jueves, 7 de junio de 2018

Los Iniciados del antiguo Egipto y sus herederos (I)

A mediados del siglo XVI a. C., el faraón Kamosis se rebeló contra los invasores hicsos que dominaban el país desde hacía dos siglos. Esta rebelión sería continuada por sus sucesores que, tras vencer a los invasores, también ampliaron las fronteras de Egipto hasta Nubia, hacia el Sur, y extendiéndose también por los reinos asiáticos limítrofes. 

Con Amenofis II (siglo XV a. C. aproximadamente) se comienzan a establecer alianzas y tratados mediante enlaces entre príncipes y faraones egipcios con princesas asiáticas, consiguiendo así mantener buenas relaciones entre Egipto y sus aliados consiguiendo grandes períodos de paz. Con su sucesor, Tutmosis IV las cosas marcharon bien para Egipto, ya que se había entrado en un período largo de paz en el que los reinos vasallos de Egipto recurrieron de nuevo a los enlaces matrimoniales para ganarse la amistad del faraón.




Su sucesor fue Amenofis III, quien se casó siendo aún un niño con la princesa Teye de Mitanni, hija de los príncipes Yuya y Tuya, que consiguieron una posición preeminente en la corte faraónica. Amenofis III fue promotor de grandes monumentos, gracias a que su reinado estuvo marcado por la paz establecida antes de su llegada al trono. Su reinado fue uno de los más largos sin que se produjeran conflictos internos o guerras con los países vecinos. Con él la figura del faraón alcanza su cenit. Es ahora cuando se le considera como todo un dios, llegándose al punto de adorarle en algunas capitales. Amenofis III consiguió centrar en su persona un claro concepto de unidad y majestad sublime. 

A su vez, él debía gran parte de su prestigio y de sus más prudentes y sabias decisiones a su esposa Teye. El papel desempeñado por Teye en el reinado de Amenofis III fue fundamental, ya que su gran talento y dotes de mando hicieron que durante muchos años fuese ella la que prácticamente llevase las riendas del gobierno. Los últimos años del faraón estuvieron marcados por una notable indolencia del monarca en los asuntos públicos. Durante los últimos años su salud fue muy precaria y se había convertido en un anciano decrépito, lo que favoreció que la reina aumentase aún más su papel de corregente, no sólo en los últimos años del faraón sino también en los primeros años del reinado de su hijo. El faraón y su hijo no mantenían buenas relaciones, lo que provocaba largas ausencias del príncipe que aprovechaba para viajar por Oriente Medio, donde seguramente fue influido por muchas de las ideas que después desarrolló en Egipto.

La Antigua y Mística Orden de la Rosa-Cruz (AMORC) es, según su propia definición, una organización tradicional, iniciática y fraternal de carácter rosacruz, no sectaria y apolítica, fundada en 1915 por Harvey Spencer Lewis, Está formada por hombres y mujeres que se dedican a la investigación, estudio y aplicación práctica de enseñanzas espirituales, esotéricas y místicas. Los miembros de la Orden reciben el nombre de estudiantes rosacruces y reciben mensualmente monografías o lecciones graduadas para estudiarlas en su hogar, preferentemente una cada semana. Su símbolo tradicional es una rosa roja en el centro de una cruz dorada. En este símbolo, que no tiene connotaciones de tipo religioso, la rosa roja simboliza el alma del hombre evolucionando progresivamente en contacto con el mundo material, y la cruz dorada representa al cuerpo físico del hombre. 

Según la propia Orden Rosacruz AMORC, el propósito de la misma es la de proporcionar a todos sus miembros los medios físicos, mentales y espirituales para que todos vivan en armonía con las fuerzas cósmicas, creativas y constructivas del Universo, y lograr obtener como última meta la salud, la felicidad y la Paz Profunda. Según la Orden Rosacruz AMORC, ésta habría sido fundada en el antiguo Egipto por el faraón Tutmosis III (1504-1447 a.C.) quien agrupo a los Iniciados de las antiguas escuelas Osirianas en una fraternidad única. Bajo su impulso los iniciados que trabajaban entonces en escuelas de misterios con reglamentos propios e independientes, se convirtieron en una única orden regida por un solo código. Cerca de setenta años después, el faraón Amenhotep IV nacía en el palacio real de Tebas y estaba destinado a convertirse en uno de los hombres más importantes de su época. Según la AMORC fue admitido muy pronto en la Orden secreta fundada por Tutmosis III y más tarde se convertiría en su Gran Maestro.

Osiris es el dios egipcio de la resurrección, símbolo de la fertilidad y regeneración del Nilo; es el dios de la vegetación y la agricultura; también preside el tribunal del juicio de los difuntos en la mitología egipcia. Su nombre egipcio es Asir o Usir. En castellano suele nombrársele con la forma helenizada Osiris (del griego Όσιρις). A Osiris se le representa casi siempre momificado, con la piel verde o negra, una corona Atef, el cayado (heka) y el látigo (mayal o nebeh) o el cetro uas. El pilar dyed era su objeto sagrado. Aunque raramente, también se le representó con forma cocodrilo, toro negro, garza, can o de gran pez. Osiris, como dios agrario, tiene la piel de color verde pues simboliza el color de la vegetación y la regeneración. El negro está asociado a la tierra negra y fértil que en cada inundación del Nilo aportaba nueva vida al campo. Hay una fuerte conexión simbólica entre el negro y la tierra fértil de Egipto: Kemet. Era el jefe de la tríada Osiriaca, formada por Osiris, Isis (su mujer) y Horus (su hijo).

 El mito de Osiris introduce en la religión las nuevas ideas del bien y del mal. En el mito inicial, Osiris (el bien), es asesinado por su hermano Seth (el mal), quien lo arroja al Nilo, en donde lo encontrará Isis que con su amor le devuelve la vida. Con esa resurrección se establece el triunfo del bien sobre el mal. Osiris fue un héroe cultural, rey mítico, fundador de la nación egipcia, que enseñó a los hombres la civilización, las leyes, la agricultura y cómo adorar a los dioses. Muere como hombre pero resucita como inmortal gracias a Thot. Es el responsable de juzgar a los muertos en la Duat, donde está acompañado por 42 dioses-jueces (uno por cada nomo) que dictaminarán lo que acaecerá al difunto. Fuentes que se hacen eco de este mito son: Tratado de Isis y Osiris de Plutarco, textos de Diodoro de Sicilia, y los Textos de las Pirámides.

Osiris es hijo de Geb y Nut, fruto de una intriga amorosa. Cuando Ra se entera de la infidelidad de su esposa, decreta la imposibilidad de parirlo en ningún mes del año. Thot, otro amante de Nut, jugando una partida con la Luna (Jonsu), consiguió ganarle una 72ª parte de cada día del año, con la que compuso cinco días que añadió al año egipcio de 360 días. Es el origen mítico de los cinco días epagómenos, considerados fuera del año, y exentos de la maldición de Ra.

Por eso, Osiris nace el primer día de ellos. En los días epagómenos, nacieron en orden de días: Osiris, fue considerado un día desafortunado; Horus “El Viejo”, fue considerado un día afortunado o desafortunado; Seth, fue considerado un día desafortunado. Nació rasgando el costado de su madre; Isis, fue considerado un día afortunado; Neftis, fue considerado un día desafortunado. Mediante una trampa artera, su hermano Seth lo asesinó, cortando su cuerpo en catorce pedazos que esparció por todo Egipto. Su esposa y hermana Isis recuperó amorosamente todos los miembros, excepto el viril, que se había comido el pez oxirrinco.

Con la ayuda de su hijo adoptivo, Anubis lo embalsamó y, posteriormente, Isis con su poderosa magia logró insuflar nueva vida al cadáver momificado de Osiris, quedando embarazada de él. Engendraron así a su único hijo, Horus, quien vengó la muerte de su padre, desterrando a Seth al desierto y recuperando el trono de Egipto, mientras que Osiris permanecería como rey de los muertos, en los fértiles campos de Aaru. En los textos funerarios, como el Libro de los Muertos, el faraón difunto se identifica con Osiris, rey de los muertos, del mismo modo que en vida lo había hecho con su hijo Horus. En el Reino Nuevo, en los textos funerarios se funde con Ra; así Osiris es el sol difunto y, en Heracleópolis Magna, se le denomina Osiris Naref.

Otro nombre por el que se le conoce es Unnefer (“el que pone de manifiesto el bien“). “Príncipe de los dioses de la Duat” como dios de la muerte y del Más Allá, aunque, en un principio era un dios agrario que fue adoptando rasgos de otros dioses; genio de los cereales, espíritu de la vegetación y ante todo dios de la resurrección; los Textos de los Sarcófagos del Reino Medio lo identifican con el grano y con el trigo, símbolo de la semilla que muere para renacer más tarde en forma de espiga. Entre las creencias del Antiguo Egipto destaca el mito de la inmortalidad humana. Durante el Imperio Antiguo se creía que sólo el faraón, al morir, se convertían en un dios, alcanzando la inmortalidad en la Duat con todas sus prerrogativas.

Durante el Primer Periodo Intermedio estas creencias también se extienden a los altos funcionarios que al morir se convertían en un Osiris, gozando de la inmortalidad en la Duat con todos sus derechos. Sólo en el último periodo, el resto de los mortales se harían merecedores de alcanzar una vida inmortal en el Más Allá, siempre que pudieran cumplir unos rituales muy precisos. Hay que precisar que Thutmosis III fue el primer soberano que llevó el título de faraón, lo que es muy significativo en el plano místico. Cerca de setenta años después, nacía en el palacio real de Tebas el faraón Amenhotep IV. Admitido muy tempranamente en la Orden fundada por Thutmosis III, se convirtió en su Gran Maestro y se dedicó a estructurar sus enseñanzas y rituales. Paralelamente, instauró oficialmente el monoteísmo en una época en que el politeísmo estaba extendido por toda la faz de la Tierra. Entonces cambió su antiguo nombre por el de Akhenaton, que significa “Servidor de Atón“.

Además, fue el promotor de una revolución que marcó la religión, el arte y la cultura. Profundo humanista, dedicó toda su existencia a luchar contra las tinieblas de la ignorancia y a promover los más elevados ideales. En la arenosa llanura de Tell el Amarna tuvo lugar la gran herejía que conmovió al Antiguo Egipto.

Los nombres de los dioses fueron borrados de los templos y tan sólo permaneció el dios sol Atón al que Akhenatón y el resto de la familia real rendían culto diariamente. Tras la muerte del faraón, los sacerdotes restablecieron la antigua religión y todo lo relativo a Akhenatón fue borrado de las páginas de la Historia. Tan concienzudo fue el trabajo de los sacerdotes que poco más que el nombre del faraón llegó hasta nosotros. 




 Fue en 1824 cuando John Wilkinson realizó las primeras excavaciones en la zona y dos años más tarde realizó los primeros dibujos y anotaciones de todo lo que había descubierto. Debido al pobre conocimiento que se tenía entonces de la escritura jeroglífica no se pudo identificar el lugar, y Wilkinson creyó que se trataba de un enclave romano. Sorprendió la estética de las figuras halladas en Amarna. pinturas y esculturas estaban dotadas de un aire de realismo y familiaridad que brillaban por su ausencia en el resto de Egipto.

Esto atrajo a numerosos investigadores. en 1842 y 1845, Lepsius investigó la zona y fue el primero en establecer que las enigmáticas figuras de Amarna correspondían a un faraón y su familia y aunque no se supo leer el nombre del faraón como Akhenatón, no hubo duda sobre la identidad de la reina: Nefertiti. En 1883 una expedición francesa descubrió numerosas tumbas de personajes de la corte y pronto se supo el nombre de la misteriosa ciudad, Akhetatón (“El Horizonte de Atón“).

En Egipto fue el promotor de una revolución en materia de arte, religión y cultura sin precedentes. Desafiando al clero de Amon, proclamó por primera vez que no existía más que un solo Dios, y esto en una época en la que el politeísmo estaba expandido por toda la superficie de la tierra, e hizo del disco solar el símbolo del Dios único al que veneraba.

Sin embargo poco tiempo después de su muerte (1.350 a.C.) el poderoso clero de Tebas restauró el culto a Amon, pero su obra ya formaba parte de la historia. Este movimiento místico surgido en Egipto, es el que se convertirá con el transcurrir de los siglos en el Rosacrucismo. Algunos autores del siglo XVII hacen referencia igualmente a los orígenes egipcios de la Orden Rosacruz.

Así por ejemplo Michael Maier (1568-1622), filósofo y médico alemán, que sirvió como consejero de Rodolfo II de Habsburgo, en su obra “Silentium Post Clamores” publicada en Frankfurt en 1617, sitúa el origen de la “Orden und Fraternität des Rosen Creutzes” (Orden y Fraternidad de la Rosa-Cruz) en el antiguo Egipto. Según Arthur E. Waite, reconocido escritor e historiador de la Rosa-Cruz, en esta obra Maier precisa que los Rosacruces son “los sucesores de los colegios de Brahamanes hindús, de los egipcios, de los misterios de Samotracia de Orphos y de Eleusis, de los Magos de Persia, de los Pitagóricos (…)” y otros.

De igual forma en su obra Tractatus Apologeticus Integritatem Societatis de Rosae Cruce (Tratado de Apología sobre la Rectitud de la Sociedad Rosa Cruz), Robert Fludd (1574-1637), médico parecélsico, astrólogo y místico inglés, afirma que “su sabiduría [de los Rosacruces] fue extraída de los jeroglíficos egipcios, que pueden contemplarse en las pirámides de Memphys, donde los filósofos antiguos la escribieron”.Desde un punto de vista histórico y cronológico, queda claro sin embargo que la tradición rosacruz comienza en el siglo XVII con los primeros Manifiestos Rosacruces publicados en Europa, concretamente en Kassel (Alemania), titulados la “Fama Fraternitatis”, publicado en 1614, y la “Confessio Fraternitatis”, publicado un año más tarde, a las que le siguen las “Bodas Químicas de Christian Rosenkreutz”, obras todas ellas de autor desconocido pero atribuidas a Johann Valentin Andreae (1586-1654 d.c.), escritor, matemático, teólogo, místico y reformador social alemán.

Según la tradición rosacruz estos manifiestos constituían en realidad uno de los elementos preparatorios para el resurgimiento cíclico de la Orden, conforme a la ley que la rige, según la cual, después de un período activo de 108 años, entra en un período equivalente de sueño, para reiniciar 108 años más tarde sus actividades públicas. En 1693, bajo la dirección del Gran Maestro Johannes Kelpius (1673-1708), rosacruces de todos los países de Europa embarcaron hacia el Nuevo Mundo a bordo del “Sarah María“.

A principios de 1694, desembarcaron en Filadelfia donde se establecieron. Unos años más tarde, algunos se desplazaron hacia el Oeste de Pensilvania y fundaron una nueva colonia. Después de haber creado su propia imprenta, editaron un gran número de obras de la literatura mística e introdujeron en América las enseñanzas de la Rosa-Cruz. Bajo el impulso de estos rosacruces europeos nacieron también numerosas instituciones americanas y el mundo de las artes y de las ciencias conoció un progreso sin precedentes en los Estados Unidos. 

Personajes eminentes como Benjamín Franklin (1706-1790) y Thomas Jefferson (1743-1826) habrían estado en estrecho contacto con la obra rosacruz de este país. Según Reuben Swinburne Clymer, la orden sucesora de estos grupos rosacruces en América es la Rosicrucian Fraternity in America y no la Orden Rosacruz AMORC, y documentó este hecho en un voluminoso libro titulado Rosicrucian Fraternity in America. Según la Antigua y Mística Orden de la Rosa-Cruz, desde que el hombre hizo su aparición sobre la Tierra, no ha cesado de enfrentarse a los misterios de su propia naturaleza y de su entorno. Al comienzo de la prehistoria, vivía día y noche con el temor de ser devorado por los animales salvajes, de perecer bajo el desencadenamiento de los fenómenos naturales o de morir a manos de sus semejantes.

Incapaz de reflexionar sobre el pasado para mejor prever el futuro, su memoria y su imaginación eran prisioneras de un eterno presente. En cuanto al espacio en el que se movía su actividad consciente, no sobrepasaba el marco de lo que podía percibir por medio de sus sentidos. El horizonte marcaba los límites de su mundo terrestre, y la bóveda de los cielos, los de su universo celeste. Pero el tiempo es el maestro de la evolución y, finalmente, después de numerosas generaciones, el hombre consiguió ejercer cierto dominio sobre su entorno y acceder definitivamente a un estatus superior al de los animales.

El descubrimiento del fuego parece que fue uno de los acontecimientos que más revolucionaron la vida del hombre prehistórico. En el plano físico y emocional, esto, le proporcionó un bienestar inestimable, ya que le permitió vencer las tinieblas, calentarse cuando tenía frío, cocinar los alimentos, protegerse más eficazmente contra los depredadores y prolongar sus horas de vigilia.

Progresivamente el temor en el que vivía constantemente fue dando lugar a un sentimiento de seguridad. Fue entonces, cuando comenzó a meditar sobre el lugar que ocupaba en el Universo y sobre el sentido que debía dar al nacimiento, a la vida y a la muerte. Poco a poco fue adquiriendo consciencia de sí mismo y, sin apenas darse cuenta, dio sus primeros pasos por el sendero del “Conócete a ti mismo“. Es decir, se inició a su alma y puso las bases de su propia evolución espiritual. Muchos siglos han pasado desde que el hombre comprendió por primera vez que era algo más que una simple criatura viviente. Sin embargo, continúa preguntándose sobre el cómo y el porqué de su existencia, y estas preguntas no siempre encuentran una respuesta satisfactoria.

Es cierto que la ciencia ahora puede explicar la mayor parte de los procesos fisiológicos que hacen posible la vida orgánica de un ser humano, desde el momento de su concepción hasta su muerte. Pero no siempre es capaz de responder a los misterios que rodean el momento último, cuando el soplo vital le abandona. Sin embargo, la partida hacia el más allá constituye uno de los mayores enigmas planteados a la consciencia humana. No existe duda alguna de que para nuestros lejanos antepasados el nacimiento de un niño era un acontecimiento milagroso que suscitaba a la vez admiración y temor. Al no poder comprenderlo y explicarlo, lo atribuían a un espíritu invisible que había tomado posesión del cuerpo de la mujer y que lo abandonaba en un momento dado bajo la forma de un bebé.

El fenómeno de la muerte debía dejarles más perplejos todavía, ya que, a la inversa del nacimiento, iba acompañado de una inercia total y definitiva. Debió constituir, en ambos casos, una experiencia interior considerable. Después, nunca más pudo olvidar lo que había visto y experimentado en aquellas circunstancias. En el transcurso de la evolución, el hombre fue comprendiendo que también él había nacido de la misma manera. Por otra parte, llegó igualmente a la conclusión de que también él moriría un día y caería en ese estado de inercia total que había observado en otros.

Probablemente, el hecho de haber nacido no le asustaba tanto como el presentimiento de que algún día moriría, pues sabía lo que ocurría en el primero de los casos, pero no tenía idea alguna de lo que acontecía después de la muerte. De esta manera, el final de la vida terrenal se convirtió para el hombre en uno de los mayores misterios y aún continúa siéndolo.

Esto se debe a que encierra la respuesta a la pregunta fundamental que todos nos planteamos, es decir: ¿Por qué y para qué estamos en la Tierra? Quienes tienen una visión materialista de la existencia enfocan la muerte de una manera negativa, pues no ven razón alguna para entenderla de otra forma. Consideran que el hombre no es sino una masa de carne mantenida con vida por ciertas funciones físico-químicas y controlada por una consciencia puramente cerebral.

Limitan la vida humana a un proceso mecánico que conoce su fin definitivo con la parada de dichas funciones y con la aniquilación de esta forma de consciencia. O dicho de otra manera, piensan que la muerte sólo conduce a la nada. Además, creen que el destino de cada ser humano está determinado por el azar y que la humanidad evoluciona únicamente bajo el efecto de un instinto colectivo de supervivencia.

 Para quienes niegan la dimensión espiritual del ser humano, todo lo que ocurre en el escenario de la existencia es incoherente e injusto. Si piensan así, es porque viven constantemente en el mundo de los efectos, ignorando por completo el reino de las causas. Dicho de otra forma, no comprenden que el universo de las ilusiones y de las apariencias en el que permanecen, procede de una Realidad Cósmicadonde reina el orden y la armonía. No son capaces de captar que lo visible es la proyección de lo invisible y que lo finito no es sino una emanación de lo infinito. Prisioneros de la razón, construyen su vida sobre bases que juzgan racionales pero que, sin embargo, son tan frágiles como los ideales que persiguen.

Ven transcurrir sus días inexorablemente, y avanzan con angustia hacia la muerte, ese fin último que ha sido como una cruz a lo largo de su vida. Desde hace muchos siglos, los rosacruces afirman que el destino humano sobrepasa ampliamente el intervalo consciente que transcurre entre el nacimiento y eso que llamamos impropiamente “muerte“. Para ellos, el ser humano es dual. En efecto, posee un alma que se encarna en el niño cuando inspira por primera vez, haciendo de él una entidad viva y consciente. En el instante en que el hombre exhala su último suspiro, el alma se disocia del cuerpo que había animado a lo largo de la vida terrenal y se reintegra a la Gran Alma Universal.

Así, la muerte no es sino el paso de un plano de consciencia a otro, el retorno a una condición que existía antes de la encarnación en este mundo de materia. O dicho de otra manera, corresponde a un renacimiento en el mundo invisible.

Esta es la razón de que los rosacruces consideren que la muerte no es más que una transición del alma y que constituye uno de los dos aspectos de la Vida Universal. Cuando el alma abandona el cuerpo físico en el momento de la transición, continúa siendo consciente de su identidad y se eleva gradualmente hacía su nueva morada guiada por seres espirituales dedicados a este fin, así como por las almas de los seres queridos que ha conocido en la tierra.

Cuando alcanza el plano de consciencia que corresponde a su evolución, continúa en lo invisible una existencia basada en las grandes lecciones extraídas de la vida terrenal que acaba de abandonar. A partir de este balance y de los decretos kármicos resultado del mismo, establece las grandes líneas de su próxima encarnación. Si decimos “próxima encarnación” es porque es difícil imaginar la muerte de una forma mística sin asociarla a la convicción de que irá seguida de otras vidas en la Tierra. Basta con observar la actitud de nuestros contemporáneos ante la muerte para comprender que la idea que se hacen de ella influye considerablemente en su manera de vivir. Sin embargo, lo que la hace tan angustiosa para la mayoría de las personas, es lo poco que saben de ella debido a la ignorancia en la que se les mantiene. Por eso es tan importante romper los tabúes que rodean a este importante acontecimiento de la vida humana.

La ciencia materialista no puede hacerlo, puesto que en su intento de explicar todo racionalmente, considera que la muerte corresponde al cese de un proceso biológico y a la desaparición definitiva de la entidad consciente que se beneficiaba de dicho proceso. La religión, por su lado, predica la existencia del alma y de la vida futura, pero se pierde en conjeturas contradictorias sobre el cómo y el porqué de la dimensión espiritual del hombre. En el interludio consciente que discurre entre el nacimiento y la muerte, el hombre vive su destino tratando de soportar lo mejor posible las vicisitudes de la existencia. Desde lo más profundo de su ser, aspira a la felicidad. Sin embargo, no sabe dónde ni cómo encontrarla. La busca en los placeres que puede procurarle su entorno material, pero la realidad cotidiana le demuestra que estos placeres son efímeros y dejan siempre un gran vacío interior.

Este vacío es la dimensión del abismo existente entre el alma y el cuerpo en la mayoría de los hombres. Precisamente, para que el hombre pueda reconciliarse consigo mismo, la Antigua y Mística Orden de la Rosa-Cruz perpetúa desde hace siglos todo lo que la filosofía mística y la ciencia espiritualista ponen a disposición de aquellos que quieren dominar su vida y hacerla más conforme a sus aspiraciones.

La Antigua y Mística Orden de la Rosa-Cruz, conocida mundialmente bajo las siglas de A.M.O.R.C., no es un movimiento filosófico de reciente creación. Tal como hemos indicado, su tradición hace que su origen se remonte a las escuelas de misterios del antiguo Egipto. En estas antiguas escuelas, se reunían regularmente los místicos iluminados para estudiar los misterios de la existencia. Precisamente por esa razón se las llamó “escuelas de misterios“. En ella se reunían todos los buscadores que aspiraban a una mejor comprensión de las leyes naturales y universales. 




La palabra “misterio” en la antigüedad, es decir, en el tiempo de las antiguas civilizaciones egipcia, griega, y romana, no tenía el significado que se le da hoy en día. En otras palabras, no era sinónimo de “insólito” o de “extraño“, sino que designaba más bien, una gnosis, una sabiduría secreta. Una de las primeras escuelas de misterios del antiguo Egipto fue la Escuela Osiriana. Sus enseñanzas se basaban en la vida, la muerte y la resurrección del dios Osiris. Se presentaban bajo la forma de piezas teatrales, o más exactamente, de dramas rituales. Sólo podían asistir a ellas quienes habían dado prueba de un sincero deseo de conocimiento. En el transcurso de los siglos, las escuelas de misterios añadieron una dimensión aún más iniciática al conocimiento que transmitían. Sus trabajos místicos tomaron entonces un carácter más hermético, llevándose a cabo exclusivamente en los numerosos templos construidos para ese fin.

Las enseñanzas rosacruces dicen que las más sagradas, a los ojos de los iniciados, eran las pirámides de Gizeh. Contrariamente a lo que afirman los historiadores, estas pirámides nunca sirvieron de tumba a ningún faraón, sino que eran un lugar de estudio y de iniciaciones místicas. Las iniciaciones a los misterios egipcios incluían una fase última en la que el candidato atravesaba la experiencia de una muerte simbólica. Tumbado en un sarcófago y mantenido en un estado especial de consciencia por procedimientos místicos, debía experimentar un desdoblamiento momentáneo entre su cuerpo y su alma.

Esta separación tenía como finalidad demostrarle que era un ser dual. Cuando lo experimentaba, ya no podía dudar de la naturaleza espiritual del hombre y de que está destinado a reintegrarse en el Reino Divino. Después de haber hecho la promesa de no revelar lo que había ocurrido en la iniciación y de consagrar toda su existencia al misticismo, era gradualmente instruido en las enseñanzas más esotéricas que pueda recibir un ser mortal. Los Iniciados de antiguo Egipto resumieron una parte de su sabiduría en los muros de sus templos y en numerosos papiros. Otra parte no menos importante era la que transmitían secretamente de boca en boca. El célebre egiptólogo E.A. Wallis Budge, en una de sus obras nos dice: “Debió producirse un desarrollo progresivo en las escuelas de los misterios, y parece que algunas de ellas eran totalmente desconocidas en el antiguo reino“.

No hay duda de que estos “misterios” formaban parte de los ritos egipcios. En cualquier caso, se podía afirmar que la noble Orden de los Kheri-Hebs (Altos Sacerdotes del Templo, poseía conocimientos esotéricos y secretos que los Maestros guardaban celosamente. Si interpreto bien lo que es evidente, todos ellos poseían una gnosis, un conocimiento superior que nunca fue transcrito, con lo que podían incrementar o disminuir su campo de acción según las circunstancias. Por consiguiente, es absurdo esperar encontrar en los papiros egipcios la descripción de los secretos que constituían los conocimientos esotéricos de los Kheri-Hebs.

La Tradición Rosacruz dice que el faraón Thutmosis III, (1504-1447 a.C.), considerado por los historiadores como uno de los más importantes de la XVIII dinastía, formaba parte de los Iniciados que frecuentaban las escuelas de misterios de Egipto. En su época, estas escuelas funcionaban de una manera totalmente independiente y cada una poseía sus propios reglamentos. Cuando fue designado por los Kheri-Hebs para suceder a su padre en el trono, Thutmosis III decidió reagrupar todas esas escuelas en una sola Orden regida por unas únicas reglas. Debido a su inteligencia y a su sabiduría, fue elegido Gran Maestro, conservando este cargo hasta su muerte.

En 1887 Flinders Petrie descubrió las cartas de Amarna, más de 300 tablillas de arcilla escritas en caracteres cuneiformes, que contienen la correspondencia entre el faraón con los monarcas de su época y que demuestran que el faraón no sólo se dedicó a una actividad religiosa, sino que mantuvo una relación constante con los países limítrofes. Es muy posible que el príncipe Amenofis no se hallara presente en Tebas durante los últimos días del reinado de su padre, aunque se baraja la hipótesis que regresara a la corte tras los funerales de su padre.

Es indiscutible que entre padre e hijo existieron diferencias notables en temas políticos y religiosos. Aún así, seguramente compartió con el faraón las tareas de gobierno durante los últimos años de éste; aunque debido a las largas ausencias del príncipe es muy probable que fuera la reina Teye la que aconsejara al faraón en muchos asuntos de estado.

Durante los últimos años de su padre, y tras su debida coronación, el príncipe se convierte en la figura más importante del reino, aunque se sigue teniendo en cuenta al viejo faraón. A pesar que el nuevo corregente se había rodeado de personas de su confianza, no se desecharon a los consejeros y altos cargos nombrados por el faraón, quienes trataban de ignorar el advenimiento del nuevo corregente. Amenofis III mantuvo una política religiosa de no enfrentamiento con el poderoso clero de Amón, aunque parece que en los últimos años aceptó algunos cambios establecidos por su hijo. Amenofis IV subió al trono con 16 años, clamando entonces, no a Amón, sino a Atón, una nueva versión de la deidad solar, que tenía cada vez más aceptación entre los círculos cortesanos. Amenofis IV lo eleva a la categoría de dios del estado.

Ese mismo día se proclama sumo sacerdote deHorakhte, dejando bien claro que, a partir de entonces, este dios habrá de ser invocado como Atón. Ordena decorar con relieves alusivos el que todavía sigue siendo templo de Amón en Karnak. Amenofis IV empieza a dar claros síntomas de que su concepción de la divinidad es muy diferente de la mantenida hasta entonces en Egipto.

Toda la pléyade de dioses había ido dejando paso y lugar preeminente al poderoso Amón, que junto a Mut y su hijo Jonsu, presidían en todo Egipto el vasto y desconocido imperio del otro mundo. Amenofis no estaba dispuesto a continuar la pauta de sus antecesores en el trono y seguir viendo toda esa legión de divinidades como iconos. El dios que él anunciaba, era un dios que se había creado a sí mismo y que se mantenía gloriosamente vivo y palpitante. Enfrentarse al poderoso Amón era algo prácticamente inconcebible, por los riesgos que conllevaba, y mantenía su prestigio gracias también a la influyente casta sacerdotal que le servía y que había gozado siempre del apoyo de los monarcas reinantes. El cambio religioso que se estaba forjando en la mente del joven faraón no podía ser llevado a la práctica sin serias complicaciones.

Ningún faraón se había atrevido a suprimir divinidades ya establecidas para instaurar un culto de tipo monoteísta. Amenofis IV tenía fama de individuo un tanto especial, amigo de viajar y conocer gentes y culturas diversas. No mostraba interés alguno por los asuntos militares, pues en realidad tiene todo el aspecto de un joven delicado, frágil, más interesado en preservar su aislamiento y soledad que en vivir los oropeles del trono. El joven Amenofis manifestó interés por las cuestiones artísticas. Es probable que, en calidad de sumo sacerdote de Ptah, fuera el promotor de numerosos trabajos de talla y escultura. Es por esta época cuando aparece la figura del arquitecto Bek, que tendrá un importante papel en la corte de Amarna.

Parece que ya entonces las doctrinas vigentes en la ciudad de Heliópolis, sede de un culto solar de notable importancia, hicieran profunda mella en su mente. Es más que probable que fuera en Heliópolis donde tomaran cuerpo las nuevas ideas religiosas del joven príncipe, que con seguridad habían nacido de sus viajes y contactos con culturas asiáticas. No obstante, los cambios que habrían de producirse todavía se mantenían en un discreto silencio.

Un papel importante lo juega la reina Nefertiti. En un primer momento se pensó que la reina sería hija del visir Eye. Sin embargo, todo apunta a un origen bien distinto: Mitanni.

Esta teoría está avalada por diversos detalles, empezando por el mismo nombre de la reina, cuyo nombre sería Taduyepa hasta su llegada a Egipto, en que se cambió a Nefertiti, “la belleza que viene a nosotros” en idioma egipcio. También está la circunstancia de que el rey Tushratta nunca mencionó a otra reina que no fuera Teye, puesto que lo contrario habría sido quebrantar el ceremonial palaciego por parte de un pariente.

Y siempre enviaba presentes idénticos a ambas damas, lo que sería algo impropio si Taduyepa hubiera sido simplemente una mujer del harén real. Además está el tocado conoidal de Nefertiti, única reina egipcia que lo utiliza, semejante a las tiaras de las divinidades asiáticas, por no dejar de mencionar la diferencia entre el tipo étnico de la reina y el resto de los egipcios. En la época de Amenofis III, el rey de Mitanni estaba en excelentes relaciones con Egipto. Tushratta continuaba con sus campañas militares y para financiarlas necesitaba oro; ese oro, que según todos los reyes asiáticos, Egipto tenía en grandes cantidades.

Posiblemente fue entonces cuando tuvo la idea de estrechar lazos con Amenofis IV. Tushratta ya había ido creando expectación en torno a la joven princesa y ante los encantos que describían los mensajeros del rey asiático, Amenofis III no puede resistirse y le comunica que envíe a la princesa Taduyepa a Egipto pues quiere desposarla. Así pues, Amenofis III entrega a Mitanni dos ciudades fronterizas, restablece las fronteras de forma que Mitanni salga beneficiada y entrega a Tushratta tanto oro y plata como sea necesario a cambio de la princesa Taduyepa.

Hacia el año 1365 a. C., Taduyepa parte hacia Egipto donde se desposaría con el faraón Amenofis III y adoptaría el nombre de Nefertiti. Como ya se ha dicho, es muy posible que la reina Teye asumiera el control de Egipto durante los últimos años del faraón, y esto pudo ocurrir coincidiendo con la llegada de Nefertiti, con la que la unió una gran amistad, asistiendo ambas a ceremonias oficiales.




Tras la muerte de Amenofis III, Nefertiti es desposada por Amenofis IV, pasando a ser la consorte real. La relación del matrimonio con Tushratta dejaba mucho que desear e hicieron enfurecer en más de una ocasión al monarca mitannio por el desdén que le mostraban. Aunque los primeros años de su matrimonio se debieron dedicar más a la vida familiar. En el segundo año de su ascensión al trono, nace la primera hija, la princesa Meritatón, a la que seguirán Maketatón yAnjesenpatón, que comparten gran parte del tiempo de sus padres. Nefertiti comenzó a ganar nuevas cotas de poder, al tiempo que reducía la influencia de Teye sobre su hijo.

Se empieza a ver a la reina en ceremonias oficiales no sólo acompañando al faraón sino figurando muchas veces con Teye o sola. Esta consolidación del poder de Nefertiti ha dado pie a la suposición de que fuera ella la que incitara a Amenofis IV a la instauración del culto a Atón. La reina, por su origen, debía conocer bastante bien los cultos solares de Asia central. En el cuarto año de su reinado, Amenofis IV decide que ha llegado la hora del cambio de acabar con un culto que considera caduco y falso en favor del dador de toda vida, Atón. Las primeras referencias a Atón se encuentran en el Imperio Medio, aunque entonces no designaba a ningún dios sino simplemente al Sol.

Atón era ese astro todopoderoso gracias al cual era posible la vida. En un principio no sorprendió demasiado la implantación de un nuevo culto; Atón era una fuerza casi divina, representado con numerosos brazos, y podría deducirse que el joven faraón estaba dejándose llevar por un capricho. Sin embargo Amenofis IV insistía en afirmar que desde los primeros monarcas de Egipto, los dioses habían existido simplemente como iconos, pero el dios que él anunciaba no había sido construido por las especulaciones y las ideas peregrinas de los sacerdotes y teólogos: Atón era un dios que se había creado a sí mismo y que estaba permanentemente vivo.

Para demostrar su completa entrega a este dios, en el quinto año de su reinado, Amenofis cambia su nombre por el de Akhenatón. A partir de este momento su ruptura con el pasado fue definitiva. Quedaron prohibidas todas las divinidades, incluidos los dioses de ultratumba, con lo que la vida del más allá estaba sufriendo un fuerte y duro cambio.

Es ahora al faraón al que hay que dirigirse para que medie con las fuerzas del otro mundo. El culto a Atón resulta más accesible y más alegre que sus antecesores en cuanto al tratamiento con el otro mundo. El antiguo drama del recorrido diario del Sol, queda reemplazado por el glorioso amanecer de Atón, con el despertar de sus adoradores a la vida y la felicidad, renovando así el concepto de la inmortalidad presente en los primitivos cultos. El culto a Atón trata de racionalizar un tipo de creencias desarrolladas desde tiempos remotos en Egipto.

Se genera así un vínculo entre el muerto y el vivo, entre el mundo material y el invisible. Es un culto en el que predomina la sencillez y al mismo tiempo la elevación mística. La familia real es la primera en acatar el nuevo culto con total devoción. Inmediatamente se adhieren a él los cortesanos más allegados, unos por fe en el nuevo culto otros por simple conveniencia. El pueblo, aunque sorprendido por este cambio, no opuso ninguna resistencia a la implantación del nuevo culto.

Esto es debido, seguramente, a que la nueva religión no rompe abiertamente con todos los ritos referentes al culto del más allá, y seguían practicándose ritos como la apertura de la boca para el ka o la ofrenda de alimentos, enseres y otros elementos que debían acompañar al difunto en su viaje al más allá. Pese a ello las tumbas del período Amarnita son menos suntuosas que sus precedentes tebanas, e incluso las tumbas de la familia real carecieron de la solemnidad de las tumbas de sus predecesores.

Akhenatón manda construir una nueva ciudad en honor a Atón y que sería la nueva capital de Egipto. Su nombre es Akhetatón “El horizonte de Atón“. Los trabajos de construcción se encargaron al arquitecto Bek, en quien la pareja real tenía puesta su confianza, aceptando cualquier sugerencia suya por muy innovadora que esta fuera. La ciudad se construyó en la margen oriental del Nilo y estaba orientada hacia la salida del Sol. De Norte a Sur tenía una longitud de 15 Km. lo que demuestra su importancia. En su centro geométrico se construyó un gran templo a Atón de 800 metros de longitud y 300 de anchura, cuya característica principal, compartida con todos los templos construidos en honor a Atón, era la de la ausencia de techo para que los rayos solares pudieran llegar hasta el mismo corazón del templo en el que se adoraba al dios.

En el séptimo año de su reinado, Akhenatón se trasladó junto a la corte a la nueva capital y en cuya inauguración el faraón declaró que su tumba, la de la reina Nefertiti y la de su hija Meritatón, se hallaría en algún punto de las colinas que había cerca de la ciudad. Los cortesanos protestaron ante esta decisión, ya que este cambio significaba que sus restos mortales se situarían lejos de las tumbas familiares que sin duda ya tenían preparadas, pero el faraón se mostró inflexible. Sin embargo esta decisión, tenía otro cariz más importante. Hasta entonces las tumbas de los faraones habían estado en Tebas, en las colinas de Amón, per Akhenatón rompía la tradición una vez más.

Mientras tanto las princesas crecían en una atmósfera de estrechos y armoniosos lazos familiares. Es posible que la pareja real tuviera otras tres hijas, aunque su existencia crea ciertas dudas, ya que podrían ser fruto de las relaciones entre Akhenatón y su hija Maketatón. Este tipo de relaciones entre el faraón y sus hijas se consideraba como algo natural y formaba parte del ritual sagrado, especialmente en la situación vivida por Akhenatón, ya que no tenía hijos varones a los que legar el trono a su muerte. A pesar de esto, parece que la falta de descendientes varones no fue ninguna causa de desdicha para él o Nefertiti.

La ciudad crecía y prosperaba rápidamente, engalanándose con nuevas avenidas y hermosos palacios, con suntuosas dependencias y templos. Destaca el palacio que el faraón mandó construir para Nefertiti, el Palacio Septentrional.

Era un magistral conjunto de estancias palaciegas, jardines, estanques, huertas y cuidadas granjas, por donde se movían en completa libertad animales domésticos y exóticos. Se dice que si el palacio hubiera logrado sobrevivir unos años más se habría convertido en una de las maravillas arquitectónicas de la antigüedad. Akhenatón se había desentendido totalmente de cualquier tipo de empresa militar y, lo que fue más grave, de cuidar las relaciones con sus antiguos aliados. Como ejemplo sirva Babilonia, cuyo rey Burnaburiash se quejaba de que, a pesar de haber estado gravemente enfermo, el faraón ni tan siquiera le había escrito una línea.

Convencido de reinar sobre un país sumamente poderoso, no concedió importancia a las relaciones exteriores, solucionando cualquier problema que pudiera surgir sobre la marcha. Ante esta situación, las antiguas castas sacerdotales no tardaron en mostrar su descontento. En el año cuarto de su reinado, las castas sacerdotales de Amón se rebelaron. Pero Akhenatón, apoyado por sus oficiales y por una masa popular deseosa de liberarse de las imposiciones seculares de un clero ocioso y omnipotente, acabó no sólo con el clero, sino que eliminó todo lo que había representado. Símbolos, relieves, pinturas y efigies fueron destruidas, se prohibió su culto y se ordenó a los escribas que borraran de los archivos reales el nombre de Amón.

El arte de la corte de Akhenatón duró poco más de 20 años. El arte amarniense constituye una brusca ruptura con las corrientes anteriores. Hasta entonces el hieratismo y la monumentalidad habían sido los pilares en que se sustentaba cualquier concepción artística. En Amarna todo cambia y se buscan nuevas fórmulas más sensibles y humanas. Lo más característico son las exageraciones y deformaciones corporales con las que se trata de eliminar todo tipo de idealización falsa, que corresponde a la mitad del reinado de Akhenatón.

Posteriormente se produce otra etapa donde se atenúan las exageraciones físicas que tanta confusión crearon en los egiptólogos a la hora de identificar a los personajes de esta época. Todo el estilo de la corte de Amarna está impregnado por esa concepción religiosa revolucionaria que fue el patrimonio indiscutible de este reinado.

Aunque este estilo no era sólo una deformación estética, a partir del año cuarto de reinado se produjeron anomalías anatómicas en el faraón: brazos y piernas muestran una gran delgadez mientras que se abultan el torso y las caderas hasta el punto de crear confusión acerca de su sexo y la cabeza se asemeja cada vez más a la de un hidrocéfalo. Se manifiestan también alteraciones hormonales que le causan una extraña enfermedad -lipodistrofia progresiva- caracterizada por una acumulación de grasas en la parte baja del cuerpo, abdomen, caderas y muslos, mientras que se produce un enflaquecimiento de la parte superior.

En cuanto a la hidrocefalia, los neurólogos afirman que puede tener un carácter ambivalente, es decir, bien puede ser síntoma de idiotez como de una inteligencia superior a lo normal. El desarrollo físico de quienes la padecen suele ser precario y la vida de los pacientes más bien corta. Uno de los momentos más gloriosos de la familia real en Akhetatón fue la recepción de regalos y ofrendas enviados por los soberanos de naciones extranjeras a los monarcas de Egipto. Fue en el año 12 del reinado de Akhenatón y sería la última vez que se pudo ver a la familia real unida y feliz.

El amor que se profesaron Akhenatón y Nefertiti está fuera de toda duda, al menos durante gran parte del reinado del faraón. Juntos crearon las condiciones óptimas para instaurar en Egipto una época de paz y de elevación espiritual. La vida familiar de la pareja real era motivo de asombro por la armonía que manifestaban. Sin embargo esto no iba a durar mucho tiempo.

En el año 12 del reinado se introduce en la corte un personaje sobre el que se han establecido todo tipo de hipótesis. Se trata de Semenkare, que terminará casándose con Meritatón, lo que no impidió que su relación íntima, tal vez homosexual, con el faraón se viera interrumpida. He aquí uno de los personajes más enigmáticos de la Historia del Antiguo Egipto. Hay miles de sombras que hacen imposible seguir el camino que nos lleva a la vida de este personaje y que fue de él.

Algunos dicen que fue hermano de Tutankamon , otros que la reina Nefertiti, esposa del rey hereje Akhenaton, era el mismoSemenkare haciéndose pasar por Faraón tras la muerte de su marido. Históricamente, Semenkare fue el sucesor del faraón Akenaton tras su muerte. Fue nombrado corregente en el año decimoquinto compartiendo con el faraón el gobierno del país durante dos años. Subió al trono tras la muerte del Faraón, enterrándolo en el Valle Real de Amarna. El nuevo faraón trasladó a la corte a la antigua capital de Menfis.

Su parentesco con el rey Akhenaton no se conoce con certeza, aunque algunos afirman que fue hijo, otros que fue hermano y otros que tenían una relación de consanguineidad entre ellos. Esta última teoría fue muy aceptada en los últimos tiempos , ya que se basa en el hecho de que Semenkare hubiese sido en realidad la reina Nefertiti, que hubiese asumido la corregencia. El que Semenkare fuese coronado como corregente con el nombre de Nefernefruaton (“amado de Akhenaton”) invita a sopesar la idea de que realmente fuese la propia Nefertiti, que se llamaba en realidad Nefertiti-Nefernefruaton ( “Hermosa es la belleza de Atón“) y que también gozaba del título de “Amada de Akhenaton“, al igual que Semenkare.

Todo ello unido a que, a partir del decimocuarto año de reinado, no se vuelven a tener noticias de Nefertiti, lo que ha llevado a que algunos investigadores defiendan la teoría de que Nefertiti ySemenkare fuesen la misma persona. Hay otro enigma que refuerza el misterio de Semenkare y es la del misterio de la tumba nº 55, donde se hallaron restos de una momia con el nombre de Akhenaton. Lo que sí se sabe, por investigaciones recientes del ADN, es que el cuerpo de la momia nº 55 está emparentada directamente con el rey niño Nebkeprerure Tutankamon

Pero la versión oficial dice que, a partir del momento en que aparece Semenkare, Nefertiti queda relegada. Se dice que en su contra juegan dos factores decisivos: no ha dado un descendiente varón al faraón y su carácter independiente, que la había llevado a mantener posibles relaciones extramatrimoniales que no debieron gustar nada a su esposo. De hecho, la reina mantenía su propia corte en Akhetatón donde muy pocos podían acceder.

El enfriamiento de las relaciones matrimoniales tuvo que ser paulatino, aunque la presencia de Semenkare sin duda constituyó el golpe definitivo. Poco a poco se fueron definiendo dos grupos enfrentados: el de los que apoyaban al faraón y con él a Semenkare y Meritatón y el de quienes eran fieles a Nefertiti.

 Finalmente llegó el día en que el faraón repudió a Nefertiti, que se refugió en el palacio septentrional, del que apenas volvería a salir en vida. Mientras, Akhenatón, llevado por una furia que sólo podría justificar por su desequilibrio emocional, mandó destruir todas las inscripciones en las que aparecía el nombre de la reina. Las cosas iban cada vez peor para Egipto. Debido a la despreocupación de Akhenatón por los asuntos políticos y militares, las fronteras se fueron debilitando y los tradicionales enemigos de Egipto se fortalecían. En los últimos años del reinado de Akhenatón murieron su madre Teye y sus hijas Maketatón y Meritatón.

Poco después una plaga de peste asolaría Egipto arruinando las reservas agrícolas, diezmando a la población y acabando con nietos y parientes directos del faraón. La corregencia del faraón con Semenkare no gozaba de la menor simpatía entre las capas populares y la situación interna del estado se deterioraba a pasos agigantados.

Akhenatón murió el año 1347 a. C., tras 17 años de reinado. Su muerte fue oscura, especulándose aún sobre su causa, sin relatos que nos hablen del hecho y tampoco parece que representara una gran tragedia para el pueblo.

Le sucedió Semenkare, que se apresuró a sepultar a su antecesor de forma apresurada. Da la impresión que se tenía prisa por olvidar al faraón hereje y recuperar las viejas tradiciones. Semenkare gobernó durante poco tiempo y apenas puede decirse nada sobra su reinado, excepto que se volvió tímidamente a la religión tradicional. A su muerte, subió al trono un joven príncipe del que no se había hablado hasta entonces, un niño de unos ocho años que recibió el nombre de Tutankhamón.

El joven faraón contrajo matrimonio con Anjesenpatón, la tercera de las hijas de Akhenatón, y desde el primer momento se dispuso a restaurar el culto a Amón y a los demás dioses. Se reforzaron las castas sacerdotales, se restauraron los templos abandonados y se erigieron numerosas estatuas y obeliscos. La magnífica ciudad de Akhetatón fue abandonada y la corte se trasladó nuevamente a Tebas. Se quería borrar todo vestigio de un faraón y una reina que se habían comportado como herejes e impíos. Sus nombres fueron borrados de todas las inscripciones, los templos a Atón fueron destruidos y los palacios abandonados. Nada debía quedar del faraón hereje. La figura y personalidad de Akhenatón ha fascinado a estudiosos e investigadores desde que Petrie hizo los primero sondeos en Tell el Amarna en el siglo XIX.




 Desde entonces la figura del faraón ha sido ensalzada y criticada. Seguramente si Akhenatón no hubiera acostumbrado a mostrarse junto a su familia con semejante naturalidad y sencillez no se habrían establecido tantos juicios sobre su persona. La vida personal e íntima de Akhenatón y Nefertiti no sólo era conocida por sus más allegados sino por todos los que tenían acceso a la corte, incluyendo a embajadores de países extranjeros que se sorprendían de encontrarse ante un monarca tan poco amigo de protocolos. Todo esto resulta aún más sorprendente por el hecho de encontrarse ante el fundador de un nuevo culto, lo que en principio induciría a auto-considerarse un ser sublime e inaccesible. Por su parte el pueblo conocía muy bien esta particularidad de su monarca y se congratulaba de que las cosas fueran así.

Esta familiaridad con que el monarca se mostraba ante sus súbditos tenía mucho que ver con el talante de su esposa Nefertiti. La reina, mientras gozó del favor del faraón, apoyó una manera de ser, en la que la tranquilidad y la sencillez doméstica se mostraban a las claras. Esta sencillez se extiende a todos los planos de la actividad real, incluidos discursos y arengas del faraón. El Himno a Atón, obra poética que constituye el ápice de la capacidad literaria que tenía Akhenatón, echa por tierra el calificativo de frívolo y decadente que algunos especialistas le han otorgado.

Hay presente un gran fervor religioso y una gran calidad estilística que nos muestran a este faraón como un rapsoda. A Akhenatón se le ha tachado de fanático y, en esta especie de locura fervorosa, se le veía acompañado por su esposa Nefertiti, de quien también se han dicho muchas cosas. Algunos la han considerado cruel, lujuriosa y orgullosa y otros incluso han visto en ella una segunda Hatshepshut, cuya sola ambición era apoderarse del trono. Hay que reconocer que tales juicios no dan la imagen de un faraón como Amenofis IV, cuya fuerte individualidad le permitió discrepar del sacerdocio y reducirlo a la posición que le correspondía, la de meros servidores del culto.

También da muestras de una gran elevación moral, además de sensibilidad hacia la belleza y el arte. Su reinado fue una época de paz lo que permitió cierta prosperidad a sus súbditos, aunque su fervor hacia la paz tuvo su contrapartida. Era costumbre hacer periódicos paseos triunfales por los dominios faraónicos, lo que entrañaba la posibilidad de servir de árbitros en disputas de las dinastías locales. Es decir, la presencia del faraón servía de elemento de cohesión nacional. Esta costumbre no fue seguida por Akhenatón.

El ejército pasó a ser un mero instrumento de vigilancia local o a ser un conjunto de funcionarios encargados del control de las canteras y proyectos de edificaciones. Los servidores de los templos había visto reducida su función y también sus ingresos. Además se creó un cuerpo de recaudadores de impuestos entre los arrendatarios de los templos, que generó una serie de abusos que tuvieron que ser reprimidos duramente. Tal estado de cosas debilitaba el poder del imperio.

El ejército estaba desmoralizado y se había tenido que recurrir a tropas mercenarias para fortalecerlo. En las Cartas de Amarna se mencionan las frecuentes derrotas y retiradas de las tropas egipcias. Palestina y Siria eran algunas de las zonas más conflictivas donde, hasta entonces, habían dominado los egipcios, que tuvieron que retirarse.

Las Cartas de Amarna es una gran colección de más de 300 tablillas de arcilla, escritas en cuneiforme. Se trata de correspondencia de los estados vasallos de Egipto a los faraones Amenofis III, Akhenatón y Tutankhamón y abarcan un período de unos 30 años. Estos documentos muestran las relaciones existentes entre el monarca egipcio y sus vasallos.

Aún hoy se está trabajando en su clasificación cronológica y se investiga sobre los remitentes de dichas cartas, lo que arrojaría luz sobre las relaciones mantenidas por Egipto con los reinos vecinos durante el reinado de Akhenatón. En cuanto a las princesas, la documentación hace referencia a tres de ellas: Meritatón, Maketatón y Anjesenpatón. Meritatón, la primogénita, sería el tema de algunas de las cartas de Amarna, debido al importante papel que jugó en el proceso sucesorio durante los últimos años del reinado de su padre.

Meritatón se casaría con Semenkare, posterior corregente y sucesor de Akhenatón, en quien el faraón veía una salvaguarda del credo establecido. Sin embargo, Semenkare no reinó mucho y murió de una epidemia de peste que asolaba Egipto y los reinos vecinos desde tiempos de Amenofis III. Maketatón murió por la misma época, seguramente al dar a luz al primero de sus hijos. En cuanto a Anjesenpatón, se casó con el joven Tutankhamón. La importancia de Nefertiti es indiscutible. El binomio Akhenatón – Nefertiti constituye el primer ejemplo de monarcas unidos, no sólo por lazos sentimentales, sino por un proyecto común de trascendencia histórica.

La era de Amarna constituye una especie de salto en el vacío, sin apenas conexión histórica con las etapas que la precedieron o la continuaron. Tal fractura se debe a todo lo que implica la instauración de un nuevo credo en un país en el que la religión impregna toda la vida del pueblo. También está el hecho de que pocas veces se generó en la historia de Egipto una fiebre artística como la vivida durante esos años, tratándose de un arte revolucionario, informal, cargado de misticismo y simbología; aunque poco a poco la suavidad de las líneas que lo caracterizan evolucionan a un tipo de exageraciones y deformaciones que, aunque en parte reflejan algunas características físicas del faraón, son aún hoy un misterio.

El ocaso de Akhenatón fue total. Aparentemente, nada de lo que hizo le sobrevivió. Tras el idealizado paréntesis de Amarna, todo volvió a su cauce habitual, excepto el sueño de un hombre que entró en la eternidad.

Poco después de su muerte, que tuvo lugar 1.350 años a.C., el poderoso clero de Tebas restauró el culto a Amón, pero su obra ya formaba parte de la historia. Desde Egipto, la Antigua y Mística Orden de la Rosa-Cruz se propagó a Grecia a través de Tales yPitágoras (572-492 a.C.). Después pasó a Roma bajo el impulso de Plotino (203-270).

El filósofo Arnaud fue el primer Maestro de dicha logia en el año 804 d.C. y Frees fue el primer Gan Maestro de Francia cuyo mandato duró desde el año 883 al 889, recibiendo el año 898 un año antes de morir, la autorización para establecer otras logias en Francia e inmediatamente se fundó la segunda en Lyon la cual fue muy floreciente. Mientras la Orden se propagaba en Francia, por ella se interesaron algunos monjes de los varios Monasterios y conviene consignar que los Católicos prestaron un excelente servicio a la santificación de la Orden con hermosos principios morales y espirituales.

La Orden se difundió por Alemania poco después de establecida la Gran Logia en Francia. Carlomagno fue el primero en introducirla pero no vivió bastante para ver el fruto de su obra, creándose en el año 1100, en Worms, una logia que llegó a ser posteriormente Gran Logia. Durante el siglo XII, creció rápidamente la Orden en Alemania, contando con mayor número de miembros que en Francia y Egipto, donde continuaba la Sede Central con relativamente pocos miembros. En este punto conviene aludir a una de las más misteriosas y enigmáticas leyes de la Organización, cuyo origen se pierde en las tradiciones, cual es la periodicidad de 108 años de actividad externa de la Orden y 108 años siguientes de oculta y silente actividad.

Durante los siglos siguientes, fueron los Alquimistas y los Templarios quienes contribuyeron a su expansión por Occidente y Oriente. La frecuente falta de libertad de conciencia hizo que la Orden tuviera que ocultarse adoptando diversos nombres, llevando a cabo sus actividades bajo el sello del secreto.

Sin embargo, en todas las épocas y en todos los países, nunca cesaron sus actividades, perpetuando sus ideales y sus enseñanzas, participando directa o indirectamente en el progreso de las artes, de las ciencias y de la civilización, proclamando siempre la igualdad de los sexos, así como una verdadera fraternidad entre los hombres.

Tenemos así a ilustres Rosacruces del pasado: Roger Bacon, (1214 d.C.), con el “Libro de las Seis Ciencias“; Ramon Llull, (1229 d.C.) con “Clavícula“; Arnau de Vilanova, (1245 d.C.), con “Rosarium Philosophorum“; Nicolas Flamel, (1330 d.C.), con “Tresor du Philosophie“; Tomas Norton, (1477 d.C.), con “Ritual de Alquimia“; Pico de la Mirandola, (1463 d.C.), con “De Auro“; Paracelso, (1493 d.C.), con “Kábala de los mundos físico, astral y espiritual“; Simón Studión, (1543 d.C.), con “Naometria“; Henry Khunrath, (1560 d.C.), con “Amphitheatrum Sapientiae“; Sir Francis Bacon, (1561 d.C.), Imperator de la Orden, con ” La Nueva Atlántida“; Michel Maier, (1567 d.C.), con “Revelatan de Fraternitatis Rosae Crucis“; Robert Fludd, (1574 d.C.), con “Tractatus Theologophilosophicus“; Jacobo Boehme, (1575 d.C.), con “Verdaderos Principios y Mysterium Magnum“.

Roger Bacon (Ilchester,1214 – Oxford, 1294) fue un filósofo, científico, y teólogo inglés, de la orden franciscana. Es conocido por el sobrenombre de Doctor Mirabilis (“doctor admirable“). Las fuentes bibliográficas suelen castellanizar su nombre como Rogerio Bacon. Inspirado en las obras de autores árabes anteriores, herederos y conservadores de las antiguas obras del mundo griego, puso considerable énfasis en el empirismo y ha sido presentado como uno de los primeros pensadores que propusieron el moderno método científico, poniendo en crisis la escolástica. Se piensa que Bacon nació cerca de Ilchester, en Somerset, aunque según algunos fue en Bilsey, Gloucester. La fecha de nacimiento es igualmente incierta.

La única fuente es su afirmación en el Opus Tertium, escrito en 1267, en que se dice “cuarenta años han pasado desde que aprendí el alfabeto“. La fecha de 1214 asume que significa que 40 años han pasado desde que se matriculó en Oxford a la edad de 13. Si no quería decir esto, la fecha de nacimiento sería más probable alrededor de 1220. Parece que la familia de Bacon era acomodada, pero durante el tormentoso reinado de Enrique III de Inglaterra perdieron sus propiedades y varios miembros de la familia fueron desterrados. Roger Bacon estudió en Oxford, donde leyó a Aristóteles. No hay evidencia de que obtuviera un doctorado, ya que el título Doctor Mirabilis fue póstumo.

Viajó a Francia, en 1241, a la Universidad de París, entonces el centro de la vida intelectual de Europa, donde la enseñanza de Aristóteles, hasta ese momento prohibida porque Aristóteles era sólo accesible a través de comentaristas islámicos, había sido recientemente reiniciada. Tras completar sus estudios, fue profesor de Artes en esta Universidad, entrando en contacto con Alejandro de Hales y Guillermo de Auvernia.

En 1247 retornó a Oxford y estudió intensamente durante muchos años, omitiendo mucha vida social y académica. Allí fue discípulo de Roberto Grosseteste y Adam Marsh. Encargó caros libros, que tenían que ser copiados a mano en ese tiempo, e instrumentos. Posteriormente se hizo franciscano. Probablemente tomó los hábitos en 1253, después de 10 años de estudio que le habían dejado física y mentalmente exhausto.

Las dos grandes órdenes, Franciscanos y Dominicos, habían empezado a conducir la discusión teológica. Alejandro de Hales lideraba a los Franciscanos y Alberto Magno y Tomás de Aquino a la orden rival. La habilidades de Bacon fueron pronto reconocidas, y se benefició de la amistad de hombres eminentes como Adam Marsh y Roberto Grosseteste, obispo de Lincoln. En el curso de su enseñanza e investigación realizó y describió varios experimentos. El entrenamiento científico que Bacon había recibido le mostró los defectos del debate académico existente. Ninguno de los profesores aprendía griego. Aristóteles era conocido solamente a través de malas traducciones. Y lo mismo era cierto para las Sagradas Escrituras.

 La ciencia física no estaba dirigida por experimentos a la manera aristotélica, sino por argumentos basados en la tradición. Bacon se retiró de la rutina escolástica y se hizo devoto del estudio de las lenguas y la investigación experimental. Al único profesor que respetaba era un tal Petrus de Maharncuria Picardus, o “de Picardie“, que es quizás cierto matemático, llamado Petrus Peregrinus de Picardie, que parece ser el autor de un tratado, De Magnete, guardado en la Biblioteca Imperial de París.

El contraste entre la oscuridad de ese hombre y la fama de la que se beneficiaban los jóvenes doctores despertó la indignación de Bacon. En la Opus Minus yOpus Tertium arremete contra Alejandro de Hales y otro profesor, que, dice, adquirieron su aprendizaje enseñando a otros, y adoptó un tono dogmático, que originó que fuese recibido en París con aplausos, como alguien igual a Aristóteles, Avicena o Averroes.

Bacon fue siempre fiel a sus opiniones. Mantenía lo que creía que era verdad y atacaba a quien estaba en desacuerdo, lo que le causó repetidamente grandes problemas. En 1256 fue designada una nueva cabeza de la rama científica de la Orden Franciscana: Richard de Cornwell, con quien Bacon había estado fuertemente en desacuerdo en el pasado. Pronto Bacon fue trasladado a un monasterio en Francia, donde durante cerca de 10 años solo pudo comunicarse con sus colegas intelectuales mediante escritos. Bacon escribió al cardenal Guy le Gros de Folques, que se interesó por sus ideas y le pidió que escribiese un tratado completo. Bacon, que estaba restringido por una regla de la orden franciscana, que le prohibía publicar trabajos sin un permiso especial, inicialmente dudó.

El cardenal se convirtió en el Papa Clemente IV y urgió a Bacon a que ignorase la prohibición y a escribir el libro en secreto. Bacon lo hizo y envió su trabajo, el Opus Maius, un tratado sobre las ciencias (Gramática, Lógica, Matemáticas, Física y Filosofía), al Papa en 1267. Fue seguido el mismo año por elOpus Minus (conocido también por Opus Secundum), sumario de los principales pensamientos de su primer trabajo.

En 1268 envió su tercer trabajo, el Opus Tertium, al Papa, que murió ese mismo año, aparentemente antes de ver, incluso, el Opus Maius, aunque sabía que el trabajo había llegado a Roma. Algunos claman que Bacon cayó en desgracia y fue más tarde encarcelado por la Orden Franciscana en 1278, en Ancona, por su difusión de la Alquimia árabe. Y, sin duda, sus protestas por la ignorancia e inmoralidad del clero favorecieron las acusaciones de brujería. Supuestamente permaneció en prisión durante diez años, hasta que la intercesión de un noble inglés promovió su liberación.

Sobre este episodio, la famosa Historia de la Ciencia de David C. Linberg, mencionado por James Hannam, dice que su encarcelamiento, si es que ocurrió, probablemente fue consecuencia de sus simpatías por el ala radical “de pobreza” de los Franciscanos, una cuestión completamente teológica, más que de cualquiera de las novedades científicas que pudo haber propuesto. Bacon murió sin seguidores distinguidos o discípulos y fue rápidamente olvidado durante mucho tiempo.

En sus escritos, pide una reforma de los estudios teológicos. Proponía poner menos énfasis sobre cuestiones filosóficas menores, como en el Escolasticismo. En su lugar, la Biblia debería volver al centro de atención y los teólogos estudiar las lenguas en que sus fuentes originales fueron escritas. Él entendía varias lenguas, y lamentó la corrupción de las Sagradas Escrituras y los trabajos de los filósofos griegos por numerosas malas traducciones y malas interpretaciones. Además urgió a todos los teólogos estudiar intensamente todas las ciencias y añadirlas al currículum universitario. Poseía uno de los intelectos más autorizados de su tiempo, y a pesar de todos los infortunios que sufrió, hizo muchos descubrimientos y acercó muchos otros.

Rechazó el seguimiento ciego de las autoridades, tanto en el campo en el estudio teológico, como en el científico. Roger Bacon es considerado por algunos como el autor del Manuscrito Voynich, debido a sus estudios en los campos de la Alquimia, Astrología y Lenguas. A Bacon también se le atribuye el manual de Alquimia Speculum Alchemiae. Fue un entusiasta proponente y practicante del Método Experimental para adquirir conocimiento sobre el mundo. Planeó publicar una enciclopedia completa, pero solo aparecieron fragmentos. Su frase más famosa fue «la matemática es la puerta y la llave de toda ciencia».

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