viernes, 12 de octubre de 2018

El misterioso Rey Salomón y la enigmática Arca de la Alianza (y III)

Con el país de mal en peor, al astuto Jeremías se le ocurrió una idea genial: en el año 605 a.C. solicitó que sus discursos fueran apuntados por su secretario y discípulo Baruc, al objeto de asegurar su difusión.

Un año más tarde, con motivo de haberse convocado la celebración de un ayuno, Baruc leyó los discursos de Jeremías ante el pueblo reunido en asamblea en el Templo.

Los funcionarios se pusieron furiosos, y corrieron a dar parte al rey de lo ocurrido.

Le quitaron a Baruc su manuscrito y se lo dieron al rey Joaquín, quien, no menos furioso, desgarró las hojas del libro y las arrojó al brasero que tenía en la sala. A partir de entonces, Jeremías y Baruc se pasaron a la clandestinidad y anduvieron escondidos. El rey Joaquín teóricamente era vasallo de los egipcios.

Pero Jeremías era partidario de los caldeos (babilonios), y por consiguiente, enemigo de los egipcios. Joaquín toleraba las costumbres idólatras, que se propagaban cada vez más en Israel, mientras que Jeremías censuraba severamente aquellas malas costumbres. Y no le fue difícil sublevar a sus paisanos, pues los israelitas estaban sometidos al pago de fuertes tributos. 

El rey Joaquín advirtió la oportunidad, se alió con los egipcios y congeló el pago de las indemnizaciones de guerra. El rey de los caldeos, Nabucodonosor II (605-562 a.C.) no era hombre que aguantase tal desplante, y envió desde Siria un ejército que puso sitio a Jerusalén, logrando conquistarla el año 597 a.C. En tan apurada situación, Joaquín envió un emisario al odiado Jeremías. Pero éste no envió ninguna palabra de consuelo para el rey, sino únicamente el ingrato consejo de que se rindiera incondicionalmente a los babilonios.




De pronto, apareció en escena un ejército egipcio que intervino en la contienda. Así pues, los babilonios tenían que luchar en dos frentes, contra los israelitas y contra los egipcios. De momento pareció como si el hábil Jeremías se hubiera equivocado con su pronóstico. Inicialmente los babilonios infligieron a los egipcios una derrota completa y regresaron a sus posiciones de asedio alrededor de Jerusalén.

Los enemigos de Jeremías en la corte convencieron a Joaquín para que hiciera asesinar a Jeremías. El profeta fue arrojado al fondo de una cisterna en la que bullía un fango espeso. Se trataba de hacerle perecer miserablemente de hambre, lo que era una muerte lenta y desagradable.

Pero entre los consejeros del rey Joaquín estaba un joven funcionario etíopellamado Abdemelec. Gracias a su enorme ascendiente sobre el monarca, el consejero pudo lograr que Jeremías fuera sacado de la cisterna, cuando ya estaba a punto de morirse de hambre y frío. Pero el fin de Jerusalén ya estaba cerca. los babilonios derribaron las murallas de la ciudad; el rey Joaquín fue hecho prisionero y murió en el cautiverio.

Su hijo Jeconías sólo intentó reinar tres meses antes de rendirse también a los babilonios. Diez mil hombres partieron hacia el exilio, incluyendo todos los jefes militares y todos los hombres en edad de tomar las armas, así como todos los cerrajeros y herreros. Sólo dejaron atrás al pueblo llano. Los tesoros del Templo y del palacio real también fueron llevados a Babilonia, y los utensilios de oro de Salomón fueron martillados en el Templo mismo. Jeremías había recobrado definitivamente la libertad.

 Pero, ¿qué se hizo del Arca de la Alianza? Como decíamos antes, Nabucodonosor conquistó Jerusalén para los babilonios en 597 a.C. Ahora nos trasladamos al reinado de su hijo Baltasar, es decir a mediados del siglo VI a.C, época en que ocurrieron acontecimientos muy misteriosos.

El rey Baltasar daba un gran banquete a mil invitados de su corte. Animado por el vino, mandó traer los vasos de oro y plata que su padre se había llevado de Jerusalén.

Entre gran jolgorio de los asistentes, hizo que los llenaran para beber en ellos. Los invitados, alborozados y llenos de vino, se apoderaron de aquellos objetos del culto. En medio de la orgía sintieron un escalofrío que les corría por la espalda.

En la penumbra de la sala llena de humo apareció una mano que escribía en la pared. Aparecieron unos dedos, como de mano de hombre, que escribían enfrente del candelero, sobre la superficie de la pared de aquel regio salón. 

Y el rey estaba observando los dedos de la mano que escribía. Se le mudó al instante al rey el color del rostro y se le llenaron de turbación los pensamientos que le venían. Gritó, pues, en alta voz el rey que hiciesen venir a los magos caldeos y los adivinos…

Esto es, pues, lo que estaba allí escrito: “Mane, Tecel, Fares” (numerado, pesado y hallado falto)… Aquella noche misma fue muerto Baltasar, rey de los caldeos. Pero volvamos a Jeremías, ya que hay algo que no concuerda. Según la declaración de su secretario Baruc, su amo recibió un aviso de no se sabe qué «ángel del Altísimo» antes de que se acercara el ejército de los babilonios.

Dicho ángel, evidentemente bien informado de los acontecimientos que estaban por venir, ordenó a Jeremías que ocultase los paramentos sagrados que el Señor había confiado a Moisés, para que no cayeran en manos del ejército babilonio. Por consiguiente, lo que importaba al ángel no eran los objetos que luego presentó Baltasar a sus compañeros de orgía, sino precisamente los aparatos que había custodiado Moisés durante la travesía del desierto.

Ahora bien, entre éstos figuraba el Arca del Testamento o Alianza, incluyendo la máquina productora de maná. Comprendiendo la gravedad de la situación, Jeremías llamó en su ayuda a hombres vigorosos, entre quienes aparece de nuevo su amigo etíope Abdemelec. Sin que lo supiera nadie, el grupo sacó los aparatos de la ciudad y los escondió en una cueva. El hecho es que el Arca no cayó en manos de los babilonios, pero desapareció sin dejar huellas.

En los textos canónicos, es decir los libros bíblicos bendecidos por la Iglesia, no vuelve a ser mencionada nunca más. El Arca sólo aparece ya en los libros sagrados ocultos. La cadena de indicios no continúa sino en los evangelios apócrifos, es decir, en las escrituras sagradas que se mantienen en secreto.

Desde el punto de vista cristiano, los apócrifos no tienen valor de «revelación», y eso que su estilo y su contenido no los diferencia en nada de los textos «homologados». Uno de esos apócrifos es el libro segundo de los Macabeos, en el que leemos: “Así decía también el mismo libro, que por orden del Señor les intimó el profeta a llevar el Tabernáculo del Testimonio y el Arca. 

Así pues, cuando llegaron al monte adonde había subido Moisés, y visto que hubieron la tierra de promisión, halló Jeremías una cueva; en ella guardó el Tabernáculo y el Arca y el altar de los holocaustos, cubriendo luego la entrada. Más algunos de los que le acompañaban quisieron poner marcas en la entrada y dejar señas ante ella, pero ya no supieron hallarla. Súpolo Jeremías y los reprendió diciéndoles: Este lugar no debe ser conocido ni hallado por ningún hombre, hasta que el Señor haya reunido de nuevo a su pueblo y le mire de nuevo con benevolencia”.

La Mishná (“estudio, repetición“), es un cuerpo exegético de leyes judías compiladas, que recoge y consolida la tradición oral judía desarrollada durante siglos desde los tiempos de la Torá o ley escrita, y hasta su codificación a manos de Rabí Yehudá Hanasí, hacia finales del siglo II.

El corpus iuris llamado Mishná, es la base de la ley judía oral o rabínica, que conjuntamente con la Torá o ley escrita, conforman la halajá. A su vez, la Mishná fue ampliada y comentada durante tres siglos por los sabios de Babilonia —la Guemará—, en tanto la Mishná original y su exégesis o Guemará, recibieron conjuntamente el nombre de Talmud.

Dice la Mishná que cierto día un sacerdote del Templo estaba buscando el Arca en las afueras de Jerusalén, y que halló una gran piedra informe, cuya existencia puso en conocimiento de sus colegas. Pero murió misteriosamente antes de haber podido dar la localización concreta de su hallazgo. La Mishná es la parte del Talmud que contiene “la relación de las leyes“, por lo que los sacerdotes vinieron a saber que allí permanecía oculta el Arca de la Alianza.

Según la Mishná, los sacerdotes la suponían escondida en algún lugar próximo a Jerusalén, como indicaba la misteriosa muerte de uno de los suyos, atribuida por ellos al Arca.




Las informaciones disponibles sugieren que en tiempos de Jeremías hubo actividad de extraterrestres en nuestro planeta. Jeremías recibió un aviso anticipado del «ángel del Señor», y su escribiente, Baruc, consigna que hubo «resplandores en el cielo».

 Asimismo, en la misma época tenemos el testimonio del profeta Ezequiel sobre su encuentro con una supuesta nave espacial. 

El secretario y amigo de Jeremías, Baruc, dice en el texto apócrifo «Epílogo al libro de Baruc» que el etíope Abdemelec tuvo un encuentro con supuestos extraterrestres. Lo cual nos conduce a la hipótesis de que el grupo de extraterrestres era de reducido número y no intervino en los combates para ayudar a ninguna de las tres partes en contienda.

Evitaban mostrarse a grupos humanos demasiado numerosos. Por razones que desconocemos, la expedición extraterrestre no pudo encargarse de hacer desaparecer el Arca con la máquina del maná. Lo cierto es que los extraterrestres no deseaban que el Arca fuese a parar a manos de los babilonios. Por ello rogaron a Jeremías que reuniese a los más adictos para ocultar el disputado objeto.

Pero la acción nocturna no pudo llevarse a cabo sin cómplices entre los cuales estaba el etíope Abdemelec. Entre el aviso que recibió Jeremías y la llegada del ejército babilonio medio muy poco tiempo. Jeremías no pudo habilitar un recinto a prueba de saqueos, por lo que no le quedó más solución sino esconder el Arca en una caverna natural.

Teniendo en cuenta el peso relativamente considerable del Arca, Jeremías y sus ayudantes tuvieron que pasar por caminos, o al menos por sendas. Seguramente, y para no llamar la atención, los expedicionarios utilizarían un carro de bueyes, como de costumbre. Teniendo presente que la operación hubo de llevarse a cabo en una noche, una sola noche, no es probable que consiguieran alejarse mucho de Jerusalén, ya que el ejército babilonio se acercaba por el Oeste, es decir por lo que hoy es Jordania.

Parece que Jeremías conocía las propiedades del aparato y es posible que incluso estuviera familiarizado con su manejo, pues ninguno de sus ayudantes sufrió daño. Durante el camino, más tarde, murió un sacerdote por haberse acercado demasiado. Los extraterrestres estaban al tanto de la importancia de la máquina, pues de lo contrario no les habría importado que cayera en manos de los babilonios. Mas no fue así, sino que dieron orden de quitarla de en medio.

 ¿Dónde escondió Jeremías el Arca de la Alianza? En la accidentada geografía que rodea a Jerusalén no faltan buenos escondrijos. Al este del lado de Genezaret el terreno es sumamente quebrado y abundan las cuevas naturales, que serían refugios perfectos para el Arca. Sin embargo, no es concebible que Jeremías y su pesado cargamento consiguieran recorrer los ciento treinta kilómetros a vuelo de pájaro.

Teniendo en cuenta el trazado de los caminos en aquella época y la lentitud de los bueyes, habría necesitado varios días para llegar a la región del lago Genezaret. Incluso hubiera sido un error táctico emprender esa dirección, pues se habría arrojado en los brazos de sus enemigos. Aunque Jeremías hubiese buscado escondrijo en las cercanías más inmediatas de Jerusalén, hoy estaría enterrado. No sabemos dónde está depositada la máquina, ni si hemos de buscar una cueva o una colina.

 Y lo que es peor, no volvemos a encontrar mención alguna del Arca en los testimonios históricos. Se decía que eletíope Abdemelec había sido testigo presencial del traslado nocturno del Arca. ¿Tal vez comentó lo de la máquina maravillosa cuando regresó a su país?

 Entre los documentos de la tradición etíope figura la epopeya Kebra Negest, lo cual significa algo así como «Gloria de los Reyes». El Kebra Nagast es una crónica pretendidamente histórica de los reyes de Etiopía, que remonta su genealogía hasta Menelik I, hijo del Rey Salomón y de la Reina de Saba, y contiene una serie de tradiciones sobre la monarquía etíope.

 Escrito en lengua ge’ez, es considerado por los cristianos etíopes y el movimiento rastafari como la verdadera historia del origen de la dinastía salomónica, así como de la conversión de Etiopía al cristianismo.

La mayoría de los estudiosos opina que se trata de una recopilación realizada hacia el año 1300 d. C. de tradiciones muy anteriores. Contiene no solo la historia de cómo la reina de Saba conoció a Salomón, y sobre cómo el Arca de la Alianza llegó a Etiopía con Menelik I, sino también un relato de la conversión de los etíopes, desde la adoración del sol, la luna, y las estrellas a la veneración del Dios de Israel.

A partir de las primeras expediciones portuguesas a Etiopía, en los siglos XV y XVI, el libro fue conocido en Europa, y se realizaron traducciones a las principales lenguas europeas. El Kebra Nagast está dividido en 117 capítulos, y podemos encontrar algunas de sus escenas en otros textos religiosos. 

Edward Ullendorff califica su estilo como “un gran conflicto de ciclos legendarios“. El documento se presenta como un debate entre los 318 padres ortodoxos en el primer concilio de Nicea. Estos sacerdotes plantean la pregunta ¿en qué consiste la gloria de los reyes?, a lo que responde un tal padre Gregorio con un discurso que termina con la declaración de que Moisés hizo una copia de La gloria de Dios y la guardó en el Arca de la Alianza.

¿Qué era esta misteriosa gloria de Dios?

 Después el arzobispo Domitius lee un libro que había encontrado en la iglesia de Hagia Sophia e introduce la historia de Makeda, mejor conocida como la reina de Saba, Salomón y Menelik I, y de cómo el arca llegó a Etiopía.

 El Kebra Nagast concluye con la profecía de que el poder de Roma será eclipsado por el de Etiopía, y describe cómo el Rey Kaleb de Aksum sometió a los judíos de Nagran, e hizo heredero al menor de sus hijos, Gabra Masqal. Parece que el Kebra Nagast estaba escrito en copto y fue traducido al árabe el Año de Gracia 409 (1225 d. C.) por un equipo de clérigos etíopes en los tiempos del obispo Abba Giyorgis.

Finalmente se tradujo al ge’ez en época del gobernador Ya’ibika Igzi. Conti Rossini, Littmann y Cerulli han señalado el período de 1314 a 1321-1322 d.C. para la composición del libro. Un estudio cuidadoso del texto revela rastros del árabe pero ninguna evidencia clara de una versión copta anterior. Muchos eruditos dudan que existiese dicha versión, y creen que la original fue la árabe.

Por otra parte, las numerosas citas bíblicas que tiene el texto no fueron traducidas desde el árabe, sino tomadas directamente de la traducción etíope de la Biblia, y su uso e interpretación demuestran la influencia de algunos padres de la Iglesia, como Gregorio de Nisa. Hubbard detalla las muchas fuentes que el recopilador del Kebra Nagast utilizó para crear este trabajo.

 Incluyen no solamente el Antiguo y Nuevo Testamento, sino también hay evidencias de fuentes rabínicas y apócrifas, sobre todo del Libro de Enoc, el Libro de los Jubileos y traducciones del sirio, como el libro de la cueva de los tesoros, y sus derivados, el libro de Adán y Eva y el libro de la abeja.

Una de las primeras colecciones de documentos etíopes llegó con los escritos de Francisco Álvares, oficial que acompañó a Rodrigo De Lima, embajador del Rey Manuel I de Portugal ante el negus Negusti Dawit II. En los documentos relativos a esta misión, Álvares incluyó la historia del Emperador de Etiopía y una descripción en portugués de los hábitos de los etíopes, titulados el Preste Juan de Indias, que fue impreso en 1533.

Más información sobre elKebra Nagast fue incluida por el sacerdote jesuita Manuel de Almeida en su Historia de Etiopía. Almeida fue enviado como misionero y tuvo oportunidad de estudiar el Kebra Nagast debido a su excelente conocimiento de la lengua. Su manuscrito es un trabajo valioso.

En el primer cuarto del siglo XVI, P.N. Godinho publicó algunas historias sobre el rey Salomón y su hijo Menelik, procedentes del Kebra Nagast. Más datos sobre el contenido los dio Baltasar Téllez (1595-1675), autor de la Historia General de Etiopía Alta (Coimbra, 1660).

Las fuentes de su trabajo eran las historias de Manuel Almeida, Alfonso Méndez y Jerónimo Lobo. No fue hasta finales del siglo XVIII que, al publicar James Bruce sus recorridos en busca de las fuentes del Nilo, llegó a los eruditos y teólogos europeos una mayor información sobre el contenido delKebra Nagast.




Cuando Bruce abandonó Gondar, Ras Mikael Sehul, el regente del emperadorTekle Haymanot le dio varios valiosos manuscritos, entre ellos una copia del Kebra Nagast.

Cuando publicó la tercera edición de Viajes en busca de las fuentes del Nilo incluyó una descripción del manuscrito original, que más tarde entregó a la biblioteca Bodleian de la universidad de Oxford.

Aunque August Dillmann preparó un resumen del contenido del Kebra Nagast, no hubo disponible ninguna parte substancial de la narración hasta que F. Praetorius publicó una versión en latín. 35 años después, en 1905, el orientalista alemán Carl Bezold publicó el texto completo acompañado de unos comentarios.

Hoy en día el Kebra Nagast está publicado en inglés en dos ediciones, la de G. Hausman (1997) y la de M. F. Brooks (1995).

En francés hay una publicación muy reciente realizada por el Dr. S. Mahler, y en italiano el Kebra Nagast se encuentra en una edición publicada en Julio 2007, traducida por el Dr. Lorenzo Mazzoni, escritor y estudioso de historia y filosofía Rastafari.

 En Mayo de 2010 fue publicada la primera traducción al castellano de este antiguo texto de Etiopía, “Kebra Nagast, La Biblia secreta del Rastafari”. 

El texto se había traducido a lo largo de los siglos en varios idiomas, pero aún resultaba imposible encontrarlo hasta ahora en una edición en español. Las únicas publicaciones relativas al Kebra Nagast en España datan del siglo XVI y se trata de dos ediciones incompletas que se limitan a pocos capítulos, traducidos probablemente de portugués a castellano.

Todas las publicaciones del Kebra Nagast en circulación en diferentes idiomas han tenido un éxito notable. La importancia de éste libro etiope del siglo IV d.C. radica en su relato de la historia del hijo del hombre desde Adán hasta Jesucristo; porque narra y explica la interesante tradición religiosa del antiguo Imperio de Etiopía. Pero sobre todo se trata del texto sagrado de un movimiento espiritual que se ha afirmado cada vez más y en más países, gracias a la música Reggae y a cantantes como Bob Marley: el movimiento Rastafari.

 La traducción alemana de Bezold se basa en textos vertidos del etíope al árabe por los etíopes Isaak y Jemharana-Ab el año 409 d. C. Los dos traductores dicen en su prólogo: “Hemos traducido esta Escritura de un libro copto al árabe… en el año de gracia de 409, en la nación de Etiopía y bajo el reinado de Su Majestad el rey Gabra-Masqal, llamado también Lalibala, siendo Abba-Gijorgis nuestro amado obispo…

Rogad por mí, vuestro humilde siervo Isaak, y no me censuréis por la pobreza de la expresión. Naturalmente, vamos a perdonarle al humilde siervo Isaak el haber introducido en su digno trabajo interpolaciones de doctrina cristiana y premoniciones del advenimiento de Cristo que de ningún modo podía contener la Kebra Negest originaria”.

No podía contenerlas, ya que fue escrita mucho antes de la Era cristiana. ¿Cómo pudo el rey Salomón, que vivió hacia el 965-926 a.C., hablar sobre Jesús, su crucifixión y su resurrección? Conviene saltarse los añadidos cristianos para leer el contenido precristiano y no perder de vista el rastro del Arca de la Alianza.

A las pocas páginas del Kebra Negest nos encontramos ya con el Arca: “Fabricad un Arca de madera incorruptible; tú la revestirás de oro puro, y guardarás en ella la palabra del Testamento, escrita por mis propias manos. El Arca es de un material y un color prodigiosos, semejante al jaspe, al azabache, al topacio, al diamante, al cristal de roca y a la luz, pues arrebata la mirada y la deleita, perturbando los sentidos, hecho de obra del Señor y no de la mano de un artista terrenal, pues él mismo la eligió (el Arca) para sede de su magnificencia…

Había también en ella un gomor de oro, con una medida rebosante de maná del que ha descendido del cielo; y la vara de Aarón, que verdeció cuando no era más que un bastón seco, y sin que hubiese sido humedecida siquiera; que luego se rompió por dos partes y fue tres varas cuando no había sido más que una”. Plausible descripción de un aparato, de cuyo funcionamiento no tenían la menor idea los etíopes de aquellos tiempos. 

Por eso tomaron de su vocabulario aquellas nociones que al menos permitiesen describir la cosa de un modo aproximado. Lo mismo hizo Ezequiel cuando describió «la gloria del Señor» en términos de ámbar, de zafiro, de brillante y de cristal.

 Lo mismo intentó Enoc cuando describió, en elApocalipsis de Abrahán, al jefe de los extraterrestres con estas imágenes, entre realistas y surrealistas: «Su cuerpo era como un zafiro y su rostro como un crisólito…, una luz poderosa, indescriptible, y en medio del resplandor aparecieron unas figuras…». Imágenes muy parecidas.

 Salomón podría haber pasado a la Historia como “el Rey de los viajes“. Según los textos antiguos, el enigmático monarca de Israel era capaz de cubrir enormes distancias en periodos de tiempo impensables para la época. De esta forma, visitaba cada mes a su amada Makeda, Reina de Saba, y empleaba en el trayecto tan sólo medio día.

Pero jugaba con ventaja. Su sabiduría le había hecho poseer secretos tecnológicos que utilizaba con la ayuda de unos pequeños genios llamados “djins“.

¿Qué misteriosos conocimientos poseía Salomón para llevar a cabo tales hazañas? ¿De dónde los extrajo?

Si indagamos un poco, descubriremos que Salomón (996 a.C. – 926 a.C.) era hijo del Rey David y de Betsabé, y que llegó a ser uno de los monarcas más ricos, poderosos y sabios de su época gracias a muchas de sus virtudes, entre ellas las de organizar el Estado de Israel en 12 provincias, crear un poderoso ejército equipado con numerosos carros de combate, y construir, el soberbio Templo de Jerusalén, tan apreciado por los Templarios.

También se le atribuye una de las mejores flotas marinas del mundo, cuyo puerto estaba situado en Ezion-Gueber, cerca de Elat. Sus barcos los construían los hebreos, pero, curiosamente, los tripulaban los fenicios, que eran mejores navegantes. El oro entraba a raudales y lo buscaban en un lejano y fabuloso país llamadoParvaim o Paruim (¿Perú?).

Pero si conocida es su flota marina, no lo es tanto su enigmática y casi desconocida flota aérea. La Tradición hace referencia a que el Rey Salomón (Suleimán para los árabes) poseía la capacidad de trasladarse por los aires en “aparatos voladores“, y esta información, aunque parezca mentira, procede, directa o indirectamente, de al menos tres textos religiosos: elCorán, el Kebra Negast y el Targum. Pero antes veamos una leyenda que tiene como protagonistas a Salomón y a unos extraños personajes, llamados djins o genios, en la mitología musulmana.

Conocedor de los nombres secretos de todas las cosas, Salomón dominaba a estos genios y los hacía trabajar para él. Sabido es que conocer el nombre secreto de alguien, y más si atañe a estos espíritus de la naturaleza, es conocer su punto débil y conseguir su completa sumisión. Esa misma Tradición dice que Salomón llegó a reunir la insignificante cantidad de sesenta millones de djins para una batalla que, por supuesto, ganó. 

Los djins le suministraron no sólo ayuda, sino poder y conocimiento. En los versículos 12 y 13 de la Sura XX-XIV del Corán se lee este extraño pasaje: “Y a Sulayman (le subordinamos) el viento que en una mañana hacía el recorrido de un mes y en una tarde el de otro.

 E hicimos que manara para él un manantial de cobre fundido. Y había genios que trabajaban para él con permiso de su Señor… Hacían para él lo que quería: templos escalonados, estatuas, jofainas como aljibes y marmitas que no se podían mover“.

Las tradiciones orientales recogidas por el Corán hacen veladas alusiones al conocimiento que debió tener Salomón sobre alguna técnica aérea. Un Rey al que estaba “subordinado el viento tempestuoso, que corría obedeciendo su mandato hasta la tierra que habíamos bendecido“, que conocía el “lenguaje de las aves” y para el cual “se reunieron sus ejércitos de genios, hombres y pájaros y fueron puestos en orden de batalla“. Salomón tenía muchos de estos serviciales espíritus guardados en recipientes herméticamente cerrados.

En tiempos de Mahoma, la historia de este Rey judío y sus diablos o genios, que tenía encerrados en una botella, debió ser lo suficientemente conocida como para dejar su huella en los suras del Corán.

En este texto sagrado se confirma que las huestes de genios colaboraban con él en arduas tareas, como la construcción de tres poderosas fortalezas y del grandioso Templo, para albergar dignamente el santuario del Arca de la Alianza, como testimonio imperecedero de su sabiduría.

Mientras, otros genios “buceaban para él, buscando perlas y gemas, realizando, aparte de eso, otros trabajos” (Sura XXI).

 Con el paso del tiempo, las hazañas que efectuaban estos genios embotellados para uso y disfrute de Salomón, incluido el transporte aéreo a lejanas tierras, se atribuyeron también a otros personajes reales como Paracelso. Aparte de su valor simbólico, la mención de estos djins viene a constatar que diversos relatos, para explicar el enorme poderío que tuvo Salomón, se empeñan en atribuirle ayuda sobrenatural en forma de estos serviciales espíritus.

 La fama de la sabiduría y la riqueza de Salomón superó los confines de sus dominios y atrajo a su Corte a la Reina de Saba, procedente, al parecer, de Etiopía, aunque otros dicen que esta soberana era de Yemen. El hecho es que, a pesar de las 700 mujeres legales y las 300 concubinas que tenía Salomón, Makeda se enamoró de él y juntos vivieron un apasionado idilio que dio su fruto: un niño llamado Menelik. 

Aquí tenemos que acudir al Kebra Negast para saber que el Rey Salomón poseía un carro celeste con el cual recorría en un día la distancia que de otro modo habría tardado tres meses en cubrir a caballo: “El Rey y todos cuantos obedecían su mandato volaron en el carro sin enfermedades ni padecimientos, sin hambre ni sed, sin sudor ni fatiga y con él cubrieron en un día el recorrido de tres meses“.

Cuando la Reina de Saba, llamada Makeda en el Kebra Negast, descubrió que iba a tener un hijo de Salomón, se marcha de Jerusalén, y aquél le ofreció algunos regalos. El libro I de los Reyes es parco en palabras en este sentido: “El Rey Salomón dio a la Reina de Saba todos cuanto ella deseó… Después se volvió ella a su tierra con sus servidores“.

Pero el Kebra Negast detalla cada una de estas ofrendas: “El le dió las exquisiteces y riquezas más codiciables, cautivadores trajes y todas las magnificencias deseables en el país de Etiopía, camellos y carros en número de seis mil, cargados con costosos y apetecibles utensilios“. Además de todo esto le ofreció “carruajes con los que recorría el país y un carro que podía desplazarse por el aire que él mismo había confeccionado con arreglo a la sabiduría que le confiriera Dios”.

Veinte años después, su hijo Menelik regresó a Jerusalén para ver a su padre, quien inmediatamente le reconoció y le ofreció toda clase de honores. Al cabo de un año de estancia, los ancianos de Israel se quejaron de que Salomón tenía excesiva preferencia por él e insistieron en que debía regresar a Etiopía.




El Kebra Negast afirma que fue Menelik I, quien, en venganza, robó el Arca y alguno de sus “carros volantes“. Eso sí, antes sustituyó el Arca auténtica por una copia y luego se la llevó “por los aires” hasta ocultarla en Axum (Etiopía). Precisamente en uno de estos carros aéreos regresó a su tierra con todo su séquito. 

El largo viaje que hizo Menelik desde Jerusalén hasta Etiopía no fue tan penoso como cabría suponer. Se puede leer textualmente: “Y cargaron los carros y los caballos y las mulas a fin de partir… Y, en cuanto a los carros, ninguno cargó el suyo… Y ya fuesen hombres, caballos, mulas o camellos cargados, todos fueron elevados del suelo hasta una altura de un codo; y todos los que iban sobre los animales fueron elevados sobre sus lomos a la altura de un palmo de un hombre y todas las diversas clases de equipaje que iban cargadas en los animales, así como quienes iban montados sobre ellos, fueron elevados a la altura de un palmo de un hombre, y los animales fueron alzados a la altura de un palmo y todos viajaron en los carros…. como un águila cuando su cuerpo se desliza sobre el viento“.

¿Qué gran nave o carro podría albergar a tantos hombres y animales?

 Según el texto etíope, cuando los sumos sacerdotes indagaron y preguntaron a sus vecinos egipcios, éstos les contestaron que “hace largo tiempo que las gentes de Etiopía pasaron por aquí, conduciendo un carro como los ángeles y más veloces que el águila en los cielos“. 

Pero no sólo el Kebra Negast nos suministra información sobre las máquinas volantes de Salomón.

En el Targum, libro de los judíos que contiene las glosas caldeas de las Sagradas Escrituras, se comenta que Salomón dominaba los vientos y que éste realizó, con “un medio de transporte sobrenatural“, el recorrido de La Meca a Yemen, entre la salida y la puesta de la estrella Canope, excursión que de otra forma hubiera requerido un mes.

Uno de los aspectos más sorprendentes de Salomón era su afán viajero, recogido en las leyendas locales y en la toponimia de algunos enclaves geográficos. Una y otra vez se encuentra de improviso en lugares separados miles de kilómetros unos de otros. Ya sabemos que cada mes visitaba a su amada Reina, cubriendo la distancia Jerusalén – Marib (Yemen) o Jerusalén – Etiopía, en tan sólo medio día. 

También viajó 5.000 kilómetros más al oriente, edificando templos y residencias megalíticas en determinados montes “estratégicos” en los actuales países de Irán, Pakistán y Cachemira. Todos estos montes reciben el nombre de Takh-i-Suleiman (Trono de Salomón). Uno de ellos está situado cerca de la ciudad de Srinagar, en el valle de Cachemira.

Las leyendas locales dicen que Salomón llegó aquí con su trono volante, encauzó el torrente y desecó los pantanos. Por eso a Cachemira se le denomina también “Huerto de Salomón“. Otro de los montes estaría al oeste de la ciudad pakistaní Dera Ismail Khan, con sus 3441 metros de altitud. El tercer “trono de Salomón” se situaría al noroeste de Irán, con 2400 metros de altitud.

Algunos investigadores, entre los que destaca, tal como ya hemos comentado, Erich Von Däniken, especulan con la posibilidad de que estas instalaciones fueran estaciones de aterrizaje de naves voladoras de Salomón.

Avala esta hipótesis el hecho de que el historiador árabe Al-Masudi (siglo X d.C.) refiriera que los templos edificados por Salomón en el Takh-i-Suleimantenían admirables paredes pintadas que representaban los cuerpos celestes, las estrellas, la Tierra con sus continentes y las regiones habitadas, así como “otras cosas sorprendentes“.

 Si el pionero de estos “carros” hubiera sido el propio Rey Salomón, cabría dudar de que, efectivamente, poseyera tales artefactos. Pero muchos años antes que él, la navegación aérea parecía ser moneda corriente. 

La pregunta sería si este medio “sobrenatural” de transporte del que disponía Salomón pertenecía a la familia de los vimanas, palabra sánscrita sinónima de “máquina voladora“, pilotados por los avsnis y utilizados en la India miles de años atrás, según aseguran el Ramayana y otros textos sagrados hindúes. Y antes que ellos, algunos manuscritos chinos hacen referencia a los “barcos voladores” de los dropa o en un papiro del Faraón Tutmosis III se hace referencia a “ruedas o discos de fuego“.

La firme y universal creencia en la existencia de un legado salomónico que contenía la clave de muchos secretos del mundo fue firmemente compartida por eruditos cristianos, musulmanes y judíos a lo largo de la Edad Media, destacando sobre todo los Templarios (Orden del Templo de Salomón).

Y esto dio pié a que circulasen documentos mágicos atribuidos a Salomón, los cuales, se asegura, contenían todos estos secretos. Para unos, el secreto de la sabiduría de este monarca residió en la construcción del Templo, otros lo atribuyen al anillo de Salomón, donde está inscrito su Sello, mientras que otros hablan del conocimiento del Nombre de Dios primordial y otros de sus avanzados conocimientos aéreos.

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