un río).

 En su propio idioma este pueblo se suele autodenominar imoshag, imushaq, imuhagh (en cabilio: imuhaɣ), palabra cuyo significado es ‘los libres’ o ‘los nobles’ y que parece derivar de tamazight. También se dan a sí mismos el nombre de kel tamayaq o kel tamasheg (‘los que hablan el idioma tamasheg’). La tienda (ehe) es identificada con el matrimonio y el hogar. La mujer debe fabricarla con pieles o tejidos de cestería y ella es su propietaria. Las mujeres tienen autoridad en el campamento, ya que el hombre está frecuentemente ausente, en sus actividades como pastor, comerciante o guerrero. 

Generalmente la mujer sabe escribir y es más instruida que su esposo, participa en los concejos y asambleas del linaje y es consultada en los asuntos de la tribu. El cortejo entre mujeres y hombres solteros, viudos o divorciados se realiza en sitios denominados ahal. Allí se conversa, se canta, se interpreta música, se recitan poesías y se conciertan citas de amor. El matrimonio se realiza después de que la mujer ha aceptado un pretendiente y él la solicita al suegro, pagando una dote, generalmente en ganado. La mujer lleva su ganado personal al nuevo hogar y puede divorciarse y casarse con otro pretendiente, si se considera maltratada por el esposo.

Hay una serie de Indicios y pistas con respecto a la existencia de la Atlántida. El mar de los Sargazos, en pleno océano Atlántico, es una superficie de vegetación marina perenne que apunta a la existencia allí de tierras sumergidas.

Los asombrosos conocimientos astronómicos de muchos pueblos de la antigüedad, que supondrían muchos siglos de observación del cielo, teniendo que remontarnos, para ello, a fechas en las cuales la historia oficial afirma que aún no existían dichas culturas. Hace unos 10.000 años el desierto del Sahara era un vergel con abundantes lluvias, pero un cambio drástico de condiciones llevó a su desecación.

 Existen teorías según las cuales la desecación del Sahara fue producto del cambio de inclinación del eje del planeta, que produciría catástrofes a nivel global, entre ellos el hundimiento de la Atlántida. La Esfinge egipcia, según estudios geológicos, presenta marcas de erosión por agua que la remontan, más allá de su fecha oficial, a unos 10.000 años. Las enigmáticas pinturas de Tassili, en el Sahara argelino, tendrían una antigüedad de unos 10.000 años.

La arquitectura megalítica a lo largo de todo el borde occidental de Europa, cerca del mar, parece producto de una única cultura llegada a sus costas. Hace unos 10.000 años, según los geólogos, los sedimentos del fondo marino indican modificaciones geológicas anormales. Las migraciones frustradas de aves, anguilas y un roedor escandinavo, el lemin, hacia el interior del océano Atlántico, en que las anguilas sí logran desovar en el mar de los Sargazos, pero supone la muerte para miles de los roedores. Múltiples historias sobre un gran diluvio catastrófico, tal como podemos leer en la epopeya de Gilgamés, en el Próximo Oriente, el Popol-Vuh maya, en América, y el relato bíblico de Noé.

Para los tuaregs, Tin-Hinan fue una princesa bereber que emigró desde la región del Atlas (en el actual Marruecos), probablemente Tafitali, atravesando el desierto sahariano a lomos de una camella blanca. Fue una heroína y la fundadora del pueblo tuareg. Tras una larga marcha de casi 1.400 kilómetros, fue a establecerse en Abalessa, en las proximidades de Tamamrraset, al sur de Argelia. Allí encontraron su tumba y los huesos que se conservan actualmente en El Bardo.

El análisis de los restos orgánicos que acompañaban al esqueleto ha establecido una antigüedad que oscila entre los 470 y 130 de nuestra era. Junto al enorme esqueleto aparecieron cientos de piezas de oro y plata. Sólo en El Bardo se conserva un ajuar integrado por 613 collares, anillos y brazaletes, que ratifican la notoriedad del personaje. Para arqueólogos e investigadores como Lehuraux, Gautier y Reygasse, entre otros, el túmulo de Tin-Hinan es el hallazgo más destacado del África sahariana. 

Para otros, en cambio, la realidad de una mujer al frente de un pueblo de guerreros no parece verosímil. Según estos investigadores, Tin-Hinan sería un mito, inventado por los bereberes o por los tuaregs y los huesos hallados en Abalessa serían los de un hombre. Así lo defiende Adila Talbi, arqueóloga argelina, excelente conocedora de los restos que se exhiben en la vitrina de El Bardo. Algunos médicos que han tenido acceso a los huesos de Tin-Hinan opinan lo mismo que Adila: la pelvis, por ejemplo no parece la de una mujer. En todo caso, la de una mujer que no hubiera tenido partos. Los tuaregs, sin embargo, se oponen a esta sospecha.

Y aseguran que Tin-Hinan “se mezcló con los dioses para crear una nueva raza”. Los más ancianos depositarios de la tradición oral hablan de “hombres de gran altura, de pelo amarillo y ojos rasgados, procedentes de Orión, y que fueron los padres de su pueblo“. Si los ancianos tuaregs dicen la verdad, ¿quiénes eran esos seres de gran altura? ¿Seres extraterrestres mezclados con humanos?




Otros estudiosos han querido ver en Tin-Hinan la viva representación de los atlantes. Tin-Hinan, según el conde de Prorok, pudo ser una princesa que escapó a tiempo de la no menos mítica Atlántida, terminando sus días en la referida región de Abalessa, en el Hoggar.

Este convencimiento de Prorok se vio fortalecido cuando acertó a leer el relato de Adolphe de Calassanti, un oficial y traductor que viajó al sur de Argelia en 1906.

En esa época, Calassanti describe el túmulo funerario, todavía por descubrir, ya que la primera expedición arqueológica tuvo lugar en 1925, y las diferentes versiones de los tuaregs sobre el origen y la vida de Tin-Hinan. 

Entre esos relatos destacan los sueños premonitorios de los tuaregs que tenían por costumbre dormir sobre el citado túmulo. Es así como surge esta hipótesis sobre una Tin-Hinan atlante. Byron Kuhm de Prorok lleva a cabo las primeras exploraciones arqueológicas, a las que sigue una segunda campaña, en 1933, a cargo de M. Reygasse.

El hallazgo tiene una enorme repercusión y surge una agria polémica. Alguien, al parecer, se ha quedado con parte del tesoro que encerraba la tumba de Tin-Hinan. ¿Qué escondía realmente el túmulo funerario de Abalessa? Probablemente nunca lo sabremos. Muchas de las piezas fueron escondidas y vendidas. Hoy se ignora su paradero. Quizá en ese tesoro perdido puede estar la explicación a muchas de las interrogantes sobre Tin, “la de las tiendas” . ¿Fue la princesa fundadora de los “hombres libres”, como se proclaman los tuaregs?

Existen civilizaciones antiguas descubiertas a lo largo de los dos últimos siglos, que demuestran que en la historia no ha habido siempre evolución hacia una única dirección, sino altibajos tecnológicos y culturales. En la obra del matemático e investigador José Álvarez López, “Atlántida reconstruida“, nos dice lo siguiente: “Es ilusorio pensar que nuestra ciencia histórica conozca algo del pasado humano. La arqueología de los últimos 100 años se ha encargado de ilustrar cuán grande era la miopía de la historia. 

Aparecieron multitud de reinos, imperios, civilizaciones de las cuales no había ninguna noticia. Supuso una auténtica sorpresa descubrir la existencia de importantes civilizaciones del Indo: Mohengo-Daro y Harappa aparecieron de repente bajo la pala del arqueólogo, para mostrar que hace 5.000 años había ciudades modernas, delineadas por urbanistas, con servicios sanitarios al nivel de las urbes de hoy…

Se encontraron casas que poseían varios baños con agua corriente en los pisos altos. Los desagües cloacales, por otra parte, eran obras de una moderna ingeniería hidráulica, ya que poseían cámaras asépticas y otros requerimientos técnicos avanzados. la realidad de estos hallazgos ha recibido otra reciente confirmación en las excavaciones de Tera (Santorin), donde las habitaciones de los pisos altos no solamente tenían agua corriente sino, inclusive, disponían de agua caliente y fría. Es importante repetir la observación de Piggot de que las modernas ciudades de la India carecen del confort que tuvieron hace 5.000 años”.

La Atlántida es la mayor y más importante de las tierras perdidas en occidente. Desde el relato de Platón han sido cientos de investigadores los que han intentado demostrar su existencia o localizar sus restos en los lugares más variados.

Según consta en un documento militar francés, que el novelista Pierre Benoit utilizó como base para su novela “La Atlántida“, pudiera ser la más sorprendente localización para la misma. 

Nada más y nada menos que en el corazón de las montañas de Ahaggar, en Argelia. El macizo volcánico de Ahaggar, también El Hoggar, es una región inhóspita con grandes variaciones de temperatura y muy poca lluvia durante todo el año.

En ella residen la tribu tuareg conocida como Kel Ahaggar. Y, según las leyendas de este pueblo, en estas montañas fue donde la legendaria reina Tin Hinan unió por primera vez a los tuareg como un sólo pueblo. Esta supuesta parte de la Atlántida ocupa un valle-oasis, casi completamente cerrado al exterior, siendo la única vía de comunicación una serie de galerías subterráneas. 

El clima en esta depresión es más moderado que fuera de él, gracias a la influencia del oasis y es considerado por los escasos visitantes como uno de los lugares más bellos del Sahara. Las construcciones son de los más ricos materiales, incluyendo posiblemente el misterioso oricalco, identificado con un mineral de aspecto similar al bronce aunque más claro. Y el agua subterránea alimenta huertas y jardines espléndidos mientras que los picos que rodean el valle pueden verse gran parte del año cubiertos de nieve. Las huertas y granjas producen frutas sabrosas e incluso vino de una calidad aceptable.

La comunidad fue gobernada por una reina llamada Antinea, que afirmaba ser inmortal. Se dice que era descendiente de Cleopatra Selene, a su vez hija de Cleopatra y Marco Antonio, y que parece que era la misma Tin Hinan de la leyenda. Aunque a primera vista parece increíble, debemos considerar la relativa cercanía de la llamada Ciudad de los Inmortalesy el río que, presuntamente, da la inmortalidad. Antinea, una mujer de una belleza fatal, a menudo convertía a los visitantes masculinos en sus amantes, pero sólo durante un breve tiempo.

«El inmortal» es uno de los cuentos de El Aleph, un libro escrito por el argentino Jorge Luis Borges, publicado en 1949. Valiéndose de la literatura, la religión y la filosofía, se plantea en el relato los efectos que causaría la inmortalidad en los hombres, cuestionando los principales valores establecidos de esos tres temas. 

El narrador cuenta que la historia fue hallada en un manuscrito, dentro de un ejemplar de la traducción de la Ilíada de Pope, que Cartaphilus le ofrece a una princesa en 1929. La historia es contada en primera persona por el protagonista, Marco Flaminio Rufo, un romano que sale en busca de un río que da la inmortalidad a quien bebe de él, motivado por la historia que un jinete egipcio desconocido le remite antes de morir.

Secundado por doscientos soldados y algunos mercenarios, emprende el viaje. Varios días después de perderlos en el desierto, encuentra un río de agua arenosa del que bebe sin saber que aquel era el río que buscaba, y que los trogloditas que vivían cerca de él eran los inmortales. Después de atravesar un casi interminable laberinto subterráneo, emerge a la Ciudad de los inmortales. La ciudad era una caótica construcción carente de sentido. Cuando consigue salir, descubre que afuera lo esperaba uno de los trogloditas, al que llamó Argos (el perro de Ulises, en la Odisea ).

Después le confiesa que era Homero (el autor de la Odisea). Marco Flaminio Rufo descubre que la inmortalidad es una especie de condena. La muerte da sentido a cada acto ante la posibilidad de ser el último; la inmortalidad se lo quita. En el siglo X, los inmortales se dispersan en busca del río que los libere de su condición.

Cuando la veleidosa reina Antinea se cansa de sus amantes, son asesinados y sometidos a una curiosa forma de momificación. Según los relatos, sus cuerpos son sometidos a un baño electrolítico de oricalco y plata que les da el aspecto de perfectas reproducciones escultóricas del finado.

Estas siniestras estatuas, junto con inscripciones indicando su identidad y la fecha de la muerte, decoran las habitaciones de la reina, aunque su naturaleza no es obvia a primera vista.

Pese a su aislamiento geográfico y al desconocimiento que el mundo exterior tenía de ellos, estos atlantes se mantuvieron sorprendentemente bien informados y en sus amplias bibliotecas podían encontrarse antiquísimos manuscritos desconocidos por el gran mundo. La mayoría de las noticias y los bienes les llegaban a través de los kel ahaggar, con los que mantenían una alianza firme que ha ayudado a mantener el secreto de su existencia.

 Se dice que la mayoría de la población de la ciudad tiene la piel, los ojos y el cabello oscuros aunque algunos individuos, como la misma Antinea, tienen los ojos verdes o azules y un tono de piel más claro. Investigadores franceses elaboraron la teoría de que se trata de la Atlántida original, no hundida como interpreta la mayoría, sino que la tierra a su alrededor se habría alzado, quedando la antigua isla aislada en el interior del continente.

Para confirmarlo incluso se cita un fragmento desconocido del Critias, del que se afirma haber encontrado la única copia completa existente, que parece corroborar dicha identificación. También se identifica a los atlantes como antepasados de los garamentes, a su vez ancestros de los tuareg. Estas afirmaciones sin embargo parecen contradecirse con otras informaciones diversas que han situado las ruinas de la Atlántida en localizaciones en el centro del océano Atlántico, que parece ser la idea más extendida entre los que defienden su existencia.




Lo más probable es que esta se trate tan sólo de una antigua colonia menor y no de la gran ciudad descrita por Platón, quizás alzada tras la destrucción de la isla madre e imitando la estructura de su antigua capital. Por supuesto también es posible relacionar esta ciudad con Khokarsa, aunque las referencias al oricalco parecen contradecir directamente esta identificación. Según José Ramón Vidal, en su blog “aventuras extraordinarias“, Khokarsa es un supuesto antiguo imperio africano.

Entre los pocos investigadores que dan crédito a su existencia se barajan fechas para su esplendor en torno al 11000 o 10000 a.C. En dicha época se supone que la región centroafricana tenía una configuración geográfica muy distinta a la actual; marcada por la presencia de dos grandes mares interiores, de los que el lago Chad es hoy el último y lejano resto. Hacia el final del periodo khokarsano la erosión provocó que se rompieran las barreras naturales y ambos desaguaron en el Atlántico, a través de la recién nacida cuenca del río Congo. 

Esta desecación fue paulatina pero bastante rápida, alterando profundamente los patrones climáticos del continente y dando un golpe de muerte a la culturakhokarsana. En torno a esos mares interiores habría nacido, florecido y prosperado la cultura khokarsana, y en torno a sus riveras se distribuirían las ciudades y pueblos que formaban el imperio. Se trataría de una cultura con desarrollo urbano, muy dependiente del sistema de comercio marítimo y los productos marinos para su subsistencia.

Esta distribución aseguraba cierto nivel de independencia a las distintas ciudades, que mantenían algunas costumbres y rasgos religiosos y lingüísticos propios. Al desaparecer los mares, sin poder mantener la unidad política ni cultural, sin acceso al intercambio de productos que permitía una economía viable y prospera, la cultura khokarsana desapareció a una velocidad sorprendente, dejando escaso rastro arqueológico. Tampoco la herencia cultura khokarsana es muy significativa, ya que cuando nuevas oleadas poblacionales se establecieron en la región trajeron sus propias lenguas y costumbres.

El rastro más evidente de esta antigua civilización son diversos enclaves que varios exploradores han encontrado en el interior de África a lo largo de la historia.

Mostrando estos una gran coherencia entre si, al mismo tiempo que rasgos lingüísticos, étnicos y culturales totalmente diferentes a la población del área y otras culturas arqueológicas conocidas.

Es en base a estas similitudes que, ya a finales del siglo XIX, se comenzó a especular con la posible existencia de una cultura madre original para estos asentamientos.

Entre dichos emplazamientos suele incluírse Kôr, Xuja, Opar, y las ciudades enfrentadas de Athne y Cathne o Zu-Vendis. Algunos de estos asentamientos se encuentran lejos de las tierras antaño dominadas por Khokarsa, siendo posiblemente fundadas por refugiados después de la desaparición del imperio principal. También es posible que, de existir, el legendario grupo de hechiceros inmortales conocidos como kavuru, sean descendientes de esta antigua civilización.

 La obra de Sir Wade Jermyn, Observation on the Several Parts of Africa, sobre las exploraciones de este caballero británico en la región del Congo a mediados del siglo XVIII, es el primer testimonio directo de un occidental sobre alguno de estos lugares. Sin embargo ya en su propia época la obra de Sir Wade se enfrentó al escepticismo de la comunidad científica. Desde entonces el libro ha sido considerado demasiado a menudo como literatura fantástica.

Sin embargo, los testimonios se acumulan a finales del siglo XIX y principios del XX ,para descender paulatinamente desde entonces. Donde un explorador de 1880 describe una ciudad habitada, un siglo después se habla como mucho de ruinas devoradas por la selva. Es posible que para finales del siglo XX la mayoría de estos enclaves hayan desaparecido.

Estos asentamientos aparecen poblados por gente de rasgos que les llevan a ser identificados con caucásicos o asiáticos, claramente diferenciados de las poblaciones koishan y bantúes. Es necesario apuntar que algunos expertos en historia oculta creen que los khokarsanos descienden de una rama de la emigración atlante, llegada al continente africano tras el hundimiento del continente principal, en torno al 18000 a.C. Incluso un grupo de investigadores, aún más reducido, pretende conectar esta civilización con el lejano Barsoom, el planeta Marte ficticio de Edgar Rice Burroughs. 

En muchos de estos asentamientos, o en áreas cercanas, también aparecen poblaciones de híbridos entre simios y humanos, posiblemente alguna rama de homínidos primitivos (quizás incluso capaz de cruzarse con los humanos) llamados a vecesparantropos o por el término africano, de origen desconocido, mangani. Son muchas las historias que hablan de fabulosas riquezas en oro y joyas en estas ciudades ruinosas, historias que han lanzado a más de una expedición en su busca.

 Pero además habrían obtenido alguna fórmula mágica o poción que les garantizaría la inmortalidad, o al menos una juventud lo bastante larga para dar esa sensación. Si este secreto pueden ser obtenidos por extranjeros o están vinculados a la propia bilogía de los descendientes de los khokarsanos es algo que no podemos saber.

Algunos investigadores defienden que los más conocidos descendientes de los khokarsanos y su antigua cultura no son los habitantes ninguna ciudad o asentamiento aislado en la jungla, sino una población bien visible y conocida del Norte de África: el misterioso pueblo norteafricano de los tuareg. 

Nos resulta difícil apreciar que podrían mantener los “hombres azules” de sus lejanos antepasados, teniendo en cuenta las fuertes influencias culturales, principalmente árabes, sufridas desde entonces; pero hay algo eminentemente khokarsano en la antigua leyenda de la princesa Tin Hinan, su primera reina y antepasada. 

El idioma khokarsano aún no ha sido descifrado completamente, por lo que parece tiene relación con las lenguas afroasiáticas. La forma escrita es sólo parcialmente legible y se basa en una escritura de tipo silábico que no parece relacionada con otras formas de escritura, sino haberse desarrollado de forma totalmente independiente. La mayor parte de la información proviene de textos grabados en una serie de placas de oro recuperadas en la región del Congo.

También debemos mencionar a otros autores importantes que se han interesado en este caso como el profesor George Edward Challenger y su obra The Sahhindar Cult in Pre-Diluvian Khokarsa. Al igual que otras sociedades en su mismo estadio tecnológico, la Edad de Bronce, parece que su economía era de tipo esclavista. La agricultura debía proporcionar mucha de la alimentación básica pero sin duda el principal aporte de proteínas tenía su origen en los mares interiores que también aseguraban la comunicación comercial entre los enclaves.

En cuanto a su religión parece seguro que rendían culto a múltiples deidades, de las cuales se ha podido identificar por el nombre al menos a tres. La principal es una deidad femenina suprema y lunar llamada Kho, que es representada a menudo como una figura del tipo de Venus pero con cabeza de ave, normalmente águila pescadora o cotorra, y un dios masculino, de carácter solar, llamado Rezu o Resu, su hijo y/o esposo.

El tercero sería un dios/héroe cultural llamado Sahhindar, responsable de muchas de las innovaciones tecnológicas (la agricultura, el dominio de los metales…) que permitieron a loskhokarsanos pasar directamente del neolítico a la Edad del Bronce, y que algunos especulan puede tratarse de un ser humano divinizado. El enfrentamiento entre las dos deidades principales, Kho y Resu, así como su clero, parece haber sido una constante de la historia de esta civilización y quizás una de las causas de su decadencia. 

El mismo nombre de la ciudad de Khokarsa se cree que significa “El árbol de la colina de Kho“. Por otro lado muchas ciudades mantenían además cultos propios, en la mayoría de los casos de carácter totémico, contando muchas ciudades con un animal sagrado propio y su clero particular. Así en Xuja son especialmente adorados los papagayos, mientras que en Athne es el elefante y en Cathne es el león.

Es muy posible que en su sociedad las mujeres, especialmente las sacerdotisas de la diosa Kho, ocuparan el puesto más alto de la sociedad y el gobierno, siendo los varones los responsables de los temas militares. Se cree que la monarquía khokarsiana era electiva, siendo elegido el monarca para un reinado de nueve años, tras el cual era sacrificado, lo cual servía como medida de control por parte de las sacerdotisas para evitar que un varón se volviera demasiado poderoso. Pero con el tiempo esa antigua costumbre se perdió, no así el carácter electivo de la corona.

Étnicamente nos encontramos con varios grupos claramente diferenciados. Según las placas de oro antes mencionadas, había cuatro grupos claramente diferenciados:

Los khoklem (el pueblo de la diosa Kho) o “verdaderos” khokarsanos era un grupo de rasgos caucasianos, posiblemente relacionados con poblaciones nilóticas prehistoricas, grupo de etnias extendidas por el valle superior del Nilo (Sudán del Sur), Uganda, Kenya, y norte de Tanzania. Ellos fueron los fundadores de la ciudad de Khokarsa y del imperio y el grupo más numeroso.

Los klemsuh (pueblo amarillo) presentarían características físicas diferenciadas similares a las poblaciones asiáticas actuales, pelo liso y oscuro, piel de tono amarillento tostado, ojos ligeramente oblicuos. En los límites de la sociedad khokarsana habitarían los bárbaros Klemqaba (pueblo de la cabra) posiblemente neandertales o híbridos neandertal-sapiens. 

Originalmente al norte del área cultura khokarsana, pero posteriormente asimilados, habitarían los klemsaasa, caracterizados en las placas de oro como gigantes de fenomenal estatura y temibles guerreros. Vemos pues que la teoría que identifica la Atlántida con una localización en el norte de África no es tan descabellada como podría parecer. Por ejemplo el número 376 de Historia 16 (Agosto 2007) contiene un interesante artículo de Carlos J. Moreu, que identifica la Atlántida “histórica” con la cordillera del Atlas y los territorios adyacentes.

Muchas civilizaciones antiguas relacionan al herrero con el poder mágico, en la forma de chamán siberiano o de brujo africano. Lopold Fabre, en su obra“Glosario del Poitou, de la Saintonge y del Aunis”, hace resaltar que el término popular “druida“, de origen céltico, designa a la vez al caldero y a la bruja. El caldero es denominado en ese caso “portador de druidas”. Esa cuestión del caldero evoca, naturalmente, el gran recipiente que, en el sabbat de las brujas, sirve para la preparación de las mixturas mágicas.

En cuanto al herrero, notemos que está en contacto casi directo con el fuego, elemento muy importante en la magia. Evidentemente pensamos en Áfricay podemos atribuir al continente negro el nacimiento del primer hombre. Hay numerosas leyendas muy antiguas que testimonian que es allí donde se encontraría el origen humano. Sea como sea, África ha jugado un gran papel en la historia de la Magia y de todas las cuestiones ocultas. Raimundo Lulioy Paracelso, así como Clemente de Alejandría y muchos Padres de la Iglesia, fueron a África a buscar su enseñanza más elevada.

Algunos pretenden que son los Faraones quienes han legado su ciencia esotérica, aunque más bien debe tratarse de los Iniciadosanteriores a la época que traza la historia del Antiguo Egipto. Pero no es imposible que, al contrario, las grandes lecciones Iniciáticas provinieran justamente de las poblaciones negras que otras veces habían alcanzado un alto grado de conocimiento. Se podría citar también el caso de la Atlántida, que explicaría muchas cosas.




 Pero, ya los Tuareg, esos caballeros del desierto, guardan un gran misterio con sus tradiciones, las cuales no guardan ninguna analogía con las de otras tribus de la Tierra. Según Scott Corrales, en su obra “Desierto Ignoto“, en que me he basado en gran parte para una parte del artículo, nos dice que una visita casual a cualquier librería de ocasión nos descubrirá vetustos tomos que describen, en su mayor parte, los encuentros de héroes contra seres demoníacos o terribles bestias.

Edgar Rice Burroughs envió a su famoso “Tarzán” al legendario reino africano de Opar , mientras que Henry Rider Haggard dejaba a su protagonista, Allan Quartermain, a merced de “Ella, La Que Debe Ser Obedecida” en la ciudad perdida de Kor. Más de una generación de lectores del mundo ha leído textos repletos de ciudades perdidas y restos de civilizaciones perdidas.

Pero nos queda la interrogante de los “reinos perdidos”. ¿Acaso existieron alguna vez? Y de ser así, ¿qué habrá sido de ellos? ¿Nos sería posible dar con los restos de poderosos reyes y reinas, grandes héroes y villanos, bajo las arenas de los desiertos de Sahara, o del Gobi, o hasta del Mojave? 

Según Heródoto, al describir a Garama, la ciudad bajo las arenas, nos dice: “Allí vivieron hombres llamados garamantes, una gran nación que siembra en la tierra lo que han puesto en la piedra…estos garamantes se desplazan en sus cuadrigas, persiguiendo a los etíopes”. En el cenit de su poderío, Roma controlaba casi toda Europa al este y al sur del Rin y el Danubio, Dacia, Asia Menor, el Levante y el norte de África desde Marruecos hasta Egipto. Más allá de estas fronteras sólo merodeaban tribus bárbaras, pequeños reinos e imperios hostiles, como lospartos. 

La provincia romana de África, granero del imperio y cuna de poetas, filósofos y emperadores, se extendía mucho más hacia el interior del Sahara de lo que muestran los libros de historia, poniéndola en contacto con las tribus nómadas del desierto y el reino de los garamantes. Tal parecería que los inquietos fantasmas de los garamantes lucharon mucho por darse a conocer al hombre actual.

En 1914, el arqueólogo italiano Salvator Aurigemma se topó con un fascinante mosaico de la era romana en la aldea de Zliten, al sur del antiguo puerto de Leptis Magna, en la actual Libia. El mosaico representaba una joven devorada por un leopardo mientras que dos víctimas más aguardaban la misma suerte. Estas víctimas de sacrificios se distinguían por sus narices aguileñas, pelo lacio y barbas que les identificaban como garamantes. Casi 20 años más tarde, el francés Pierre Belair descubriría la increíble cantidad de 100.000 tumbas en las cercanías de la olvidada capital de los garamantes.

Conocida por su designación actual de Germa, la antigua ciudad de Garama se encuentra en la región de Libia moderna denominada Fezzán, una versión arabizada de “Fazania”, el nombre que concedieron los antiguos a dicha región. El reino de los garamantes era, según Heródoto, “un reino más grande que Europa” defendido por guerreros “que perseguían a los trogloditas etíopes” en sus carrozas por pura diversión.

Las imágenes de estos vehículos han sobrevivido el paso de los siglos en los muros de piedra y desfiladeros de la región, especialmente en Djebel Zenkekra, donde pueden hallarse otras figuras que se remontan a una antigüedad de siete mil años, a pesar de que el Sahara se hacía cada vez menos apto para la vida humana y animal. Los garamantes y sus cuadrigas corresponden a la época señalada entre el 1250 y el 1000 a. de C.; algunos estudiosos los han querido identificar con los “pueblos del mar” que asediaron a Egipto desde el Mediterráneo oriental.

 Al ver fracasados sus planes por controlar la cuna de los faraones, esta cultura guerrera bien pudo haberse asentado en Fazania, al oeste de Egipto. También se hace mención de los garamantes en un texto sumamente curioso del siglo XVI titulado Reloj de Príncipes y escrito por el cronista Antonio de Guevara (1480-1525). El vigésimo segundo capítulo de la citada obra ostenta el título: “De cómo el gran Alejandro, tras la derrota del rey Darío en Asia, pasó a conquistar la Gran India y lo que fue de los garamantes”.

Guevara coloca sorprendentemente a los caballeros garamantes no en África sino en “las montañas Ripeas” de la India, diciendo que “este pueblo bárbaro conocido como los garamantes” jamás había sido conquistado por los persas, medos ni romanos debido a su gran pobreza y la falta de recompensa material para los conquistadores. Pero Alejandro Magno, reconocido entre todos los conquistadores por su gran curiosidad innata, les envió una embajada para exigir tributo.

Guevara, citando el De antiguitatibus grecorum de Lucio Bosco, agrega que los garamantes “todos tienen casas iguales, y que todos los hombres llevaban la misma clase de ropa, y que ningún hombre era más rico que sus vecinos”. ¿Era tan grande el reino de los garamantes como lo pintaba Heródoto?

Si retrocedemos hasta la época neolítica, en que nacieron las culturas de los pueblos del Sahara, nos encontramos con un cuadro todavía más favorable. 

Todo el norte de Africa estaba poblado de enormes rebaños de animales, cubierto de árboles y plantas esteparias y dominado por hombres de tez clara, cazadores, pescadores y dibujantes, que nos han legado infinidad de monumentos de cultura.

Heinrich Barth descubrió ya unas curiosas tumbas gigantescas de piedra, que había encontrado en medio del desierto. Los investigadores franceses Henri Lhote y M.Dalloni descubrieron columnas, pirámides y grabados rupestres situados en los más diversos lugares del norte de Africa. 

Los alemanes Leo Frobenius, Hugo Obermaier y Hansjoachim von der Esch, examinaron en los macizos de Hoggar y Tibesti gran número de representaciones humanas y zoomórficas, de un realismo francamente impresionante. Finalmente, el egipcio Hassanein Bey y el húngaro L.E.Almasy reunieron una tal cantidad de testimonios de la cultura de los primitivos habitantes del Sahara, que algunos sabios, llevados por el entusiasmo, llegaron a situar en el norte de Africa la cuna de la humanidad. El incansable Henri Lhote, mejor conocido por su investigación de los pictogramas de Tasili, logró hallar representaciones de las cuadrigas de guerras de los garamantes en el macizo de Hoggar, casi mil quinientos kilómetros de distancia de Fazania.

 En el verano del 2000, un grupo arqueológico interdisciplinario de las universidades británicas de Reading, Newcastle y Leiscester confirmó la existencia de un canal de irrigación de más de tres mil millas de extensión conectado a depósitos subterráneos de agua. Con esto se confirmó el hecho de que losgaramantes habían controlado un imperio de más de setenta mil millas cuadradas con tres ciudades principales (las actualesGerma, Zinchechra y Saniat Gebril) y media docena de asentamientos menores.

La red de canales de irrigación permitió un aumento en la producción alimenticia y el mantenimiento de una población no trashumante de cincuenta mil personas. Los hallazgos también conllevaron una revisión de los cronogramas existentes: los primeros pueblos aparecieron cerca del 500 a. de .C y los garamantes llegaron a convertirse en una entidad política alrededor del 100 a. de C., y desaparecieron alrededor del 750 d.C. con la llegada de los conquistadores islámicos.

 El periódico británico The Independent pone las siguientes palabras en boca del profesor David Mattingly, director de la expedición: “Nuestra investigación ha sacado a la luz que, gracias al ingenio humano y contra todas las posibilidades, los habitantes del desierto más grande del mundo pudieron crear una civilización próspera y exitosa en uno de los parajes más áridos y calientes del mundo. 

Los romanos consideraban a los garamantes como meros salvajes, pero la nueva evidencia arqueológica ha puesto al relieve que eran granjeros ingeniosos, ingenieros diestros y comerciantes emprendedores que llegaron a producir una civilización digna de tomar en cuenta”.

Es posible que Mattingly se haya estado refiriendo a la ciudadela de Aghram Nadarif (“ciudad de la sal” en el idioma de los beréberes), con dimensiones de 460 pies por 160 pies, rematada con impresionantes torres sobre sus muros. Se ha sugerido la posibilidad de que este puesto de avanzada haya sido un punto de trasbordo para los cargamentos de sal provenientes del Mediterráneo que iban de camino al África meridional a cambio de oro, marfil y animales exóticos a ser inmolados por los gladiadores de Roma.

Tras la conquista del Fezzán por los ejércitos triunfantes del califato omeya, los garamantes y su cultura desaparecen para siempre de la historia. Algunos historiadores han considerado que los garamantes han sido los antepasados de la misteriosa raza de nómadas con velo conocidos como los tuareg, y que no guardan ningún parecido físico con las demás tribus beréberes, que parecen haber llegado desde el Sahara profundo tras la desintegración del imperio romano en el siglo V. 

Sin embargo, hay otras tradiciones que nos indican que estos habitantes del desierto tienen un origen más antiguo aún. En su libro The Ancient Atlantic (Amherst Press, 1969), L. Taylor Hansen incluyó un relato meramente anecdótico que enlazaba las tribus tuareg del Sahara con una tradición secreta que se remontaba muy posiblemente al reino perdido de losgaramantes.

Citando un encuentro fortuito con un hombre de raza árabe en la capital mexicana, Hansen detalla la existencia de una tribu de “mujeres guerreras” que supuestamente existiría aún en el Sahara y que lucen con orgullo las dagas de brazo y espadines que se utilizaron en la antigüedad, así como escudos y un arma parecido a un tridente que representa “los tres picos del Hoggar”, Bajo las tierras de esta tribu existirían galerías subterráneas repletas de petroglifos parecidos a los de Tassili, representando uros y otros animales prehistóricos. 

El extraño interlocutor de Hansen le informó que los tuareg creían que su pueblo había venido del mar, y que el nombre que se daban a sí mismos significaba “pueblo del mar”. Por dudoso que pueda resultarnos el concepto de las amazonas africanas, tenemos el testimonio de otro gran aventurero: el conde Byron de Prorok, un Indiana Jones de carne y hueso, cuyas exploraciones en tres continentes les concedieron fama mundial hace cierto tiempo.




Prorok pudo convivir con los tuareg por algún tiempo durante su expedición al macizo de Hoggar, y sus indagaciones revelaron que el verdadero poder lo ostentan las mujeres de esta misteriosa tribu, a pesar de no tratarse de un matriarcado. Su reina elige al rey, denominado amenokhal akhamouk, con el que compartirá el mando. De Prorok también fue entre los primeros en escribir sobre los hartani, la casta de esclavos al servicio de los tuareg.

Hansen obtuvo más detalles sobre las galerías subterráneas. Supuestamente seguían estando ocupadas por los tuaregs modernos. También le dijeron que un explorador europeo que participaba en un relevamiento del macizo de Hoggar quedó sorprendido al encontrar una abertura tosca entre las piedras, pero cuyo acceso se dificultaba debido a la sorprendente presencia de barras metálicas verticales. Mirando hacia abajo, el explorador se dio cuenta de que se trataba de alguna especie de respiradero. Temiendo alertar a los tuareg de su presencia se abstuvo de arrojar una piedra por el agujero para determinar la profundidad del tiro. 

El relato comenzó a adquirir matices dignos de un relato de Rider-Haggard cuando el extraño le dijo que bajo kilómetros de galerías subterráneas, iluminadas tan solo por la luz de las antorchas, había “un precioso lago artificial” alrededor del cual se conservan los antiguos escritos de los ancestros de los Tuareg, que supuestamente se remontan hasta el Diluvio.

Los escritos del conde De Prorok también hacen mención a un lago subterráneo cuyas paredes de piedra estaban cubiertas por inscripciones y dibujos de elefantes, búfalos, antílopes y avestruces. Somos absolutamente libres de aceptar o rechazar la narración de L. Taylor Hansen sobre los tuareg y las construcciones de sus ancestros, pero un detalle de su conversación con el forastero es sumamente intrigante: el hombre mencionó que los tuareg remontan sus orígenes al antiguo héroe griego Heracles, mejor conocido bajo su apelación latina de Hércules.

El escritor francés Louis Charpentier propone en su obra clásica Les Geants et les Mystéres de Sont Origines (París: Robert Laffont, 1968) que el personaje de Heracles no se refiere a un sólo héroe de facultades sobrehumanas, sino que se trata de un nombre que guarda un significado parecido a “paladín” o “campeón”.

El Heracles relacionado con el norte de África y con el Sahara en particular habría sido el que recibió la misión de liquidar al gigante Anteo y la tarea de procurar las manzanas doradas de las Hespérides.

El poderoso Anteo, dice Charpentier, había desposado a Tingis, la hija de Atlas, curiosamente nombres que aparecen en la geografía norafricana, y gobernó un reino que rodeaba el Tritón, un mar interior que ocupó el norte del Sahara y cuyo nombre existía aún en la época romana. 

Sobrevive hoy como el desierto salado Chott al-Djerid, donde se rodó la primera entrega de La guerra de las galaxias en 1976). Para respaldar su argumento, Charpentier señala la existencia del mausoleo de Anteo, en Charf, una colina situada al sur de la moderna Tanger, donde los legionarios romanos emprendieron excavaciones que tuvieron por resultado el hallazgo de una osamenta de gran antigüedad. ¿Llevarían los tuareg en sus venas la sangre de tan ilustre linaje, que incluiría entre sus ancestros a una de las figuras míticas mejor conocidas de la historia? 

En el oasis de Abelessa, a corta distancia deTamanrasset, uno de los sitios mejor conocidos del Sahara gracias al Rally París-Dakar, podemos hallar otro de los misterios del desierto: la demolida fortaleza de Tin Hinan, cuya arquitectura no se asemeja en nada a la de las estructuras erigidas por los habitantes del desierto.

Los arqueólogos aún no han podido identificar a los arquitectos de esta desértica urbe. Pero, en 1926, un equipo de arqueólogos logró dar con una cámara rectangular cubierta de tierra que a su vez ocultaba seis losas de grandes dimensiones. Bajo toda esta piedra se hallaban los restos de Tin Hinan, la legendaria reina considerada por los tuareg como su progenitora.

James Wellard, autor de The Great Sahara, atribuye al Dr. LeBlanc, de la facultad de medicina de la Universidad de Algiers, la descripción de los restos mortales de la reina: “Se trataría de una mujer de raza blanca…la conformación de su osamenta recuerda poderosamente al tipo egipcio que puede verse en los monumentos faraónicos, caracterizada por buena estatura y esbeltez, anchura de los hombros, pelvis reducida y piernas delgadas”. Esta opinión forense desató toda suerte de especulaciones sobre el posible origen de Tin Hinan. 

¿Eran sus restos, de hecho, los de Antínea, la legendaria supuesta última reina de la Atlántida? Volviendo a la obra del conde De Prorok, este también consideraba haberse topado con los restos de la Atlántida en los desiertos africanos, admitiendolo sin ambages en su obra Dead Men Do Tell Tales (los muertos sí hablan), publicada en 1942.

En la región de Moudir, el hombre de acción encontró “grandes precipicios que forman un muro de roca viva, considerada por los tuareg como la fortaleza de las amazonas, gobernadas por una reina blanca…”. Los historiadores más conservadores prefieren pensar que la fortaleza de Tin Hinan pudo haber sido una guarnición romana, tal vez un deposito de aduana o almacén que custodiaba las rutas comerciales trans-saharianas.

Son pocos los que han oído hablar del príncipe Yuri Lubovedsky, tutor del místico Gurdjieff y recopilador incansable de datos sobre eventos anómalos y paranormales. Entre sus intereses particulares figuraba la investigación del Diluvio y del mundo antediluviano, una curiosidad que le llevó a visitar monasterios budistas en los lugares más recónditos del Asia central.

Lubodevsky logró transmitir su pasión por estos temas a su famoso discípulo y durante los muchos viajes realizados por Gurdjieff le tocó coincidir con un enigmático monje armenio que le mostró un mapa único y totalmente desconocido al resto de la humanidad: un mapa que mostraba el aspecto que guardaba Egipto “antes de las arenas”. 

El esotérico ruso supuso que de no tratarse de un fraude, el documento tenía que ser necesariamente anterior al reinado de Narmer(Menes), el primer faraón del que tenemos conocimiento. En 1982, una de las misiones fotográficas realizada por el trasbordador espacial Columbia sobre el continente africano, usando la entonces novedosa tecnología de la fotografía mediante radar, sacó a la luz imágenes que revelaban la existencia de ríos desconocidos por el hombre, cuerpos de agua que iban a dar a un antiguo “mar interior” del tamaño del actual Mar Caspio, entre diez mil y quince mil años antes de Cristo.

¿Sería este mapa un legado de la civilización que, en los escritos de Graham Hancock y Robert Bauval, erigió la Esfinge milenos antes del nacimiento de la civilización egipcia? ¿Dónde obtuvo ese mapa Gurdjieff?

¿Cuándo descubriremos antiguas ciudades como Wasukanni, la capital del reino de los mitanni, Kussara, Nessa o Arzawa? Kussara (Kuššara) o Kushara, fue una ciudad, de cultura hitita, situada en el sureste de Anatolia. Alcanzó importancia durante el siglo XVII a. C., cuando Pittkhana y su hijo Anitta, fundadores la monarquía hitita, partiendo de Kussara, se convirtieron en los señores de gran parte de Anatolia.

 Para ello, Pittkhana y Anitta conquistaron la importante ciudad de Nesa y la convirtieron en su capital, para desde ahí destruir numerosos principados enemigos, entre los que destacaba el de Hattusa. Hasta tiempos de Hattusil I (segunda mitad del siglo XVI a. C.), los reyes hititas mantuvieron Kussara como uno de sus centros de poder – el propio Hattusil I se hacía llamar el hombre de Kussara. 

Tras el traslado de la capital hitita a Hattusa, Kussara comenzó a declinar. Akhal Tekke fue el nombre que llevó entre 1882 y 1890 un distrito (uedz) de la provincia rusa de Transcaspia. El nombre Akhal se da a los oasis de la vertiente norte del Kopet Dagh y delKüren Dagh. Tekke es un nombre tribal de los turcomanos. En las colinas del Kopet-Dag, cerca de Ashgabat, se encuentran los restos arqueológicos de civilización parta de la ciudad de Nisa, Nessa o Nusaý. Arzawa (forma antiguaArzawiya) era un reino y una región de Anatolia occidental del II milenio a. C.

Es un término hitita para referirse a una región no muy bien definida de Anatolia occidental, y, a veces, por extensión, se usa también para referirse a la alianza de los reinos de la región (el mayor de los cuales se suele llamar Arzawa Menor). De la cultura de Arzawa poco se sabe, excepto que la lengua de la corte era el luvita, emparentado con el hitita.

El azadón del arqueólogo, sin embargo, se hunde sólo en lugares para los que ha obtenido los fondos necesarios para realizar sus excavaciones, o en donde lo permitan las condiciones políticas imperantes.

La exploración de un sinnúmero de sitios de interés histórico, por consiguiente, corresponderá a generaciones futuras que tal vez logren hacerlo con medios más adelantados en lo técnico de lo que existe actualmente. 

Pero cabe preguntarse cuál será la suerte de aquellos sitios cuyo hallazgo podría suponer un verdadero desastre para la elite académica mundial. En un artículo titulado “Ciudades Perdidas” y publicado en Arcana Mundi , se hace mención a la ciudad perdida de los Hsiung-Nu en el desierto del Gobi y la controversia sobre sus orígenes.

Estas remotas ruinas se encuentran en la cuenca del lago seco Lop Nor, utilizado por China para sus pruebas termonucleares. Resulta inverosímil que ningún arqueólogo se interese por estudiar este paraje, suponiendo que lo permitiese el gobierno chino. 

Sin embargo, al norte del Gobi se nos presenta otro misterio, esta vez en las estepas de Siberia. Para las tribus nómadas que vivían en esta enorme extensión territorial, no era Siberia sino kanun kotan, la tierra de los dioses malignos. La casi impenetrable foresta, el frío capaz de quebrar el hierro y convertir la madera en piedra, y las piezas de basalto con formas extrañas causaban el terror entre los nómadas.

Los nómadas temían su tierra en vez de amarla, pues bajo las profundidades de esta región se creía que vivía Erlik Khan, el dios de la oscuridad eterna y de la frialdad, en guerra constante con la única deidad benévola, el cielo azul.

Rumores de estas lejanas y sobrecogedoras tierras llegaron a los oídos de las culturas mediterráneas y semíticas, que no dudaron en identificarlas con los reinos apocalípticos de Gog y Magog, circulando la leyenda de que Alejandro Magno había edificado una gran muralla para defender al mundo contra las hordas de salvajes al otro lado. Algún cataclismo habría producido un desplome que permitió la salida de estas huestes, dislocando los imperios occidentales. 

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